martes, 23 de julio de 2019

SERRAT y yo: ALGO PERSONAL…





“No es bueno asomarse detrás del escenario y descubrir que el tenor de voz ángel azota a su esposa”, decía Jack London en referencia a esa imagen o ilusión que el arte proyecta sobre nosotros, y que a la vez oculta o desfigura al artista que la proyecta.
El otro día rodó por Facebook una foto de Joan Manuel Serrat abrazado a Jorge Fernández Díaz y Alfredo Leuco en Radio Mitre, y me recordó esta otra foto y se me dio por contar esta historia…


Y uno se cree…






“Yo me manejo bien con todo el mundo”.
J.M.S.




A fines de 1984 cubrí parte de la gira nacional de Joan Manuel Serrat por las ciudades de Córdoba y San Miguel de Tucumán; enviado por la revista Somos de Editorial Atlántida, junto a Gerardo Horovitz, el Zoilo, excelente fotógrafo, y mejor compañero.
El año anterior Serrat se había presentado ya en Buenos Aires, en una serie de recitales multitudinarios que dejaron en claro hasta qué punto su ausencia durante la dictadura lo había convertido en mito. Pero aquella ahora era su primera gira nacional después de tanto.
Como muchos de mi generación, yo había crecido con sus canciones y su actitud rebelde y comprometida.
Pero de pronto yo trabajaba para Somos, una revista identificada con la dictadura -de hecho había nacido con ella y para ella-, y Serrat, claro, simbolizaba exáctamente todo lo contrario…. Sin embargo ahora Somos quería lavarse de su pasado y era de pronto alfonsinista y democrática, y encima en la redacción tenían una especie de deuda conmigo, así que propuse la nota y la aceptaron. Viajé.
El jefe de fotografía era el Tano Eduardo Forte, a quien no le gustaba nada que le pidieran tal o cual fotógrafo, él te asignaba el que quería, para eso era el jefe. Yo nunca le había pedido ni rechazado ninguno, pero el Zoilo no sólo era un buen compañero de viaje, sino que entonces era el fotógrafo privado de Les Luthiers, a la sazón productores de aquella gira de Serrat. El Tano me lo concedió, y eso facilitó las cosas. Serrat aceptó la nota y nos abrieron las puertas. Todo salió bien. Durante algunos días compartimos la intimidad de la gira y sus mesas. El sueño del pibe.
Tal como me lo esperaba, Serrat –al que enseguida yo también empecé a llamar Juan, como todos-, era un tipo encantador. Carismático, repentista, gracioso, informado, hedonista, curioso, ocurrente. Contaba chistes que te hacían reír sin esfuerzo. En una parrilla de Villa Carlos Paz que cerraron para nosotros, de sobremesa sacó un canuto de su tierra y fumamos como chinos. Deslumbrante.
Viajaba con una chica, una admiradora a la que había conocido, me contaban, el año anterior, pero como entonces aún era menor de edad… La chica compartía nuestra mesa, pero nunca se sentaba a su lado, y cuando quería una foto con él, yo, cualquiera, debía sumarse para que en ningún caso aparecieran los dos solos.
Sus músicos, todos, incluyendo a Miralles, andaban uniformados con sus correspondientes camperas azules con la inscripción SERRAT en la espalda, y comían, siempre, en otra mesa. Y todos lo llamaban el jefe.
Otro mediodía en Córdoba almorzamos en un restaurante del centro de la ciudad, estaba lleno, la gente lo aplaudió cuando entramos, y él agradeció con una sonrisa que a mí me pareció todo un esfuerzo. Inmediatamente, por encima del bullicio, desde los parlantes empezó a sonar un tema suyo. Ni bien nos atendieron, le dijo al mozo: ¿Puede sacar la música, que a este tipo no me lo aguanto? El mozo se rió y la música siguió. Serrat me miró y me dijo: me parece que este se pensó que era un chiste, no?. Sí, le dije. En cuanto volvió el mozo se lo pidió bien en serio y la música cesó.
En Tucumán se puso verde. Ya en Córdoba se había filtrado hasta mí un escándalo interno, una fuerte pelea, una bronca suya por la escasez y/o mala ubicación de los avisos de sus presentaciones en los diarios locales. El ambiente quedó tenso. En Tucumán estalló porque mientras íbamos del aeropuerto al hotel, y la gente lo saludaba a su paso como al Papa, él descubría que no había suficientes afiches de su show en las paredes.
Una mañana de esas fuimos a pasear para hacer fotos al dique El Cadillal. Apenas él, Chiche Aizemberg –productor de la gira, representante de Les Luthiers-, el Zoilo y yo. En un momento paramos para hacer unas fotos con el dique de fondo, y dos tipos que estaban a unos cuantos metros se alborozaron y se nos vinieron encima. Mi nota iba a cada vez mejor. Eran León Gieco y Gustavo Santaolalla que estaban grabando sonidos ambientes o algo por el estilo. Chiche los presentó, ellos se alegraron de verlo, Gieco sobre todo, le dijo: “el año pasado te fui a ver al Luna, dos horas arriba del escenario, yo decía, la puta, cómo aguanta este mono”, él sonrió. Le quisieron hacer escuchar lo que estaban grabando, le encajaron unos auriculares y al cabo de unos pocos segundos me miró y me dijo: “Daniel, toma, tienes que escuchar esto”, y se los sacó de encima. Nos convidaron un vaso de vino que él prefirió no tomar, y entonces Chiche dijo que debíamos irnos. Se acercaba la hora sagrada del almuerzo.
Pero antes de salir del Dique, el Zoilo dijo que quería unas últimas fotos con no sé qué fondo. Con el fondo monetario, es lo único que te falta, chilló Chiche y todos nos reímos pero Serrat le dijo, deja trabajar al Zoilo, y yo de pronto sentí que estaba frente al clásico dúo del policía bueno y el policía malo.
Hechas las fotos que el Zoilo quería, a punto de subir al auto, desde lejos nos gritan tres hombres, tres operarios de una de las represas, ¡Seyat, Seyat!, comienzan a gritar pero no pueden acercarse poque están detrás de un enrejado. Serrat los saluda con un brazo en alto ya metiéndose en el auto, cuando Chiche lo despierta de un grito: ¡Juan!, y le basta una seña con los ojos para marcarle la oportunidad de la foto. Serrat va, sin muchas ganas camina hasta los operarios, el Zoilo detrás, hacen las fotos, pero él vuelve con menos ganas de las que llevó: “encima me preguntan si lo conozco a Julio Iglesias”, se quejó. Me reí yo solo.
Mi idea de la nota era una crónica íntima de la gira, y un reportaje exclusivo, que hicimos esa tarde, ya en el estadio, poco antes del concierto, mientras probaban el sonido. De todo lo que charlamos lo que más recuerdo es que fue él, ahí, quien me descubrió El Libro del Desasosiego, de Fernando Pessoa, que había sido publicado poco antes, y que él ya estaba leyendo. La entrevista duró una media hora. Fue amable y paciente… ante un periodista que ya le había confesado su admiración, claro.
Cumpliendo una rutina, esa noche, terminado el show él y sus músicos dejaron el escenario mientras el público clamaba por un bis. Una más y no jodemos más, etc… Cumpliendo la rutina, en un momento por fin él vuelve a escena ante la ovación general, pero sus músicos se retrasan. Yo estaba a un costado del escenario, lo vi todo. Él sonriéndole a la multitud, los brazos en alto, la ovación en pleno pecho… y los músicos que no aparecen y entonces él que gira y ya es otro, se transforma, se endurece, camina hacía la parte trasera del escenario, descubre a sus músicos sentados, fumando, ajenos, y allí la furia, un rapapolvo como un trueno que los deja temblando, los pone de pie como soldados y allí marchan en fila, con Miralles a la cabeza, compungidos y contrariados de regreso a la fiesta. El jefe se había enojado.
Para entonces yo ya tenía en claro que trataba con un gran empresario catalán, Joan Manuel Serrat, dueño, fabricante y responsable de un delicado producto que generaba millones: Joan Manuel Serrat.
Con nosotros fue siempre muy cuidadoso. Me dejó la impresión de que sentía por el Zoilo una sincera simpatía –por otro lado inevitable en su caso - y por mí, en cambio, una cálida desconfianza. Tal vez por Somos y su fama…
Sin embargo y por eso, ya una mañana en Córdoba, en un puentecito sobre un río donde nos quedamos los dos solos a escupirle al agua como dos chicos, ahí yo, rindiendo todo profesionalismo, abjurando de la revista que representaba, le avisé claramente: quedate tranquilo, Juan, esta nota no va a perjudicarte en nada: si yo crecí con tus canciones.
Y recuerdo perfectamente que entonces él se encogió de hombros, me guiñó un ojo, y nada más me dijo: vamos a comer.
Nos despedimos en Tucumán, ellos seguían para Salta, nosotros debíamos cerrar.
Volvimos a vernos unas semanas después cuando clausuró aquella gira con un par de recitales en Velez a cielo abierto y estadio repleto. Mi nota ya había sido publicada, y aunque allí dejaba constancia de sus “malas lunas”, era lo que podríamos llamar “periodismo de exaltación”. Medio esperaba su gratitud.
Mi esposa de entonces quería conocerlo, así que pasamos al camarín y se lo presenté. Charlamos un rato, le pregunté si había visto la nota, y entonces me dijo:
-- Uf, tío… recién cuando la leí me quedé de verdad tranquilo.
Los otros días rodó por Facebook esta foto con Fernández Díaz y Leuco en Radio Mitre, y me recordó esa otra en el dique El Cadillal, en Tucumán, con el Zoilo querido… y se me dio por contar esta historia sobre los riesgos de asomarse detrás del escenario.



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1 comentario:

  1. Muy buena nota, Daniel, tanto como tu gran sentido del humor. Saludos de Carlos Salerno, quien está escribiendo una cronología de Serrat por Argentina.

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