Sin más esperanza que el caos, los grandes medios alientan
la diáspora, y varios de sus figurines más sonoros amenazan con dejar el país
sin que ninguno termine de explicar en qué consistiría exactamente la amenaza.
Pero alrededor del circo, de sus payasos y sus bestias,
está el público expectante, la masa de ilusos que alucina la tierra prometida
de “un país serio” que a la vez sin embargo nunca encuentran en los mapas.
En primera persona, apenas aterrizado de regreso a la
patria al cabo de veinte años en el extranjero, me permito estas líneas.
“Partir es morir un
poco”
Jorge Luis Borges
“La vida es vida en
todas partes”
Fiodor Dostoievski
Más divertidos que Los Tres Chiflados de pronto algunos
mediáticos amenazan con irse del país
sin que se entienda del todo en qué consiste la amenaza.
La evasora y fugadora serial Susana Giménez, el engolado Oscar Martínez, el despechado González Oro, el payaso rabioso de Alfredo Casero; la pobre Cristina Pérez, el pobre Eduardo Feinman (nadie quisiera ser ellos); Juanita Viale y Jonatan Viale -que no son hermanos aunque operen para el mismo páter-; el desgraciado Baby Echecopar –quería ser actor, y acabó siendo él-, son sólo algunos de los que impulsan el éxodo. Sin embargo lo dicen con tono de amenaza. Es gracioso.
¿Seríamos un país más pobre, menos culto, si por fin se va Susana Giménez?... Hoy que el gremio actoral sufre como pocos los rigores de la pandemia, ¿sería tan grave que Oscar Martínez y Alfredo Casero dejaran espacio a otra gente?... ¿Seríamos incapaces, como nación, de reemplazar a la mínima Cristina Pérez, al insignificante Eduardo Feinman?... ¿Baby Echecopar?... qué risa.
Tampoco saben muy bien a dónde ir, en este mundo apestado y en plena recesión. Los grandes medios -cuya sola esperanza es el caos-, alientan la diáspora y hablan de Uruguay, Australia, Suecia, Júpiter… pero las ilusiones duran lo que tarda el público en informarse de verdad.
Porque debajo y detrás de todos esos habladores, está la masa de ilusos que sueña un nuevo Eldorado en un planeta que revienta por todas sus costuras entre una pandemia universal, y la ruina sucesiva de cualquiera de sus economías, grandes, medianas, chicas, o miserables. Creen que existe eso que llaman “un país serio”, y aunque nunca consiguen ubicarlo en los mapas, saben que allí sin sudar demasiado reconocerán sus talentos aquí inadvertidos. Creen que en “cualquier lugar” estarán mejor que “en este país de mierda”, porque el mismo delirio les impone el desprecio por el lugar donde nacieron y donde tienen todos los derechos que en ningún otro lado volverán a tener.
La evasora y fugadora serial Susana Giménez, el engolado Oscar Martínez, el despechado González Oro, el payaso rabioso de Alfredo Casero; la pobre Cristina Pérez, el pobre Eduardo Feinman (nadie quisiera ser ellos); Juanita Viale y Jonatan Viale -que no son hermanos aunque operen para el mismo páter-; el desgraciado Baby Echecopar –quería ser actor, y acabó siendo él-, son sólo algunos de los que impulsan el éxodo. Sin embargo lo dicen con tono de amenaza. Es gracioso.
¿Seríamos un país más pobre, menos culto, si por fin se va Susana Giménez?... Hoy que el gremio actoral sufre como pocos los rigores de la pandemia, ¿sería tan grave que Oscar Martínez y Alfredo Casero dejaran espacio a otra gente?... ¿Seríamos incapaces, como nación, de reemplazar a la mínima Cristina Pérez, al insignificante Eduardo Feinman?... ¿Baby Echecopar?... qué risa.
Tampoco saben muy bien a dónde ir, en este mundo apestado y en plena recesión. Los grandes medios -cuya sola esperanza es el caos-, alientan la diáspora y hablan de Uruguay, Australia, Suecia, Júpiter… pero las ilusiones duran lo que tarda el público en informarse de verdad.
Porque debajo y detrás de todos esos habladores, está la masa de ilusos que sueña un nuevo Eldorado en un planeta que revienta por todas sus costuras entre una pandemia universal, y la ruina sucesiva de cualquiera de sus economías, grandes, medianas, chicas, o miserables. Creen que existe eso que llaman “un país serio”, y aunque nunca consiguen ubicarlo en los mapas, saben que allí sin sudar demasiado reconocerán sus talentos aquí inadvertidos. Creen que en “cualquier lugar” estarán mejor que “en este país de mierda”, porque el mismo delirio les impone el desprecio por el lugar donde nacieron y donde tienen todos los derechos que en ningún otro lado volverán a tener.
Y esto porque la inmensa mayoría de ellos no conoce
ningún otro país. Tal vez visitó alguno, o varios, puede ser, pero no vivió en
ninguno, no conoce ninguno. Hizo turismo, claro, fue de vacaciones a gastar
dólares, y creyó que la gente le sonreía porque “allá” era más amable. Pero en
ninguno de esos países sufrió su justicia, su salud, su seguridad, su fisco, su
burocracia, su día a día, y sus otros… Pasó una semana en un all inclusive de
Punta Cana, y desde entonces cree que República Dominicana es una potencia
mundial.
Nunca fue un chicano en los Estados Unidos, ni un sudaca en Europa, ni un gringo en Brasil, ni siquiera un curepí en el Paraguay. Que se vaya. Que pruebe. Que se entere.
En sus locas ilusiones cree que la inseguridad es un invento argentino. Bueno. Que pruebe en Brasil, donde las grandes organizaciones del crimen como el Comando Vermelho, y sobre todo el PCC -o en su defecto los comandos paramilitares que nacieron para combatirlas-, funcionan como estados paralelos en guerra permanente en cualquier calle de cualquier ciudad y a cualquier hora. Que prueben si no en los Estados Unidos, meca de los serial killers, los asesinos en masa, y el crimen organizado; (y eso cuando el peligro no es la propia policía, racista y brutal, sobre todo con los negros y los chicanos y los inmigrantes en general). Que vaya, sí. Que vaya a Europa si quiere seguridad, pero que no tome el tren en Atocha, que evite los subtes de Londres, los teatros de Francia, las plazas de Alemania, y que ni se le ocurra mencionar a Alá… Que vaya, sí. Que pruebe. Que se entere.
Alucinan que los problemas económicos o laborales se resuelven con solo cruzar la frontera, que “allá” el provenir existe y reluce, que entonces no habrá más pena ni olvido, y está bien, porque ese espejismo es la chispa de la historia de todas las migraciones del mundo. Que vayan. Si temen que tales fantasías puedan redundar en futuras frustraciones, que vayan, que no se queden con las ganas. Pero que sepan.
Dejar el país, irse, vivir en Europa, en una playa tropical, en París o Nueva York, son fantasías habituales, como jugar en la Selección, triunfar en Hollywood, o ganarse el Nobel… Pero luego hay que irse de verdad, dejarlo todo, afectos, amigos, calles, bares, lengua, y partir… porque como dicen los italianos, una cosa es morir, y otra molto diverso é parlare de morire. Nada que ver.
El que de verdad se vaya -no el hablador- debe saber que allí donde vaya será un extranjero. Parece una obviedad, pero es un badajo de hierro colgando del cuello para siempre. Si se quiere tener una idea más precisa de lo que digo, vale reparar en cómo se trata a los extranjeros en la Argentina. Bolivianos, paraguayos, peruanos… el que de verdad se vaya, que mire, que observe, que se ponga en sus lugares. Porque más antes que después, allí donde vaya, escuchará el viejo grito “si no te gusta volvete a tu país”.
Debe saber que además de un extranjero, será, en cualquier lugar del mundo, un argentino. Y entonces la descarga de la sorpresa que significa descubrir la diferencia que hay entre lo que un argentino cree que es un argentino, y lo que el resto del mundo cree que es un argentino.
Debe saber que las gracias por Maradona duran cinco minutos, que rara vez somos bienvenidos, que los brasileros nos sonríen cuando vamos de vacaciones porque llevamos dólares, no porque son más alegres; que en Europa nos miran de reojo porque ni todos somos Messi, que algunos ni siquiera nos distinguen de colombianos o mexicanos o bolivianos, que muchos ni siquiera saben muy bien dónde queda la Argentina; que el resto de los latinoamericanos nos mira incluso algo peor porque en general nos creemos algo mejor, en fin… que el resto del mundo también está lleno de prejuicios y xenofobias y racismos y chauvinismos, que no inventamos nada, que no somos más que nadie, si te vas mejor saberlo.
Y es importante además recordar que si no sos astrónomo, físico nuclear, cardiocirujano cuando menos, entonces tu mayor virtud será tu indefensión social, y si conseguís trabajo es porque tenés apremios pero no papeles, y entonces tampoco tendrás vacaciones, aguinaldos ni francos… y eso siempre y cuando las cosas vayan bien. En general, lejos y solo, se complican.
Escribo estas líneas con la autoridad que me confieren veinte años de exilio, acaso voluntario, podría decirse, pero si bien se los revisa, los exilios nunca son del todo voluntarios. Veinte años. Cinco en Europa -protegido y muy bien acompañado- y los últimos quince en una playa tropical de esas que salen en todas las postales, y donde tampoco la pasé del todo mal. Nada reclamo. Agradezco a los dos países. Pero no me limito a mi experiencia. Hablo de lo que sé, de lo que viví y lo que vi, de la cantidad de historias de extranjeros que un día dejaron de hablar y lo dejaron todo y se fueron en serio, y de muchos a los que les fue bien, y a muchos mal, y a la gran mayoría igual que en cualquier parte, pero ninguno jamás encontró el paraíso de sus fantasías, y todos en todas partes llegaron a decir, en algún momento, ¡qué país de mierda!, y tampoco dejaron jamás de sentir esas ganas de volver que siempre vuelven.
Porque eso también tiene que saberlo el que se va: irse es difícil, seguro… pero volver puede serlo mucho más. A veces, incluso, imposible.
Ahora que se vayan.
Yo estoy de vuelta.
Nunca fue un chicano en los Estados Unidos, ni un sudaca en Europa, ni un gringo en Brasil, ni siquiera un curepí en el Paraguay. Que se vaya. Que pruebe. Que se entere.
En sus locas ilusiones cree que la inseguridad es un invento argentino. Bueno. Que pruebe en Brasil, donde las grandes organizaciones del crimen como el Comando Vermelho, y sobre todo el PCC -o en su defecto los comandos paramilitares que nacieron para combatirlas-, funcionan como estados paralelos en guerra permanente en cualquier calle de cualquier ciudad y a cualquier hora. Que prueben si no en los Estados Unidos, meca de los serial killers, los asesinos en masa, y el crimen organizado; (y eso cuando el peligro no es la propia policía, racista y brutal, sobre todo con los negros y los chicanos y los inmigrantes en general). Que vaya, sí. Que vaya a Europa si quiere seguridad, pero que no tome el tren en Atocha, que evite los subtes de Londres, los teatros de Francia, las plazas de Alemania, y que ni se le ocurra mencionar a Alá… Que vaya, sí. Que pruebe. Que se entere.
Alucinan que los problemas económicos o laborales se resuelven con solo cruzar la frontera, que “allá” el provenir existe y reluce, que entonces no habrá más pena ni olvido, y está bien, porque ese espejismo es la chispa de la historia de todas las migraciones del mundo. Que vayan. Si temen que tales fantasías puedan redundar en futuras frustraciones, que vayan, que no se queden con las ganas. Pero que sepan.
Dejar el país, irse, vivir en Europa, en una playa tropical, en París o Nueva York, son fantasías habituales, como jugar en la Selección, triunfar en Hollywood, o ganarse el Nobel… Pero luego hay que irse de verdad, dejarlo todo, afectos, amigos, calles, bares, lengua, y partir… porque como dicen los italianos, una cosa es morir, y otra molto diverso é parlare de morire. Nada que ver.
El que de verdad se vaya -no el hablador- debe saber que allí donde vaya será un extranjero. Parece una obviedad, pero es un badajo de hierro colgando del cuello para siempre. Si se quiere tener una idea más precisa de lo que digo, vale reparar en cómo se trata a los extranjeros en la Argentina. Bolivianos, paraguayos, peruanos… el que de verdad se vaya, que mire, que observe, que se ponga en sus lugares. Porque más antes que después, allí donde vaya, escuchará el viejo grito “si no te gusta volvete a tu país”.
Debe saber que además de un extranjero, será, en cualquier lugar del mundo, un argentino. Y entonces la descarga de la sorpresa que significa descubrir la diferencia que hay entre lo que un argentino cree que es un argentino, y lo que el resto del mundo cree que es un argentino.
Debe saber que las gracias por Maradona duran cinco minutos, que rara vez somos bienvenidos, que los brasileros nos sonríen cuando vamos de vacaciones porque llevamos dólares, no porque son más alegres; que en Europa nos miran de reojo porque ni todos somos Messi, que algunos ni siquiera nos distinguen de colombianos o mexicanos o bolivianos, que muchos ni siquiera saben muy bien dónde queda la Argentina; que el resto de los latinoamericanos nos mira incluso algo peor porque en general nos creemos algo mejor, en fin… que el resto del mundo también está lleno de prejuicios y xenofobias y racismos y chauvinismos, que no inventamos nada, que no somos más que nadie, si te vas mejor saberlo.
Y es importante además recordar que si no sos astrónomo, físico nuclear, cardiocirujano cuando menos, entonces tu mayor virtud será tu indefensión social, y si conseguís trabajo es porque tenés apremios pero no papeles, y entonces tampoco tendrás vacaciones, aguinaldos ni francos… y eso siempre y cuando las cosas vayan bien. En general, lejos y solo, se complican.
Escribo estas líneas con la autoridad que me confieren veinte años de exilio, acaso voluntario, podría decirse, pero si bien se los revisa, los exilios nunca son del todo voluntarios. Veinte años. Cinco en Europa -protegido y muy bien acompañado- y los últimos quince en una playa tropical de esas que salen en todas las postales, y donde tampoco la pasé del todo mal. Nada reclamo. Agradezco a los dos países. Pero no me limito a mi experiencia. Hablo de lo que sé, de lo que viví y lo que vi, de la cantidad de historias de extranjeros que un día dejaron de hablar y lo dejaron todo y se fueron en serio, y de muchos a los que les fue bien, y a muchos mal, y a la gran mayoría igual que en cualquier parte, pero ninguno jamás encontró el paraíso de sus fantasías, y todos en todas partes llegaron a decir, en algún momento, ¡qué país de mierda!, y tampoco dejaron jamás de sentir esas ganas de volver que siempre vuelven.
Porque eso también tiene que saberlo el que se va: irse es difícil, seguro… pero volver puede serlo mucho más. A veces, incluso, imposible.
Ahora que se vayan.
Yo estoy de vuelta.
* * *
soy un laburante. docente de música y músico. nunca salí del país, y menos de vacaciones. una vez antes del 2000 fui a tocar a brasil, a torres. todo el verano. nos llevaron para que tocáramos cuarteto, porque se llenaba de cordobeses que en pedo a las tres de la mañana en los boliches bramaban por fernet y cuarteto cordobés. (mayormente los cordobeses, obvio). todos los brasucas que conocí, me preguntaron primero si era porteño. si era de buenos aires. recién cuando les aclarabas que no, que eras de córdoba (y ojo que córdoba no es ningún fetiche tampoco, y menos hoy en día) te podían llegar a dar bola y hablarte.
ResponderEliminar20 años viví en Roma. Sabiendo el idioma tan o mejor que un ítalo, porque hablaba el italiano puro, sin dialectos. Fui con dinero, tenía un negocio en el centro histórico y tres empleados a mi cargo. Tengo una cultura que mis cuatro abuelos, italianos, tres de ellos analfabetos, se soñaban. Y, sin embargo, sentí todo el rigor (y era y soy ciudadano italiano también) de la extranjería. A cada paso sentías decirte, qué bien habla, qué lindo acento, ¿de dónde es? Con esa frase te ponían en vereda, te ubicaban del otro lado de la fronteras de la península. Y el: "si no te gusta, tomátelas" me lo dijeron cientos de veces, sobre todo hijos de italianos enriquecidos en Argentina y que se habían vuelto a Italia, donde ejercían cualquier trabajo, aún siendo italianos.
ResponderEliminarTambién mi exilio fue semi voluntario, me fui en los 0chenta porque no soportaba más a los milicos. Volví justo a mediados del 2000, como para que me agarraran con el corralito y el "que se vayan todos". Y yo, feliz. Estaba en mi país, no era más un extranjero, era mi lengua (medio bastardizada por veinte años de practicarla poco, y para colmo escribo), era mi gente. Los italianos nunca lograron hacerme sentir en casa. Nunca y eso que tuve muchos amigos, pero como decimos acá: " fue hasta ahí".
Gracias Daniel por este perfecto escrito (en forma y fondo).