El
domingo en Página 12 Horacio Verbitsky volvió a embestir contra el papa
Francisco a raíz de la beatificación del obispo de San Salvador Oscar Romero,
asesinado en 1980 por los escuadrones de la muerte de la dictadura de su país.
Lo que
a simple vista el mundo consideró un nuevo gesto del nuevo papa en reconocimiento
de la justicia social y las grandes causas Latinoamericanas, Verbitsky, a
golpes de pura información, lo reduce a otra pirueta del cura Bergoglio por
limpiar las sombras de su propio pasado…
¿Pero cómo contestarle a un perro incontestable?
MUERDEN, PANCHO
“Siempre a su dueño fiel, aunque importuno”
Miguel
Hernández.
Otra
vez -y van- Horacio Vertbisky hizo un desastre en el Vaticano. Compatriota del papa, congénere y compañero –los
dos son peronistas-, como cuña del mismo palo, no le da tregua ni respiro. Perro que no lo deja ni se
calla, conforme Francisco se hace el bueno, él más y más le ladra, pero también lo muerde.
El
domingo en Página 12 informó sobre la beatificación del arzobispo Oscar Romero,
revisó las circunstancias de su final y su asesinato, y con documentos, fechas,
nombres y detalles -enumerada información
por información la fuente correspondiente-, en una clase práctica magistral de
lo que debe ser una nota periodística, desenmascaró en este nuevo gesto de Francisco,
el viejo rostro de Jorge Bergoglio.
Aquí no vamos
a reproducir la nota, ni siquiera vamos a resumirla. Está en la edición de Página
12 del domingo 24 de mayo de 2015. Es fácil de encontrar.
Aquí reparamos
apenas en el hecho, por la fuerza de su rareza.
Por
primera vez en la historia de la Santa
Iglesia Católica, en sus dos mil y pico de años ya, un
periodista, un tipo solo, le muerde los tobillos, y no la suelta. (Ver Don Francisco y el perro I y II)
Más aún:
en plena y decidida campaña vaticana por limpiar la imagen de una institución cuya
podredumbre acumuló gases como para eyectar de su trono vitalicio a un sumo
pontífice; ese periodista, ese tipo solo, se las arregla cada tanto para envolver dicha campaña en polvo y espanto.
El
alcance de fuego que puedan tener los artículos de ese periodista, es cada vez
más incierto. Hace rato su fama trasciende las fronteras argentinas. Autor de libros de
consulta, referente internacional de los derechos humanos, presidente del CELS,
y reconocido experto en la historia de la iglesia católica argentina –cuyas
relaciones con el poder económico y político desglosó en cuatro tomos que
agradecen los historiadores-; una trayectoria a cada minuto más extensa, y las
casi inhallables desmentidas a las que se vio obligado en tantos años de
oficio; le dan en su conjunto un alcance de fuego sin duda cada vez más poderoso.
Porque
no es menos sintomático que este pequeño David haya elegido atacar otra vez a
su gigante preferido tan luego en la misma semana, o mejor dicho: para cerrar
la semana, en la que él a su vez fue atacado por un David todavía más chiquitito.
Gabriel
Levinas, socio de Lanata –o sea-, amenazó desde los medios de Magneto con un
libro que eventualmente sacaría y que -siempre en los tiempos de Clarín- eventualmente
demostraría que Verbitsky habría colaborado con la dictadura. Más y peor: que
era el autor de los discursos del entonces comando de la Fuerza Aérea.
La
acusación es vieja, y en apariencia reciclable, porque sale a la luz cada tanto, y cada
vez entonces Verbitsky pela los mismos documentos, testimonios y otras pruebas, para
devolverla al silencio hasta la próxima vez. Este domingo, en la misma edición
de Pagina 12, con la excusa de reivindicar la figura del comodoro Güiraldes -y
sin firma-, agrega unos cuantos testimonios destacados que reducen a Levinas aún
más de lo estaba.
Este
blog desconoce el pasado real de Horacio Vertbitsky, pero lo reconoce como el
mejor periodista gráfico del país. El mote de incontestable que aquí habitualmente le
otorgamos, es consecuencia de su trabajo y de los hechos, no palabrerío.
Porque aún
si Verbitsky tuviese el ropero lleno de muertos, ninguno de ellos podría
desmentir las responsabilidades documentadas de monseñor Quarracino en el final del arzobispo
Romero, o en el ascenso de Jorge Bergoglio con la bendición de Juan Pablo II, y
después de “rescatarlo del exilio interior al que lo había condenado la Compañía de Jesús por
oponerse a la teología de la liberación”.
Porque
lo que vuelve incontestable a Vertbisky, no es lo que dicen de él, sino lo que él
dice.
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