Hasta que enero por fin se llevó de vacaciones a las
mayorías porteñas, Buenos Aires no tuvo paz. Calor y cortes de luz, pero
además, restorantes abarrotados, estacionamientos llenos, shopings saturados,
colas para todo y todo que se acaba, menos la remarcación constante que, sin
embargo, no reprime el consumo.
Misterios de la ciudad de la furia, jamás un estado de bienestar semejante,
provocó tanta ira.
ESCUPIDAS AL CIELO
Rabioso, enceguecido por la furia, cuando el contrargentino
se queda sin argumentos políticos
razonables, desvía su ataque hacia el plano personal. Allí entonces, sin error,
El Martiyo escucha siempre la misma sentencia: “hay que esta acá para hablar”, o en
su defecto, “vos hablás así porque no estás acá”.
Como ya hemos explicado algunas veces, El Martiyo es un
órgano periodístico de verdad libre, de verdad independiente; individual, unipersonal
–aún operando desde la primera persona del plural-, y escrito en argentino para
argentinos -de cualquier nacionalidad que fueran-, pero escrito fuera de la Argentina. Entonces
el contra, nos dice siempre lo mismo: “hay que estar acá para hablar”, sin
importar que nadie está en la
Argentina , sino siempre y apenas en un puntito de la Argentina ; sin
considerar tampoco cuánto nos informemos sobre el país, ni cuánto lo vivimos porque allí viven nuestros seres más queridos, y allí siguen estando nuestros
bienes materiales, y nuestro trabajo y nuestras deudas, y que fuera del país,
además, como santos por pecadores, pagamos el 35 por ciento de impuesto sobre
cada peso que gastamos por culpa de los especuladores que al sonar del Clarín
corren espantados hacia la fuga de divisas, hacia el suicidio social… una vez
más, y van...
“Hay que estar acá para hablar”, sin embargo, tampoco le
impide al contrargentino hablar de países que ni siquiera ha visitado un fin de
semana, pero que siempre y por supuesto serán mejores que la Argentina , “más adelantados”,
y “más civilizados”... “Hay que estar acá para hablar, supone, además, que
basta una ubicación geográfica para comprenderlo todo. La economía mundial, su
política, el mundo, y sus detalles.
“De lejos dicen que se ve más claro”, cantaba Serrat, pero
igual agarramos y fuimos allá para poder hablar acá. Aterrizamos en Buenos
Aires poco antes de navidad, y 40 días después de cruzarla por todos lados,
recorrerla, observarla, circundarla, disfrutarla y sufrirla, nos volvimos con el
eterno asombro que provoca ese pueblo tan extraño, el pueblo que, después de todo, votó dos veces a Fernando de la
Rua , ¡una para presidente!...
Hasta que enero se llevó a las mayorías porteñas de
vacaciones, éstas avanzaban sobre los comercios con una dinámica muy parecida
al pánico; saturaban restorantes, agotagan stocks, encarecían por demanda
cualquier oferta, y se empastaban en las avenidas, en autos, en bondis o a pie,
una masa compacta, densa, hirviente, se derramaba sobre las calles, y las cubría.
Eso vimos.
Vimos una ciudad colapsada por sí misma. El verano impío,
los cortes de luz y sus cortes de calles, desvíos imprevistos,
embotellamientos, puteadas, estacionamientos que se desbordan, interminables
colas en grandes supermercados sin embargo insuficientes, los pasajes que se
agotan para todas partes, como el lechón y los pollos, y la mejor carne del
mundo, y aún así, o por lo tanto, una puteada en cada boca. Como si se tratara
del condenado éxito con que nos amenazaba Duhalde. Eso vimos.
Un porteño muy nervioso, y muy gordo, vimos. Que se queja con una
mano, y consume con la otra. Y no escuchamos argumentos, escuchamos agravios. No había gratitud. Ni a Dios, ni a nada. Reclamos, había, rezongos, el temblor de
una injusticia en cada voz… Y más agravios, más insultos, desprecios. Ningún
equilibrio. Odio. Un odio como tal irracional.
En las mesas esplendía el bienestar vuelto manjares y
abundancia. Las mejores carnes, los mejores vinos, el buen pan, achuras,
ensaladas de todos los colores, la
Argentina al palo. Nunca como ahora Buenos Aires parecía un
país aparte. Un mundo aparte.
En Europa mientras tanto el precio de la calefacción se ha
vuelto imposible para grandes franjas de sus clases medias, que tiritan de hambre frente a las ollas populares,
ahogados en deudas, cocinados en la recesión y la desocupación. Eso al porteño
no le importa. No vale el mundo, a no ser cuando no hay cómo explicar el
crecimiento y entonces cantan aquel hit de Magnetto Record´s “Vientos de cola”.
Ahí sí. Ahora no. Ahora el mundo, la
Europa que crecieron adorando, los mismos Estados Unidos que
se murieron y aún los guía -como el Flaco Abel del tango-, nada de eso importa
nada, ahora... Todo es un desastre, rebuzna el contrargentino con la boca llena,
y se va de vacaciones.
A viva voz y en plena vigilia, como si estuviera despierto,
sueña con que “este gobierno no llega al 2015” . No sabe con qué reemplazarlo, ni le importa. Y jura que ya no lee Clarín, pero lo
repite sin errores.
El odio que han desarrollado por Cristina, insumirá mucha
literatura en los años y décadas por venir, cruzará este siglo, incluso, costará
explicarlo. La salud presidencial les inspira más de una fantasía tétrica, que
ella desbarata con sus apariciones puntuales, estelares, que más odio desata entre los odiadores… ya no hay regreso. Algo de ese odio los regocija.
Y no pueden ni precisan explicarlo. Les basta en sí mismo.
Surge de las profundidades más insondables de esa ciudad siempre a contramano del país; del viejo puerto que todavía se sueña un desprendimiento de las Europas, y de ese pueblo tan extraño, que en plena pascua de la abundancia, llueve de abajo para arriba en escupidas imperdonables.
Y no pueden ni precisan explicarlo. Les basta en sí mismo.
Surge de las profundidades más insondables de esa ciudad siempre a contramano del país; del viejo puerto que todavía se sueña un desprendimiento de las Europas, y de ese pueblo tan extraño, que en plena pascua de la abundancia, llueve de abajo para arriba en escupidas imperdonables.
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