Un caño
roto de lugares comunes inunda desde el viernes las redes sociales. Con fervor colonial, políticos,
artistas, deportistas, vedetongas, nadie quiere quedar afuera de la supuesta
conmoción que deberían provocar los atentados de París. Pero jamás ni un tuiter
apurado por los muertos que mata Francia todos los días de la vida en Siria, en
Libia, en Iraq, en Mali, en la República Centroafricana…
MENTIRA ESE LAMENTO
“Yo mataría porque no tiene importancia”.
Charles Bukowski
Muy
compadrito y bien campante, Francois Hollande, presidente de Francia, se pavoneaba
públicamente pocas semanas atrás, el 27 de setiembre -tan luego desde la sede de
las Naciones Unidas, en Nueva York-, confirmando el éxito de las incursiones de
su Fuerza Aérea en territorio sirio. "Nuestras fuerzas consiguieron sus
objetivos: el campo fue destruido en su totalidad", guapeaba el hombre.
Pocos
días después el ministro de defensa francés repetía el número anunciando una
segunda incursión, no menos exitosa que la primera. “Los objetivos fueron
destruídos”, decía Jean-Yves Le Drian, el ministro.
Los
objetivos a los que en uno y otro caso hacían referencia uno y otro –el presidente y su ministro-, eran en los hechos lugares llenos de gente que, según los
informes de la inteligencia francesa –la misma inteligencia que ayer se comió
lo que se comió en pleno París- decía, porfiaba, esa inteligencia, que dichos
lugares llenos de gente, eran campos de entrenamiento de terroristas destinados
a atacar Francia. Basado en tal información, el
gobierno francés consiguió blandir la bandera de la “legítima defensa”, y se
mandó al ataque.
Los
objetivos destruídos del presidente y su ministro son, en los hechos, seres
humanos. Quizá entre todos ellos haya uno o varios terroristas inmersos en esta
guerra. Pero también hay niños y otros inocentes. Los populares daños
colaterales que a nadie nunca le importan.
Sólo
que las blancas no juegan solas, las negras también mueven.
Ayer,
viernes 13, Francia consiguió más razones para explicar mejor su legítima defensa, y una cadena de
atentados sembró de muertos París en menos de dos horas.
Y entonces de vuelta, las masas ilustradas –ilustradas por los grandes medios (Hollywood incluído)- cayeron en la trampa de los grandes asesinos, coincidiendo una vez más en que matar no está mal. Depende, como siempre, de dónde se mate, a quién se mate, porqué se mate...
Y entonces de vuelta, las masas ilustradas –ilustradas por los grandes medios (Hollywood incluído)- cayeron en la trampa de los grandes asesinos, coincidiendo una vez más en que matar no está mal. Depende, como siempre, de dónde se mate, a quién se mate, porqué se mate...
Con fervor colonial, desde
ayer una melaza de lugares comunes se derrama por las redes sociales monocorde,
previsible, insustancial. Políticos, artistas, deportistas, vedetongas, lo que venga,
todo el mundo se lamenta por los muertos de París.
Buscamos
en los diarios de la época, en Google, por todos lados reacciones similares
cuando los incontables por constantes bombardeos franceses sobre Libia, Siria,
Iraq, la República Centroafricana, Mali, sus incursiones armadas, sus desmanes…
nada. No encontramos nada. Ni un tuiter de la Xipolitakis.
Las
conclusiones aterran. O los africanos no son seres humanos, o sí pero matarlos
no siempre importa. O importa pero según dónde y por qué los mates. Bajo la noche llena de
estrellas del Congo, o en los desiertos de Libia, por ejemplo, son gratis. Matar por uranio, petróleo o diamantes, sólo precisa de una coartada política, tipo la democracia, la libertad, etc, y listo, matás tranquilo. Matar en cambio por razones religiosas, y encima en un teatro del boulevard Voltaire, ya resulta un crimen imperdonable, una tragedia mundial
sin precedentes.
Así nos va.
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