Ajena a su propia realidad, una nueva edición de la Feria
del Libro de Buenos Aires transcurre y ya se acaba. Alrededor agoniza la
industria porque ya no existe el mercado, cierran las librerías, funden las
editoriales, se extinguen los lectores y no importan los escritores. Pero la
Feria como si nada. Como un oasis ilusorio en el ancho desierto de los
desastres.
HAMBURGUESAS SÍ
LIBROS NO
Cantidad de libros publicados en caída libre, ventas ídem,
librerías que cierran, editoriales que se funden o en el mejor de los casos se
reconvierten en meros importadores de trabajo extranjero… En dicho catastrófico
contexto transcurre la 44º edición de la Feria del Libro de Buenos Aires. 44
años de grandilocuencia inocua. 44 años de un negocio bueno aunque breve –y
justamente por ello no dos veces bueno- de libreros y editores con algunos
escritores de relleno. 44 años durante los cuales los lectores argentinos no
hicieron más que mermar, extinguirse. 44 años y cada vez se vende menos, cada
vez se publica menos, cada vez se lee menos, y si por acaso cada vez se escribe
más, cada vez importa menos.
Ajena a su propia realidad, y contrariamente a todas sus
pretensiones y su marketing, la Feria del Libro de Buenos Aires no es un evento
destinado a difundir la literatura en sus variados géneros, ni la lectura como
un hábito básico y a la vez distintivo, eso, a lo sumo, dura lo que dura la
Feria, y se va con ella. Mucho menos pretende alentar, sustentar o cuando menos
proteger a los escritores argentinos que siguen sin cobrar sus derechos, que ya
ni anticipos reciben, que jamás podrán controlar por sí mismos la veracidad de
las liquidaciones que les hacen, que ven sus obras pirateadas con total impunidad;
ni siquiera es tampoco para defender cuando menos a los editores y libreros que
dicen organizarla… nada de eso.
La Feria del Libro de Buenos Aires es cada vez más un
negocio exclusivo de las megaeditoriales y las grandes cadenas de librerías, un
albur para las medianas y pequeñas que junten la guita para el stand, un
programa de atracciones que asegure la concurrencia, algunos autores locales
vendiendo sus novedades, renombradas estrellas importadas relanzando sus
grandes hits, y sobre todo, fundamentalmente, un evento político. El resto, la sustancia, es sólo excusa.
Durante unos días una vez más algunos pocos de los escasos
lectores argentinos que van quedando, se mezclarán, amontonarán, empujarán con
ese gran público “que siempre algo te compra”, aunque después nada te lee.
Los sellos más poderosos presentarán sus novedades mejor
publicitadas. Autores de moda, libros de coyuntura. La última investigación de
algún periodista de la tele, las confesiones de una vedetonga, las memorias de
un chismógrafo, y en tal caso algún que otro narrador o poeta en la línea “que
alguien se haga el ebrio pa´disimular”.
Las hamburguesas y las birras se venderán más que los
libros.
Luego todo habrá terminado, una vez más.
Las fulgurantes estrellas importadas se habrán ido, como
apagado.
Los libros volverán a sus sótanos o a sus mesas de ofertas,
y entonces sí serán verdaderas ofertas las falsas ofertas que sobraron de la
Feria.
En los bares, el subte, los trenes, veremos cada vez más
gente con su celular, y menos con un libro.
Un mes de Netflix seguirá siendo más barato que la edición
más barata de Los Miserables.
Las editoriales publicarán cada vez menos, importarán cada
vez más, y algunas ni siquiera eso.
Los escritores seguirán escribiendo, total...
Las librerías seguirán cerrando, total...
O vendiendo otras cosas. Juguetes, pastillas, cigarrillos.
Reconvirtiéndose.
Y el año que viene asistiremos a la 45º edición de la Feria
del Libro de Buenos Aires.
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