domingo, 4 de septiembre de 2022

ATENTADO A CFK: EL ABISMO POSIBLE…


Un blanco a pocos centímetros, imposible errarle. Cinco balas en el cargador, más que suficientes. Dos disparos, con uno hubiese bastado. Todo estaba listo para encender un infierno nacional cuyas consecuencias y desenlace superan por mucho la imaginación de un pueblo y su dirigencia al borde de un abismo, y separados por una muralla de vidrio a través de la cual se gritan sin escucharse. Mientras Estados Unidos acecha y desespera.

 

EL TIRO DEL FINAL



 


En el fondo de todas nuestras desgracias nacionales está la banalidad con que encaramos la historia.

Con una candidez tan tierna que por ráfagas parece estúpida, políticos y habladores mediáticos soñaban que el atentado a CFK marcaría “un antes y un después”, “un punto de inflexión” que hasta podría cerrar la grieta. Nada más ñoño.

El intento de magnicidio contra la figura política más importante del país, ahonda eso que llamamos grieta, y que más bien funciona como una muralla de vidrio. De un lado y del otro nos gritamos de todo, alzamos los puños, retorcemos las bocas, las caras, nos vemos, sí, porque la muralla es de vidrio, pero tan gruesa, que hace rato no podemos oírnos.

Los unos no escuchan a los otros, cada cual pesca en su propia pecera, ni gritos, ni mucho menos razones atraviesan la muralla. Al contrario, la engrosan, la fortalecen. Pero sigue siendo de vidrio, y el día menos pensado, podría astillarse y reventar como una noche de cristal que se hace añicos.

El jueves 2 de setiembre, estuvo a punto. Por lo que tiene todas las características de un milagro, la cabeza de Cristina Kirchner no estalló por televisión. Pero insumiría el tiempo y el trabajo de una gran novela imaginar qué hubiera pasado si ese milagro no se operaba. De arranque, basta considerar la reacción popular que desató apenas el pedido de condena del futbolista Diego Luciani.

Por lo pronto una era política hubiera terminado en ese preciso instante. Y para todos, oficialismo y oposición. El desorden inmediato desbordaría a los unos y los otros, y por su propia dinámica derivaría en un caos social que sólo crecería con las horas. Al Presidente Fernández la pandemia y la guerra en Ucrania, ya no le servirían de excusa para nada: hartos de estar hartos, los primeros que pedirían su cabeza, son los mismos que lo votaron. Ríos de sangre y mierda correrían por las redes y los medios arrastrando en sus torrentes a políticos y jueces, fiscales, funcionarios y periodistas que ya no podrían salir de sus casas sin temer en cada esquina un linchamiento. Antes o después, Alberto o no, el desborde social exigiría la represión, y entonces la nafta llovería sobre el fuego. Como se vio en Recoleta -y tantas veces en la historia-, los palos y los gases multiplicarían las protestas, y los disturbios seguirían por días, semanas, acaso más; demasiado tiempo para un país endeudado y sin reservas con un 40% de pobreza. La hecatombe económica se tragaría el resto. Sobre esas bases habría que empezar esa novela, cuyo desenlace precisaría de un Stephn King, o del propio Lovecraft. Apenas un milagro nos salvó de tanto horror.

Ahora todo es fiesta como en la casa de Lázaro cuando lo vieron andar. Superado el espanto del infierno posible, la oposición se divierte negando la veracidad del atentado, lamentando por redes la mala suerte del asesino, culpando a Cristina de buscar prensa; los cuatro de la Corte se preocupan por los fiscales y los jueces que participan de la investigación, y “Cristina que se joda”, les faltó agregar; mientras Alberto decreta un feriado que no todos acatan, y se abraza al fracaso de su Ministro de Seguridad Aníbal Fernández, responsable de las fuerzas que custodiaban a la vicepresidenta, y que ahora también perdieron las pruebas del celular del asesino.

De la ciénaga de estiércol de Comodoro Py, surge la figura de la jueza María Eugenia Capuchetti como toda esperanza de saber un día la verdad de la verdad.

Niña mimada del reconocido operador judicial macrista Daniel Angelici, en 2016 María Eugenia Capuchetti se convirtió en la segunda mujer en ocupar un juzgado federal, pese a no tener las mejores calificaciones, pero en cambio, sí, muy buenas relaciones.

Visitante frecuente de la AFI de Gustavo Arribas y Silvia Majdalani, de su trayectoria como magistrada se recuerda, por ejemplo, que dispuso excluir como prueba un informe que revelaba la actuación de la mesa judicial macrista; y que se excusó de actuar en la causa contra el agente de inteligencia macrista, falso abogado y extorsionador, Marcelo Dalessio. Ahora tiene un trabajo duro. Sobre todo, que le crean su trabajo.

La investigación recién comienza, pero ya se perdieron pruebas cruciales. De alguna forma, se borró el celular del magnicida. “La historia demuestra que nada es imposible”, diría Michael Corleone, y la humanidad ya está demasiado curtida como para comerse el cuento del “lobo solitario”. De ser esa la verdad, costará imponerla, y tal vez nunca nadie la crea del todo.

La sombra siniestra de Lee Harvey Oswald, se abate sobre cualquier facilismo, y enciende cualquier teoría, por más disparatada que suene.

La patraña de Dallas, murió en Hollywood, y no cerró nunca. Aún hoy, 59 años después, nadie se anima a afirmar quién mató a Kennedy. La mafia, la CIA, el FBI, los Rusos, la policía de Dallas, todos juntos... las dudas y los sospechosos crecen y se multiplican, mientras Oswald cae y cae en las apuestas.

El pueblo norteamericano nunca más fue el mismo. Nunca más creyó del todo en nadie. Pronto mataban al hermano de Kennedy y a Luther King, eyectaban a Nixon, se colgaban de los helicópteros para salir de Vietnam, volteaban las Torres Gemelas, mentían en Irak, fracasaban en Siria, en Libia y Afganistán, votaban a Trump y los arrasaba la pandemia... hasta que por fin un día marcharon al Capitolio, y lo rompieron todo.

Si no se tratara de Cristina, se podría hablar de un magnicidio simple. Pero Cristina no es una mandataria a secas, sino, y sobre todo, la única figura política argentina que inquieta a los Estados Unidos, justo en el preciso instante en que los Estados Unidos comprenden su decadencia, y desesperan, y entonces se enfrentan a Rusia, provocan a China, sacrifican a Europa, mientras la pobreza y la desolación se los comen por dentro; y así desesperados, claro, están dispuestos a todo. Desde luego, a matar a cualquiera.

“Si algo me pasa, no miren a Oriente, miren hacia el norte”, avisó CFK alguna vez.

Tal vez la jueza Capuchetti es capaz de llegar al hueso de la verdad de este atentado… o tal vez nada más se estrelle contra la muralla de vidrio, y la haga añicos.

Es difícil creer en milagros, pero si existen, son infrecuentes.


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