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domingo, 29 de abril de 2012

CFK: LA PRÓCER

En nuestro post La madre patria que nos parió, anunciábamos ya la estatura de prócer nacional alcanzada por CFK; sin dejar de reconocer que dicha afirmación hoy podía sonar exagerada, incluso fanática, pero que el sólo paso del tiempo habría de convertirla en una sencilla obviedad histórica.
Ese tiempo ya está corriendo.
¿Inventamos el femenino de la palabra, o vale así?...


LA PRÓCER





No pasarán siquiera dos generaciones para que el nombre de Cristina Fernández de Kirchner redoble como el bronce indiscutido de José de San Martín, Manuel Belgrano, y pocos más.
No lo decimos porque sea un(a) gran presidente, ni porque bajo su conducción el país haya crecido a niveles históricos, ni tampoco por haber ejecutado la política social más justa y sensible que se haya ejecutado en la Argentina después de Eva y Perón; ni porque nos rescató –con su marido- del abismo más hondo al que la entrega y la rapiña y la insensibilidad neoliberal nos habían arrojado; mucho menos es porque haya eliminado hasta el delito de injuria llevando la libertad de prensa y expresión a su instante más pleno (mientras soporta aún la oposición mentirosa y monolítica del monopolio mediático que hasta entonces gobernada la Argentina). No es nada de eso. Ni siquiera lo decimos porque ahora haya recuperado la soberanía energética para todos los argentinos, para sus hijos y los hijos de los nietos de sus hijos.
Se trata antes de su lucidez, de su fortaleza y su entrega sanmartinaianas, la cordillera que se cruzó para libertarnos a todos desde los días cuando era considerada apenas un títere de su propio marido, a través de las tempestades provocadas por la Sociedad Rural y la Iglesia, sus financistas y los grandes medios, aunados y mancomunados y dispuestos a todo cuando la “crisis del campo”, como le llamaron ellos mismos al enfrentamiento con las grandes exportadoras y sus "ganancias extraordinarias", y allí ella, solita con su marido mientras la turba confundida por las voces de siempre gritaba Barrabás, que entonces la ninguneaban como ninguneaban a Belgrano sus enemigos de entonces.
Y allí la traición de su vicepresidente, y los buitres de la hora ya con la servilleta puesta, y allí ella, que en vez retroceder -como todos sus pares antes-, se levanta y avanza.
Entonces la Ley de Medios contra los dos grandes medios y a favor del resto; la batalla por Papel Prensa que nadie había dado todavía; y la Ley de matrimonio igualitario pese a toda la Iglesia y sus siervos seculares; y allí la Asignación Universal por Hijo, para que aprendan los otros de qué sirve la guita que antes se robaban; y poco a poco el pueblo que ya no se confunde más, y los 200 años de la patria, y ella ahí. Tan luego Ella justo ahí. 
De la fiesta al dolor, en octubre el disparo en pleno vuelo de la muerte repentina de su marido, y de nuevo los buitres que la creen frágil y fácil, y otra vez ella que de cada golpe renace más sabia y más fuerte y más entregada a su destino histórico. Y su pueblo que por fin la descubre.
Del dolor a la fiesta, el octubre siguiente el 55 por ciento de los votos le explicó en su huracán al enemigo la verdad de ese pueblo. Ella siguió su marcha. Un cáncer fantasmal nos recordó por unos días qué endeble era todo, menos ella.
Sobre el ruido de la interferencia diaria de los medios del miedo, ella siguió su avance. No se detuvo a pelear con las cucarachas para ver si salvaba su despacho en la Rosada. Eso sabrá la historia.
La recuperación de la soberanía energética, será acaso uno de los hechos más importantes que recuerde en el tiempo el carácter visionario de su gestión.
Sus tantas leyes a favor de tantos, sus tantos ataques en defensa de tantos, su temple en la adversidad, el acero de sus convicciones, mantendrán como un aura el brillo de su bondad y su grandeza.
Lo malo, la muerte de su esposo, el tamaño y la vulgaridad de sus enemigos, la incomprensión de algunos, la traición de los traidores, la envidia de los envidiosos; se apagará en sombras que servirán de contraste a su entereza, a su inteligencia y su coraje, y también a su belleza.
Y así el tiempo, juez de jueces, un día no demasiado lejano le dará su lugar entre los grandes próceres de la patria.
La primera mujer entre los grandes próceres de la patria.
¿Habrán inventado ya el femenino de la palabra, o será aceptado su uso tal y como un día lo anunció El Martiyo?...
¿O también eso habrá que esperarlo un par de generaciones?...
Nosotros no esperamos nada.
Ni el mañana ni la muerte.
Nosoros la reconocemos ahora, y ahora la llamamos prócer.
Y nos guardamos ese orgullo en la memoria.
Un día será sólo una obviedad.


Cristina Fernández de Kirchner
Presidenta de la Nación

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