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lunes, 7 de septiembre de 2015

EUROPA TERMINÓ DE TERMINARSE



Entontecidos por la coyuntura y el plagio, los grandes medios del mundo no vieron la noticia tan sólo comparable a la conquista de América: la hecatombe de los refugiados en Europa no es sino el cambio de piel de un continente entero. Con índices de natalidad en baja, y de envejecimiento en alza, una invasión pacífica vino a renovarlos cuando ya se morían. La Europa conocida, soñada o añorada, se terminó. ¿Cómo será la nueva Europa? ¿Mestiza? ¿Musulmana? ¿Bélica? ¿Monárquica o teocrática?

EUROPA EMPIEZA OTRA VEZ




Esta sección, Europa en guerra, nació con El Martiyo y fue la única en ostentar capacidades proféticas anunciando un nuevo fin del viejo continente, ya desde su primer post titulado entonces Europa se termina otra vez.
Pero nosotros, nobleza obliga, avistábamos una guerra, un gran conflicto bélico en territorio europeo como resolución final de la crisis económica, política, y sobre todo moral que desgastaba a Europa desde su última destrucción completa. El derrumbe del euro, la recesión, la desocupación, los viejos odios, esos pueblos que nunca se quisieron, que siempre se pelearon, antes o después colapsarían en un todos contra todos por la presión de las circunstancias. En dicho contexto, Ucrania era el primer chispazo.
Lo que no vimos, al igual –sorprendentemente- que sus líderes, era esto: la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra, el terrible efecto rebote del incendio iniciado por ellos mismos a todo su alrededor, en el norte de África, en el Medio Oriente, en la Magreb, en los Balcanes. Ahora es tarde: ahora Europa se terminó otra vez.
La Europa conocida, añorada o soñada, la de las grandes catedrales y los museos tan lustrosos; la de los príncipes mediáticos, las reinas y las ruinas; la Europa que se nos aparecía tan civilizada y próspera, organizada y pulcra, la Europa blanca, occidental y todo eso, ya es pasado pisado. Los cientos de miles y millones de refugiados asiáticos y africanos que habrán de poblarla de ahora en adelante, darán, en apenas una generación o dos, una Europa nueva, distinta. Otra Europa que la Europa que así se terminó.
La Europa del final del siglo XX, suntuosa y vanguardista y a la vez conservadora; la de Chanel y Churchill, la de Picasso y Mastroiani; la Europa que la burguesía argentina visitó durante años dispuesta a volver impresionada aún antes de partir, esa Europa está muerta. Vivió la lucidez de su agonía durante los primeros años del nuevo siglo, la década corta que estalló en el 2008, el alba dorada del euro, la flamante y poderosa moneda única de la gran convertibilidad continental, un sol mejor que el sol y que en su propio esplendor anunciaba el último ocaso. Ahora es la noche.
Demasiados siglos de aventuras imperiales, de invasiones, saqueos, genocidios, de ostentar riquezas y sembrar miserias, aquí por fin se encuentran con su destino universal... les diría Borges.
Una nueva humanidad llega para ocupar sus tierras, y renovarlas.
Hombres y mujeres y niños que pronto serán nuevos hombres y mujeres y más niños, pero ya no refugiados, sino nativos, europeos ellos también. Con sus credos, sus dioses y sus cosas, pero nacidos allí, ya ingleses, ya alemanes, belgas, españoles…
No deja de ser una buena noticia cuando todos los índices alertaban sobre una caída en la natalidad y un envejecimiento poblacional. A punto de vaciarse, Europa se llena de nuevo… ¿Pero serán bienvenidos?
O sea, nos preguntamos, cuando en dos décadas –no más- los parlamentos europeos se llenen de turbantes y de velos y las mayorías blancas ya no sean mayorías, ¿Será todavía la democracia el mejor sistema político en Europa?... ¿O habrá uno nuevo?... ¿O uno viejo?...
La noticia que no vemos en los diarios es que asistimos en directo a un hecho sólo comparable a la conquista de América: el cambio de piel de un continente entero.
Esta vez los invasores son del todo pacíficos, pero el proceso es sin embargo más veloz, más contundente. Lo que en América tomó doscientos años hasta instalar como nativa una sociedad ajena; en Europa tomará semanas, meses. Un par de años.
Como las aguas de dos océanos separados por un muro que por fin se abre –o se rompe-, dos sociedades se encuentran, se chocan y se mezclan.
Una nueva, musulmana en su mayoría, llega a la vieja Europa para asentarse, trabajar, prosperar, crecer, y reproducirse. Trae la fuerza del hambre, la certeza del horror, y conoce exactamente el valor de la vida. Del otro lado hay una sociedad cansada, que envejece vencida por veinte siglos de guerras y el fracaso reciente de una aventura comunitaria que redujo a colonias germanas a sus propios estados miembros. Los que llegan sólo tienen futuro, los que estaban son el pasado. Diría Machado, don Antonio: hay una Europa que muere, y otra Europa que bosteza.
Pero el parto no será sin dolor. Sobran los indicios de que esa sociedad que muere, no se entregará sin resistencia. Por ello, y pese a este final abrupto por la vía poblacional, no podemos descartar la guerra que siempre anunciamos. Por el contrario, el rechazo íntimo del europeo medio al medio extranjero, la situación laboral de las grandes masas europeas, el estado calamitoso de las arcas de sus estados y los grandes buitres financieros sobrevolándolo todo, sumado a un desastre migratorio como el actual; nos hacen pensar con Shakespeare que esta noche negra no se aclara sin una tempestad.
Lo cierto es que con guerra o sin guerra, Europa la que decíamos está terminada.
El desastre de los refugiados recién comienza y promete agravarse, pero un día también terminará. Cuando todo pase, cuando amaine la tempestad, y la noche amanezca, una nueva Europa surgirá de sus escombros. Otra vez. 

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