Fenómeno
porteño por excelencia –replicado en el país merced a la autodestrucción de la
UCR-, imagen y semejanza del hombre de Buenos Aires, banal y fútil, arrogante
sin arrojo, ignorante especializado, prepotente, ineficiente pero superior, Macri
encuentra en la CABA un pueblo a su medida.
ARRABAL AMARGO
Robustos
y bien vestidos, apurados, malhumorados, presuntuosos, invictos y frustrados,
los porteños somos así: únicos.
Y
cuando decimos porteño nos referimos al hombre que es de Buenos Aires así haya
nacido en Seul, Sao Paulo o Beijing; al habitante de la ciudad que la ciudad ya
asimiló, ya devoró, ya hizo suyo. Porque Buenos Aires es así: te absorbe o te
rechaza.
Un
alegre carioca en Buenos Aires con el tiempo cambiará la saudade por la
nostalgia y aprenderá el lamento. Un chino en pocos años de porteño, pierde por
fin su milenaria sonrisa y sus buenos modales ancestrales, y se vuelve rudo,
seco, fastidioso, empieza a quejarse, de la humedad, del gobierno, de la gente,
de la vida, y sobre todo, del otro…
Y acaso
es eso: el clima, la humedad, el mucho frío, el demasiado calor; o acaso el
puerto inmenso que le llena el mate de infelices ilusiones, haciéndole creer que
más allá de esas aguas está la vida plena y pura, un mundo de países con
hombres sin errores ni miserias ni derrotas, como sería su propia puta vida si
no fuera por la humedad, el gobierno, el otro, el puerto, esas aguas tan
grandes, carajo…
Peregrino
en tránsito perenne, así se explica por qué ningún porteño es lo que parece
sino algo mejor, aunque difícil de probar… El mozo del bar es en realidad
actor, el taxista ingeniero, el librero autor, el médico ministro, el diputado
presidente… Una tremenda injusticia imperceptible desbarata sin solución sus
más altos destinos, y allí lo vemos al gran actor condenado al infierno de
traernos un café; al ingeniero capaz de un puente preso de un taxi todo el día;
al genio literario atrapado en una librería ni siquiera propia, y así todos, y
todo, siempre, por culpa del otro, del clima, del gobierno, de ese puerto de
mierda. Invicto pero frustrado, qué otra cosa que putear le queda al buen
porteño.
Cejijunto
y convencido, con toda la razón del mundo, la vista al frente y la frente
fruncida, atraviesa la multitud sin percibirla, pues ningún porteño precisa del
otro para resolver cualquier asunto. Muy por el contrario, el otro, la gente,
es justamente el problema, pst.
Individualista,
supremo y suficiente, el mundo es un estorbo que habría que abolir.
Canchero,
vivo, rodeado sin embargo de boludos, allí la razón de su derrota, que al ser
ajena, eso sí, le permite por lo menos salvar el invicto…
Curioso
caso de triunfador sin triunfos, campeón moral de una moral que ni a él le
sirve, parece rudo o bruto, porque llega y no saluda ni sonríe, no pide permiso
ni por favor, ni dice gracias a no ser con ironía, de bronca…
Pero
no, nada que ver: no es rudo, ni mucho menos bruto. Al contrario. El porteño es
culto, mundano, refinado, ha viajado, y tanto, que cuando otros van, él ya no
sólo fue dos veces, sino que volvió tres.
No
saluda porque ni te conoce, ¿quién sos? No sonríe porque está en cosas
demasiado importantes como para tomárselas en joda. No pide permiso ni por
favor porque no te pide nada, y no dice gracias porque gracias hacen los monos,
o qué te pasa…
Orgulloso
y arisco, temeroso y por ello temible, no duda en atacar porque esa es la mejor
defensa, y nunca llora a no ser para mamar, porque no es gil, aunque el que
afana es siempre el otro.
Rezongones
y melancólicos, entre guapos y gauchos sin oficio conocido, nos ganamos fama de
vagos, pero eso porque nos condenan a un taxi cuando somos ingenieros, o a
traerte el café a vos, cuando nuestro verdadero destino era Hollywood, me cago
en tu café...
Trágicos
y traicionados, hermosos y malditos, víctimas de un mundo que no entiende nada
de nada, el porteño sabe demasiado, y allí la cruz de su amargura…
Capaz
de resolver no sólo el país sino cualquier cosa, ningún tema le es ajeno, y sin
embargo no es oído, la democracia no le basta, la gente no lo acompaña, único
al fin, nadie lo representa, y así claro… así no hay esperanzas.
Por eso
el mal humor, la bronca, la aspereza, la frustración, la presunción, el
cinismo, el invicto y la derrota.
Por eso Macri, porque eso somos.
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