Efemérides
Un día
como hoy hace 64 años se inauguraba el terrorismo en la Argentina, cuando oficiales
de la Armada y la Aeronáutica pasaron a la clandestinidad, secuestraron 34 aviones
propiedad de las Fuerzas Armadas del Estado, bombardearon la Plaza de Mayo y
acribillaron las calles aledañas asesinando más de 300 personas y dejando más
de 700 heridos en tres incursiones que empezaron poco después del mediodía, y
acabaron hacia las cuatro de la tarde, cuando el teniente primero Carlos Carus,
soltó desde su Glooster la última bomba sobre la multitud. Nacía en la
Argentina la subversión terrorista.
Porque
lejos de ser apresados, juzgados y condenados, aquellos asesinos en masa fueron
condecorados, ascendidos, y hasta glorificados por buena parte del pueblo. A
partir de entonces, cualquier cosa podía suceder.
Tanto
así fue, que antes de tres meses aquellos subversivos derrocaban al gobierno
democrático y se alzaban con el poder, y antes de un año se largaban a fusilar
militares, militantes y obreros en la noche de los basurales. Y tampoco entonces
nadie hizo nada.
Al
contrario.
La
derecha y sus embajadas aplaudían con rabia, pero también el socialista Américo
Gioldi vivaba los muertos desde el lustroso periódico La Vanguardia al grito de
“se acabó la leche de la clemencia”; mientras el otro gran socialista de lo
hora, don Alfredo Palacios, era embajador en el Uruguay. Todos estaban de
acuerdo, y así el terrorismo subversivo dejó de ser subversivo. Ya era cuestión
de Estado. Ahora todo era posible. Nunca más nada debería sorprendernos. Ni siquiera
una insurrección armada, ni siquiera un genocidio.
Bajo un
manto de neblina y silencio oficial cada vez más densos, el viernes se
cumplieron 37 años de la capitulación firmada por el general Mario Menéndez en
Puerto Argentino ante su par británico Jeremy Moore.
En
rigor de la verdad histórica, el documento se firma poco después de la
medianoche del 14, pero queda fechado el 14 a las 23.59. Las conversaciones con Jeremy
Moore habían comenzado temprano, apenas
pasado el mediodía, pero el acuerdo se retrasaba entre otras razones porque Menéndez
no podía garantizar con su rendición la rendición de la Fuerza Aérea, cuyos
pilotos aún a esa hora aterraban y destruían a la Flota Real y a sus tropas. Ni
siquiera podía garantizar que con él se rindieran los pilotos Aeronavales, que
tanto daño les seguían provocando.
Desde
la Segunda Gran Guerra la Royal Navy no sufría el hundimiento de un buque. En
Malvinas le hundieron siete, y otra decena quedó fuera de combate. De los 41
barcos de guerra que llevó a las Islas, sólo tres volverían intactos a
Porthmouth. Los aviadores argentinos, aeronáuticos y navales, les habían dado una
paliza histórica. Los ingleses nunca los olvidarán, por mucho que nosotros sí.
Es una
pena que ninguna de las dos fuerzas, ni la Aeronáutica ni la Armada, hayan hecho
público jamás un arrepentimiento institucional por aquellos subversivos del 16
de junio de 1955, despegando así, del día fundacional del terrorismo argentino,
sus respectivos bautismos de fuego.
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