Cristina
dejó la presidencia ante una plaza que desbordaba gratitud y lealtad, en un
acto histórico por inédito. Al día siguiente Macri también la llenó. Pero entre
las dos plazas, hay una diferencia fatal: al inicio del mandato, cualquiera la
llena. Al final, hasta ayer, nadie.
LA ÚNICA
Quienes
vieron cómo se fue Alfonsín, apurado, abucheado, rodeado por el fuego; quienes
recuerdan el cinismo silencioso con que se retiró Carlos Menem, o el
helicóptero imperdonable del bobo letal de Fernando De la Rua; pudieron constatar
ayer que Cristina es muy otra cosa, una líder popular y natural como la
Argentina no había visto desde los días de Juan Perón, y que, por lo tanto,
dejó la presidencia, pero no se fue a ningún lado. Y si se fue, ayer quedó
claro que medio país la sigue adonde vaya.
Una
plaza intolerable para los agoreros del fin de ciclo. Una plaza que desbordaba
gratitud y lealtad al cabo de ocho años de gobierno, doce del modelo encarnado
por esa presidenta, que ayer dejó la presidencia, y regresó al llano junto a su
pueblo.
Hasta
el último segundo soportó la embestida de esos mismos sectores y medios que
durante el genocidio supieron callar, aplaudir, justificar y/o encubrir los
crímenes del día. Con ella, sin embrago, no tuvieron piedad.
Gobernó
bajo un diluvio de mentiras probadas aunque rara vez desmentidas. La
corporación judicial –donde sobreviven todavía más de trescientos jueces de la
dictadura-, desbarató o boicoteó sus mejores sus intentos, desde la Ley de Medios, hasta
la cautelar final para sacarla de la Rosada. Los medios que aún hoy claman por
la libertad de los abuelitos genocidas, se encargaron todos los días de la vida
de atacarla hasta el agravio, hasta la vulgaridad. No retrocedió nunca.
En plena batalla perdió a su marido, con sus hijos tan jóvenes, quedó sola sin
quererlo, en el epicentro del odio y el amor de un país entero, mientras Mirtha
dudaba del cajón, y alrededor los caranchos afilaban sus cubiertos.
Los
cables de Wikileaks revelan hasta qué punto la conspiración constante los llevó
a niveles pornográficos de entrega. El actual presidente, entre otros políticos
argentinos, pidiéndole ayuda a la consabida Embajada contra su propia patria. El mismo flamante
presidente, que a la vez proponía “tirar a Kirchner por la ventana” y que hoy habla de unidad, mientras aquellos mismos medios -que fogoneaban
su odio-, ahora dicen amen, y se callan.
Llegaron
a celebrar el embargo de la Fragata en Ganha, y la ferocidad del juez Griessa.
El país no importaba si el blanco era Cristina. El pueblo mucho menos. Nada
importaba, sólo dañarla, desgastarla, desestabilizarla…
Ella profundizaba sus políticas. Ampliaba derechos, lanzaba
satélites, se plantaba en las Naciones Unidas, impulsaba la investigación por
Papel prensa, ejercía la soberanía política tan mentada por sus antecesores,
negociaba con China, con Rusia, dialogaba con Irán, se integraba a
Latinoamérica, y despreciaba los dictámenes del Departamento de Estado en
relación con Medio Oriente. No retrocedió nunca. Ni un paso. Y fue sobre todo
eso lo que ayer en la plaza le reconoció su pueblo.
Le
devolvió a la política el coraje intelectual y personal que los políticos
habían licuado en el agua de las negociaciones espurias, electoralistas,
siempre a puertas cerradas, y el pueblo afuera. Cristina decidió hacer de las
palabras actos, y así alcanzó su suerte distinta.
Y no se
trata sólo de llenar la plaza. Hoy Macri, al inicio de su gobierno, ni siquiera cubrió la Pirámide. Y aunque hubiera llenado la Plaza, también la llenó el 23 de setiembre
de 1955 el general Lonardi cuando asumía la presidencia de la Nación en nombre de la
revolución libertadora, a pocas semanas del asesinato de cientos y cientos de personas entre
bombardeos, fusilamientos y ejecuciones, y también entonces una multitud
desbordaba la Plaza.
Pero en el inicio de su mandato, cuando todo es jauja y promesas y augurios que se aplauden como si
fueron hechos. Así cualquiera.
Si el último
día de su gobierno Macri llena la Plaza y el amor de su pueblo desborda las
adyacencias, diremos que también Macri es muy otra cosa, mientras tanto…
mientras tanto es Cristina la que se envuelve en multitudes y sigue su marcha a
través de la historia. Vaya a donde vaya, su pueblo va con ella.
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