En 2008 -a partir de la crisis por la 125-
los medios de Magnetto y sus aliados iniciaron su confeso “periodismo de guerra”, cuyo
enemigo declarado era CFK y el kirchnerismo. Desde entonces, las mentiras se caen pero se suceden. Mientras encarpetada o asociada, una
pandilla de jueces y fiscales le da a sus ficciones realismo judicial, sin pruebas, pero con histrionismo. Casi una
década y media agitando la ira de un pueblo roto en dos, con una de sus mitades
dispuesta a cualquier cosa.
VIAJE AL FONDO DEL ODIO
Resulta muy cómodo adjudicarle a Adolfo
Hitler el exterminio de millones de personas, pero él tampoco fue un lobo
solitario. No solo estaban sus ministros y sus generales, sus asesores, su
plana mayor y su mesa chica, sino, y sobre todo, su pueblo. Porque los nazis fueron
terribles, seguro, pero mucho más terrible es que los hombres -y las mujeres-
fueron nazis.
Si no se quiere leer, basta mirar las
imágenes de la época, esas multitudes que lo adoraban eufóricas, las
concentraciones descomunales que convocaba y lo vivaban, esos miles y miles de
alemanes formados en escuadras perfectas, disciplinadas, voluntariosas, marchando
a un mismo paso tras sus pasos…
El pueblo alemán no era mejor ni peor que
otros. Pero derrotado y humillado, empobrecido, hambreado, sin destino, se
hundía en la frustración y el resentimiento. Era un pueblo cuyo espíritu
agonizaba sin esperanzas ni motivaciones. Hitler, en tal caso, fue quien mejor
lo comprendió. Le encontró un enemigo común razón de todos sus males, y a fuerza de propaganda, convirtió
tanta desolación en odio puro, y desató su furia.
Remontémonos por algunas líneas a las trágicas jornadas del año 33. Poncio Pilatos no aspira a la posteridad. Es un burócrata
mediocre confinado a la administración de una colonia periférica, y
conflictiva. Trata de llevarse bien con los principales sectores en pugna,
terratenientes, comerciantes, usureros, y sobre todo, con la jerarquía
religiosa de ese pueblo tan intenso. No quiere problemas. Sólo piensa en su
retiro, y en volver a Roma… cuando un día, ese día, la vida o la muerte del
Hijo del Hombre, quedan en sus manos.
La ciudad estalla y se divide, el caos se
anuncia, grupos de fanáticos ya se enfrentan por las calles. De un lado
presionan el Sanedrín, los comerciantes, los prestamistas, los terratenientes;
y del otro las multitudes que siguen al carpintero de Galilea. Unos piden su
cabeza, y los otros su libertad. Después de orinar, mientras se lava las manos,
Pilatos tiene una idea genial: elecciones directas ya.
Desairados y enfurecidos pero astutos,
Caifás, su Sanedrín, sus burócratas y sus financistas, sin perder un minuto,
lanzan un ejército de agitadores pagos que se infiltra en la multitud
recalentando los ánimos en contra del que había multiplicado los panes y los
peces, para mantener vagos, y que en una demostración de autoritarismo mesiánico
inaceptable, había echado a patadas en el culo a los pobres usureros del Templo,
que era gente de bien, de trabajo, amigos de Caifás, incluso, personas
prósperas, no como ese populista que defendía putas, leprosos y cabecitas...
Los resultados de aquellos comicios son
por todos conocidos: la turba gritó Barrabás.
La fundación de la democracia libre y
universal resultó así una catástrofe que dos mil años después todavía sufrimos.
Y el pobre Pilatos pagó su gran invento con el oprobio eterno ¿Qué falló?
El sistema acaso era el mejor que podía
pensarse, pero ya desde el principio mostró su fisura fatal: antes o después
terminaba en manos de los más ricos, de los más poderosos, de los poderes
concentrados, o sea: de quienes pudieran pagar la mayor cantidad de agitadores.
El sistema era buenísimo, descubrieron los malos. Nacían los medios de
comunicación masiva.
Con los siglos de los siglos aquellos
agitadores se autoproclamaron periodistas y/o publicistas, hicieron de su
rebusque una industria muy lucrativa, refinaron sus técnicas de extorsión a
gran escala, y supieron aprovechar cada invento moderno: la imprenta, la radio,
la tele, el Internet, y lo que venga. Soportes, los llamamos ahora. Quizás Caifás
también los llamó así en su arameo irrecuperable.
Llamen como les llamen, el fin es siempre el mismo: los medios.
Y si hoy los grandes capitales avanzan
sobre ellos sin parar, es porque saben de su importancia decisiva en las
democracias modernas, electrónicas y teledirigidas. Allí donde los medios hacen
el viejo trabajo: agitar.
Por prepotencia de volúmen, ahora son ellos la auténtica autoridad religiosa de un pueblo
que no precisa de verdades para creer, y sus empleados -Lanata, Leuco, Majul
& Co.- los agitadores de la furia de los frustrados y los resentidos, que enceguecidos por ese odio, ya no buscan soluciones sino culpables, y no quieren justicia, sino venganza.
Desde
la crisis de la 125 en 2008, son ya catorce años de mentiras que se caen y se
suceden… catorce años acusando a CFK sin pausa y sin pruebas de chorra,
asesina, jefa de la banda, yegua, loca, enferma, mierda… Casi una década y
media elaborando infantiles teorías sobre comandos iraníes-venezolanos capaces
de desmaterializarse para atravesar paredes y matar fiscales… Viajando por el
mundo detrás de las cuentas offshores de Cristina, sin encontrar siquiera las de
Macri… Presentando testigos siempre "clave", que pronto los desmienten ante la
justicia (Federico Elaskar, los hermanos Lanatta, el propio Alconada Mom)…
Denunciando cuentas en Estados Unidos de funcionarios ka (Nilda Garré, Máximo
Kirchner), al cabo negadas por la propia Reserva Federal… Casi quince años ya
de mentiras, injurias, campañas y ficciones que una pandilla de fiscales y
jueces -encarpetada, extorsionada o asociada-, luego consagra en los
tribunales con realismo televisivo.
Como
ejemplo de esa promiscuidad mediática-judicial, baste recordar la serie de acción y suspenso del fiscal Marijuan escarbando la Patagonia en busca de
un PBI enterrado, como quien se presenta en los Estudios Walt Disney y pide
hablar con el Pato Donald. Y así nomás el absurdo se hacía realidad.
En
la novela fundacional de la novela moderna, Viaje al fin de la noche, Ferdinand
Bardamu -protagonista y alter ego de Céline-, se encuentra de golpe en medio
de una batalla en el frente francés de la Primera Gran Guerra. Entonces
comprende lo que pasa, y reflexiona: “uno es virgen del horror como lo es de la
voluptuosidad, ¿quién podía prever, antes de entrar verdaderamente en la
guerra, el contenido de la cochina alma heroica y holgazana de los hombres? En
aquel momento estaba agarrado por el engranaje de la fuga en masa hacia el
asesinato en común, hacia el fuego. Aquello surgía de las profundidades, y
había llegado.”
El magnicida fallido Fernando Sabag Montiel, y sus aún incontables cómplices, también surgían de las profundidades... y un día, una noche, llegaron.
* * *