Esta es la confesión de un periodista argentino que a fines del siglo XX fue testigo de la más increíble de las revelaciones de la historia humana.
Un descubrimiento mayor que la teoría de la relatividad o el continente americano. Amordazado por un juramento, el autor se vio obligado a callar, hasta hoy, los hechos extraordinarios que aquí revela, y cuyas pocas pruebas en su poder, a partir de ahora, pone a disposición de las autoridades pertinentes.
Cualquier parecido con la ficción, es apenas una esperanza.
EL PEQUEÑO MUNDO PROPIO
DEL DR. CRANDALL
"Dios es simple,
todo lo demás es complicado".
Albert Einstein.
I
No sé dónde -en los Estados Unidos-, no recuerdo exactamente cuándo, ni tampoco quién (sin embargo lo que cuento es verídico), el hombre que por primera vez denunció ante las autoridades haber visto un ovni, preguntado que fuera sí es que tenía alguna prueba, sin inmutarse ni trepidar, respondió irrefutable: "Sí, yo lo vi", dijo.
Tal es mi situación en este caso. Lo que voy a contarles es muy difícil de creer, pero tengo una prueba irrefutable: yo lo vi. Yo conocí personalmente al doctor Charles Williams Crandall, y él me mostró a mí, sólo a mí, la mínima y sin embargo extraordinaria maravilla de su pequeño mundo propio. Y yo lo vi. Con mis propios ojos. Es mi única prueba, pero es una prueba irrefutable. Quien quiera creer, que crea.
Durante más de 20 años me vi obligado a guardar semejante secreto porque así se lo había jurado al doctor Crandall en vida. Y aunque más de una vez tuve ganas de contárselo a la prensa, al mundo, a un amigo, a un psiquiatra, a cualquiera que me creyera así no me volvía loco solo... apenas imaginaba el cataclismo universal que podía desencadenar una sola palabra mía, inmediatamente me abstenía y me callaba y seguía soportando este silencio atronador.
Sin embargo, como yo juré guardar el secreto "hasta la muerte", pero en ningún momento se aclaró la muerte de quién; ahora que Crandall y su mundo ya no existen, no creo perjudicar a nadie con decir lo que voy a decir, y en cambio tengo más de una razón para dar conocer aquello que vi. Exactamente tres razones tengo.
En primer lugar, me gustaría establecer con estas páginas el principio del reconocimiento universal que como científico le debemos a Crandall, tan vituperado en vida por los asnos de su tiempo. En segundo lugar, quisiera dejar aunque más no fuera un testimonio escrito de la maravilla en sí de su invención, de la novedad que importaba en su momento (que importaría todavía), y de paso remarcar, para aprender y no olvidar, la gran oportunidad que la ignorancia nos negó. Y en última instancia -pero primera para mí-, cuento lo que cuento por la necesidad de alivio que supone la confesión. Son más de veinte años con un mundo y su humanidad atravesados en la garganta.
Aclarado esto, en atención a vuestra paciencia (y sobre todo a mi ansiedad), prometo de aquí en más ser todo lo conciso y rápido posible, para así llegar cuanto antes al punto vital de estas páginas: el pequeño mundo propio del doctor Crandall.
Perdonen entonces la aridez de estas líneas, pero aquí lo que importa es otra cosa.
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