Los chistes de Borges
Cuando le preguntan a María Kodama qué es lo que más extraña de Borges, ella no duda en responder: “su sentido del humor”. Uno de los hombres más divertidos de la historia del hombre, sin embargo, decidió pasearse por su siglo disfrazado de viejo aburrido, sin romances rimbombantes ni escándalos de vodeville, con su traje siempre gris, su bastón y su ceguera, su hablar lerdo y trabado, y su genio camuflado de sabio que no sabe. No es arbitrario pensar que esa sola caracterización, única y total, fuera su más secreta y grande broma.
Con gigante generosidad, no se guardaba los trucos y
compuso un día un texto sobre Cómo nace
un texto –tal el título-, y ya de arranque se despachaba con humor:
“Empieza por una
suerte de revelación. Pero uso esa palabra de un modo modesto, no ambicioso. Es
decir, de pronto sé que va a ocurrir algo y eso que va a ocurrir puede ser, en
el caso de un cuento, el principio y el fin. En el caso de un poema, no: es una
idea más general, y a veces ha sido la primera línea. Es decir, algo me es
dado, y luego ya intervengo yo, y quizá se echa todo a perder”.
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