Una operación mediática lo dejó para siempre sin chances electorales, pero no le impidió volver a la función pública como Ministro de Seguridad de “mi amigo Alberto”, a quién alguna vez acusó de estar “al servicio de Héctor Magnetto”. Durante demasiado tiempo Aníbal Fernández encantó a vastos sectores del kirchnerismo con sus desboques virtuales y sus bravatas televisivas. Pero entre la impericia y la inoperancia, sus días de burlesque se terminaron.
TRISTEZAS DE UN PAYASO
"Alberto Fernández trata de desmentir, en una carta llena de agravios a la Presidenta, lo que no se ha cansado de confirmar en su constante trajinar mediático: que es una persona al servicio de Héctor Magnetto”, así comenzaba la carta que Aníbal Fernández le dedicaba a Alberto Fernández desde el diario La Nazión el 28 de julio de 2011.
Guapo del tuiter, recitador de frases hechas y refranes defectuosos,
ex funcionario de Duhalde, de Ruckauf, de Néstor y de Cristina, hoy habla de “mi
amigo el Presidente”; y en defensa del calamitoso acuerdo con el FMI, no dudó
en atacar a Máximo cuando renunció a la presidencia del bloque, acusándolo de “portación
de apellido”, y por elevación, de atrás, a Cristina.
Víctima fatal de una campaña mediática orquestada por la inestable
Elisa Carrió y el operador Jorge Lanata, en 2015 perdió las elecciones por la
Provincia, y aunque demostró su inocencia -y la patraña de los otros-, nunca
pudo limpiarse del todo, ni dejar de ser, para muchos, La Morsa, el rey de
la efedrina. La injuria es un balde de agua, una vez arrojado, es imposible
juntarlo, se sabe.
Así marcado, sin posibilidades electorales ni para
concejal en Pinamar, se dedicó de lleno al panelismo televisivo y el exabrupto virtual,
sin más esperanzas que volver un día a la función pública. Por fin lo consiguió.
Roscando y operando desde el programa Caníbales, y entre rosarios de alabanzas al
Presidente Fernández, un día volvió como Ministro de Seguridad, cargo desde el
cual se dedica a elogiar las Fuerzas bajo su mando, hagan lo que hagan, y si no
hacen nada también. La genuflexión como liderazgo, digamos.
Con su clásico bigote castrense, y el ceño siempre fruncido -para mostrar compromiso, seriedad y bravura-, más allá del burlesque de sus intervenciones públicas, su gestión actual se hace difícil de evaluar porque es invisible, secreta o nula. A no ser por el viejo truco de correr punteros de barrio para simular una lucha contra el narcotráfico internacional. De tanto en tanto se jacta por el decomiso de unos cuantos kilos de marihuana, o la detención de “dos mulas”, o de cuatro perejiles. Nunca un fiscal, un juez, un comisario, un banquero, un funcionario político, sin los cuales dicho inmenso negocio sería imposible. Nunca.
Durante demasiado tiempo Aníbal Fernández encantó a vastos
sectores del kirchnerismo con sus bravatas virtuales y sus payasadas
televisivas. Como pescaba en su propia pecera, no ganaba adeptos, pero
espantaba indecisos creyéndose sin embargo divertido. En nombre de Cristina y
de Néstor, repartía para todos lados y hasta lo acusaba a Alberto de “empleado
de Magnetto”, y entonces Alberto lo llamaba “energúmeno verbal”. Días de vino
y alegría que ya no volverán.
Hoy Aníbal ya no causa gracia. De a poco sus tristes
chistes ya no daban risa sino bronca, y por fin las jornadas de agosto se lo llevaron
puesto.
El último fin de semana alcanzaba el mediodía de su
inoperancia, cuando, como responsable de la Policía Federal -responsable a su
vez de la seguridad de la vicepresidenta- se la pasó mirando por televisión cómo
una policía municipal la sitiaba en su casa, mientras apaleaba manifestantes,
diputados y gobernadores de su propio partido. Esta vez ni un tuit. Ningún
chiste, ningún sarcasmo, ningún “mamerto”. Nada. Como si fuera nadie, ningún
ministro, ninguna seguridad.
Tarde, tres días después, reapareció por televisión en el programa por supuesto de Gustavo Sylvestre, el último albertista. Una vez más, como siempre, habló mucho y no dijo nada. Intentó explicar la represión de Larreta hasta parecer justificarla, y desestimó la filmación ilegal de militantes por parte de la policía, mientras destacaba su buena relación con su par de la Ciudad Marcelo D´alessandro, responsable del desastre. Pero como toda enérgica respuesta a su mucha ineficacia, allí anunció la ampliación de la custodia de Cristina. Apenas 48 horas después, el jueves por la noche, se demostraba también su peligrosa impericia de charlatán.
Anoche, pocos minutos después del atentado, apurado por salir en la tele, reapareció en C5N para subestimar los hechos reduciendo el intento de magnicidio a "una persona que según los que estaban cerca, muestra que tenía un arma", cuando en ese mismo momento lo cortan para presentar las imágenes del arma en la cabeza de Cristina. The end.
Al cabo de largos y muy duros párrafos, aquella carta de La Nazión dirigida a Alberto cerraba así: “La verdad es que da pena que de jefe de Gabinete de
Néstor Kirchner termine de operador de Héctor Magnetto. Da pena. Porque, ¿sabe
qué?, en la vida lo más importante no es cómo se comienza, sino cómo se termina”.
Ahora Aníbal habla de “mi amigo el Presidente”, y se
borra cuando hace falta.
Terminó así.
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