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jueves, 25 de agosto de 2022

BRULOTES BRUTALES – Hoy: Gustavo Sylvestre, la marca de la derrota…

 

 

El animador televisivo Gustavo Sylvestre es todo un fenómeno de tenacidad y superación. Se hace difícil encontrar otro ejemplo de alguien tan exitoso con tan pocas condiciones para serlo. Sin formación ni lucidez, sin calle y sin gracia, alcanzó a convertirse en un referente periodístico para vastos sectores del público progre-peronista. Sin embargo, es a Héctor Magnetto y su Mauricio Macri a quienes debe su buena suerte.

 

LA MARCA DE LA DERROTA



 

Así como los fabricantes de salvavidas se fundirían sin los naufragios, o los bomberos no serían sin los incendios; así también el animador televisivo Gustavo Sylvestre le debe su buena suerte al desastre macrista que tanto critica. Paradojas de la vida.

Mientras enceguecido por la furia, Héctor Magnetto le regalaba a C5N y Página 12 todo el público pogre-peronista; apenas asumido Macri, aniquilaban a 678 de la TV Pública, echaban a Víctor Hugo Morales de Radio Continental, a Roberto Navarro de C5N, y por fin a Horacio Verbitsky de Página 12, sin contar el exterminio ejecutado en Télam, la violenta irrupción en la redacción de Tiempo Argentino, y tantos otros casos de censura brutal. Despejado -devastado- así el panorama mediático, de sus vestigios surgía Gustavo Sylvestre como el único, el gran referente periodístico opositor, y hasta llegó a dominar el horario central de la televisión. Diría Ungaretti: “tú no creces, te empinan las circunstancias”.

Se lo considera -y se autopercibe- periodista, cuando en realidad su trabajo se reduce a conducir-por no decir animar-un programa periodístico. Pero el periodismo es otra cosa. Es, ante todo, investigación, y no se puede mencionar ninguna suya a lo largo de su extensa trayectoria. De hecho, su programa se nutre de los buenos trabajos de sus buenos columnistas -Irina Hauser, Pedro Brieguer, David Cufré, Juan Amorín-, quienes sí investigan, pero que, por lo general, difunden sus investigaciones, primero, en sus respectivos medios. Sylvestre las presenta de segunda mano.

Por lo demás, no pasó por la gran escuela de la gráfica -se inició en radio, y de allí pasó a la tele-; y aunque dice ser egresado de una escuela de locución -o sobre todo por eso- sorprenden sus severos problemas de dicción, las eses que se traga como si fueran garrapiñada, las dificultades de pronunciación -sus Acsel Quichilós, sus jastags, sus Kirgsners-, su escaso vocabulario hecho de 70 vocablos y ninguna flor; sus latiguillos añejos, sus infructuosos esfuerzos por expresarse; sus tremendas dificultades para leer un párrafo sin tropezarse en cada signo de puntuación; su incapacidad para leer sin ayuda una cantidad de más de nueve cifras…

Tampoco destaca como entrevistador, imposibilitado de repreguntar porque simplemente no escucha a su entrevistado, pisándolo en cada respuesta, como hace también con cada intervención de sus columnistas. Nunca nadie, tan poco dotado para el periodismo, alcanzó tanto prestigio como tal.

Su programa va en vivo, pero eso no le importa. Con burocrático rigor, afuera puede incendiarse el país que él seguirá con la pauta que le prepararon seis horas antes. Cuando el futbolista Diego Luciani pidió la condena para CFK, mientras la militancia se lanzaba a las calles con espontaneidad diecisieteoctubresca, y se enfrentaba la policía de Larreta, Sylvestre ignoraba su móvil para escuchar al doctor Carlos Beraldi decir las mismas cosas que dice desde hace años. Falta de reflejos, pero también de imaginación.

Sin calle y sin gracia personal, grita su programa como si tampoco tuviera micrófono, y con el tono propio de un animador de carnavales, pretende “clarificar la realidad” mientras se enreda en sus confusos monólogos entre frases inconclusas y conceptos abortados por su propia ansiedad. Pero acaso su lado más gracioso está en su interpretación de los hechos, casi siempre viciada por su falta de formación, y de lucidez.

Insiste hasta la carcajada con elogios a Raúl Alfonsín, como si no quedaran sobrevivientes de su espantoso gobierno; y aún hoy se refiere a la UCR con el lugar común del “partido centenario”, como si eso supusiera en sí mismo un elogio, y como si nadie tampoco supiera de las Juntas Consultivas que dieron sustento político a la Fusiladora, ni de los Comandos Civiles que limpiaron los sindicatos a sangre y fuego; ni de Miguel Ángel Zabala Ortíz, cerebro entonces del bombardeo a la Plaza de Mayo, y luego canciller del “honestísimo” Arturo Illía, quien tan democrático era, que mantuvo proscripto al peronismo. Como el bobo que insiste en clavarse el helado en la frente, ninguna realidad enturbia sus ilusiones.

Hasta su instante final defendió al extinto Martín Guzman y su entrega al FMI, y cuando todo voló por el aire, sin mudar el tono, se largó a inventariar las muchísimas virtudes de Silvina Batakis, para arrojarse inmediatamente en los brazos de Sergio Massa con la misma certeza, y siempre a los gritos.  

Consumado el (des)arreglo con el FMI, su cándido albertismo lo llevó a atacar a Máximo Kirchner ni bien éste se eyectó de la presidencia del bloque, y ahí nomás entró a pegarle a La Cámpora, y por lo tanto, de atrás, a Cristina. Eran los días cuando en su programa no faltaba el payaso Aníbal hablando de “portación de apellido” y de “qué diría su padre”, y… y después fue Guzmán el que se cagó en su Alberto, y entonces Sylvestre guardó su espantasuegras ya nos imaginamos dónde.

Ante la reciente y brutal injerencia en los asuntos internos de la Argentina por parte del embajador norteamericano Marc Stanley -exigiendo la urgencia de una coalición política (de la derecha, claro)-, el animado animador no dudó en entender en cambio un amable consejo para la unión de los argentinos. Qué risa.

Pero si hasta se autopercibe “elegante” porque se viste como un viejo maniquí de Modart, mientras desbarata cualquier buen intento con su infaltable lapicera de inspector municipal expuesta en el bolsillo superior del saco. Basta mirarlo como se mira a Los Simpson para descubrir la delicadeza de su comicidad.

La derrota del peronismo en las presidenciales de 2015 fue tan pavorosa, que su onda expansiva todavía nos barre. El endeudamiento impagable que nos someterá por diez o más generaciones, multiplicando la pobreza, la inequidad y la entrega; la fuga de divisas que alcanzó su récord histórico; la desactivación de la Ley de Medios Audiovisuales, asegurándole a Magnetto & Co. un largo reinado fatal; la transformación de la Corte Suprema en un estudio de abogados al servicio de un puñado de empresas; el vaciamiento del periodismo hasta la agonía de su mediocridad… Muchos fueron -son- los daños, y, botón de muestra, Gustavo Sylvestre es una de las marcas de esa derrota.


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