Conductor
que no conduce, capitán que no manda, goleador que no la mete, el superastro
del Barcelona, viste la argentina y se esfuma, suma frustraciones, y el tiempo
pasa.
¿Hasta cuándo hay que esperarlo? ¿Por qué usarlo de motor si no se enciende? ¿De qué sirve el mejor jugador del mundo si no sirve? ¿O no es sólo él y se trata de otra generación estelar de promesas eternas?
¿Hasta cuándo hay que esperarlo? ¿Por qué usarlo de motor si no se enciende? ¿De qué sirve el mejor jugador del mundo si no sirve? ¿O no es sólo él y se trata de otra generación estelar de promesas eternas?
Preguntas y más
preguntas para una selección sin respuestas.
VENCEDORES VENCIDOS
Foto: Sebastian Rodeiro
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Si un día
allá en los inicios de este blog inauguramos esta sección, fue basados en la
importancia que reconocemos en la Selección como símbolo patrio de unificación
nacional casi absoluto, y casi único. Y si aún así hace ya bastante dejamos de
actualizarla, si ni siquiera comentamos un solo partido del Mundial
de Brasil, ni la final tampoco, fue –es- porque nos hartamos de estos pibes. De
esta generación de superestrellas como nunca se vio, y sin embargo...
Messi, Mascherano,
Higuaín, Agüero, Lavezzi, Di María, Tevez, hombres que literalmente valen mucho más que
su propio peso en oro, jugadores del más alto nivel internacional, campeones de
Europa y balones de oro, todos golden boys -“millonarios prematuros”, diría
Bielza-, estrellas superestrellas, y sin embargo…
Otra
copa América que no consiguen conseguir, otra final perdida, otro título que no
fue. Otra vez sopa.
Exceptuando
como confirmación de la regla el partido contra Paraguay, Argentina, igual que
en Brasil, llegó a esta final con lo justo, cuando no por penales. El golcito mínimo,
vital y móvil, y luego el carroussel de la nada, gira que te gira sin
profundidad, más que esporádicas llegadas que se rematan mal. Caso Higuain ayer
y en la final con Alemania, caso Palacios, caso Messi contra Alemania, y contra
Colombia la semana pasada. Siempre algo falla, menos el golcito suficiente. Así
se llega. Un 6 a
1 no hace verano.
Ayer,
desde el vestuario perdedor, pronto se disparaban los twits que informaban una
agarrada a golpes entre Mascherano y Banegas, que Messi tuvo que contener. Y
después que Messi y Martino habían discutido. Y los rumores nuevos de la
renuncia de Mascherano, y los rumores renovados de la renuncia del propio
Messi. Y las preguntas, las dudas, las infidencias y las suposiciones. Los
trapos sucios de la derrota.
¿Por qué
Tevez no jugó más que unos minutos? ¿para qué lo llevó, entonces? ¿por qué, en
cambio, se insiste con Higuaín, y con el esforzado Lavezzi, que sigue sin
aportar más que eso, esfuerzo? ¿Y así que la bronca con Tevez es de Mascherano y
no de Messi? ¿Entonces Mascherano manda más que Messi, y los dos más que
Martino?...
Bah.
El Martiyo,
sin tantas vueltas, prefiere mejor preguntarse: ¿es de verdad impensable una Selección
sin Messi, habida cuenta de una ya extensa campaña sin pena ni gloria ni
demasiados goles tampoco? (Cinco en tres mundiales, y uno solo -y de penal-, en
esta Copa América).
Más que
impensable su ausencia, nos preguntamos: ¿es imprescindible su presencia?...
Basta
mirar su campaña en el Barcelona, para decir que sí. Basta mirar su campaña en
la Selección para decir que no.
Es justo
que Messi se haya ganado su titularidad en la Selección gracias a su fútbol en
el Barcelona. Pero sería necesario que la mantenga por su fútbol en la
Selección.
Hubo
una vez –hace ya demasiado tiempo-, que la Selección Argentina se armó
especialmente para un solo hombre. Pero ese hombre la llevó a dos finales del
mundo, ganó una con autoridad, y la otra, ahora se sabe, se la robaron los machos de la FIFA, hoy presidiarios o prófugos.
Armar
un equipo para un solo jugador, significa eso: que el equipo dependerá de ese
jugador, que será el motor de su fútbol. Por eso ese jugador debe ser un hombre
de temple, estable, y convencido de su cargo. En los 90 minutos durante los
cuales debe conducir al equipo, no puede distraerse, no puede ausentarse, no
importa si su familia debe abandonar la platea, o si sus padres discuten, o si
vomita no sabe por qué. Mucho menos en una final.
Lionel
Messi desapareció de las últimas dos finales, la mundial, y la continental. Se
borró. Contra Alemania en el Maracaná se perdió un gol de esos que en el
Barcelona hace con los ojos vendados, y ayer apareció un minuto antes del final,
y eso fue todo. Metió su penal, claro. Bueno sería…
Si Messi
no disfruta la Selección Argentina, si no consigue ser encendido por esa
camiseta, ni aún con la banda de capitán, si otra vez está pensando en
renunciar a lo que ningún argentino renunciaría –exceptuando al también extraño
Fernando Redondo-, entonces quizá sea mejor para todos que lo piense bien.
Esto
que puede parecer un disparate, deja de serlo a la luz de los hechos, y sobre
todo, de los resultados. El universo de elogios mediáticos que envuelve a Messi
como un manto imperial, no pesa, evidentemente, en la Selección Argentina.
Ayer se
cumplieron 22 años sin títulos para la mentada mejor selección del mundo.
Y otra
vez, ayer, el mejor jugador del mundo -y del último mundial- asistiendo al
festejo ajeno con esa cara sin gesto que ya empieza a parecer el rostro
argentino de la derrota.
Cualquiera
quiere a Messi en su equipo.
Pero si
juega.
* * *
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