La brutal
represión sufrida por enfermeras y enfermeros a manos de la Policia
Metropolitana, nada aporta sobre las características morales de Horacio
Rodríguez Larreta y su gobierno. Pero a cambio expone con toda claridad la decadencia
de la industria periodística argentina de un lado y del otro de la grieta. Para
fortuna de los unos, los otros siempre pueden ser peores.
LA SUERTE DE LAS
DEBACLES
Así como el bobo letal
de Fernando De La Rua le tiró la Montada encima a las Madres y Abuelas de Plaza
de Mayo, así ayer la policía de Rodríguez Larreta reprimió con su acostumbrada
brutalidad a las enfermeras y enfermeros en plena pandemia. La comparación
sirve a su vez para marcar la diferencia: a De La Rua Magnetto ya no lo quería
más.
Hoy ninguno de
sus dos grandes diarios, ni Clarín ni La Nazión -porque en términos políticos
los dos son suyos- mencionan el hecho en sus tapas. Todos sabemos por qué, y sin
embargo, o por lo mismo, también podemos imaginar qué hubieran hecho si la
misma represión, incluso menos brutal, la ordenaba Kicillof en la Provincia.
Ventas y
mediciones nos avisan que cada vez importa menos lo que digan estos medios, que
pescan reducidos a la pecera del odio de su propio público, que el eco multiplicado
por sus incontables medios es sonido y furia y nada más, hipertrofia
capitalina, espuma de la rabia que se deshace en las urnas. Pero allá ellos con
su debacle.
Más interesante,
cuando no preocupante, fue la reacción de los otros medios, los que no les responden,
los que podrían hacer algo más que llorar por las víctimas o mostrarlas en sus
páginas y pantallas narrando el maltrato una vez y otra vez.
A 24 horas del escándalo,
vale preguntarse: ¿A nadie se le ocurre, mejor, entrevistar a Diego Santilli,
responsable de la seguridad de CABA, y por lo tanto de la represión de ayer? Y
si lo llamaron y no quiso hablar ¿por qué nadie nos cuenta que lo llamaron y
prefirió esconderse? Todos los días lo tenemos en todos los canales
inventariando sus progresos, subestimando la pandemia, empujando a los chicos
pobres a las plazas y a la gente a las calles para que Magnetto no se le enoje…
pero desde ayer no aparece. Nadie lo encuentra.
A 24 horas del
escándalo, tampoco se sabe qué gremio reúne a esas enfermeras y enfermeros,
cuál es el delegado responsable de protegerlos, ¿por qué nadie lo entrevista?
¿no lo encuentran? ¿no lo buscan? ¿está en yunta con Larreta?... No se sabe. No
se entiende.
De un lado y del
otro de la grieta, estos hechos evidencian eso: la decadencia general de la
industria periodística argentina, que hace mucho, es cierto, que no hace
periodismo, que se limita al show, cuando no a la operación política; a la
propaganda, cuando no al mero espectáculo de la actualidad. No es de extrañar
que hoy celebren cuatro puntos de rating los mismos que ayer se amargaban con veinte.
La debacle es general.
Cuando a unos y
otros se les cuestionan estas cosas, la respuesta suele ser de índole
presupuestaria. No tenemos gente, no tenemos viáticos, no tenemos móviles… No
mienten. La caída en las ventas y las mediciones, redunda en un recorte de
costos, lo cual resiente la calidad del producto, y esto a su vez provoca una
caída en las ventas, que supone una baja en los recursos, y así giran sin parar
en un círculo vicioso como un remolino que succiona para abajo, y se los lleva.
La derrota en las
última presidenciales, fue una demostración contundente del poder de los más
grandes medios, la verdadera utilidad de sus blindajes y operaciones. Doce años
de anticristinismo rabioso, cuatro años de manejar el Estado, pervertir la
justicia, todas las instituciones, y hasta permitirse en plena democracia perseguir,
espiar y encarcelar adversarios… y con todo y tanto acaban perdiendo la
reelección, y en primera vuelta.
Pero si alguna
suerte todavía les queda, es la precariedad de los pocos medios masivos que los
enfrentan -C5N, Página 12 (los intentos de verdad independientes como El
Destape, El Cohete a la Luna, Tiempo, tampoco pescan más allá de su propia
pecera)-, las notas mal corregidas, apuradas o desganadas cuando no
pretenciosas; la fugacidad de las coberturas en nombre del “ritmo televisivo” por
encima de la hondura de los informes; la autorreferencia agotadora de sus
presentadores presentados como periodistas –“yo creo”, “a mí me parece”, “en mi
experiencia personal”, y otros enfoques que no le importan más que a ellos -;
las entrevistas abruptas despachando a los entrevistados en mitad de un razonamiento;
las preguntas repetidas porque no escuchan las respuestas, el facilismo de
soltar un micrófono por las calles para que cualquiera diga cualquier cosa y rellenar
espacio…
El tema del día
es el mismo para todos. La agenda no se discute. Se trata apenas de un juego de
espejos, imágenes iguales, pero invertidas. Y todos corren detrás de lo que
tiene el otro para que a nadie le falte lo mismo, que por lo general es nada.
Pasan las horas y
seguimos sin saber por qué Diego Santilli les pegó a las enfermeras, ni cómo se
llama el gremialista que debiera protegerlas… y el tema ya desaparece de los
medios.
La suerte propia
es la debacle ajena.
* * *
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Como tantos medios públicos, EL Martiyo no deja de ser privado, y por lo tanto se reserva el derecho de pubicar o no los comentarios recibidos.