Entre
promesas vencidas, augurios otra vez, y problemas de lenguaje, el presidente de
turno abrió las sesiones ordinarias del Congreso.
Cristina
Kirchner no fue.
El
pueblo tampoco.
LA SARASA DEL CORAZÓN
Foto: Ruben Digilio |
Entre
el autoelogio y la autoayuda, la negación y el augurio, con serias dificultades
sintácticas y gramaticales, Mauricio Macri inauguró el año parlamentario con un
discurso corto pero vacío, porque lo malo, si breve, mejor.
Sin
logros que exhibir en lo económico, en un muy mal momento para hablar de la
soga de la corrupción con tantos ahorcados en casa, en pleno naufragio la
paritaria docente, desbocados el dólar, la inflación y la deuda externa,
enfrentado con los sindicatos mientras unifica a la oposición, y mientras un
coro de estadios lo putea, el discurso presidencial, previsiblemente, se
deshilachó entre promesas vencidas, realidades intangibles, lugares comunes, y deseos
navideños de paz, amor y prosperidad.
Sintomáticamente,
comenzó invocando uno de los grandes fracasos de su gestión: el ARA San Juan y
sus 44 tripulantes perdidos hasta hoy.
Entrados
ya en el quinto semestre, lejos muy lejos quedó aquel segundo de las grandes
ilusiones. Sin embargo, firme en sus principios, por nada de ello Macri dejó de
prometer un futuro mejor: “Lo peor ya pasó –dijo-, ahora vienen los años en que
vamos a crecer y ver los frutos”. (Sí, sic).
Sin
renunciar a la innovación lingüística, en otro pasaje confesó que “pienso
constantemente en ser serio con el déficit fiscal”.
Preocupado
por la realidad, recomendó negarla: “hay que evitar diagnósticos apocalípticos”.
En lo que confiamos ha sido una charada, habló de "crecimiento invisible".
En lo que confiamos ha sido una charada, habló de "crecimiento invisible".
Como
quien toma sol bajo la noche cerrada, en otro momento afirmó: “Los salarios le
ganaron a la inflación”.
Conciente
de los “conflictos de intereses” que hoy infestan su gabinete -y que si no
fuera suyo se llamarían “corrupción”-, simplemente dijo que no, que “los
funcionarios no estamos acá para beneficiarnos”, y que además ellos, sus
funcionarios, tenían un “alto compromiso ético”.
Lo
mismo hizo con la inflación: “está bajando”, dijo y chau.
Ajeno a
todas las consecuencias de la actual destrucción nacional, se jactó de ser “parte
de la generación que está cambiando el país”, para por fin cerrar con una
arenga de vestuario hablando del corazón y los sentimientos concluyendo que “los
argentinos unidos somos imparables”.
Los
propios aplaudieron, claro.
Los
opositores afilaron sus navajas y salieron al encuentro con la prensa.
Dos
ausencias notables marcaron la jornada.
Cristina
Kirchner pegó el faltazo, pero el pueblo también.
Afuera,
frente al Congreso y sus adyacencias, no había más que vallas y fuerzas
policiales bajo el sol de un día cálido, y sin embargo helado.
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