Como una fuerza de la naturaleza, una vez
más Cristina Fernández de Kirchner cruzó la realidad, y se la llevó puesta. Ni
los que soñaban un país sin ella, ni los que soñaban un peronismo sin ella,
saben ahora qué soñar. La reacción popular clausuró la interna del FdT, y
detonó la de JxC. De un lado y del otro de la grieta, nada quedó como estaba.
LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ
Con sus hábitos de huracán que pasa y arrasa,
Cristina Kirchner cruzó una vez más la realidad sin dejar nada en su lugar, ni de
un lado ni del otro de la grieta.
Como advertimos el viernes, la
reacción popular clausuró la interna en el Frente de Todos: manda ella, y el
que no se encuadre, afuera, tal como entendieron ahora tantos que
hasta ayer nomás soñaban un peronismo sin Cristina, desde los dirigentes
eviteros y cegetistas, hasta lo que queda de Alberto y lo que se crea Massa. Y
también dejó claro, la reacción popular, que Cristina es inmune al fracaso de
uno, y al ajuste del otro. El pueblo peronista es de ella, las penas son ajenas.
Despiertos de sus pequeñas ambiciones,
los dirigentes del Frente de Todos se apuraron a correr del Parque Chacabuco
al Lezama, y del Lezama a Recoleta para ponerse a la cabeza de lo que hacía ya cinco
días el pueblo había decidido con la cabeza de ellos. Entonces desfilaron frente
a las cámaras el remolón Gabriel Katopodis, el radical Leandro Santoro, y hasta Juan Grabois -que hace tan poco consideraba el
lawfare apenas un “asunto de Cristina”-, o descerrajaban sus tuits urgentes los últimos
albertistas, Julio Vitobello, Santiaguito Cafiero, y hasta Vilma Ibarra, ex de Alberto y autora de un libro contra Cristina… Ya nada era lo que era, ni nadie lo que se
creía.
Sergio Massa, el superministro que negaba
serlo, tendrá que retocar sus fantasías de gloria. Aún si el ajuste planificado
por el prócer neoliberal y tuitero arrepentido Gabriel Rubinstein tuviera
alguna posibilidad de éxito, no sería conveniente emprender una campaña
prometiendo otra vez “meter presa a Cristina”, y menos aún enfrentarse con
ella en una interna, por mucho apoyo que le prometa la Embajada norteamericana.
El horno ya no está para esos bollos.
Y en cuanto al propio Alberto… bah. Cada
día más borroso, acaso demasiado ocupado en defenderse de sus propios dichos -y
de sus “amigos” de TN-, en todo el fin de semana apenas retuiteó algo -que no le importo a nadie-, y
siguió mirando por televisión desde Olivos, cómo la historia pasaba por Recoleta,
y lo olvidaba. A sus órdenes, el influencer Aníbal Fernández, Ministro de Seguridad
de la Nación, y por lo tanto responsable de la Policía Federal -responsable a
su vez de la custodia de CFK-, también será recordado por su sonoro silencio, mientras
la vicepresidenta era sitiada en su domicilio por una fuerza municipal, que de
paso apaleaba a los votantes del FdT. Dos Fernández, que no hacen uno.
Y del otro lado de la grieta, tampoco quedó
nada en pie.
Varias veces medalla de oro en la
disciplina Tiro por la Culata, el gorilaje demostró hasta qué punto es idiota
esperar resultados distintos usando los mismos procedimientos. En el 45 creyeron
que bastaba encerrar y proscribir a Perón. Los resultados de la ocurrencia son
por todos conocidos. Sin embargo, 78 años después, repitieron la astucia. Los
resultados están a la vista.
Rehén del espionaje de su propio su jefe,
Horacio Rodríguez Larreta quiso a hacerse el duro con sus vallas y sus hidrantes,
para terminar reculando con sus vallas y sus hidrantes decorados por la
militancia entre pintadas y afiches de Todos con Cristina; y allí se largó Todos contra Todos de los cambistas. Bullrich que le pega a Larreta, Carrió que lo defiende a coro con Ritondo, al que antes Carrió acusó de narco... Es dable pensar que Macri
le ordenó la represión como quien lo baña en nafta, y le arroja un fósforo. Pero
sumiso, desconcertado o extorsionado, el intendente se arrojó nomás sobre la granada, y bueno...
Tarde, vencido y chamuscado, hacia la noche del sábado salió a
explicar por televisión lo que ya ni los vecinos de Recoleta habrían de
escucharle. Indignado porque se hablaba de “la policía de Larreta”, y para
limpiar su desastre, intentó un gracioso reconocimiento de esa misma policía
que asesinó a Lucas Gonzáles y a otras 130 personas desde el 1 de enero de 2017; la que reprimió en el Borda, la que les pegó a los
maestros tantas veces, y a las enfermeras en plena pandemia; la misma policía que
tiene un agente desparecido hace más de tres años -Arshak Karahnyan-, y que ni siquiera
busca, porque, todo indica, lo desapareció ella misma: la policía de Larreta.
La foto será inolvidable. A su
alrededor, como embalsamados, se plantaron algunos de los máximos referentes cambieros,
cuyos rictus amargos, resultaban por lo mismo cómicos. El primo de su jefe -el jefe
no fue-; María Eugenia Vidal -dura como trabada-, siempre firme y detrás de ella, el
pistolero Cristian Ritondo; el infaltable Diego Santilli, serio como una moneda;
el exliberal, exradical, exkirchnerista, expro, exconservador, exneoliberal, y ahora
radical de nuevo, Martín Lousteau; y hasta la minúscula hormiguita Graciela Ocaña, casi
insustancial en un extremo de la foto. Qué risa. Diría Discépolo: una risa que
dan ganas de llorar.
Y es que en política ignorar al pueblo, conlleva ese riesgo: no entender nada.
Por impedir la candidatura de Cristina,
la lanzaron. Por acabar con el peronismo, lo revivieron. Por romper el Frente
de Todos, lo organizaron. Por intentar someter a un país, lo levantaron. Por
perseguir a Cristina sin pruebas, Cristina hizo públicas las pruebas que ahora habrán
de perseguirlos. Todo salió mal.
Pero ahora los políticos argentinos, de Alberto
a Macri, saben ya que hablan para nadie. Para los empleados de Magnetto, acaso; para
esos cuantos cacerolos y guillotinadores que alborotaban la esquina de Juncal y
Uruguay, y que ya difícilmente vuelvan; para el público menguante de Leuco y
sus leucocitos; para esa porción de la ciudadanía que en 2019 -aun con Alberto
de candidato, y tras más de una década de persecución mediática y judicial-, no
les sirvió para nada. Por muchos ruidos que hagan con la boca, las masas sólo
escuchan a Cristina, y sólo a ella le creen.
Pero esto recién comienza. Como una buena
serie que ninguna plataforma ofrece, los capítulos por venir requerirán tres
toneladas de pochoclo.
¿Cómo terminará la causa vialidad? ¿Se
animarán a condenarla, encerrarla y proscribirla? ¿O recularán en chancletas,
como hicieron con el 2x1?... ¿Investigará la justicia los cientos de chats
entre Nicky Caputo y José López? ¿Y la procedencia de los dólares de sus
bolsitos?... El embajador norteamericano Marc Stanley ¿seguirá oficiando de
cupido entre Larreta y Massa?... Cuando le explote en las manos la bomba que
está armando ¿cómo hará Massa para atarse los zapatos?... ¿Los eviteros Chino Navarro y Emilio Pérsico, recuperarán el habla? ¿Confesará el fiscal Luciani
que es kirchnerista? ¿O dejará que la gloria de esta resurrección se la lleve
cualquiera?...
Muchas son las intrigas de una serie a la que le sobra reparto, pero sólo tiene dos protagonistas: Cristina, y su pueblo.
Genial lo tuyo
ResponderEliminarrecontra bueno.lo pude replicar una vez sol
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