La
desaparición forzada de Santiago Maldonado hizo de la grieta un abismo del cual
no todos tendrán retorno. Como en tiempos de la dictadura, un sector de la
prensa –el mismo sector con otros nombres- se complica sin pudores en un crimen
de lesa humanidad. Pero el mundo gira, y…
SIEMPRE
HAY UN MAÑANA
Ilustración:
Horacio Cacciubue
(del muro de Fernando Peirone)
(del muro de Fernando Peirone)
“El mundo da vueltas,
los que hoy están arriba,
mañana están abajo”
Carlos Bilardo
Una
nueva generación de periodistas se adentra en las mismas sombras donde otrora perdieron
todo su prestigio Joaqu-Inmorales Solá, Bernardo Neustadt, Mariano Grondona, y
tantos otros más o menos conocidos y no, pero igualmente tristes.
Neustadt murió en el oprobio, Grondona se ahogó en su propio pasado, Inmorales Solá sigue en carrera, pero…
Tamborcito
de Tacuarí de la masacre perpetrada en Tucumán bajo las órdenes del general
Domingo Bussi -y el ampuloso título de Operativo Independencia-, Inmorales Solá
nunca se repuso de aquellos días. Siguió trabajando, y muy bien pago por cierto.
Pero para siempre arrodillado a la altura de las braguetas de los amos de
entonces. Su perenne pretensión de independencia y objetividad, es sólo eso:
una pretensión perenne.
Y vale recordar que por aquellos días de tinta y sangre había sólo cuatro canales y la prensa gráfica no prodigaba popularidad masiva. Porque desde luego fueron muchos más los que vendieron su oficio al peor postor. Sólo que la gran mayoría, amparada por el anonimato, logró sobrevivir cuando llegó la democracia merced a un par de sencillas y rápidas piruetas, como, por ejemplo, darse vuelta y listo. Negar hoy lo que se decía ayer. Mejor, peor: decir hoy todo lo contrario de lo que se afirmaba ayer. Días sencillos. Altri tempi.
Y vale recordar que por aquellos días de tinta y sangre había sólo cuatro canales y la prensa gráfica no prodigaba popularidad masiva. Porque desde luego fueron muchos más los que vendieron su oficio al peor postor. Sólo que la gran mayoría, amparada por el anonimato, logró sobrevivir cuando llegó la democracia merced a un par de sencillas y rápidas piruetas, como, por ejemplo, darse vuelta y listo. Negar hoy lo que se decía ayer. Mejor, peor: decir hoy todo lo contrario de lo que se afirmaba ayer. Días sencillos. Altri tempi.
Ahora más
de cien canales, señales de noticias las 24 horas, portales y redes, buscadores
y on demand, prodigan en su conjunto una fama de la que no todos ni muchos
conseguirán volver. Menos aún aquellos que hoy parecen olvidar una regla de oro
del Universo: siempre hay un mañana.
Mucho
antes que Julio Grondona fue el Rey Salomón quien grabó en su anillo la frase “Esto
también pasará”.
Jorge
Rafael Videla detentó en su momento el poder absoluto. No enfrentó parlamentos
díscolos, prensa molesta ni sindicatos rebeldes. Le fue permitido matar,
secuestrar, desaparecer personas, traficar recién nacidos, detonar la industria
nacional y quintuplicar la deuda externa. Poder absoluto. Y acabó en el inodoro
de una cárcel.
Todo
pasa. El mundo gira. Los que hoy están arriba…
Y es
que una cosa es la vieja grieta original de la Argentina, y que por fin, y
afortunadamente, alcanzó la luz pública –porque los entripados alguna vez hay
que resolverlos-, y otra cosa es el abismo sin fondo abierto por la desaparición
forzada de Santiago Maldonado. Había un límite, y algunos lo cruzaron.
El
periodismo –según su esencia y sus manuales- se extingue en todo el mundo, y en
la Argentina rápidamente. Lo reemplazan el show periodístico –en ese orden-,
una feroz competencia por inciertas mediciones, la abundancia de habladores plastificados
bajo el rótulo de panelistas; y en la prensa gráfica, salvo algunas pocas
excepciones de rigor técnico, abundan el panfleto, el pregón, el pasquín, la
mera difusión de intenciones políticas, el ocultamiento de hechos evidentes, y la
mentira simple. Periodismo cero.
Son tiempos
de lanatas y majules, de leucos y leucocitos, de fantinos y feimanes, de improvisación
y venalidad, la información no importa si no se ajusta a la maniobra oportuna, la
obediencia debida obliga a defender lo indefendible, y la opinión degenera en
la expresión vulgar de sentimientos y/o resentimientos personales. Periodismo
cero, pero exposición total. No todos tendrán retorno esta vez.
Un
ciudadano desaparece en manos de la Gendarmería Nacional –el que lo duda es
porque quiere-, el Gobierno Nacional encubre esa desaparición –basta revisar
cualquier declaración de la ministro Bullrich-, y una vez más, como en tiempos
de la dictadura, un sector de la prensa –el mismo sector- se complica sin
pudores en dicho crimen de lesa humanidad.
Como un
viejo campeón reducido en su final a una patética atracción de circo, Jorge
Lanata pagará su pacto con el diablo rezando hasta el último de sus días para
que Magnetto nunca le falte. Licuado su prestigio en el jugo de sus propios vómitos,
limitado al público que más supo despreciar -el de Mirtha Legrand, el de Susana
Giménez, la derecha cruda, pueril y bruta-, sabe mejor que nadie que ya no
tiene retorno, que está condenado a escribir infinitamente en su cuaderno de
clases: “Nunca más hablaré de Papel prensa ni de Héctor Magnetto ni de los
hijos de la Noble”. Una verdad así, no se confiesa ni se ignora. Y precisa para
olvidarse de mucho y buen champán. Champán hasta reventar.
Pero detrás
de Lanata, como zombies encandilados por un sol de alquitrán, marchan también sus
replicantes hacia las mismas sombras –aunque sin tanto champán-, allí por donde perdieron
su prestigio -y por lo tanto su credibilidad, y por consiguiente su utilidad-,
tantos periodistas que así dejaron de serlo… José Gómez Fuentes, Enrique Llamas
de Madariaga, el deportivo José María Muñoz, Silvia Fernández Barrios…
Porque siempre hay un mañana, y el mundo no para de girar.
Y porque Santiago Maldonado marcó un límite del que no se vuelve y que ellos ya cruzaron.
Y porque Santiago Maldonado marcó un límite del que no se vuelve y que ellos ya cruzaron.
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