Una
multitud que todavía están contando desbordó ayer la plaza de Mayo en una
demostración histórica de fiesta popular y liderazgo político. Al cabo de su
segundo mandato –tercero del modelo que encarna-, CFK se retira con el pueblo a
su lado y sin rivales; mientras la oposición, a minutos de las presidenciales,
insiste en cuestionar el uso de la cadena nacional y los nombres de las grandes
obras que jamás hicieron. Como quien abraza un fracaso, pero lo abraza con
fuerza.
UN MÉDICO
A LA DERECHA
Foto: Victor Bugge |
Como
quien cree volar y sólo cae al vacío, mientras la cuenta regresiva hacia las
presidenciales de octubre no cesa y se agota, la oposición en su conjunto –periodistas,
panelistas y políticos- sigue sin otra estrategia en pos del voto popular, más
que atacar a Cristina y su gobierno. El resultado es público y notorio: la
imagen de ambos –de Cristina y su gobierno- supera el 50 por ciento de aprobación,
y ayer una multitud que no terminan de contar desbordó la Plaza de Mayo en una
demostración histórica de liderazgo y conducción.
Siete
años se cumplen ahora desde que la oligarquía terrateniente y sus socios eternos
–los grandes medios, las grandes corporaciones, la banca extranjera y la consabida
Embajada-, desataran su feroz campaña contra el gobierno, arrastrando en su momento
millones de incautos, ignorantes, distraídos, o suicidas.
Desde
entonces, parapetados en el conglomerado mediático más grande de Sudamérica, la
estrategia fue una sola: pegarle y pegarle, al gobierno y a Cristina, por donde
fuera y como fuera, sin reparar en gastos ni en verdades, sin piedad y sin ética.
Así, por
primera vez en la historia de estos medios, un gobierno nacional no registraba
un solo acierto. Todo estaba mal. Los mismos medios que supieron parir,
justificar, encubrir, sostener y aplaudir un genocidio; o las bondades del
menemismo cuando remataba la patria; o la obediencia de De la Rua al devolverle el poder a
Cavallo; los mismos medios que supieron culpar a un abstracto (la crisis) por el
asesinato policial de dos militantes (Kosteki y Santillán); ahora por fin se
encontraban sí con un gobierno perfectamente malo. Absolutamente ruin.
Y le
dieron y le dieron, duro con un palo y duro. Si el país crecía, era “viento de
cola”, si por fin se investigaba la apropiación irregular y sangrienta de Papel
prensa, era “un ataque al periodismo independiente”. Si éramos soberanos en política
exterior, “nos aislábamos del mundo”. En vida de Néstor, ella era apenas una
marioneta incapaz y estúpida; muerto Néstor, se convirtió en algo más genial y maléfico
que el mismísimo Lucifer. La verdad no importaba más.
Por ese
camino, dispuestos a todo, no sólo mintieron, también traicionaron los
intereses nacionales. Mientras fugaban dinero a través del HSBC o el JP Morgan
(según lo descubierto hasta ahora, quizás haya más); celebraron miserables el
embargo de la Fragata Libertad
en Ganha, se plegaron sin pudores al reclamo de los fondos buitres, y tal como reveló
Wikileaks, desfilaban por la
Embajada norteamericana mendigando castigos arrodillados a la
altura de las braguetas de Washington. Por fin, desesperados, le tiraron con el
cadáver de un fiscal inútil.
Siete
años después de tanto y tanto, al cabo de su segundo mandato –tercero del
modelo que encarna-, la plaza desborda, y la victoria es clara. Borges diría: “vencen
los bárbaros, los gauchos vencen”.
Ni
Boudou, ni Nisman, ni Louis Vutton ni Paul Singer sirvieron de nada… ¿Pero cómo?...
¿Por qué?...
Desorientados
por el tremendo fracaso, abombados por la derrota, enloquecidos por el odio, no
pueden entender lo que nunca vivieron: la certeza de saberse representado por
un líder escogido. Como sucedió con Juan Perón, o Eva Duarte, o Néstor
Kirchner, o el primer Irigoyen.
Cuando
las mayorías posicionan un líder, reconocen un conductor, y saben en quién se
confían. Se sienten de verdad representados, y lo defienden. Escuchan lo que
les dice, no lo oyen como quien oye llover. Le creen. Lo siguen.
El sencillo
secreto de esos líderes es representar a sus representados. Defender sus
intereses, protegerlos, y beneficiarlos. Si el líder cumple con esas pautas más
allá de las embestidas de los poderosos de siempre, el pacto se vuelve sagrado
y el amor eterno.
Los que
traicionan, los que mienten, los que se creen mejores sin salir del agravio y
el chimento, los que usan las grandes palabras y las grandes causas para
esconder sus grandes miserias, los que prometen de todo porque ya saben que no
cumplirán con nada, nunca podrán entenderlo, porque nunca podrán vivirlo.
Cristina
es otra cosa. Compendio y apoteosis de la inteligencia de Perón, el coraje y la
sensibilidad de Evita, el renacer de Néstor y el carisma de todos ellos;
concluye su hora triunfal, con el pueblo a su lado, y sin rivales.
La
oposición, en tanto –sus periodistas, sus panelistas y políticos-, insiste obsesionada
con el uso de la cadena nacional, o el nombre que le ponen a las grandes obras
que ellos jamás hicieron. Todo les avisa que nada de eso les dará el triunfo en
octubre, pero sencillamente, no se les ocurre otra cosa. Sin ideas propias, ajenas
las mayorías, de alguna manera, así se dan por vencidos: abrazados al fracaso,
unidos por el espanto. La
plaza de ayer les resultó demasiado.
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