////// Año XVIº /// Editor Anónimo: Daniel Ares /// "Prefiero ser martillo que yunque", Julio Popper ///

martes, 8 de diciembre de 2020

MEDIOS MEDIOS: LA LENTA MUERTE DE PÁGINA 12…

 

 

La agonía de la prensa gráfica es universal, ecuménica. La virtualidad y sus redes se la comen de a poco, y la terminan. Reducidos a instrumentos de poder y de negocios, los medios pierden credibilidad, y se autodestruyen. La falta de oficio y de imaginación de sus hacedores, hacen el resto. Clarín es una prueba. Le sigue, ahora, Página 12.

 

LOS DIARIOS TAMBIÉN SE MUEREN


 


Crítica, El Mundo, La Prensa, La Razón, Última Hora, Noticias… los diarios también se mueren. Algunos de manera abrupta, súbita, otros agonizan durante años, como Clarín, La Prensa o Página 12.

La Prensa, el viejo La Prensa, murió con la vuelta de la democracia, alcanzó su mediodía con la Fusiladora, y de allí el lento declinar hacia el ocaso. Resucitó en formato tabloide allá por 1994, para agonizar desde entonces, ya casi fantasmal.

Clarín resultaba incontestable, mucho más desde que distribuía el papel para la competencia. Y pese a su expresa complicidad con la Fusiladora primero y la dictadura genocida después, y pese a ser ya desde entonces un instrumento de poder, más que un producto periodístico, mantuvo su hegemonía en la opinión pública hasta su enfrentamiento con el kirchnerismo, cuando su credibilidad fue popularmente cuestionada, y definitivamente dañada. Según el IVC (Instituto de Verificación de Circulación), fue el diario que más lectores perdió en el quinceno 2003-2018. La constante caída en las mediciones de sus productos audiovisuales, marcan el pulso de su agonía. Pero este cronista había visto ya a fines de los años 80 una pintada en la esquina de Carlos Calvo y Defensa que avisaba desde entonces: “Nos mean, y Clarín dice que llueve”. Una muerte anunciada.

Página 12 fue la última novedad en diarios en la Argentina. Atento al avance de los medios audiovisuales, decidió ser un diario de análisis, investigación y opinión, más que de información, y sus tapas, lejos de anunciar, editorializaban con buena gráfica y humor. Jorge Lanata ya estaba en venta pero todavía nadie lo había comprado, eran los días dorados de Pasquini Duran, del mejor Bonasso, Horacio Verbitsky, las contratapas de Osvaldo Soriano, Eloy Martínez, Juan Gelman, el Tano Dal Masseto… altri tempi.  

Sombra de lo que fue, hoy Página 12 es un diario mal escrito y peor corregido, cuyas notas, apuradas o desganadas -cuando no pretensiosas- no llegan a ser artículos justamente por su falta de articulación en el desarrollo, y más bien parecen una pegatina de informaciones que se deshilachan como quien se desangra.

La imprecisión en la información era hasta no hace tanto algo impensable para Página. Hoy son frecuentes las fes de erratas, las aclaraciones y las explicaciones sobre lo que se quiso decir cuando se dijo lo que no se dijo -caso reciente, Acuña-Priebke-, cuando no los errores y las falsedades que, si pasan, pasan.

Pero si algo distinguía a Página 12 era su independencia frente al poder político, más allá de su orientación jamás oculta, de su parcialidad, sin renunciar al rigor informativo, la investigación y la primicia. Eso también se terminó allá por 2016, cuando el “sindicalista y empresario” Víctor Santa María, presidente del PJ Capital, y Secretario General del sindicato de los porteros, se hizo cargo del diario, y a poco de andar, echó a Verbitsky porque este insistía con denunciar a Mauricio Macri. Allí quedó expuesta la fractura que lo rompió.

Desde entonces Página, como Clarín, dejó de ser un producto periodístico para convertirse en un instrumento de poder político, y por lo tanto, de negocios. Inspirado en Magnetto, Santa María comprendió el asunto.

Ahora, mientras se cocina por dentro entre problemas gremiales y económicos, amenazado como todos los diarios del mundo por la virtualidad y sus redes, reducida su suerte al público progre-peronista que le regalan los otros medios, Página 12 agoniza despacio, pero seguro.

Convertido ya en un suplemento de su propio suplemento Las 12, la temática feminista casi no deja espacio para el deporte o las internacionales, mientras abunda en historias autorreferentes, repetitivas, y previsibles desde sus títulos.

Sus viejos grandes columnistas sobrevivientes -Wainfeld, Bruchstein, Granovsky- parecen apurados o desganados. Wainfeld insiste con un tono enunciativo que nunca se resuelve en conclusiones ni información, sino apenas en interpretaciones que se presumen análisis, y conjeturas y proyecciones que la realidad desbarata con frecuencia. Bruchstein se limita a comentar la actualidad como en una sobremesa por escrito, sin aportar información ni sorpresa tampoco. Granosvky también parece cansado.

Eduardo Aliverti, alambicado y lento, capaz de complicar la frase más simple, se extiende durante párrafos y párrafos entre sinónimos y rebusques para decir lo que ya sabíamos que iba a decir. Mempo Giardinelli, siempre indignado, dice lo de siempre y siempre a los gritos, pero nada nuevo nunca. Y a la semana se repite.

Algunos redactores, como Fernando Cibeira, Werner Pertot, y/o  Romina Calderaro, son literalmente ilegibles, y no solo por sus problemas sintácticos y gramaticales.

Exceptuando el Cash, sostenido por los buenos trabajos de Alfredo Zaiat, Raúl Dellatorre y David Cufré, los otros suplementos son cada vez más elitistas, endogámicos, y fatuos, como el Radar. El Radar Libros, en cambio, no pasa de ser un chivo de las novedades editoriales que lo sustentan. ¿Sátira 12 sería gracioso? Las 12 no hace falta, fue dicho, para eso está el diario. Líbero, el deportivo, acaso por su propia esencia, parece escrito con los pies.

Las contratapas, las famosas contratapas de Página, hace rato que no importan más. José Pablo Feinmann divaga, se enrosca en sus propios silogismos para terminar desparramado entre conceptos confusos, neblinosos. Noé Jitrik sabe mucho de literatura, lo que no lo convierte en escritor, y confunde el artículo con el ensayo en ripios ilegibles, sobre todo por aburridos. Fresán, con sus módulos inarticulados y su “homo-ego”, sólo habla de sí mismo, y de otras minucias que tampoco importan. Enrique Medina parece escribir las suyas mientras hace otra cosa. Las contratapas, las famosas contratapas de Página 12, tampoco importan ya.

El chiste de tapa es cada día más triste, como Rudy, y ni el pirulo de tapa se salvó, cuyo espíritu destacaba en muy pocas líneas un detalle revelador y relevante, mientras hoy suele ser una especie de copete de una de las notas interiores, o una curiosidad rescatada de las redes dos o tres días tarde.

Encorsetado por las operaciones políticas y los variados negocios del propio Santa María -que por ejemplo le cedió el hotel de los porteros en la Triple Frontera a la hermana de Horacio Rodríguez Larreta, mientras al mismo tiempo impulsaba la candidatura de su pareja Gisella Marziota junto a Lamens contra aquél-, hirviendo en conflictos internos, financieros y fiscales, sin control de calidad, sin ideas o sin ganas, Página 12 también se muere.

La agonía de la prensa gráfica, es ecuménica, universal. La virtualidad y sus redes se la comen de a poco. Pero la degeneración del oficio del periodismo en propaganda, y sobre todo, la falta de imaginación de sus propios hacedores, son su tiro de gracia.


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martes, 1 de diciembre de 2020

EL MARTIYO SALUDA A DIEGO MARADONA…


 

Se puede escribir sobre la tristeza, incluso con tristeza, pero no cuando la tristeza te saca las ganas de escribir. Pasan los días y su ausencia se instala definitiva, inadmisible pero cierta. Diego Maradona ha muerto, y por lo tanto, ya nunca morirá. El Martiyo lo saluda.

 

UN MUNDO SIN MARADONA




 

“Yo ya viví”.

Diego A. Maradona

 

Sus ojos se cerraron y el mundo se detuvo. Las multitudes de toda la tierra, los desheredados y los jefes de estado, los pueblos y sus naciones suspendieron su día y se olvidaron de la pandemia y salieron a llorarlo, a despedirlo. Las rotativas de todos los diarios y todas las revistas, se pararon; se interrumpieron las transmisiones de todos los canales y todas las radios del mundo. Los estadios vacíos de todo el planeta, se llenaron de un silencio distinto, absoluto. Un duelo global, sin precedentes, como la peste, ennegreció de luto las redes sociales, las calles y las paredes de Quito a Pekín, de Londres a Damasco, de Fiorito a Montmartre. Había muerto un dios.

Nada más natural que la muerte, y sin embargo nada igual había sucedido nunca. Jamás antes una muerte había conmovido a la gran humanidad. Ni un hombre, ni mucho menos un futbolista. Había muerto una creencia, una fe, otra ilusión de eternidad. Murió lo que nunca iba a morir y que sin embargo murió. Lo inconcebible había sucedido.  

Las palabras no servían más. Nada bastaba para decir el dolor, el estupor. Periodistas y comentaristas, artistas, políticos, todos, nadie decía nada. Balbuceaban entre frases hechas y adjetivos inútiles la tremenda tristeza de perder un solo hombre que había sido tantos, todas esas multitudes que pasan los días y lo siguen llorando mientras su ausencia se establece lenta pero definitiva, inadmisible y cierta. Parafraseando a Bioy con Borges, ahora habrá que pensar, y vivir, un mundo sin Maradona.

Pero en ese mundo, Maradona ya es inmortal, ya nunca morirá. Los hombres como él no mueren nunca, un día se diluyen en su pueblo y son para siempre. Y su pueblo fue el mundo, la buena gente de todo el mundo, la que supo perdonarle sus miserias porque nunca les mintió, porque los hizo felices, la que sufrió sin resentimientos la fortuna del anonimato, la que comprendió su vida sin paz entre la pobreza y la gloria, la que se  alegró con él, por él, la que sintió propias sus victorias, y sus derrotas, la que nunca lo vio del lado de los poderosos, de los opresores, de los traidores… esa gente le dará vida toda la vida.

Diego, el hombre, Diego el tangible, se murió. Capaz de cualquier hazaña, por qué no pensar que se murió simplemente porque se le dio la gana, porque no quería más, cansado de una vida que ya no le gustaba, que nunca más iba a darle lo que tanto le había dado, solo o mal acompañado, inválido, enfermo, harto, “yo ya viví”, dijo y se fue, como se fue siempre, de cualquier lado, cuando se le dio la gana… ¿Por qué no?.

Pasan los días y el mundo vuelve a andar. Despacio, dolorido como aturdido, sin olvido, con pena. Los medios, entusiasmados con las ventas y las mediciones, no sueltan el hueso y revuelven su tumba. Un ejército de abogados se dispone a la batalla de sus sucesores y sus bienes. El circo no se va. Habladores a sueldo, médicos de pronto, jueces de siempre, buscan culpables y los encuentran de a montón. Pero todo eso también pasará, se acallarán sus gritos, se perderán sus nombres, serán olvido. Todo pasará. Diego, en cambio, no. 

Nunca. 

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viernes, 6 de noviembre de 2020

DEL QUE HABLA DE IRSE, Y DEL QUE SE FUE Y VOLVIÓ…

Sin más esperanza que el caos, los grandes medios alientan la diáspora, y varios de sus figurines más sonoros amenazan con dejar el país sin que ninguno termine de explicar en qué consistiría exactamente la amenaza.
Pero alrededor del circo, de sus payasos y sus bestias, está el público expectante, la masa de ilusos que alucina la tierra prometida de “un país serio” que a la vez sin embargo nunca encuentran en los mapas.
En primera persona, apenas aterrizado de regreso a la patria al cabo de veinte años en el extranjero, me permito estas líneas.   

 

 

DEL QUE VUELVE 
AL QUE SE VA


 
 



“Partir es morir un poco”
Jorge Luis Borges
 
“La vida es vida en todas partes”
Fiodor Dostoievski
 
 


Más divertidos que Los Tres Chiflados de pronto algunos mediáticos amenazan con irse del país sin que se entienda del todo en qué consiste la amenaza.
La evasora y fugadora serial Susana Giménez, el engolado Oscar Martínez, el despechado González Oro, el payaso rabioso de Alfredo Casero; la pobre Cristina Pérez, el pobre Eduardo Feinman (nadie quisiera ser ellos); Juanita Viale y Jonatan Viale -que no son hermanos aunque operen para el mismo páter-; el desgraciado Baby Echecopar –quería ser actor, y acabó siendo él-, son sólo algunos de los que impulsan el éxodo. Sin embargo lo dicen con tono de amenaza. Es gracioso.
¿Seríamos un país más pobre, menos culto, si por fin se va Susana Giménez?... Hoy que el gremio actoral sufre como pocos los rigores de la pandemia, ¿sería tan grave que Oscar Martínez y Alfredo Casero dejaran espacio a otra gente?... ¿Seríamos incapaces, como nación, de reemplazar a la mínima Cristina Pérez, al insignificante Eduardo Feinman?... ¿Baby Echecopar?... qué risa.
Tampoco saben muy bien a dónde ir, en este mundo apestado y en plena recesión. Los grandes medios -cuya sola esperanza es el caos-, alientan la diáspora y hablan de Uruguay, Australia, Suecia, Júpiter… pero las ilusiones duran lo que tarda el público en informarse de verdad.
Porque debajo y detrás de todos esos habladores, está la masa de ilusos que sueña un nuevo Eldorado en un planeta que revienta por todas sus costuras entre una pandemia universal, y la ruina sucesiva de cualquiera de sus economías, grandes, medianas, chicas, o miserables. Creen que existe eso que llaman “un país serio”, y aunque nunca consiguen ubicarlo en los mapas, saben que allí sin sudar demasiado reconocerán sus talentos aquí inadvertidos. 
Creen que en “cualquier lugar” estarán mejor que “en este país de mierda”, porque el mismo delirio les impone el desprecio por el lugar donde nacieron y donde tienen todos los derechos que en ningún otro lado volverán a tener.
Y esto porque la inmensa mayoría de ellos no conoce ningún otro país. Tal vez visitó alguno, o varios, puede ser, pero no vivió en ninguno, no conoce ninguno. Hizo turismo, claro, fue de vacaciones a gastar dólares, y creyó que la gente le sonreía porque “allá” era más amable. Pero en ninguno de esos países sufrió su justicia, su salud, su seguridad, su fisco, su burocracia, su día a día, y sus otros… Pasó una semana en un all inclusive de Punta Cana, y desde entonces cree que República Dominicana es una potencia mundial.
Nunca fue un chicano en los Estados Unidos, ni un sudaca en Europa, ni un gringo en Brasil, ni siquiera un curepí en el Paraguay. Que se vaya. Que pruebe. Que se entere.
En sus locas ilusiones cree que la inseguridad es un invento argentino. Bueno. Que pruebe en Brasil, donde las grandes organizaciones del crimen como el Comando Vermelho, y sobre todo el PCC -o en su defecto los comandos paramilitares que nacieron para combatirlas-, funcionan como estados paralelos en guerra permanente en cualquier calle de cualquier ciudad y a cualquier hora. Que prueben si no en los Estados Unidos, meca de los serial killers, los asesinos en masa, y el crimen organizado; (y eso cuando el peligro no es la propia policía, racista y brutal, sobre todo con los negros y los chicanos y los inmigrantes en general). Que vaya, sí. Que vaya a Europa si quiere seguridad, pero que no tome el tren en Atocha, que evite los subtes de Londres, los teatros de Francia, las plazas de Alemania, y que ni se le ocurra mencionar a Alá… Que vaya, sí. Que pruebe. Que se entere.
Alucinan que los problemas económicos o laborales se resuelven con solo cruzar la frontera, que “allá” el provenir existe y reluce, que entonces no habrá más pena ni olvido, y está bien, porque ese espejismo es la chispa de la historia de todas las migraciones del mundo. Que vayan. Si temen que tales fantasías puedan redundar en futuras frustraciones, que vayan, que no se queden con las ganas. Pero que sepan.
Dejar el país, irse, vivir en Europa, en una playa tropical, en París o Nueva York, son fantasías habituales, como jugar en la Selección, triunfar en Hollywood, o ganarse el Nobel… Pero luego hay que irse de verdad, dejarlo todo, afectos, amigos, calles, bares, lengua, y partir… porque como dicen los italianos, una cosa es morir, y otra molto diverso é parlare de morire. Nada que ver.
El que de verdad se vaya -no el hablador- debe saber que allí donde vaya será un extranjero. Parece una obviedad, pero es un badajo de hierro colgando del cuello para siempre. Si se quiere tener una idea más precisa de lo  que digo, vale reparar en cómo se trata a los extranjeros en la Argentina. Bolivianos, paraguayos, peruanos… el que de verdad se vaya, que mire, que observe, que se ponga en sus lugares. Porque más antes que después, allí donde vaya, escuchará el viejo grito “si no te gusta volvete a tu país”.
Debe saber que además de un extranjero, será, en cualquier lugar del mundo, un argentino. Y entonces la descarga de la sorpresa que significa descubrir la diferencia que hay entre lo que un argentino cree que es un argentino, y lo que el resto del mundo cree que es un argentino.
Debe saber que las gracias por Maradona duran cinco minutos, que rara vez somos bienvenidos, que los brasileros nos sonríen cuando vamos de vacaciones porque llevamos dólares, no porque son más alegres; que en Europa nos miran de reojo porque ni todos somos Messi, que algunos ni siquiera nos distinguen de colombianos o mexicanos o bolivianos, que muchos ni siquiera saben muy bien dónde queda la Argentina; que el resto de los latinoamericanos nos mira incluso algo peor porque en general nos creemos algo mejor, en fin… que el resto del mundo también está lleno de prejuicios y xenofobias y racismos y chauvinismos, que no inventamos nada, que no somos más que nadie, si te vas mejor saberlo.
Y es importante además recordar que si no sos astrónomo, físico nuclear, cardiocirujano cuando menos, entonces tu mayor virtud será tu indefensión social, y si conseguís trabajo es porque tenés apremios pero no papeles, y entonces tampoco tendrás vacaciones, aguinaldos ni francos… y eso siempre y cuando las cosas vayan bien. En general, lejos y solo, se complican.
Escribo estas líneas con la autoridad que me confieren veinte años de exilio, acaso voluntario, podría decirse, pero si bien se los revisa, los exilios nunca son del todo voluntarios. Veinte años. Cinco en Europa -protegido y muy bien acompañado- y los últimos quince en una playa tropical de esas que salen en todas las postales, y donde tampoco la pasé del todo mal. Nada reclamo. Agradezco a los dos países. Pero no me limito a mi experiencia. Hablo de lo que sé, de lo que viví y lo que vi, de la cantidad de historias de extranjeros que un día dejaron de hablar y lo dejaron todo y se fueron en serio, y de muchos a los que les fue bien, y a muchos mal, y a la gran mayoría igual que en cualquier parte, pero ninguno jamás encontró el paraíso de sus fantasías, y todos en todas partes llegaron a decir, en algún momento, ¡qué país de mierda!, y tampoco dejaron jamás de sentir esas ganas de volver que siempre vuelven.
Porque eso también tiene que saberlo el que se va: irse es difícil, seguro… pero volver puede serlo mucho más.  A veces, incluso, imposible.
Ahora que se vayan.  
Yo estoy de vuelta.


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martes, 22 de septiembre de 2020

MEDIOS MEDIOS: LA MEDIOCRIDAD MEDIÁTICA…

 

 

La brutal represión sufrida por enfermeras y enfermeros a manos de la Policia Metropolitana, nada aporta sobre las características morales de Horacio Rodríguez Larreta y su gobierno. Pero a cambio expone con toda claridad la decadencia de la industria periodística argentina de un lado y del otro de la grieta. Para fortuna de los unos, los otros siempre pueden ser peores.  


LA SUERTE DE LAS DEBACLES

 




Así como el bobo letal de Fernando De La Rua le tiró la Montada encima a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, así ayer la policía de Rodríguez Larreta reprimió con su acostumbrada brutalidad a las enfermeras y enfermeros en plena pandemia. La comparación sirve a su vez para marcar la diferencia: a De La Rua Magnetto ya no lo quería más.

Hoy ninguno de sus dos grandes diarios, ni Clarín ni La Nazión -porque en términos políticos los dos son suyos- mencionan el hecho en sus tapas. Todos sabemos por qué, y sin embargo, o por lo mismo, también podemos imaginar qué hubieran hecho si la misma represión, incluso menos brutal, la ordenaba Kicillof en la Provincia.

Ventas y mediciones nos avisan que cada vez importa menos lo que digan estos medios, que pescan reducidos a la pecera del odio de su propio público, que el eco multiplicado por sus incontables medios es sonido y furia y nada más, hipertrofia capitalina, espuma de la rabia que se deshace en las urnas. Pero allá ellos con su debacle.

Más interesante, cuando no preocupante, fue la reacción de los otros medios, los que no les responden, los que podrían hacer algo más que llorar por las víctimas o mostrarlas en sus páginas y pantallas narrando el maltrato una vez y otra vez.

A 24 horas del escándalo, vale preguntarse: ¿A nadie se le ocurre, mejor, entrevistar a Diego Santilli, responsable de la seguridad de CABA, y por lo tanto de la represión de ayer? Y si lo llamaron y no quiso hablar ¿por qué nadie nos cuenta que lo llamaron y prefirió esconderse? Todos los días lo tenemos en todos los canales inventariando sus progresos, subestimando la pandemia, empujando a los chicos pobres a las plazas y a la gente a las calles para que Magnetto no se le enoje… pero desde ayer no aparece. Nadie lo encuentra.

A 24 horas del escándalo, tampoco se sabe qué gremio reúne a esas enfermeras y enfermeros, cuál es el delegado responsable de protegerlos, ¿por qué nadie lo entrevista? ¿no lo encuentran? ¿no lo buscan? ¿está en yunta con Larreta?... No se sabe. No se entiende.

De un lado y del otro de la grieta, estos hechos evidencian eso: la decadencia general de la industria periodística argentina, que hace mucho, es cierto, que no hace periodismo, que se limita al show, cuando no a la operación política; a la propaganda, cuando no al mero espectáculo de la actualidad. No es de extrañar que hoy celebren cuatro puntos de rating los mismos que ayer se amargaban con veinte. La debacle es general.

Cuando a unos y otros se les cuestionan estas cosas, la respuesta suele ser de índole presupuestaria. No tenemos gente, no tenemos viáticos, no tenemos móviles… No mienten. La caída en las ventas y las mediciones, redunda en un recorte de costos, lo cual resiente la calidad del producto, y esto a su vez provoca una caída en las ventas, que supone una baja en los recursos, y así giran sin parar en un círculo vicioso como un remolino que succiona para abajo, y se los lleva.

La derrota en las última presidenciales, fue una demostración contundente del poder de los más grandes medios, la verdadera utilidad de sus blindajes y operaciones. Doce años de anticristinismo rabioso, cuatro años de manejar el Estado, pervertir la justicia, todas las instituciones, y hasta permitirse en plena democracia perseguir, espiar y encarcelar adversarios… y con todo y tanto acaban perdiendo la reelección, y en primera vuelta.

Pero si alguna suerte todavía les queda, es la precariedad de los pocos medios masivos que los enfrentan -C5N, Página 12 (los intentos de verdad independientes como El Destape, El Cohete a la Luna, Tiempo, tampoco pescan más allá de su propia pecera)-, las notas mal corregidas, apuradas o desganadas cuando no pretenciosas; la fugacidad de las coberturas en nombre del “ritmo televisivo” por encima de la hondura de los informes; la autorreferencia agotadora de sus presentadores presentados como periodistas –“yo creo”, “a mí me parece”, “en mi experiencia personal”, y otros enfoques que no le importan más que a ellos -; las entrevistas abruptas despachando a los entrevistados en mitad de un razonamiento; las preguntas repetidas porque no escuchan las respuestas, el facilismo de soltar un micrófono por las calles para que cualquiera diga cualquier cosa y rellenar espacio…

El tema del día es el mismo para todos. La agenda no se discute. Se trata apenas de un juego de espejos, imágenes iguales, pero invertidas. Y todos corren detrás de lo que tiene el otro para que a nadie le falte lo mismo, que por lo general es nada.

Pasan las horas y seguimos sin saber por qué Diego Santilli les pegó a las enfermeras, ni cómo se llama el gremialista que debiera protegerlas… y el tema ya desaparece de los medios.

La suerte propia es la debacle ajena.


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viernes, 18 de septiembre de 2020

EDUARDO DUHALDE, o el síndrome de Johnny Wessmüller…

 

 

Que la Argentina es un país de oportunidades, lo demuestra mejor que nadie Eduardo Duhalde, quien luego de un fracaso electoral accedió a la presidencia de la Nación, le mintió a los ahorristas, juró retirarse de la política, volvió y volvió a perder, y aun reconociéndose como sicótico, todavía habla.

 

LA LEYENDA DE TARZÁN



 

Intendente de Lomas de Zamora, vicepresidente del primer Menem, gobernador de la Provincia de Buenos Aires durante el segundo, Eduardo Duhalde quiso ser presidente en el 99, pero perdió con De la Rua, cuya impericia letal le permitió acceder al poder sin precisar que lo vote nadie.  

Así en 2002 inició su interinato presidencial, y apenas asumió les prometió a los ahorristas argentinos que habían depositado dólares, que les devolverían dólares. Pero luego fue Héctor Magnetto y le explicó que la deuda de Clarín era tan grande, que valía lo mismo que el Grupo, y que si él no la pesificaba, ellos desaparecían. Entonces Dhualde tuvo que elegir entre Clarín, y los ahorristas argentinos. El final de esta historia te lo cuenta cualquiera.

Abortado por fin su interinato cuando su policía asesinó a Darío Kosteki y Maximiliano Santillán, Duhalde juró públicamente retirarse de la política. Otra vez no cumplió, y en las presidenciales de 2011 se presentó como candidato a la presidencia acompañado por Mario das Neves y bajo el lema Frente Popular. Ganó en un solo distrito donde sacó el 36,56 % de los votos: las bases militares de la Antártida Argentina. A nivel nacional, en cambio, obtuvo el 5,86% contra el 54,11 de Cristina Fernández y Amado Boudou. No lo soportó. Hemingway tenía razón: el hombre está preparado para la muerte, no para ser destruido.

Desde entonces, la destrucción, el resentimiento, y el peso específico de sus verdaderos dueños y representados (Clarín, Techint, la policía, los militares), arrojaron a Eduardo Duhalde a una especie de limbo político donde él ambula entre fantasmas y fantasías, dice lo que dice que no piensa, se confiesa sicótico, y vuelve a derrapar. Por mucho esfuerzo que ponga Clarín, ese Pinocho también se les rompió.  

Una vez Johnny Wessmüller, el mítico Tarzán, visitó la Argentina. Estaba viejo, y no estaba bien. Un programa de entonces lo trajo como atracción, y luego quedó unos días yirando por la ciudad. Allí donde aparecía, le pedían su célebre grito. El hombre lo intentaba, y la gente igual aplaudía. Pero una noche lo llevaron a escuchar unos tangos al Viejo Almacén de Edmundo Rivero, y allí también la concurrencia le pidió su grito, y él se levantó y empezó a intentarlo. Una vez y otra vez, y ya no paró de intentarlo hasta que por fin se lo llevaron. No estaba bien.

Eduardo Duhalde tampoco. Ya por aquellos días de su destrucción política en 2011, comenzaron a circular por ámbitos políticos y periodísticos rumores de su senectud y sus desvaríos. Cada tanto desaparecía de la escena, y se decía que era por eso. Pero como el viejo Tarzán, cada tanto vuelve y prueba gritar en público esperando el viejo aplauso.

Y siempre alguien lo aplaude, más bien.

Aquella noche en El Viejo Almacén los presentes también aplaudieron a Johnny Wessmüller.

Hasta que se lo llevaron.




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miércoles, 9 de septiembre de 2020

LA VIEJA Y MALDITA POLICÍA BONAERENSE…



 Agentes de la Policía de la Provincia de Buenos Aires -al cabo de cuatro años de silencio aún perdiendo el 30% de su salario- desconocen el orden institucional usurpando las armas y los móviles que les dio el pueblo. Sin organización y sin orden, llevan reclamos salariales y laborales, pero también políticos; mientras invocan el valor y el sacrificio del buen policía. 
Como si fuera posible borrar a los gritos toda la historia de sus crímenes.


BASTARDOS SIN GLORIA

                                           



No debe haber en la historia de la Argentina una institución más despreciada y temida que la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Conseguir esa marca, no fue tarea fácil, les llevó años. Alguna vez fueron conocidos por garroneros, mangueros, coimeros, y otras pillerías menores. Pero cuando llegó la dictadura, el General Ramón Camps -asesino en masa-, los organizó para el crimen. 
Comenzaron con el secuestro, la tortura, la desaparición de personas, y/o, el asesinato. Se volvieron célebres por temibles como un ejército aparte. De sus filas surgieron grandes criminales como los comisarios Miguel Echecolatz o Luis Abelardo Patti, o el inefable capellán rabioso Cristian Von Wernich; hoy los tres condenados a prisión perpetua.
Un día la dictadura cayó, y Camps por fin se fue. El odio, el oprobio y el cáncer se lo comieron de a poco. Pero para entonces la Bonaerense ya era la Maldita Policía, y en adelante sus hombres aparecerían involucrados sin falta en los delitos más graves: secuestro extorsivo, trata de personas, contrabando, narcotráfico, asalto a mano armada, zonas liberadas, apremios ilegales, falsificación de documentos, y desde luego, homicidio.
Se podrá decir que nada de esto la distingue de otras policías provinciales, pero la Bonaerense es la organización armada más grande el país, incluyendo a las FFAA.
Es sabido que la policía suele nutrirse de jóvenes de clase media baja, chicos sin grandes oportunidades, atraídos más que nada por una salida laboral, un sueldo seguro, una obra social, etc. Por ello en casi todos los casos, la vocación de servicio es ninguna. Luego estos jóvenes, sin demasiada formación personal tampoco, reciben una placa y una pistola que suele infundirles cierto complejo de superioridad frente al civil, y con frecuencia, dicho complejo redunda en un peligroso resentimiento. En tal sentido, la Bonaerense no es peor que otras policías. Pero es la más grande, y tal vez por eso la más famosa, y la más despreciada
Hoy cuenta con 90 mil agentes, y acumula más de 40 mil denuncias por irregularidades, tan sólo en los últimos cuatro años, y según un informe realizado en diciembre de 2019 por la Auditoría de Asuntos Internos. O sea, una denuncia cada dos agentes.     
Según el Ministerio de Seguridad bonaerense, entre diciembre de 2015 y noviembre de 2019, se iniciaron 39.392 sumarios por motivos que van de la extorsión a las irregularidades “graves”, pasando por la violencia de género, e institucional. 2300 agentes fueron entonces exonerados, 13.685 apartados, 3000 suspendidos mientras se los investiga, y 1007 están detenidos.
Del total de sumarios se desprende también que un 7% responde a indisciplinas menores, como abandono de servicio; un 6% son investigaciones patrimoniales; un 10 es por irregularidades en dependencias policiales, otro 10 por violencia de género, un 12 por excesos en el uso de la fuerza, y un 55% (cincuenta y cinco) por corrupción, tópico que incluye asociaciones ilícitas, zonas liberadas, protección a narcotraficantes, o tráfico de drogas. Cuando no las consumen.
El año pasado se realizaron controles toxicológicos programados sobre apenas 3300 agentes, de los cuales sólo el 0,3% arrojó resultados positivos. Pero cuando las mismas pruebas se realizaron sin previo aviso, el porcentaje subió al 3%, pese a que sólo se hizo sobre 800 agentes. O sea, un crecimiento superior al 400%.
Otra de las grandes distinciones de la fuerza, es el enriquecimiento ilícito.  A partir de 2015, se iniciaron por esto 2.168 sumarios contra oficiales, parientes y posibles testaferros. El número de investigados asciende a 3.500, 218 ya fueron denunciados ante la Justicia, y 11 procesados ante la Unidad de Información Financiera (UIF) por lavado de activos.
Hoy, ahora -siendo las seis de la tarde-, desde ayer y todavía -y al cabo de cuatro años calladitos mientras perdían el 30% de su salario-,muchos de estos delincuentes -arengados por Patricia Bullrich y otros vestigios de la derrota- decidieron sublevarse, desconocer el orden institucional, y por lo tanto, atentan contra la democracia. Rodean la casa de gobierno de la provincia, y amenazan la Quinta Presidencial usurpando las armas y los móviles que les da el Estado y les paga el pueblo. Sin organización y sin orden, llevan reclamos salariales, laborales, judiciales y políticos, personales y afectivos, bien no se entiende. Depende a quién le toque el micrófono de los canales que los excitan. Algunos se cuelgan de una torre, otros le dan al bombo, otros se enojan por la domiciliara de Lázaro Baez… y algunos incluso todavía se preguntan por qué la gente los desprecia tanto.


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miércoles, 24 de junio de 2020

CLARÍN/LA NAZIÓN: DEL ANTIPERONISMO AL ANTIPERIODISMO…



El pozo de mierda sin fondo descubierto en la AFI macrista, contiene más ingredientes sensacionales que el famoso caso Watergate. Sin embargo Clarín y La Nazión no se enteran de nada en una demostración terminal de la decadencia periodística sufrida al cabo de tantos años de hacer cualquier cosa, menos periodismo.

EL SILENCIO Y LA FURIA




Hace falta una inteligencia en declive -o deshecha por el odio-, para no sentirse subestimado al leer Clarín o La Nazión, cuando ya la única utilidad que brindan se limita a la masa menguante de sus lectores, y consiste en ofrecerle una cobertura argumental para el odio inconfesable que la convoca. Pero a pesar de sus creyentes, un medio periodístico que no sirve para informarse, ya no sirve para nada. La autodestrucción es su dinámica.
   Ríos de tinta que no cesan comenzaron a correr en 1972 a partir del escándalo conocido como Watergate, un caso de espionaje ilegal revelado por The Washington Post, y que acabaría en la renuncia del presidente Richard Nixon; entre otras cosas, por espiar a sus adversarios políticos valiéndose de elementos de la CIA, el FBI, y la policía local. Más allá de pormenores que no vienen al caso, la historia acabó convertida en un hito del periodismo de investigación y su alcance de fuego.
   Incluso hace menos de un año –el 8/8/19-, el propio Clarín recordaba el caso, reverenciando la importancia del periodismo de investigación para el bien de la democracia, y coso. La Nazión también lo evoca con frecuencia, en un intento casi gracioso por compartir alguna especie de gloria corporativa.
   Sin embargo, ninguno de estos medios muestra el más mínimo interés por la cloaca reventada en la AFI macrista. Agentes arrepentidos no paran de confesar en un festival de la canción, dan nombres, datos, fechas; parte vital de Cambiemos ya se presentó como querellante -Larreta, Vidal, Ritondo, Santilli-; el escándalo involucra en línea directa a Patricia Bullrich y Mauricio Macri; hay elementos de la AFI, del Ministerio de Seguridad y de la Policía Metropolitana; se conocieron informes, fotos y grabaciones de figuras políticas, sindicales y judiciales -propias y ajenas, familiares incluidas-; se confesaron operaciones, operativos y operetas, intervenciones telefónicas y de correos electrónicos, seguimientos personales y hasta atentados con explosivos… pero Clarín y La Nazión no se enteran de nada.
   En sus ediciones diarias se copian titulares sobre las caídas de la economía y el empleo (siempre en la Argentina, las del resto del mundo también las desconocen); embisten contra CFK porque habla o porque se calla, porque se peina o se despeina; alientan la pandemia, el amontonamiento y sus muertes, y desesperan por vender sus productos televisivos amenazados por las mediciones en caída libre. De la AFI ni mu.
   Como el que calla otorga, un silencio semejante en medios de tanta importancia, revela a su vez la importancia del caso, sus complicidades, y sus temores. Ya no parece posible tergiversar, malinformar, ni siquiera mentir, nada. Son tantos y tan contundentes los hechos, que sólo les queda ignorarlos, negarlos. Mejor no hablar de ciertas cosas.
   Lo que surge -lo que no para de surgir- de la investigación en marcha sobre la AFI del “vivo” de Arribas, reúne todos lo ingredientes del caso Watergate, y un bonus track ideal para Netflix. Porque lo de Nixon eran “sólo negocios”, y acá hubo “algo personal”. Además de la saña general, está otra vez el espionaje sobre hermanas y cuñados, y esto recién empieza… El Washington Post, el New York Time, se mearían por una historia así. La Nazión y Clarín ni la registran.  
   Ya no vale la pena preguntarse qué hubieran hecho estos mismos medios si ese volcán de estiércol estallaba sobre el gobierno de Cristina Kirchner. Todos lo sabemos, de un lado y del otro de la grieta. Ya no importa.
   Lo que importa es el odio, la codicia y sus consecuencias. Los dos diarios más importantes del país, se desangran así, desprestigiados por las desmentidas constantes, por las operaciones encubiertas cada tanto descubiertas (Santoro, Dalessio, Alconada Mom), por las “fe de erratas” en las que ya nadie cree, por los silencios descarados; limitados a la arenga ya incapaces de informar, reducidos a papel picado, inservibles a no ser para encender un fuego o envolver un desperdicio… y sus ediciones virtuales ya ni siquiera para eso.
   Recorrieron un largo camino desde el antiperonismo hasta el antiperiodismo. Pero llegaron.




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martes, 16 de junio de 2020

16 DE JUNIO: DÍA NACIONAL DEL TERRORISMO ARGENTINO...



BAUTISMOS DE FUEGO




Un día como hoy de 1955 se inauguraba el terrorismo en la Argentina, cuando oficiales de la Armada y la Aeronáutica pasaban a la clandestinidad, secuestraban 34 aviones propiedad de las Fuerzas Armadas del Estado, bombardeaban la Plaza de Mayo y acribillaban sus calles aledañas asesinando más de 300 personas y dejando más de 700 heridos en tres incursiones que empezaron poco después del mediodía, y acabaron hacia las cuatro de la tarde, cuando el teniente primero de la Fuerza Aérea Carlos Carus, soltó desde su Glooster la última bomba sobre la multitud. Nacía en la Argentina la subversión terrorista.
Porque lejos de ser apresados, juzgados y condenados, aquellos asesinos en masa fueron perdonados y después glorificados por buena parte de la ciudadanía. A partir de entonces, cualquier cosa podía suceder.
Tanto así fue, que tres meses más tarde aquellos subversivos derrocaban al gobierno democrático, se alzaban con el poder, y antes de un año se largaban a fusilar militares, militantes y obreros en la noche de los basurales. Y tampoco entonces nadie hizo nada.
Al contrario.
La derecha y sus embajadas aplaudían con rabia, pero también la izquierdita argentina. Desde su lustroso periódico La Vanguardia, el socialista Américo Gioldi vivaba los muertos al grito de “se acabó la leche de la clemencia”; mientras el otro gran socialista de lo hora, don Alfredo Palacios, era embajador en el Uruguay. Todos estaban de acuerdo, y así el terrorismo subversivo dejó de ser subversivo. Ya era cuestión de Estado. Ahora todo era posible. Nunca más nada debería sorprendernos. Ni siquiera una insurrección armada, ni siquiera un genocidio.
Bajo un manto de neblina y silencio, antes de ayer se cumplió otro aniversario de la capitulación firmada por el general Mario Menéndez en Puerto Argentino ante su par británico Jeremy Moore.
En rigor de la verdad histórica, el documento se firma poco después de la medianoche del 14, pero queda fechado el 14 a las 23.59. 
Las conversaciones con Jeremy Moore habían comenzado temprano, apenas pasado el mediodía, pero el acuerdo se retrasa, entre otras razones, porque Menéndez no podía garantizar con su rendición la rendición de la Fuerza Aérea, cuyos pilotos aún a esa hora aterraban y destruían a la Flota Real y a sus tropas. Ni siquiera podía garantizar que con él se rindieran los pilotos Aeronavales, que tanto daño les habían provocado.
Desde la Segunda Gran Guerra la Royal Navy no sufría el hundimiento de un solo buque. En Malvinas le hundieron siete, y otra decena quedó fuera de combate. De los 41 barcos de guerra que llevó a las Islas, sólo tres volverían intactos a Porthmouth. Los aviadores argentinos, aeronáuticos y navales, les habían dado una paliza histórica. Los ingleses nunca los olvidarían, por mucho que nosotros sí. 
Es una pena que ninguna de las dos Fuerzas -ni la Aeronáutica ni la Armada-, jamás hayan hecho público un arrepentimiento institucional por aquellos subversivos del 16 de junio de 1955, despegando así, del Día Fundacional del Terrorismo en la Argentina, sus respectivos bautismos de fuego.





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viernes, 12 de junio de 2020

Las Tapitas de Clarín - Hoy 13/6/56: Los fusilamientos de la Fusiladora...

LAS TAPITAS DE Clarín


Un día Clarín agregó un “atractivo” a su deslucido portal, que nos atrajo a nosotros también, y por ello saludamos al monstruoso monopolio, no sin gratitud. Lo cortés no quita nada, suma.
Y lo saludamos con gratitud porque pese a que pretendieron restringir el recurso a un juego de autorreferencias narcisistas titulando desde el vamos “Mirá la tapa del día que naciste”; El Martiyo advirtió allí, en cambio, una maravillosa herramienta para revisar, día por día, la historia argentina de las últimas décadas, a partir de la confesión de parte uno de sus principales gestores: Clarín.
Y maravillados por la maravilla, decidimos consagrarle una sección que de alguna manera encierra el juego  “dime qué dijiste y te diré quién eres”, pero que en gratitud a tan generoso recurso, optamos por reconocer la marca que lo brinda, y le pusimos directamente: Las tapitas de Clarín. Que se hagan cargo.
Esperamos la disfruten, los entretenga, les recuerde, o los despierte. 




El 9 de junio de 1956 el general Juan José Valle encabezó un levantamiento cívico-militar contra la dictadura impuesta en setiembre del año anterior bajo el tragicómico mote de "Revolución Libertadora", y que a partir de entonces pasaría a la historia como "Revolución Fusiladora".
Tres días después, el 12 de junio, el asesino en masa Pedro Eugenio Aramburu -entonces presidente de facto- ordenó el fusilamiento de dieciocho civiles y diecisiete militares, entre ellos el general Juan José Valle. La esposa del general Valle intentó reunirse con el asesino para implorarle piedad, pero éste ni la recibió. Como empeñado en labrar su destino para al cabo morir fusilado por fusilador.
Al día siguiente de la masacre, 13 de junio de 1956, Clarín ofrece en tapa un reportaje exclusivo -y meloso- al vicepresidente de facto -y también asesino en masa-, Isaac Francisco Rojas, donde se habla de la “represión a la intentona”, se alude a los fusilamientos sin nombres ni repreguntas; y apenas se consigna, abajo, a la izquierda, de última: “Fue aplicada la ley marcial al general Valle”, en tanto el diario silencia los otros crímenes, como preparándose desde ya para ignorar el genocidio por venir.  


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viernes, 3 de abril de 2020

MALVINAS: LA GUERRA MALDITA...



El Martiyo pone online una vez más el blog Malvinas,diario de la guerra, una crónica de aquellos días narrada por quien que tuvo la suerte de ser un corresponsal periodístico cuando tenía la edad para ser un soldado. 
Se advierte al lector que este diario no responde a los lugares comunes acuñados por el Foreign Office y difundidos por sus repetidores locales: la cortina de humo de Galtieri, los pobres chicos de la guerra, la desigualdad frente al imperio… 
Malvinas fue otra cosa.



LA GUERRA MALDITA







La Guerra por las Malvinas es el hecho maldito de la intelectualidad nacional. Por izquierda o por derecha, surge el tema y nadie sabe muy bien dónde ponerse.
Cuesta ponerse en contra cuando se trata de la única gesta soberana concreta frente al aborrecido invasor británico en ya 187 años de ocupación del territorio nacional. Las Malvinas son argentinas, eso sólo puede dudarlo Macri, ni siquiera sus votantes.
Pero cuesta ponerse a favor cuando esa gesta la decide y conduce la cúpula de la última dictadura militar y su banda de genocidas, quienes en un broche de oro a su medida, ni bien vieron a los ingleses cerca salieron corriendo de las Islas con sus camperas de duvet intactas.
Si bien la derrota facilitó las conclusiones fáciles -una victoria sería, aún dada, inconcebible -, cuesta escapar a los tres o cuatro lugares comunes que a partir de reducciones formidables, pretenden explicar uno de los episodios más complejos de nuestra historia.
Pesa escuchar o leer cada año para la misma fecha, las mismas liviandades. La cortina de humo de Galtieri, los pobres chicos muertos de frío y de hambre, los borceguíes que nunca llegaron, ¡la locura de enfrentar tan luego nosotros a un enemigo tanto más poderoso!... Además de su facilismo explícito, es innegable el fervor colonial que todas estas teorías entrañan.
¿Era tan “igual” la guerra que llevó a cabo el flamante Ejército Argentino contra el invasor español? Se trataba de una de las dos grandes potencias de la hora -como si dijéramos hoy China o Estados Unidos- contra soldados dispuestos “a pelear en pelotas, como nuestros paisanos los indios”, nos recuerda tan luego San Martín.
¿Puede una cortina de humo de urgencia ser sin embargo planificada años antes? El imaginario sin imaginación gusta porfiar que el paro con movilización organizado por la CGT el 30 marzo, desató la recuperación de las Islas el 2 de abril. La recuperación de las Islas era una antigua obsesión de la Armada, llevaba años de planificación, y fue una de las condiciones que Anaya le impuso a Gatieri para apoyar la destitución de Viola y su ascenso al poder. Pensada para principios de la primavera, el episodio Davidoff en Georgias desató la escalada en el inicio del otoño.
¿Alguien recuerda, por acaso, que en 1983 se cumplían los 150 años de la ocupación británica, y que según la extensa lucha diplomática si antes la Argentina no ejecutaba su soberanía se perdían para siempre los derechos sobre las Islas?...  
En el fondo de todas nuestras desgracias está la banalidad con que encaramos cualquier asunto.
Este blog no es un ensayo ni pretende una teoría original. Es un diario retrospectivo, una crónica elaborada con la información que alumbraron los años, apuntes que guardé de aquellos días, y lo que retuvo la memoria, diálogos, momentos, escenas, esas cosas que nunca se olvidan.
La historia de la Guerra por las Malvinas es un poco mucho más compleja que las reducciones del Foreign Office y sus repetidores locales. Sus testigos, sus cronistas, entre todos, con los años, acaso, logremos algo de luz sobre su larga noche.
Este diario y su crónica son solo eso. Un aporte más en memoria de esa guerra que tratamos de olvidar, y que tal vez por eso seguimos sin entender. Sin querer entender.
Toda guerra es maldita, pero acaso esta más que ninguna.




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domingo, 15 de marzo de 2020

CORONAVIRUS: LA LECCIÓN DE LA PESTE…




Amenazada por un microbio a simple vista invisible, amalgamada por la pandemia, la humanidad entera encuentra por fin su enemigo común, histórica oportunidad. 
No hay vacuna, no hay antídoto, no hay sistema de salud que aguante o llegue a tiempo. 
La sola esperanza que nos queda es que todos y cada uno de nosotros, entienda la importancia colectiva del individuo que somos. 
La derrota está casi asegurada. 
Pero el juego es así.

Todos o Nada




“Era un ser sin importancia colectiva, 
apenas un individuo”.
L. F. Céline

Consumidas dos décadas ya del siglo XXI, en plena revolución tecnológica, mientras exploramos la superficie de Marte y de taquito resolvemos el genoma humano, la idea de un microbio invisible que devasta al mundo es tan inconcebible por humillante, que hasta las grandes potencias se animan a teorías conspirativas según las cuales sólo el hombre es capaz de destruir lo que es incapaz de crear. Desesperada ilusión.
El virus avanza y mata. Deja el Oriente y arrasa Europa, desembarca en América, viaja y sigue. Pero Washington acusa a Beijing, y viceversa. Como chicos perdidos en un castillo vacío, le gritan a nadie. No se resignan a sus mínimas relevancias, a sus reales importancias nulas. Como en la parábola de la paja y la viga, alucinan enemigos extraños porque no quieren ver la propia impericia.
La realidad nos superó hace rato. Las cosas están fuera de control. El palpable desastre ambiental en el que nos hundimos; la desigualdad, jamás tan obscena; las guerras, que no cesan y se refinan; los movimientos migratorios y la tragedia de sus refugiados que cada día importa menos (digámoslo todo); la injusticia social, el hambre y la miseria que seguimos sin resolver; el descrédito inédito de las instituciones pilares de la democracia -la política, la justicia, los medios-; la usura -ni el Ser ni Dios ni siquiera el Trabajo-, la usura en el altar de las naciones; la violencia, que es flagelo y espectáculo; la globalización y su hiperconectividad, cuyos beneficios seguimos sin advertir… al cabo de tantos siglos, milenios de civilización, esto es lo que tenemos. Menos que nada. Una bacteria nos demuele.
Monotemáticos y repetitivos, vagos y vanos, los medios masivos aprovechan la ocasión para exhibirse en toda la extensión de su mediocridad, su falta de imaginación, su futilidad y su agonía. El tema les resulta suficiente, casi no hace falta más nada. Habladores de incierta idoneidad y cualquier procedencia, auguran, aseguran, aconsejan, se contradicen, dicen y se desdicen mientras espantan a la audiencia, aterrada, sí, pero sobre todo aburrida. Ellos también son parte de este mundo y del fracaso que se lo lleva.
A diez mil metros sobre el nivel de la realidad, los mandatarios, sorprendidos, desconcertados, impotentes, reaccionan como pueden, como quien no sabe bien qué hacer. Cuatro a cero abajo, revientan pelotas en el fondo de la cancha y pasan de la nada al todo, de subestimar el virus a cerrar las fronteras, de recomendar calma, a sembrar el pánico. Bien no saben qué hacer.
En Europa los ajustes pregonados por el FMI, de pronto suenan a emboscada. Emmanuel Macron, primer ministro de Francia, redescubre, liberal él, los beneficios del Estado y la salud pública. Italia a su vez lamenta los recortes en el sector hartos de curar extranjeros, negros y pobres. En España colapsan los hospitales públicos que supieron despreciar. Angela Merkel avisa que pronto más de la mitad de los alemanes caerá enferma. Pomposo y suficiente, Donald Trump se ríe del virus, pero el virus lo acorrala: su sistema de salud no aguanta un estornudo. Mientras tanto en la Argentina, la oposición -vestigios de la derrota que supieron conseguir- reclama acciones y explicaciones después de haber eliminado el Ministerio de Salud. Todos parecen aturdidos.
Sin embargo ingenuo, infantil, ante la catástrofe colectiva, el individuo que somos insiste con salvarse solo. Las masas desbordan las góndolas, arrasan con el alcohol en gel, el jabón, el papel higiénico, los barbijos… si no dejan nada para el vecino, les da lo mismo. Al virus también. Sin importancia colectiva, el individuo insiste. Ingenuo, infantil. Inútilmente.
Pero amalgamados por la pandemia, de pronto ha sonado la hora del Todos. No hay vacuna, no hay antídoto, no hay sistema de salud que aguante o llegue a tiempo, no hay más que un todos por todos en cada uno de nosotros, lavarse las manos, mantener la higiene, evitar contactos, aislarse en caso de dudas… en plena revolución tecnológica, nada más podemos hacer.
Y acaso esa es la lección.
De pronto comprendemos que todos dependemos de todos y que todos somos cada uno de nosotros.
Por primera vez en la historia el planeta entero, la humanidad completa, tiene su enemigo común. Un bichito mínimo, a simple vista invisible, impalpable, incoloro, inodoro y seguramente insípido. Desde luego esperábamos algo mejor, más espectacular, más cinematográfico… alguna vez incluso soñamos con un apocalipsis de jinetes y trompetas, y… La Gran Humanidad, que se jacta a diario de haber alcanzado el futuro en pleno presente, de pronto devastada por algo menos que un insecto. Sorpresa y espanto. Sorpresa espantosa.
Si el virus fue implantado a propósito como parte de los enfrentamientos entre China y Estados Unidos, hoy poco importa, quizá mañana de haber mañana. Y tampoco importa si fue un error humano, un frasquito mal cerrado, un boludo inoperante… El enemigo ya está entre nosotros, avanza y hay que enfrentarlo, y ahora lo que importa es aprender, por fin y cuanto antes, que no somos nada si no somos todos.

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