Más allá de la presumida objetividad con que lo trata el oficialismo, y de la desesperación con que lo exaltan Clarín y los suyos, el 8N pareció apenas un nuevo intento sin suerte por presentar como interés común el mero amontonamiento de apetencias individuales.
Remake de un film sin demasiadas repercusiones, dos días después, asentado el polvo, y basados en las cifras de Clarín y La Nazión -para no caer en oficialismos-, reflexionamos sobre el tema, en una remake nosotros también de nuestro post del 13S: La rabia de las capitales.
LA RABIA DE LAS CAPITALES II
Una multitud rala, cansina, robusta y bien vestida, surgió hacia la noche del jueves de los mejores barrios de la Capital, en demostración pública de un descontento que, sin embargo, bien no sabe cómo explicar, o bien le resulta inconfesable.
Con toda la furia de su furia, a la hora de estimar la cantidad de manifestantes Clarín no pudo ir más allá de las “700 mil personas en todo el país” y eso “según cifras oficiales del Gobierno porteño”; o sea: según Macri le dijo a Magneto, bah…
En números veraces, entonces -lavada dicha cantidad de las fantasías del uno y los miedos del otro-, se puede estimar, como mucho, la mitad o menos, unas 300, 350 mil personas.
Pero queda esa duda, sí: ¿El gobierno porteño les informa la cantidad de gente en todo el país?... En fin, cosas de Macri, y de Magnetto.
Pero algo sabemos todos: si de verdad hubieran sido 700 mil, Clarín no se habría privado de hablar de “un millón”. Y no, no le dio.
Y aún si hubiera sido un millón, no es una cifra de la que deban jactarse considerando los casi dos meses de incesante apoyo descarado y arengas como aullidos de los grandes medios, más todo el arco opositor.
56 días de bombos y redobles, tapas y más tapas y páginas ya incontables de Clarín y La Nazión, 24 horas diarias de TN sin parar, y Canal 13, y Metro, y 26, Radio Mitre, Magdalena, Mariano Grondona, Nelson Castro, Inmorales Solá, majules, bonellis y leucos, más todo el apoyo desenfrenado de Macri, la Bullrich, la Pando, los vestigios de la UCR, Luis Barrionuevo, la Sociedad Rural, Hugo Moyano, la cúpula de la Iglesia Católica del brazo de Binner, y hasta una nueva resurrección puntual de la actriz cómica Elisa Carrió con intento de llanto incluido; y así y todo, sin parar ni para escupir en 56 días 56, no juntaron más que esa multitud rala, cansina, perdida en sí misma, caminando en círculos sin rumbo ninguno, incapaces de juntarse a diez cuadras de distancia, rabiosos pero incongruentes, sin líderes, sin dirección, sin ideas, con sus cartelitos vagos y sus consignas de vodevil…
Porque encima tanto machacaron los “espontáneos” organizadores con no darle de comer a 678 y evitar entonces cualquier manifestación de violencia, racismo, fascismo, militarismo, individualismo y sinceridad, que de pronto los manifestantes se quedaron casi sin consignas.
Más allá de las puramente partidarias o brutales (no a la re re, andate ya), o las estrictamente personales (No al cepo cambiario, Con mi guita hago lo que quiero); dominaban los previsibles, imprecisos y universales reclamos por la Libertad –realizados allí en absoluta libertad-, por la Justicia (pero no exactamente para Clarín, ni tanto tampoco para los genocidas), contra la inseguridad (aunque sin derechos humanos, por confuso que suene); contra la inflación (quién no), y los hubo incluso que pedían por la “libertad de prensa”, aunque eso no salvó de los golpes y los agravios a los movileros de C5N, canal 7 y Duro de domar.
Pululaban también las amenazas (“los vamos a juzgar”), mientras espontáneas imágenes de la presidente y otras figuras del oficialismo aparecían con traje a rayas y ahorcadas en la también espontánea pantalla líquida de la no menos espontánea agrupación Solano Lima… En fin, nada nuevo, ni siquiera los agravios, muchos menos el odio.
Otra vez esplendieron oscuros carteles de “Néstor, llévalaaa…”, “Soy golpista, golpeo las cacerolas”; y los ya demasiado trillados insultos a la presidenta, cada vez más violentos, pero siempre vacíos.
En la furia de su furia, a la hora de recoger consignas, Clarín sólo destaca, y abrimos comillas: “Las consignas de mayor éxito expresaban: "Y ya lo ve, y ya lo ve es para Cristina que lo mira por TV", en los momentos en que una columna ingresaba a Playo de Mayo. "Que se vayan todos, que no queden ni uno solo". "Olelé, olalá, si este no es el pueblo, el pueblo dónde está". "La reelección, la reelección se va a la puta que lo parió". "Se va a acabar, la dictadura de los K". "Stop corrupción", "Sobra Gobierno, falta Estado" y "Libertad, libertad, libertad", fueron otras consignas que los manifestantes plantean a través de sus pancartas”.
Como se advierte, el pobre escriba, limitado por la falta de argumentos, y de vocabulario, insiste en llamarlas consignas.
Sin embargo, entre esas “consignas”, advertimos, sí, al menos una, que da la clave del drama real de tanto descontento: el viejo hit del 2001 Que se vayan todos.
Tanto es así que por las dudas ningún político asomó.
Por las calles del centro se derramaban como sangre miles de votos que en otros tiempos más ingenuos ya tendrían encima una docena de draculas. Esta vez ninguno. Ni el vivo de Macri, ni la extinta Carrió.
Apenas se lo vio, fugaz, a Raúl Castells, revoleando el poncho a lo Soledad, y a Mario Llambías, sonriente con su escarapela escolar, y como quien no quiere la cosa, dando vueltas justito por donde estaban estacionados todos los móviles de la tele. El resto, al grito de animemonos y vayan, se borró.
Para no deslegitimizar la protesta, explicaban entre neologismos que ocultaban en su confusión el pánico callado al popular tomatazo.
Porque tal es el drama tremendo de esta pobre gente, de los unos, y de los otros, de esos manifestantes, y esos políticos. Se precisan, pero no se gustan. No los une el amor, pero tampoco el espanto.
La gente tiene razón en no creerle más a Macri. Puede no importarles que esté procesado por asociación ilícita -y en dos instancias-; pero ya agotó con su impericia y sus excusas. Aumentó el subte más del 100 por ciento apenas lo agarró y al toque lo rechazó pero se quedó con el cambio y pateó el problema; aumentó el 300 por ciento el ABL, pero la ciudad se hunde bajo el agua y su propia basura; y más razón tiene aún la gente en no creerle a Patricia Bullrich, ja, ministra de la trágica Alianza, sobreviviente inaudita del “que se vayan todos”; ni mucho menos van a creerle al chiste triste de la Carrió; ni a Binner, que apenas puede con su provincia jaqueado por el narcotráfico; toda la razón del mundo tiene la gente en no creerle más a ninguno de estos, ni a sus socios, amigos o entenados, más bien.
Pero también entendemos a todos esos pobres políticos que quieren y no pueden captar esos votos, encausar esa fuerza, representar sus valores sin saber cómo articular una propuesta de gobierno basada en el interés individual y los privilegios particulares. Peor aún: ¿cómo distribuir privilegios que por definición no son para distribuir?... Cómo seducir un electorado que sólo seguirá al hombre que por fin se plante y diga, sin más vueltas: “basta de asignación universal por hijo, ni tanto beneficio para los necesitados”, “mano dura y prisión perpetua para cualquiera que mucho no nos guste”; “acabemos con la persecución de los genocidas y toda esa historia de los derechos humanos”, “dejémonos de joder con el cepo cambiario y la industria nacional, si total nos gusta más lo importado”, …
En tanto ese macho no llegue, esas masas seguirán así, dando vueltas sin dirección, perdidas en sí mismas, con sus cacerolitas y sus incongruencias, su rabia y su sonrisa, su orfandad y sus vacíos.
Desde Clarín y La Nazión sus columnistas encolumnados esperan, exigen, que el gobierno “tome nota” de la protesta.
La presidenta, ayer, en términos muy pacientes, les explicó que a ella no la votaron para hacer otra cosa que la que prometió y se comprometio a hacer. Que si otros quieren otra cosa, que la hagan, que ganen las próximas elecciones, y que la hagan. Sólo tienen que organizarse, elaborar una propuesta, elegir un líder, presentarse y ganar.
¿O qué sería, en tal caso, tomar nota, cambiar el rumbo?... ¿Traicionar el mandato de los millones que la votaron por unos cientos de miles que no dicen nada concreto, y cuyos verdaderos reclamos son políticamente tan inconfesables que ni la oposición los recoge?... ¿O suspender las políticas sociales y entrar a las villas a palo y fuego tras la demente fantasía de que los pobres son los malos?... ¿Eso sería cambiar el rumbo, como dicen, tomar nota?...
Cansados más que cansinos, arrastrando los pies, pasadas las nueve, se volvieron a sus casas.
Como no hubo acto, no hubo cierre; como no hubo líderes, no hacían más que dar vueltas sin ir a ningún lado, y al final se deshilacharon. En silencio y sin consuelos, la rabia doblada como los cartelitos.
Arriba la noche caliente maceraba la tempestad que en pocas horas inundaría de nuevo Palermo, Belgrano, Nuñez, y ya los noticieros hablarían de otras cosas, de la inundación, del caos en el transporte, de los subtes… Un día más.
Uno más y uno menos para el 7 de diciembre.
Porque esa es la cuestión.
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