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domingo, 21 de febrero de 2021

GINÉS-VERBITSKY: EL VERDADERO DELITO…

 

 

El viernes último, mientras colapsaba la página del gobierno de CABA para la vacunación, y eran procesados por espionaje ilegal los exjefes de la AFI Silvia Majdalani y Gustavo Arribas entre otros; apenas presentado el Consejo Económico y Social con todas sus expectativas, un hecho inesperado frenaba las rotativas y eclipsaba cualquier noticia: el periodista Horacio Verbitsky confesaba haberse vacunado contra la covid merced a sus buenas relaciones con el Ministro de Salud Ginés González García. Nada importaron las sendas trayectorias de los protagonistas. Un diluvio de piedras de los que jamás pecaron, no deja de caer. 

Pero el verdadero delito es muy otro.

 

LA CORRUPCIÓN NO IMPORTA




 

Según su propia confesión, Horacio Verbitsky accedió a la vacuna contra la Covid-19 merced a su amistad con el ahora ex Ministro de Salud Ginés González García. El Ministro fue echado, Verbitsky linchado.

En su portal, El Cohete a la Luna, hoy se disculpa, Verbitsky, reconoce el error, y lo lamenta. Y por mucho que nadie le crea o se lo permita, admite que él también es capaz de una estupidez. De un lado y del otro de la grieta, no paran de llover las piedras de los que jamás pecaron, y lo sepultan.

El affaire recuerda el explosivo caso de “los bolsos de López”, cuando la indignación gorila desbordó su propia pecera y anegó incluso el núcleo duro del kirchnerismo. Vestiduras rasgadas de un lado y del otro. Pero en ambos asuntos, la razón del escándalo es la misma: el error, el desliz, la falta -“el crimen”, si se quiere- no estaba ni está en los bolsos llenos de dinero inexplicable, ni en la vacuna otorgada a un “amigo”. El problema, en ambos casos, consiste en la ideología que ostentan los responsables: ser o pertenecer o apoyar un gobierno peronista. El resto son apenas excusas.

Porque un presidente argentino puede tener 50 off-shores, y no pasa nada. Es más, un presidente argentino puede modificar por decreto una ley aprobada por ambas cámaras del Congreso para permitir el blanqueo de la fortuna que él y su propia familia amasaron a partir de largos de años de fuga de divisas y evasión impositiva. Todo bien.

Un presidente argentino puede incluso entregarle a sus amigos centrales eléctricas, parque eólicos, infinitos buenos negocios; intervenir la justicia a través de una mesa judicial desde luego ilegal; utilizar los servicios de inteligencia del Estado para perseguir adversarios y de paso encarcelarlos; puede hostigar, presionar o eliminar fiscales y jueces para limpiar sus propios delitos; aumentar las tarifas de las autopistas de su propiedad para inmediatamente venderlas más caras; robarse el Correo y perseguir a quien lo investigue; reunirse con jueces para instruirlos sobre su fallos, y hasta sacrificar un submarino de la Armada Argentina con sus 44 tripulantes, y mucho más. Todo le es permitido.

Mejor, peor: un presidente argentino, incluso ilegítimo, puede saquear el Estado, destruir la industria nacional, secuestrar, torturar, asesinar y desaparecer miles y miles de personas, arrojar seres vivos pero narcotizados a las aguas del Río de la Plata, traficar recién nacidos, y mucho más, y tampoco pasará nada, los grandes medios lo seguirán aplaudiendo, y la justicia seguirá ausente. Apenas debe tomar la precaución de no ser peronista, y bueno, y por lo tanto, facilitar los grandes negocios de las grandes corporaciones que lo sustentan. Caso contrario…

De hecho en la Argentina ni siquiera hace falta ser presidente para transgredir la ley o carecer de la más mínima ética y seguir como si nada, basta apenas con ser antiperonista, y la protección mediática -y por lo tanto judicial-, estará asegurada.

La diputada Carolina Píparo y su marido intentaron asesinar a unos motociclistas, y ella sigue sin renunciar a su banca ni a su cargo como directora de Asistencia a las Víctimas. Todo bien. Pero un diputado peronista, en cambio, no podrá tocarle una teta a su esposa sin perder la banca.

Un presidente del Banco de la Nación Argentina puede otorgar créditos récords aun sabiéndolos incobrables, siempre y cuando los beneficiarios sean amigos, por muy fundidos que estén -caso González Fraga-Vicentín-, y ni siquiera será llamado a indagatoria, ya no detenido. Pero un ministro peronista, aún muriendo de cáncer, sufrirá prisión domiciliaria sin siquiera el permiso para tratar su enfermedad tan solo porque los grandes diarios lo acusan de encubrir a los responsables de la voladura de la AMIA. Tampoco importarán, ni se admitirán, las pruebas de su inocencia.

Oscar Aguad, Ministro de Defensa del gobierno macrista, puede perder un submarino, ocultar durante meses que ya lo encontró, mentir públicamente, cagarse en la tripulación sacrificada y en todos sus familiares, y seguir de vacaciones. Pero un ministro kirchnerista debe ir preso por una tragedia ferroviaria por mucho que el maquinista confiese que fue su culpa.

En dicha línea, las analogías posibles son innúmeras, ni vale la pena el inventario, porque la corrupción no importa: el corrupto es lo que importa. Si es peronista, o no. Ahí el error, el desliz, el verdadero delito: ser o pertenecer o apoyar a un gobierno peronista. El resto es espuma mediática, su consecuente agitación judicial, y desde luego, la correspondiente indignación pequeño burguesa, esa vieja tentación hipócrita de sentirse mejor que nadie apenas porque el otro fue descubierto, y nosotros no.


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