Relator de Boca, hablador
de fútbol, animador con pretensiones de periodista, entrevistador genuflexo, Alejandro Fantino decidió así nomás dedicarse al periodismo político sin ninguna
precaución ni más esfuerzos que ponerse un traje y cambiar de peinado. Imprudencia
fatal. Operado, engañado y espiado por sus propios panelistas, un día despertó explicando
públicamente que él no era un pederasta.
ANATOMÍA DE UN
BOLUDO
Relator
de fútbol -aunque solo de Boca-,
animador de programas deportivos -donde otros habladores hablan de los
profesionales de un deporte que nunca practicaron profesionalmente-; pese a su pobre
formación general, y a sus dificultades de expresión, un día Alejandro Fantino
decidió dar el gran salto en su carrera, y dedicarse al periodismo. Mejor, peor:
al periodismo político, y sin más esfuerzos, ni otras precauciones, que ponerse
un traje y cambiarse el peinado. Una
imprudencia fatal.
Así
nomás convirtió su programa Animales sueltos -en origen un rejunte de
cable, donde él y otros como él se pretendían graciosos –, en un ciclo diario dedicado
a debatir la actualidad política, acompañado, entre otros, por el operador
judicial de Clarín Daniel Santoro -a quien Fantino creía periodista, pero
terminó investigado por extorsión y espionaje ilegal-, y el falso abogado
Marcelo Dalessio, preso desde 2019, ya condenado por extorsión, y aún procesado
por espionaje ilegal, asociación ilícita, falsificación de documento público, y
más extorsión; y a quien sin embargo Fantino presentaba como “un héroe de la
lucha contra el narcotráfico”. Una suerte de “Batman”, decía. Qué boludo.
Entre
sus invitados frecuentes, estaba el oscuro Luis Barrionuevo, quien allí una
noche, en vivo, contó cómo habían apretado al joven financista Federico Elaskar para declarar en contra de Cristina Kirchner en la causa inventada de “la ruta
del dinero K”. Y mientras Barrionuevo, como un bandido orgulloso, se adentraba
en su confesión inconfesable, Fantino -pese a considerarse periodista-, trataba
de impedir la primicia, en protección del bandido: “¡Ojo que estamos en
vivo, Luis!”, le avisaba temeroso.
Atrapado
entre sus propias limitaciones, intentó la entrevista, un género en apariencia
simple, pero también peligroso dado su doble filo: tanto expone al
entrevistado, como al entrevistador. Así, aferrado a un estilo muy en boga en
la televisión argentina -basado en la genuflexión, el halago empalagoso, y la
pregunta previsible para lucimiento del entrevistado-; Fantino, sin embargo, nos
dejó momentos ya inolvidables, como cuando el hoy escondido Marcos Peña -entonces
jefe de gabinete de Macri-, le hacía tragar sin agua que el traficante de
dinero Luis Caputo -quien en breve hundiría a la Argentina en la deuda más grande
de su historia-, era “el Messi de las finanzas”.
Pero como la única certeza que ofrece la
estupidez, es reventar contra la verdad, por fin un día Fantino descubrió que la
política -y por lo tanto también el periodismo político- es un mar infestado de
grandes tiburones, donde no sirven de nada los buenos trajes ni el gel para el
pelo. Pero ya era tarde. Para entonces despertaba explicando públicamente que él
no se cogía pibes.
Era
marzo de 2018, y en el programa de su admiraba Mitha Legrand, Natacha Jaitt, en
vivo y sin vueltas, denunciaba un caso de pedofilia sistemática en las divisiones
inferiores del Club Independiente, acusando en primer lugar al representante Leonardo
Cohen Arazi, pero mencionando entre sus consumidores al periodista Carlos
Pagni, y el relator Alejandro Fantino, quien para entonces llevaba años desmintiendo
sendos romances con el exjugador Adrián “el Polaco” Bastía, y el cantante
Luciano Pereira. Pero esto era otra cosa.
En
su siguiente programa de animales, rápido Fantino salió a oscurecer para
aclarar. “Tener que salir a aclarar que uno no tiene nada que ver con esta
causa ni con el tema, está de más. Lo hago porque realmente mis seres queridos,
mi viejo, mis amigos, saben lo que soy como tipo. Ustedes no tienen por qué
saber lo que soy como persona". En fin.
Para
peor alguien advertía entonces la escalofriante similitud entre el logo de su
programa de animales, y el triángulo azul que usan como código los pederastas,
para identificar su preferencia por los menores varones. Ensuciado -sino sucio-,
burlado, vencido, se eligió víctima “de las mafias que enfrentamos”. Qué
risa.
Las
cosas ya no venían bien, cuando antes de un año Fantino descubría con espanto
que Daniel Santoro no era un gran periodista, sino más bien un operador y un espía
que incluso lo operaba y lo espiaba a él -y también lo entregaba-; y que
Marcelo Dalessio tampoco era Batman, ni siquiera abogado, sino apenas un delincuente.
A Dalessio se lo llevó la policía, a Santoro él mismo lo echó a empujones del
estudio. Demasiado tarde.
En
un intento desesperado por cambiar, salvar, o rellenar su imagen, sin dejar de exhibir
en las redes su musculatura de Photoshop; quiso al mismo tiempo darle alguna
sustancia a su formidable vacío, y de pronto empezó a decir que ”estudiaba a
los griegos”, mientras metía a Sócrates, Homero y Zeus en cualquier
comentario, sin distinguir entre dioses, filósofos o poetas. No hay mayor
ignorancia que la ilustrada.
Ya
en caída libre, a mediados del 22 amenazó con irse de América TV porque allí
nadie lo cuidaba, decía, y entonces descubrió que allí tampoco nadie lo
retenía. Se fue, lo fueron, algo así. Pocos meses después lo echaban de ESPN
por sus peleas de gallinero con el Pollo Vignolo y Mariano Closs.
Sin
credibilidad nunca, pero ahora también sin rating y sin espacio; salió
corriendo. Rifó la corbata, se sacó el saco, se despeinó a la moda, dejó la tevé
abierta, y por supuesto, el “periodismo político”, que creyó tan fácil; y ya rumbo
al olvido, como quien avanza mientras se repliega, se refugió en el streaming, desde
donde, aún hoy, de tanto en tanto, consigue distinguirse con sus propios papelones.
Como
cuando increpó a Gabriel Katopodis porque éste anunciaba el fin de la obra
pública, y allí nomás Fantino, con la bravura propia de un hablador de pizzería,
le juró que él mismo lo acompañaría a “romper todo”, si Milei hacía eso. Milei
hizo eso, claro, pero Fantino no invitó más a Katopodis, ni rompió nada. Al
contrario. La última vez que se lo vio en la tele, entrevistaba a Milei, que allí
le explicaba, entre imprecisiones, vaguedades y mentiras, lo bien que marchaba
el país según los bots falsos de un par de supermercados, mientras Fantino asentía
callado, con ese gesto tan típico suyo: los ojos como dos escarapelas, la boca
abierta, y el maxilar colgando. Como un auténtico boludo con cara de boludo.
* * *