Que la Argentina
es un país de oportunidades, lo demuestra mejor que nadie Eduardo Duhalde,
quien luego de un fracaso electoral accedió a la presidencia de la Nación, le
mintió a los ahorristas, juró retirarse de la política, volvió y volvió a perder,
y aun reconociéndose como sicótico, todavía habla.
LA LEYENDA DE
TARZÁN
Intendente de Lomas de Zamora, vicepresidente del primer Menem, gobernador de la Provincia de Buenos Aires durante el segundo, Eduardo Duhalde quiso ser presidente en el 99, pero perdió con De la Rua, cuya impericia letal le permitió acceder al poder sin precisar que lo vote nadie.
Así en 2002 inició su interinato presidencial, y apenas asumió les prometió a los ahorristas argentinos que habían depositado dólares, que les devolverían dólares. Pero luego fue Héctor Magnetto y le explicó que la deuda de Clarín era tan grande, que valía lo mismo que el Grupo, y que si él no la pesificaba, ellos desaparecían. Entonces Dhualde tuvo que elegir entre Clarín, y los ahorristas argentinos. El final de esta historia te lo cuenta cualquiera.
Abortado por fin su
interinato cuando su policía asesinó a Darío Kosteki y Maximiliano Santillán,
Duhalde juró públicamente retirarse de la política. Otra vez no cumplió, y en
las presidenciales de 2011 se presentó como candidato a la presidencia acompañado
por Mario das Neves y bajo el lema Frente Popular. Ganó en un solo distrito
donde sacó el 36,56 % de los votos: las bases militares de la Antártida
Argentina. A nivel nacional, en cambio, obtuvo el 5,86% contra el 54,11 de
Cristina Fernández y Amado Boudou. No lo soportó. Hemingway tenía razón: el
hombre está preparado para la muerte, no para ser destruido.
Desde entonces,
la destrucción, el resentimiento, y el peso específico de sus verdaderos dueños
y representados (Clarín, Techint, la policía, los militares), arrojaron a
Eduardo Duhalde a una especie de limbo político donde él ambula entre fantasmas
y fantasías, dice lo que dice que no piensa, se confiesa sicótico, y vuelve a
derrapar. Por mucho esfuerzo que ponga Clarín, ese Pinocho también se les
rompió.
Una vez Johnny Wessmüller,
el mítico Tarzán, visitó la Argentina. Estaba viejo, y no estaba bien. Un
programa de entonces lo trajo como atracción, y luego quedó unos días yirando
por la ciudad. Allí donde aparecía, le pedían su célebre grito. El hombre lo
intentaba, y la gente igual aplaudía. Pero una noche lo llevaron a escuchar
unos tangos al Viejo Almacén de Edmundo Rivero, y allí también la concurrencia
le pidió su grito, y él se levantó y empezó a intentarlo. Una vez y otra vez, y
ya no paró de intentarlo hasta que por fin se lo llevaron. No estaba bien.
Eduardo Duhalde
tampoco. Ya por aquellos días de su destrucción política en 2011, comenzaron a
circular por ámbitos políticos y periodísticos rumores de su senectud y sus
desvaríos. Cada tanto desaparecía de la escena, y se decía que era por eso.
Pero como el viejo Tarzán, cada tanto vuelve y prueba gritar en público
esperando el viejo aplauso.
Y siempre alguien
lo aplaude, más bien.
Aquella noche en
El Viejo Almacén los presentes también aplaudieron a Johnny Wessmüller.
Hasta que se lo
llevaron.
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