“No es bueno asomarse
detrás del escenario y descubrir que el tenor de voz ángel azota a su esposa”,
decía Jack London en referencia a esa imagen o ilusión que el arte proyecta sobre
nosotros, y que a la vez oculta o desfigura al artista que la proyecta.
El otro día rodó por Facebook una foto de Joan Manuel Serrat
abrazado a Jorge Fernández Díaz y Alfredo Leuco en Radio Mitre, y me recordó
esta otra foto y se me dio por contar esta historia…
Y uno se cree…
“Yo me manejo bien con todo el mundo”.
J.M.S.
A fines de 1984 cubrí parte de la gira nacional de Joan
Manuel Serrat por las ciudades de Córdoba y San Miguel de Tucumán; enviado por
la revista Somos de Editorial Atlántida, junto a Gerardo Horovitz, el Zoilo,
excelente fotógrafo, y mejor compañero.
El año anterior Serrat se había presentado ya en Buenos
Aires, en una serie de recitales multitudinarios que dejaron en claro hasta qué
punto su ausencia durante la dictadura lo había convertido en mito. Pero aquella
ahora era su primera gira nacional después de tanto.
Como muchos de mi generación, yo había crecido con sus
canciones y su actitud rebelde y comprometida.
Pero de pronto yo trabajaba para Somos, una revista
identificada con la dictadura -de hecho había nacido con ella y para ella-, y Serrat,
claro, simbolizaba exáctamente todo lo contrario…. Sin embargo ahora Somos quería lavarse de su pasado y era de pronto alfonsinista y democrática, y
encima en la redacción tenían una especie de deuda conmigo, así que propuse la
nota y la aceptaron. Viajé.
El jefe de fotografía era el Tano Eduardo Forte, a quien no
le gustaba nada que le pidieran tal o cual fotógrafo, él te asignaba el que
quería, para eso era el jefe. Yo nunca le había pedido ni rechazado ninguno, pero
el Zoilo no sólo era un buen compañero de viaje, sino que entonces era el
fotógrafo privado de Les Luthiers, a la sazón productores de aquella gira de
Serrat. El Tano me lo concedió, y eso facilitó las cosas. Serrat aceptó la nota
y nos abrieron las puertas. Todo salió bien. Durante algunos días compartimos
la intimidad de la gira y sus mesas. El sueño del pibe.
Tal como me lo esperaba, Serrat –al que enseguida yo también
empecé a llamar Juan, como todos-, era un tipo encantador. Carismático,
repentista, gracioso, informado, hedonista, curioso, ocurrente. Contaba chistes
que te hacían reír sin esfuerzo. En una parrilla de Villa Carlos Paz que
cerraron para nosotros, de sobremesa sacó un canuto de su tierra y fumamos como chinos. Deslumbrante.
Viajaba con una chica, una admiradora a la que había
conocido, me contaban, el año anterior, pero como entonces aún era menor de
edad… La chica compartía nuestra mesa, pero nunca se sentaba a su lado, y
cuando quería una foto con él, yo, cualquiera, debía sumarse para que en ningún
caso aparecieran los dos solos.
Sus músicos, todos, incluyendo a Miralles, andaban
uniformados con sus correspondientes camperas azules con la inscripción SERRAT
en la espalda, y comían, siempre, en otra mesa. Y todos lo llamaban el jefe.
Otro mediodía en Córdoba almorzamos en un restaurante del
centro de la ciudad, estaba lleno, la gente lo aplaudió cuando entramos, y él
agradeció con una sonrisa que a mí me pareció todo un esfuerzo. Inmediatamente,
por encima del bullicio, desde los parlantes empezó a sonar un tema suyo. Ni
bien nos atendieron, le dijo al mozo: ¿Puede
sacar la música, que a este tipo no me lo aguanto? El mozo se rió y la
música siguió. Serrat me miró y me dijo: me
parece que este se pensó que era un chiste, no?. Sí, le dije. En cuanto
volvió el mozo se lo pidió bien en serio y la música cesó.
En Tucumán se puso verde. Ya en Córdoba se había filtrado
hasta mí un escándalo interno, una fuerte pelea, una bronca suya por la escasez
y/o mala ubicación de los avisos de sus presentaciones en los diarios locales.
El ambiente quedó tenso. En Tucumán estalló porque mientras íbamos del
aeropuerto al hotel, y la gente lo saludaba a su paso como al Papa, él
descubría que no había suficientes afiches de su show en las paredes.
Una mañana de esas fuimos a pasear para hacer fotos al dique
El Cadillal. Apenas él, Chiche Aizemberg –productor de la gira, representante
de Les Luthiers-, el Zoilo y yo. En un momento paramos para hacer unas fotos
con el dique de fondo, y dos tipos que estaban a unos cuantos metros se
alborozaron y se nos vinieron encima. Mi nota iba a cada vez mejor. Eran León
Gieco y Gustavo Santaolalla que estaban grabando sonidos ambientes o algo por
el estilo. Chiche los presentó, ellos se alegraron de verlo, Gieco sobre todo,
le dijo: “el año pasado te fui a ver al
Luna, dos horas arriba del escenario, yo decía, la puta, cómo aguanta este mono”,
él sonrió. Le quisieron hacer escuchar lo que estaban grabando, le encajaron
unos auriculares y al cabo de unos pocos segundos me miró y me dijo: “Daniel,
toma, tienes que escuchar esto”, y se los sacó de encima. Nos convidaron un
vaso de vino que él prefirió no tomar, y entonces Chiche dijo que debíamos irnos.
Se acercaba la hora sagrada del almuerzo.
Pero antes de salir del Dique, el Zoilo dijo que quería unas últimas fotos con no sé qué fondo. Con el fondo monetario,
es lo único que te falta, chilló Chiche y todos nos reímos pero Serrat le
dijo, deja trabajar al Zoilo, y yo de pronto sentí que estaba frente al clásico
dúo del policía bueno y el policía malo.
Hechas las fotos que el Zoilo quería, a punto de subir al
auto, desde lejos nos gritan tres hombres, tres operarios de una de las
represas, ¡Seyat, Seyat!, comienzan a gritar pero no pueden acercarse poque están detrás de un enrejado. Serrat los saluda con un brazo en alto ya metiéndose en el auto, cuando Chiche lo despierta de un grito:
¡Juan!, y le basta una seña con los ojos para marcarle la oportunidad de la
foto. Serrat va, sin muchas ganas camina hasta los operarios, el Zoilo detrás, hacen las fotos, pero él vuelve con menos ganas de las que llevó: “encima me preguntan si lo conozco a Julio
Iglesias”, se quejó. Me reí yo solo.
Mi idea de la nota era una crónica íntima de la gira, y un
reportaje exclusivo, que hicimos esa tarde, ya en el estadio, poco antes del
concierto, mientras probaban el sonido. De todo lo que charlamos lo que más
recuerdo es que fue él, ahí, quien me descubrió El Libro del Desasosiego, de
Fernando Pessoa, que había sido publicado poco antes, y que él ya estaba
leyendo. La entrevista duró una media hora. Fue amable y paciente… ante un periodista
que ya le había confesado su admiración, claro.
Cumpliendo una rutina, esa noche, terminado el show él y sus
músicos dejaron el escenario mientras el público clamaba por un bis. Una más y
no jodemos más, etc… Cumpliendo la rutina, en un momento por fin él vuelve a escena ante la
ovación general, pero sus músicos se retrasan. Yo estaba a un costado del
escenario, lo vi todo. Él sonriéndole a la multitud, los brazos en alto, la
ovación en pleno pecho… y los músicos que no aparecen y entonces él que gira y ya
es otro, se transforma, se endurece, camina hacía la parte trasera del
escenario, descubre a sus músicos sentados, fumando, ajenos, y allí la furia,
un rapapolvo como un trueno que los
deja temblando, los pone de pie como soldados y allí marchan en fila, con Miralles
a la cabeza, compungidos y contrariados de regreso a la fiesta. El jefe se
había enojado.
Para entonces yo ya tenía en claro que trataba con un gran
empresario catalán, Joan Manuel Serrat, dueño, fabricante y responsable de un
delicado producto que generaba millones: Joan Manuel Serrat.
Con nosotros fue siempre muy cuidadoso. Me dejó la impresión
de que sentía por el Zoilo una sincera simpatía –por otro lado inevitable en su
caso - y por mí, en cambio, una cálida desconfianza. Tal vez por Somos y su
fama…
Sin embargo y por eso, ya una mañana en Córdoba, en un
puentecito sobre un río donde nos quedamos los dos solos a escupirle al agua
como dos chicos, ahí yo, rindiendo todo profesionalismo, abjurando de la
revista que representaba, le avisé claramente: quedate tranquilo, Juan, esta nota no va a perjudicarte en nada: si yo
crecí con tus canciones.
Y recuerdo perfectamente que entonces él se encogió de
hombros, me guiñó un ojo, y nada más me dijo: vamos a comer.
Nos despedimos en Tucumán, ellos seguían para Salta,
nosotros debíamos cerrar.
Volvimos a vernos unas semanas después cuando clausuró aquella
gira con un par de recitales en Velez a cielo abierto y estadio repleto. Mi nota ya
había sido publicada, y aunque allí dejaba constancia de sus “malas lunas”, era
lo que podríamos llamar “periodismo de exaltación”. Medio esperaba su gratitud.
Mi esposa de entonces quería conocerlo, así que pasamos
al camarín y se lo presenté. Charlamos un rato, le pregunté si había visto la
nota, y entonces me dijo:
-- Uf, tío… recién cuando la leí me quedé de verdad
tranquilo.
Los otros días rodó por Facebook esta foto con Fernández
Díaz y Leuco en Radio Mitre, y me recordó esa otra en el dique El Cadillal, en
Tucumán, con el Zoilo querido… y se me dio por contar esta historia sobre los
riesgos de asomarse detrás del escenario.
* * *