////// Año XVIº /// Editor Anónimo: Daniel Ares /// "Prefiero ser martillo que yunque", Julio Popper ///
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lunes, 14 de marzo de 2011

MEMORIAS DE UN MERCENARIO - HOY: "NUNCA SABRÁS NADA".



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El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en el post del 10/11/08, Una puta inmaculada, que sirve de introducción a esta sección, y donde a la vez anunciábamos estos rápidos relatos destinados a refrendar con hechos las palabras, porque una buena historia vale más que mil imágenes. El autor se retiró de lo que gusta llamar "el periodismo industrial", no arrepentido, pero si medio asqueado, al cabo de 25 años de oficio.
De su experiencia, estos recuerdos.



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El Martiyo Producciones presenta…


"Memorias de un mercenario"
 




“Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado. Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.

Jean Lartéguy 

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Hoy: Nunca sabrás nada
         (una introducción)


El civil gusta imaginar que los medios periodísticos son lugares donde los periodistas van a decir lo que saben, o lo que piensan, o lo que sienten, según el grado de inocencia del civil que imagine. Así también ese civil suele enojarse con tal o cual periodista por lo que dice, calla o sugiere. Ja. El profesional de los medios contempla a dicho civil con una sonrisa estremecida entre la ternura y el cinismo. Como miraríamos al hombre que en plena partida de ajedrez, se pone a putear contra un alfil o, incluso, contra el mismísimo rey.
Algo de eso pretendí dejar en claro en Sangre, sudor y lucro, pero si hoy retomo en parte el tema es más bien para referirme a la condición técnica, no solo instrumental, del periodista. Que como tal es una especie de herramienta, sí, pero al ser humano, es una especie de herramienta con vida propia.
Porque el periodista –el periodista profesional, el periodista industrial-, es, antes que nada, un técnico, y como tal, consigue abstraerse con mucha facilidad de la materia con que trabaja, así como al cirujano poco le importa si el paciente que opera es un canalla o no. Pero cuidado: esto no tiene nada que ver con la presumida objetividad periodística –abstracto de la especie del Santo Grial- sino con las necesidades operativas, y finalmente comerciales de su faena.
 Así también el civil suele soñar diferentes en importancia o seriedad al periodista de Página 12 o La Nación (esto ya según la canción que el civil guste de oír), frente al periodista por ejemplo de Crónica, o de Diario Popular. Otra ingenuidad similar a presentarse en los estudios Walt Disney para entrevistar a Pluto.
Al periodista –profesional, industrial- le da lo mismo el medio para el cual trabaje –no así su sueldo- porque su trabajo en nada muda con el medio. En todos tendrá que hacer lo mismo: manufacturar la realidad, en sustancias de imágenes y palabras, según las directivas del que pague, para obtener, a cambio, el dinero de la gente. Así en Le Monde Diplomatique, como en el Paparazzi, o en cualquier otro medio que contenga publicidad, precio de venta y distribución masiva. La sustancia que a tales fines le entreguen al periodista, no modifica la mecánica de su trabajo; así como no hay diferencias para el cardiólogo entre el corazón de un buen hombre y el de un hijo de puta.  Los dos sangran, los dos laten, los dos mueren.
Para 1990 yo llevaba ya diez años de profesionalismo, los cinco primeros, en Editorial Atlántida, donde no faltaba un helicóptero si hacía falta, y cuyo archivo fue el oráculo más completo que yo conocí antes de Google. Una gran escuela, Atlántida, la facultad que entonces no existía. Todavía le agradezco. Allí hice de todo, mil guardias, persecuciones, investigaciones, deportes, parlamentarias, espectáculos, policiales, sociales, entrevisté políticos, artistas, estrellas y estrellitas, estadistas y asesinos, viajé por el mundo, cubrí giras presidenciales, la guerra de las Malvinas, el juicio a los comandantes, crímenes y castigos, hice de todo, aprendí mucho… Como además eran entonces los que mejor pagaban, allí trabajaban los mejores profesionales que hubiera sueltos, vivos, y a mano. Muchos me enseñaron mucho. Maestros. Mercenarios como sólo Larteguy y yo conocimos.
Asfixiado por las redacciones, ya todo un profesional, al quinto año me fui, soñaba ser free lance –como me gustaba llamarme-, y alcé el vuelo y volé…
Sobreviví, sí, y aprendí mucho más. Trabajé para editoriales pequeñas y medianas, y rodé por revistas donde a veces no había ni máquinas de escribir, ni siquiera otra revista a mano de dónde robar alguna foto… Y sobre todo en esas, en las más precarias, en las más pequeñas, en las más piratas, aprendí más y  desarrollé un ingenio que de regreso a las grandes ligas iba a marcar la diferencia. No hay vuelta que darle: el que sobrevive al mar, pisa la tierra firme como si fuera suya.
Volví a las grandes ligas a fines de 1990, (ver No odies a tu enemigo: contrátalo), y a principios de 1991 ya estaba de vuelta en Atlántida, un mes después de haber mandado preso a su dueño, y para una revista nueva... ni siquiera eso: para una especie de proyecto menor, dedicado a la farándula y la tevé, pero destinado al apoyo del canal Telefé que Menem acababa de adjudicarles.
Una revista de género menor, un house organ satelital del nuevo gran negocio de la empresa, condenada, clara, abiertamente, a sofocar cualquier verdad que los perjudicara, así como a difundir cualquier mentira que los beneficiara. Nada que no hicieran los otros medios, pero este así: clara, abiertamente.
Yo no sólo había acabado con el prestigio público de Constancio Vigil apenas unas semanas antes, sino que cinco años atrás me había ido de Atlántida llevándome el cien por ciento de la indemnización correspondiente, pese a que el jefe de personal me advirtiera ya en ese momento que "si la quería toda” debía renunciar a la posibilidad de volver a la empresa alguna vez.  También por todo eso que yo ahora quería volver.
Pero si ellos, pese a todo eso, estaban dispuestos a indultarme, era antes que nada porque llevaban meses convocando profesionales sin convencer a ninguno por mucho que les pagaran. Así de mierda era el barquito por  el cual y para el cual me “perdonaban”.
Pero además de perdonarme, me ofrecían el triple de lo que en ese momento ganaba en Noticias. Y yo ya era un verdadero profesional, con más deudas personales que cuando no lo era, sin embargo.
Como la cuenta era muy simple, no demoré más que lo que toma pensar tres por uno cuatro, y allí estaba de vuelta en Atlántida, cinco años después, diez más viejo, más zorro, más sólido, con 35 de edad y en  plena forma, y todo para eso… para una revista de género menor que ni siquiera me podían explicar.
La buena noticia era que no habría grandes presiones, advertí rápidamente.
De arranque no sería yo el responsable de nada, sino apenas un redactor estrella (o sea: muy bien pago). Para mejor, pragmáticos siempre, no aspiraban a vender más de 15 mil ejemplares, al fin y al cabo, era poco más que una revista de servicios, con la programación de todos los canales, destaques a Telefé y sus figuras -claro-, pero en reportajitos acordados, de promoción, insulsos, insípidos e incoloros, ideales para el inodoro. La paga no sólo era buena, sino que mis últimos cinco años habían sido tan demasiado agitados, que un poco de calma no me vendría nada mal.
Pero si algo no se cansa de enseñarte la vida, es que nunca sabrás nada.
Antes de dos meses aquella revista quedaría en mis manos, y antes de seis alcanzaríamos los 120 mil ejemplares, a la par de Noticias o Gente, que eran las que más vendían entonces. Ninguna calma me esperaba, sino todo lo contrario. Nunca sabrás nada.
Así también supe que el éxito puede ser más áspero que la batalla, pronto la victoria se llenó de traidores, y...  
Pero eso fue después. Primero fue ese grupo de novatos a mi mando, ese barquito endeble, esa campaña trinfal, que nunca valió nada para el mundo pero sí para la empresa, que llegó a facturar con ese producto 500 mil pesos-dólares por semana; y también para nosotros, su capitán, sus oficiales, sus tripulantes, los que estuvimos allí en esa hora, los que la vimos nacer, crecer, imponerse, destruirse… completar el ciclo de una epopeya íntima, pero epopeya al fin.
La revista por fin se llamó Tele clic –recuerdo que yo despreciaba su nombre-, y fue, así como era, menor y liviena, sin embargo puntual en mi carrera.. Era mi hora de probar lo aprendido hasta entonces. ¿Sabía o no? La materia no importaba. Las técnicas. El paciente era siempre el mismo: un pecho abierto y un corazón ensangrentado. El objetivo también: el dinero de la gente. No me pidieron, jamás -en ninguna empresa periodistica-, otra cosa. ¿Sabía conseguirlo o no?...  
Con permiso del buen Salinger, si de veras les interesa lo que voy a contarles, esto es sólo el principio de esa breve y tan rica historia.
Una introducción, diría JD. 


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jueves, 3 de marzo de 2011

MEMORIAS DE UN MERCENARIO: HOY. "UNA INJUSTICIA PORNOGRÁFICA"


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El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en el post del 10/11, Una puta inmaculada, que sirve de introducción a esta sección, y donde a la vez anunciábamos estos rápidos relatos destinados a refrendar con hechos las palabras, porque una buena historia vale más que mil imágenes. El autor se retiró de lo que gusta llamar "el periodismo industrial", no arrepentido, pero si medio asqueado, al cabo de 25 años de oficio.
De su experiencia, estos recuerdos.



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El Martiyo Producciones presenta…


"Memorias de un mercenario"
 




“Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado. Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.

Jean Lartéguy 

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Hoy: Una injusticia pornográfica


Les decía en mi última entrega que nunca agradezcan nada. (Ver Juego de tiburones)
Aquella vez para la revista Noticias yo había logrado una muy buena nota sobre –contra- Eduardo Eurnekian, a partir del muy buen material que silenciosamente me había enviado Julio Ramos. No le debía nada. Nuestros intereses se alinearon: yo tenía que escribir contra Eurnekian, y él quería destruirlo. No le debía nada, pero igual me lo cobró. Enseguida, antes de un año.
Eran los inicios de los 90 cuando los dueños de los medios se echaban sobre las privatizaciones del COMFER como gatos al camarón. El COMFER, entonces, lo dirigía Guinzburg, León Giunzburg. Ramos lo odiaba a él también.
Yo ya no estaba en Noticias, ya trabajaba de vuelta para la Editorial Atlántida (ver No odies a tu enemigo, contrátalo), en una revista recién nacida, casi abortada, hecha de apuro tan luego para dicho juego de gatos y camarones. La revista se llamaba Tele Clic, pero de ella les hablaré en otro momento, porque así, pequeña y nueva, de género menor, fue sin embargo una de las últimas y mejores y más ricas historias de mi carrera.
El caso es que llevado por la temática de las licencias y sus privatizaciones, allí una tarde me encuentro frente a Julio Ramos en su despacho de director y dueño del diario Ámbito Financiero, grabador en mesa, todo listo para la entrevista con aquél tiburón lleno de dientes, y de ferocidades…
No recuerdo nada de la entrevista, a no ser que en un momento, Ramos gritó:
-- ¡Lo que pasa es que Guinzburg es un coimero!…
El cazador de escándalos sabe reconocer una buena presa apenas la oye.. Le señalé el grabador, le recordé que grababa.
Ramos lo miró, se acercó bien a él, y en voz aún más alta, dijo:
-- ¡El señor León Guinzburg, director del Comfer, es un coimero!
Y luego se acomodó de nuevo en su sillón y me miró como quien sopla sus dos pistolas recién disparadas.
Contento con mi león abatido, publicamos la entrevista enseguida, y aquella frase en un destacado cuerpo 38.
La pólvora no estaba mojada, y explotó tal cual lo esperábamos. La nota armó su revuelo, y tanto, que poco tardó León Guinzburg en procesar a Julio Ramos por injurias y calumnias. Los grandes medios recogieron la noticia. Tele Clic crecía.
Pero yo me vi en problemas.
La denuncia de Guinzburg contra Ramos entró en el juzgado de la jueza María Servini de Cubría, y allí inmediatamente, apenas citado, Ramos se desdijo de todo alegando que eran todos inventos míos.
Me reí, yo había guardado, como corresponde, aquel cassette con los gritos de Ramos. Ja já. Me reí, sí.
Pero allí vino el doctor Pablo Argibay Molina, abogado entonces de la Editorial Atlántida, a explicarme que no, que no debía reírme. Que todavía faltaba mucho para los Kirchner, y que aun la ley protegía a los editores de las irresponsabilidades que firmaban sus periodistas, porque las vaquitas eran ajenas y bla blá, y que de nada servía ese cassette de mierda, porque además existía aún una figura legal llamada “vehículo de injuria”, por la cual yo, al reproducir aquellos dichos de Ramos, era ya tan culpable como Ramos, y ahora que Ramos se había desdicho, yo era el único culpable de todo. Nunca agradezcan nada.
De ese enredo no me sacó ni Argibay Molina, ni Ramos, ni mi nuevo abogado, que el día de la audiencia llegó dos horas tarde… De ese enredo me sacó, en tal caso, la amable doctora Servini de Cubría, a quien sí, ya que está, le agradezco. Nunca agradezcan nada, pero hacéte amigo del juez.
Habían pasado ya dos o tres años de todo aquello, yo no estaba más en Atlántida, y por supuesto Argibay Molina –Atlántida, bah- había abandonado mi defensa sin siquiera avisarme que la causa continuaba.  Mercenario que para, mercenario que cierra...
El caso es que allí estaba yo ahora, en el banquillo y sin abogado, solito con mi viejo casette, frente a León Guinzburg -hecho un auténtico león junto a su adusto equipo de leguleyos-, y la doctora Servini de Cubría, que me miraba así … preguntándose como yo quién iba a defenderme…
Mi abogado por fin llegó, pero para entonces ya todo había terminado.
Hartos de esperarlo, expuse yo mismo los hechos, asistido por la más pura verdad, y para ilustrarlos mejor, les hice oír el cassette. Claramente era Julio Ramos el que allí decía lo que después dijo que no había dicho. Claramente, sí, pero… marche preso igual: el cassette no servía como prueba, y yo seguía en problemas.
Entonces la doctora Servini de Cubría, con el acuerdo de Guinzburg y de sus abogados -y sin que yo proponga nada-, aceptaron que yo aceptara la versión de Ramos, y me retractara allí mismo por haber inventado tales calumnias ¡y haberlas puesto encima en boca de otro!...
Se trataba de un injusticia de ribetes pornográficos, pero la alternativa era el calvario de una causa contra Ramos -mientras me defendía de Guinzburg-, que antes de acabar, acabaría conmigo.
Sin abogado aún, allí todavía, con la Servini ahí, que maternal y misericordiosa me aconsejaba mentir para salvarme; y don León al lado -vuelto de pronto un buen león muy compresivo-, y yo joven todavía, sí, pero cada vez menos (esto es: ya con más problemas que expectativas), bueno… para cuando entró mi abogado disculpándose por el tránsito, yo ya me había retractado de lo que nunca había dicho, y ya hablábamos todos de otra cosa. La doctora Servini ordenó una vuelta de café. La pasamos bonito.
Al día siguiente apenas, el diario Ámbito Financiero destacaba en un recuadro la integridad del señor Julio Ramos, cuya inocencia había sido demostrada en el causa por injurias contra León Guinzburg, a partir de la confesión de parte del propio Daniel Ares, autor de la nota…
Para entonces yo trabajaba en el diario La Prensa. Lo llamé a Ramos, desde la redacción, inmediatamente, apenas leo aquél recuadro.
Como era de esperar, Ramos no quiso atenderme, hablé con Roberto García, su mano derecha de toda la vida, un gran mercenario, un par, le recordé la verdad de los hechos, le pregunté si no era por lo menos para ahorrarse aquél recuadrito que todos sabíamos tan indigno…
Pero la verdad no recuerdo qué me dijo Roberto, si es que algo me dijo... Apenas me oí, sentí que hablaba solo, que le preguntaba a la lluvia por qué el agua mojaba…
Nunca agradezcan nada.
Al juez tampoco, ni el café. 


(continuará)


viernes, 18 de febrero de 2011

MEMORIAS DE UN MERCENARIO. HOY: "JUEGO DE TIBURONES".


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El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en el post del 10/11, Una puta inmaculada, que sirve de introducción a esta sección, y donde a la vez anunciábamos estos rápidos relatos destinados a refrendar con hechos las palabras, porque una buena historia vale más que mil imágenes. El autor se retiró de lo que gusta llamar "el periodismo industrial", no arrepentido, pero si medio asqueado, al cabo de 25 años de oficio.
De su experiencia, estos recuerdos.



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El Martiyo Producciones presenta…


"Memorias de un mercenario"
 




“Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado. Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.

Jean Lartéguy 


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Hoy:  "Juego de tiburones"


Ningún editor en ninguna redacción dirá jamás “vamos a destruir a fulano”. No, los editores, los dueños de los medios, y los que allí mandan, no hablan así. No más allá del ámbito de sus herméticas cúpulas, y a veces ni siquiera allí.
Más bien, y dependiendo de las capacidades histriónicas de cada editor, éste se presentará indignado por las peripecias morales de Fulano; acaso nos agregue un inventario de sus probables miserias –que nosotros tomaremos como probadas-, y luego sí, por fin, casi con inocencia, nos encargará una investigación sobre el sospechoso  fulano. ¿Se entiende? Mejor así, en el periodismo industrial, el novato deja de ser un novato a medida que afina el oído.
Terminaba 1990 cuando después de cinco años de sobrevivir como free lance –así  gustaba llamarme-, circunstancias muy personales que no vienen al caso, me obligaron a volver al yugo diario de las redacciones estrepitosas, como las llamaba Arlt...
Y elegí Noticias de la Editorial Perfil, porque entonces era la revista de mayor venta, y porque en el comando estaban un montón de viejos camaradas que sí habían seguido su carrera jerárquica a bordo de sólidos buques mercantes, y apenas me ofrecí por las dársenas, enseguida me tomaron. Y allí empecé de vuelta como si empezara de abajo.
El mundo de las grandes redacciones es un ambiente seudo artístico, de seudos artistas y seudos astros y seudas estrellas, donde el ego nos revela lo peor de nosotros, egoísmos, competencia desleal, celos profesionales –un eufemismo por envidia-, y otras miserias conjugadas... ninguna bohemia, ja, qué va: te dormís cinco segundos, y te pasan una navaja por el cuello.
Así las cosas, en tales ámbitos, no siempre se perdona el retorno de los hijos pródigos que probaron la libertad, y… y que aquí vuelven vencidos.
Allí entonces, cierta tarde, Teresa Pacciti, editora de Noticias, , me encomendó “como para empezar” un “recuadrito” rápido y barato sobre Eduardo Eurnekian, entonces flamante dueño de la señal América de televisión, ya sobre los aeropuertos argentinos, y tan allegado sino amigo del entonces presidente Carlos Menem. Y Teresa me contó que “Jorge” (Fontevecchia), parecía muy republicanamente preocupado por el crecimiento patrimonial y mediático del fulano en cuestión…
A buen entendedor… De cualquier forma el destino eran no más de 30 líneas como parte de una nota que ni siquiera me explicaron.
Pero la experiencia vale la vida que te cuesta.
Entonces Eurnekian mantenía una casi violenta rivalidad con Julio Ramos, dueño-fundador de Ámbito Financiero, y que por aquellos días justamente acababa de perder una licitación o algo así con Eurnekian, una señal de radio, o algo  más, eso no puedo recordarlo, lo que sí recuerdo, es que se odiaban. Tomé el atajo.
Para no molestar al señor Eurnekian con una entrevista en la que me hablara bien de sí mismo sin parar, preferí molestar mejor al señor Julio Ramos, que no quiso hablar de su archirival, en atención a la ética –supuse-, pero quien muy amablemente, al día siguiente nomás, me hizo llegar a la redacción y a mi nombre una caja que parecía contener dos pares de zapatos, pero contenía más o menos cuatro kilos de fotocopias con la vida y la obra, documentos personales, contratos, negocios, antecedente legales, causas, pelos y señales de mi objetivo y sus empresas.
Todo, bah. En ese plato de plata, faltaba nada más que la cabeza cortada del propio Eurnekian..
El volumen y la calidad del material se llevó por delante cualquier otra idea, y fue la tapa de la semana. Ningún recuadrito.
Arrancábamos bien.
Sentí que aún no estaba en forma del todo, pero que los reflejos todavía respondían, y que las mañas cosechadas en los caminos, comenzaban por fin a florecer... y fructificar.
Como escribo estos relatos sobre todo para salvar de ilusiones innecesarias a los jóvenes que se inician en la industria periodística, me gustaría por las dudas subrayar la moraleja: cuando tu objetivo tiene enemigos, tu misión tiene amigos. 
Y nunca agradezcan nada.
Antes de un año Julio Ramos iba a cobrarme bien caro aquél favor (que también se hizo a sí mismo)… aunque esa ya es otra historia.
Lo importante es recordar que en este juego, uno es el pescador, ellos los tiburones.

 
(continuará)

sábado, 8 de enero de 2011

MEMORIAS DE UN MERCENARIO: "MEA CULPA".




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El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en el post del 10/11, Una puta inmaculada, que sirve de introducción a esta sección, y donde a la vez anunciábamos estos rápidos relatos destinados a refrendar con hechos las palabras, porque una buena historia vale más que mil imágenes. El autor se retiró del periodismo, no arrepentido, pero si medio asqueado, al cabo de 25 años de oficio. De su experiencia, estos recuerdos.



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El Martiyo Producciones presenta…


"Memorias de un mercenario"
 




“Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado. Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.

Jean Lartéguy. 



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Hoy: "Mea culpa"

Yo fui uno de los periodistas que linchó a Guillermo Luque en el verano de 1991, allá en Catamarca, cuando mandamos a la cárcel a un pibe de veinte años por más de veinte años acusado de un crimen que ni siquiera la mismísima justicia le pudo probar. No me siento culpable, pero tampoco inocente, no fui el único que participó del linchamiento, ni tampoco fuimos sólo los periodistas. Era la hora de oro del clamor popular.
Para los que no recuerdan el caso que basten estas líneas, o que busquen más en Google bajo cualquiera de los nombres que aquí voy a dar:
En setiembre de 1990 María Soledad Morales -17 años, alumna de un colegio de monjas del centro de la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca-, apareció asesinada, torturada y violada un lunes a la mañana; y por supuesto esa ciudad, esa provincia –y acaso este país- nunca más fueron lo mismo. Allí terminaban muchas historias porque empezaba esta.
El inmediato primer sospechoso fue Luis Tula, amante de María Soledad, hombre mayor de edad, y casado, así que su esposa, claro, pasó a ser entonces la segunda sospechosa…
El caso parecía así de rápido resuelto, cuando allí surge a la fama nacional la hermana Marta Pelloni -monja directora del colegio al que asistía la víctima-, acusando con nombres y apellidos a cuatro de los hijos predilectos del poder sempiterno de la provincia: el hijo del intendente, Diego Jalil, el del jefe de la policía, Miguel Ángel Ferreira (h), el de un sobrino directo del gobernador, Arnoldito Saadi;  y el hijo del diputado nacional por la provincia Ángel Luque: Guillermo Daniel Luque...
Según la monja, María Soledad se les “había ido” en el marco de una “orgía de drogas y de alcohol”.
Por supuesto desde el poder reaccionaron ante las acusaciones, pero también entonces reaccionó la población como nunca antes había reaccionado en Catamarca. Allí nacieron las marchas del silencio, y en ese silencio, se derrumbaba sorda la dinastía de los Saadi.
Sexo, política, drogas, dinero y sangre, al caso no le faltaba nada, cuando entonces le pusieron la frutilla de la torta: en los primeros días de enero de 1991, el presidente del país, Carlos Menem, como si fuera el comisionado Fierro llamando a Batman, le encomendaba el caso al ya mediático subcomisario de la Bonaerense -procesado entonces por apremios ilegales-, Luis Abelardo Patti. Tras sus pasos fuimos todos.
Todos. Diarios, revistas, agencias, radios, canales, todos.
En la abulia estival de un verano sin romances, divorcios ni suicidios, el Caso María Soledad Morales fue entonces la bendición y salvación de todo el periodismo industrial sin excepciones.
Por aquellos días yo estaba al servicio de la revista Noticias de la Editorial Perfil de Jorge Fontevecchia.
Medio y dueño -gustaría recordar-, pretendieron siempre ser mucho más que un fabricante de revistas y su producto más lustroso. Lo suyo suponía más bien una causa personal casi patriótica, Noticias era su pluma y era su espada; y nosotros, sus empleados -sobre todo los de Noticias- debíamos suponer que buscábamos la verdad para alumbrarle a los argentinos el camino de la democracia, de la justicia y la moral. Pero todo era mentira, más bien, lo único importante era facturar. Y aquel del 91, vaya si fue un verano pródigo...
Apenas comenzado el año aquella espantosa tragedia catamarqueña se llevó de un solo tornado las marquesinas de todas las obras del vodevil atlántico.
Desde la guerra de las Malvinas ninguno de los periodistas que habíamos cubierto ambos sucesos recordábamos otra concentración de prensa tan grande en un lugar tan pequeño. Ni siquiera faltaban corresponsales extranjeros. Catamarca era el centro del país, sino del mundo.
Todos juntos una mañana, detrás de Patti y de sus hombres, desembarcamos allí con nuestras cámaras y nuestros micrófonos, y nuestros apuros antes que nada.
Por mi parte, en 48 horas cerraba Noticias, y antes de eso yo debía investigar -y ya que estamos resolver (de ser posible en primicia exclusiva)-, toda la verdad sobre un caso del que nada de verdad sabíamos.
Para mejor distinguirse de Atlántida, Fontevecchia pagaba muy mal, y sobre todo retaceaba los medios a la hora de producir. Recuerdo que pese a tener el cierre encima, nos mandó en ómnibus desde Buenos Aires; y que además tenía un sistema de viáticos que te obligaba a llevar una contabilidad aparte, o terminabas pagándole por trabajar. Sus revistas bien vestidas suelen ser empanadas rellenas de aserrín y vidrio. Pero qué importancia tiene nada de eso cuando el único objetivo es la Verdad, la Justicia, la Democracia, y mayúsculas así, ¿verdad?...
El negocio de los medios suele ser como cualquier negocio, donde el cliente siempre tiene la razón, y si no la tiene… allí estamos nosotros justamente para dársela.
El negocio de los medios es captar, interpretar, más bien, la canción que el público quiere escuchar.
Por eso el público de izquierda, ya lo expliqué, compra medios de izquierda, y el de derechas…
La revista “Así es Boca”, por dar un ejemplo, tuvo mucho éxito porque no hablaba bien de River...
Y Fontevecchia no conseguiría ni conseguirá jamás prestigio periodístico ni moral, pero lleva años sobreviviendo en el negocio del periodismo, justamente, porque lo conoce.
En aquellos días que les cuento el grueso del público argentino –recalentado ya por los grandes medios nacionales (insuflados a su vez por Menem, que soñaba con sacarse de encima a Ramón Saadi en la interna justicialista)- había decidido que el asesino de María Soledad Morales era Guillermo Luque, hijo del obeso diputado saadista Ángel Luque, cuya imagen nunca midió nada bien en el televidente medio...
Para cuando llegamos a Catamarca, ya de los cuatro acusados por la hermana Pelloni, sólo quedaba uno: Guillermo Luque, el único de los cuatro que había salido a defenderse públicamente, como quien oscurece mientras aclara. Y de allí en más, por lo tanto, Guillermo Luque no dejó de excusarse nunca más… ni volvió a ser escuchado tampoco.
Él era ya el asesino de María Soledad, todos lo sabían, y sólo hacía falta demostrarlo. Fuera como fuera. Ya las marchas del silencio callaban su solo nombre; mientras nosotros, la prensa libre y toda, lo gritaba a viva voz en la euforia de los récords de ventas que vencíamos semana a semana.
Una hija de los pobres había sido asesinada.
Un hijo de los ricos preso, parecía justicia.
Y para eso estábamos nosotros, la impoluta vox dei de la vox populi que a su vez representábamos y alimentábamos, y viceversa...
Por otra parte, Guillermo Luque no sólo era hijo de un rico obeso saadista, sino que además trabajaba en el Congreso Nacional contratado por su propio padre, así que pronto fue también acusado de “ñoqui”, y ya que estaba de vago, juerguista, drogadicto, degenerado, medio puto, en fin… De a poco y entre todos dibujamos con ese pibe el asesino que la gente más quería. La monja nos daba su bendición, y el pueblo nos alzaba en su ovación. Mejor aún: el pueblo nos compraba y nos compraba.
Por su parte Patti tampoco precisó investigar demasiado para saber por qué estaba allí y a quién debía perseguir y encarcelar.
En cuando a los jueces del caso… pasaron seis o más, ya nadie los recuerda, uno a uno los fuimos descartando hasta que por fin apareció el que se avino a cumplir sin tantos tecnicismos el mandato popular, que nosotros, por supuesto, expresábamos. Pero eso fue después.
En menos de 48 horas, recién llegados y medio fundidos, con el fotógrafo levantamos la cantidad necesaria y suficiente de testimonios y fotos que sostuvieran como fuese el argumento que llevábamos preconcebido por imperio del marketing.
A punto para el cierre, con tono trágico, recursos del buen folletín, y apenas el rejunte de chismes que a mi paso cualquiera me contaba, despaché una nota perfectamente esquiva entre potenciales improbables en un juego de intrigas que sin solución conducían al mismo desenlace: Catamarca era un infierno, y Guillermo Luque el hijo del diablo. Cumplimos.
Por supuesto con menos de 48 horas no tuve tiempo de chequear una sola palabra de lo escrito; pero mi comando en Buenos Aires quedó tan satisfecho, que allí nos confirmaron en la cobertura una semana más... La paga no era buena, pero el caso era un gran caso. Por mercenario que uno sea, la adrenalina es la adrenalina.
Claro que como suele suceder en estas notas, más allá de lo que uno escribe y luego te publican, está lo que uno de verdad va sabiendo a medida que pregunta, mira, oye… investiga, bah.
Y resulta que entonces, para la segunda entrega, yo sabía mucho más de lo que sabía recién llegado, y ya no estaba tan seguro de todo lo que había dicho entonces.
Lo hablé con Giordano, le dije que me parecía mejor preservar al pibe Luque hasta que la justicia pudiera probar algo… Giordano por supuesto lo habló con “Jorge”, y de regreso de su encuentro –ya con sus Diez Mandamientos tallados en piedra-, me recordó, primero, que yo era “un profesional”, y sobre todo, lo que ya todos sabíamos sin que hiciera falta saberlo.
-- Dejáte de joder, Daniel, todos sabemos que se la cargó el pibe Luque, y que lo protegen porque es quién es, ¿qué me venís con "preservarlo"?… -recuerdo exactamente que me dijo, tan lejos él de Catamarca, tan allí yo...
En menos de dos meses Patti encarcelaba a Guilermo Luque por orden del juez Luis Ventimiglia, y unos años más tarde, otros jueces -sin que del fallo se desprendiera cómo ni cuándo ni dónde ni quiénes mataron a María Soledad Morales.- condenaban a Guillermo Luque (junto al primer sospechoso del caso, Luis Tula), a veintiún años de cárcel.
De vuelta al verano del 91, pocos días antes de que lo detuvieran, cerramos la temporada y agotamos el caso con una edición especial de Noticias improvisada y falaz, pero que en sólo dos días vendió el doble de lo que vendía habitualmente en una semana entera. La competencia no pudo agregar más nada.
El caso siguió su curso pero los periodistas dejamos Catamarca apenas terminó el verano. María Soledad ya no vendería más sino hasta el día del juicio, y para eso faltaba todavía...
Sin embargo a muchos de los que cubrieron el caso el aura de héroes populares les iba a durar semanas y meses; y algunos, por mucho más tiempo aún, sintieron incluso orgullo de lo que habíamos hecho allí, cuando linchamos a un pibe a la cabeza de un pueblo recalentado en su furia por la canción que le cantábamos nosotros.
Yo fui uno de esos hombres. Precisaba esta confesión.


(continuará)


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miércoles, 29 de diciembre de 2010

Memorias de un Mercenario. Hoy: "No odies a tu enemigo: contrátalo"




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El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en el post del 10/11, Una puta inmaculada, que sirve de introducción a esta sección, y donde a la vez anunciábamos estos rápidos relatos destinados a refrendar con hechos las palabras, porque una buena historia vale más que mil imágenes. El autor se retiró del periodismo, no arrepentido, pero si medio asqueado, al cabo de 25 años de oficio. De su experiencia, estos recuerdos.



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El Martiyo Producciones presenta…


"Memorias de un mercenario"
 




“Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado. Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.

Jean Lartéguy 




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Hoy: "No odies a tu enemigo: contrátalo"





Para mi suerte un viejo mercenario, colega y maestro, y por fin amigo, pudo alumbrarme aquella historia que yo había protagonizado, y que sin embargo seguía sin entender hasta que él me la explicó:
-- Está claro: si vos todos los días vas y le meás la puerta de la casa a un tipo, lo más probable es que el tipo te mande en cana. Pero si en vez de mearle la puerta, le metés  una bomba, lo mejor que puede hacer el tipo,  es contratarte.
Exactamente. Así había sido, eso había sucedido, y allí por fin yo lo entendía.
Urgido -o más bien hundido- económicamente al cabo de más o menos cinco años de  sobrevivir como free lance –tal cual gustaba llamarme-, rodeado por los acreedores, rendido por lo tanto, hacia fines de 1990 volví a las ligas profesionales del periodismo industrial...
Cinco años antes me había retirado de la Editorial Atlántida, de la revista Somos, donde había comenzado, simétricamente, cinco años atrás. Luego me fui, y me llevé toda la indemnización aunque ya en Atlántida te avisaban que si “la querías toda”, no podrías volver a la empresa nunca más. Yo me la llevé toda, porque la quería toda, y porque tampoco pensaba volver allí nunca más. Así que cinco años después, a la hora de entregarme a una redacción, me taché Atlántida ya de arranque.
Automáticamente entonces, mi cabeza giró sus ojos hacia la editorial Perfil, de Jorge Fontevecchia, cuyo producto Noticias, pasaba por entonces un gran momento, y donde viejos colegas, que sí habían seguido su carrera jerárquica bordo de estos grandes buques mercantes, ya eran allí capitanes y oficiales, así que bastó pasearme por las dársenas para volver a la estiba.
Y ahí nomás a poco de empezar, Fontevecchia -que se hacia y crecía a imagen y semejanza de la familia Vigil y su Editorial Atlántida (a la cual emulaba, odiaba y vampirizaba, dicho sea de paso)-, apenas enterado de mi pasado en dicha empresa, me ordenó una nota sobre -contra- Constancio Vigil, uno de los dueños visibles de Atlántida, y quien algún motivo muy personal, despertaba todas las envidias de Jorge Fontevecchia.
Recuerdo que fue una misión sencilla, y lo confieso sin excusas: yo no preví jamás el alcance de la pólvora que usé. Yo creí que le meaba la puerta, y que nunca más, esa puerta, Atlántida, se abriría de nuevo para mí. Pero no, aquél sabio amigo tenía razón: menos de un mes después de volarle la casa a Vigil, Vigil me contrataba y triplicaba mi paga.
Fue así:
La investigación la compartimos con Gabriel Pandolfo, pero nos bastamos con los contactos que yo tenía entre los viejos compañeros de Atlántida. Pronto íbamos a comprobar que con sólo uno de ellos hubiera sido suficiente. Aunque ese nombre, por supuesto, lo voy a resguardar para siempre. Aquí la llamaremos –un poco por divertirnos- Mr. Q.
El caso es que Mr Q. conocía muy bien a Constancio Vigil porque le había tocado compartir muchos viajes, y casi convivir con él.
Nos alegramos de vernos, Mr Q. y yo habíamos sido muy buenos compañeros, él tampoco estaba ya en Atlántida, pero sí en juicio con ellos porque le debían su indemnización, así que no tuvo ningún problema -bajo reserva de su nombre, claro- en contarme de todo... aunque también aquí, con uno solo de sus datos, hubiera sido suficiente para la explosión. Un dato apenas que era pura dinamita. Nitroglecirina, diría más bien, y que, lo confieso, yo no evalué en todo su poder al detonarla… Hasta que explotó y lo vimos.
-- ¿Te acordás de Albarracín? –me preguntó de pronto Mr Q. en medio de un rosario de anécdotas que delineaban a Constancio Vigil como un hombre impetuoso, de a ratos grotesco, casi siempre desubicado, y siempre exitoso.
-- ¿Albarracín... el ascensorista? -repregunté confundido, no entendí a qué venía...
Albarracín era un ascensorista de Atlántica que había sufrido un accidente de tren físicamente discapacitado, y neurológicamente afectado. Lo recordaba, claro, pero no entendí qué tenía que ver. Y era la bomba.
-- Bueno... –me explicó allí Mr Q.- el Mercedes Benz de Constancio está a nombre de Albarracín, porque parece que hay una ley que dice que si el auto lo importás para un discapacitado, no pagás impuestos...
Apuntamos el dato, y apenas lo supo Fontevecchia, pidió más:
-- Eso quiero, indaguen bien eso…
Eso acabo siendo un recuadrito aparte que disparó a su vez un caso interminable.
Nacía el escándalo de “los Mercedes truchos”.
El recuadro inspiró a un fiscal que inmediatamente decidió actuar de oficio. Constancio Vigil fue entonces procesado por contrabando y se eximió de la cárcel por cuestiones jurídicas que no vienen al caso, Pero yo todavía lo recuerdo evidentemente compungido, admitiendo su delito, pidiéndoles disculpas a su familia y a sus socios, por la pantalla de Telefé, su propio canal...
Y la cosa no paró ahí. La investigación judicial descubrió otros famosos que también habían comprado su Mercedes trucho vía Cacho Steimberg –dueño entonces de una concesionaria de autos importados, ex representante de Carlos Monzón-, y entonces  fueron procesados Susana Giménez y Ricardo Darín; quienes tambièn, por razones complejas pero legales, se salvaron de la prisión efectiva.
Pero tampoco ahí terminó la cosa. Cacho Steimberg fue preso por todos, y las investigaciones siguieron su curso y se profundizaban y ramificaban, para cuando yo ya estaba de vuelta empleado en Atlántida, bajo las ordenes directas de Constancio Vigil, quien apenas conocernos me pidió una nota sobre -contra- Jorge Fontevecchia, y por el triple del salario que el otro me pagaba.
Aquél viejo mercenario, colega, y por fin amigo, tenía razón: no odies a tu enemigo... contrátalo.

...(continuará)


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martes, 21 de diciembre de 2010

Memorias de un Mercenario. Hoy: "Enemigos amigos"


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El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en el post del 10/11, Una puta inmaculada, que sirve de introducción a esta sección, y donde a la vez anunciábamos estos rápidos relatos destinados a refrendar con hechos las palabras, porque una buena historia vale más que mil imágenes. El autor se retiró del periodismo, no arrepentido, pero si podrido, al cabo de 25 años de oficio. De su experiencia, estos recuerdos.



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El Martiyo Producciones presenta…


"Memorias de un mercenario"
 




“Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado.
Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.

Jean Lartéguy 


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Hoy: "Enemigos amigos"



El río revuelto de los periodistas suelen ser las épocas pre-electorales cuando flujos de un dinero incierto financian medios urgentes, y también, como tales, fugaces.
A fines de 1987 me encontraba yo vencido y endeudado al cabo de más o menos tres años de vivir como free-lance, en lo que había sido un nuevo intento por abandonar el periodismo de una vez por todas.
Fracasado dicho intento, inútil ya para cualquier otro oficio, acuciado por los acreedores, aparece entonces una propuesta para un semanario pronto a surgir, y donde yo ganaría en un mes más de lo que había ganado en el último año. No precisaron explicarme mucho más.
Comenzaba 1988 y Raúl Alfonsín desgobernaba el país, ya en rumbo decidido hacia la hiperinflación, los saqueos y el caos del final. Pero a mediados de aquél año de 1988, se dirimían las internas justicialistas para las presidenciales del año siguiente. Los contendientes eran Antonio Cafiero, gobernador entonces de la provincia de Buenos Aires, y Carlos Menem, gobernador entonces de La Rioja.
Sin embargo nada de eso era de mi incumbencia, mi trabajo en aquél semanario básicamente político, era armar yluego  dirigir la parte más liviana: espectáculos, deporte, arte, etc… Las únicas dos premisas que me habían marcaron eran: no pegarle a Menem, ni a Alfonsín. Hoy cualquier diría que el Pacto de Olivos ya estaba en marcha, pero entonces las cosas no parecían tan claras.
La revista se llamó Usted y la información, la dirigía Carlos Tórtora, quien luego llegaría a ser el número 5 en la Side de Anzorregui. Pero entonces de Hugo Anzorregui tampoco se hablaba.
La paga era buena y puntual. Sin falta cada fin de mes llegaban los sueldos en negro, y apenas debíamos firmábamos un recibo de librería sin preguntar nadie nada. La plata la traía en una valija un tipo muy simpático –como suele resultar cualquier persona que te trae una valija llena de plata- , que era abogtado, supimos después, y que se llamaba Alberto Kohan. Pero el dinero provenía de los fondos reservados de la Side de Alfonsín que en ese preciso momento dirigía Facundo Suárez Lastra.
O el Pacto de Olivos ya era un hecho, o los radicales con el olfato, que los distingue se equivocaban una vez más y veían en Cafiero el gran enemigo para las presidenciales del 89.
Fuera como fuera, el objetivo de la revista no era el éxito editorial, ni mucho menos el ejercicio moral de periodismo. Ja. Aquel semanario no tenía más objetivo que el objetivo general de sus financistas: derrotar a Cafiero en las internas del justicialismo.
El 9 de julio de 1988, Carlos Menem ganó esas internas.
Pocos días después, alcanzado el objetivo para el cual se había inventado esa revista, la revista cerró, así, de pronto, en medio de un mes, sin pagar esos sueldos ni previo aviso ninguno. Un lunes llegamos a la redacción y simplemente ya no había redacción, ni máquinas ni muebles, ni por supuesto director tampoco. Todos quedamos en la calle, como diría el propio Alfonsín: "de la noche a la mañana".
Bueno, no todos, claro... no Carlos Tórtora, por ejemplo, ni Alberto Kohan, ni Facundo Suárez Lastra, ni Raúl Alfonsín, ni Carlos Menem, ni siquiera Cafiero, que aún vencido siguió siendo gobernador, y aún hoy tiene laburo.
Algunos compañeros más tiernos que yo, intentaron durante días una protesta, y hasta pretendieron una indemnización, una explicación, algo… como si aquello alguna vez hubiese sido otra cosa que un buque pirata.
Yo traté de calmarlos. Faltaba poco para las presidenciales del 89, y otra vez ellos, u otros, precisarían de nosotros.
No me equivoqué. Antes de fin de año flujos de un dinero incierto… pero esa ya es otra historia demasiado parecida a ésta.

(continuará)