BAUTISMOS DE FUEGO
Un día como hoy de 1955 se inauguraba el terrorismo en la Argentina, cuando oficiales de
la Armada y la Aeronáutica pasaban a la clandestinidad, secuestraban 34
aviones propiedad de las Fuerzas Armadas del Estado, bombardeaban la Plaza de
Mayo y acribillaban sus calles aledañas asesinando más de 300 personas y
dejando más de 700 heridos en tres incursiones que empezaron poco después del
mediodía, y acabaron hacia las cuatro de la tarde, cuando el teniente primero de la Fuerza Aérea Carlos Carus, soltó desde su Glooster la última bomba sobre la multitud. Nacía
en la Argentina la subversión terrorista.
Porque lejos de
ser apresados, juzgados y condenados, aquellos asesinos en masa fueron perdonados
y después glorificados por buena parte de la ciudadanía. A partir de entonces,
cualquier cosa podía suceder.
Tanto así fue,
que tres meses más tarde aquellos subversivos derrocaban al gobierno democrático, se alzaban con el poder, y antes de un año se largaban a fusilar militares,
militantes y obreros en la noche de los basurales. Y tampoco entonces nadie
hizo nada.
Al contrario.
La derecha y sus
embajadas aplaudían con rabia, pero también la izquierdita argentina. Desde su
lustroso periódico La Vanguardia, el socialista Américo Gioldi vivaba los
muertos al grito de “se acabó la leche de la clemencia”; mientras el otro gran
socialista de lo hora, don Alfredo Palacios, era embajador en el Uruguay. Todos
estaban de acuerdo, y así el terrorismo subversivo dejó de ser subversivo. Ya
era cuestión de Estado. Ahora todo era posible. Nunca más nada debería
sorprendernos. Ni siquiera una insurrección armada, ni siquiera un genocidio.
Bajo un manto de
neblina y silencio, antes de ayer se cumplió otro aniversario de la capitulación firmada
por el general Mario Menéndez en Puerto Argentino ante su par británico Jeremy
Moore.
En rigor de la
verdad histórica, el documento se firma poco después de la medianoche del 14,
pero queda fechado el 14 a las 23.59.
Las conversaciones con Jeremy Moore habían
comenzado temprano, apenas pasado el mediodía, pero el acuerdo se retrasa, entre otras razones, porque Menéndez no podía garantizar con su rendición la
rendición de la Fuerza Aérea, cuyos pilotos aún a esa hora aterraban y
destruían a la Flota Real y a sus tropas. Ni siquiera podía garantizar que con
él se rindieran los pilotos Aeronavales, que tanto daño les habían provocado.
Desde la Segunda
Gran Guerra la Royal Navy no sufría el hundimiento de un solo buque. En Malvinas le
hundieron siete, y otra decena quedó fuera de combate. De los 41 barcos de
guerra que llevó a las Islas, sólo tres volverían intactos a Porthmouth. Los
aviadores argentinos, aeronáuticos y navales, les habían dado una paliza
histórica. Los ingleses nunca los olvidarían, por mucho que nosotros sí.
Es una pena que ninguna de las dos Fuerzas -ni la Aeronáutica ni la Armada-, jamás hayan hecho público un arrepentimiento institucional por aquellos subversivos del 16 de junio de 1955, despegando así, del Día Fundacional del Terrorismo en la Argentina, sus respectivos bautismos de fuego.
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