En un
formidable cañonazo por la culata, ayer el Grupo Clarín instaló a nivel
nacional la figura de Máximo Kirchner, posicionándolo como un dirigente lúcido, maduro, calmo, y promisorio.
Querían hundirlo, y lo encumbraron; querían acabarlo, y se
acabaron.
¿Qué falló?
Con
enemigos así…
Dicen
que pertenece a don Vicente Leonidas Saadi la frase que su ahijado político
Carlos Menem tanto repetía siempre: “en política, el que se calienta pierde”.
Ayer el
Grupo Clarín llevó el axioma al bronce, para que nunca se borre de la memoria de
los argentinos.
En un
formidable cañonazo por la culata, ayer Clarín, con su monopólica fuerza, lanzó
a nivel nacional –y muy exitosamente por cierto- la figura de Máximo Kirchner. Tan
luego ellos, tan luego a él.
Quisieron
hundirlo, y lo encumbraron. Pensaron acabarlo, y lo iniciaron.
Peor
aún: quisieron hundirlo, y se hundieron; quisieron acabarlo, y se acabaron.
¿Qué
falló?
En pocas
horas voces opositoras, ya no oficialistas, hacían cola para pegarles. Jorge
Asis los basureaba por twitter, “nabos”, les decía; Zlotogwiazda se indignaba
por el “festival de potenciales” (Máximo dixit), mientras disecaba la noticia y
no dejaba nada; Gustavo Noriega, antiká rabioso, desde La
Once Diez –radio del gobierno de la Ciudad-, se agarraba la
cabeza viendo la sombra siniestra del hijo de Néstor y Cristina cubrir ya toda la
patria; mientras Hugo Alconoda Mon, desde La Nazión , recomendaba “cautela” porque la información
estaba llena de “inconsistencias”, denunciando además que ellos ya la tenían
desde 2011, pero debido a esas inconsistencias, la habían guardado.
A esa
hora, de Clarín ya no quedaba nada. Por la mañana, Máximo había hablado con Víctor
Hugo Morales en una repentina cadena nacional que proyectaba su voz allende los
corazones. Con el correr de los minutos el papelón periodístico se volvía inolvidable
por histórico, y ahora todo el país saludaba el saludable nacimiento político
de Máximo Kirchner, un pura sangre robusto, firme, calmo, lúcido, y responsable
de la organización juvenil más importante surgida durante la democracia
moderna. Clarín no decía nada. Absortó, atónito, se miraba el agujero del propio
balazo en el propio pie.
¿Qué
falló?
Falló
la aventura. La intrépida aventura que jamás en la historia del mundo diario
alguno intentó.
La
aventura emprendida en 1977, cuando a cambio de encubrir el genocidio, se
adueñaron de Papel Prensa, y ya convertidos en monopolio, abandonaron la práctica
esencial del oficio periodístico confiados para siempre en la prepotencia de su
volumen. Una aventura asaz riesgosa, que tuvo su cuarto de hora –Menem,
rendido, les entregó los canales y las radios para no terminar como Alfonsín-,
pero que al cabo acaba así: El Grupo, sus productos, sin credibilidad ni
prestigio; la marca y sus dueños bañados en sangre de genocidio; y el volumen aquel
en cuya prepotencia confiaron, ya condenado a su reducción por una ley
impulsada por el Ejecutivo, aprobada por el Congreso, y refrendada por la Corte Suprema de Justicia. Así acaba
la aventura.
Hoy
todo lo que vemos es la inercia de aquella mentira inmensa que no para de rodar
cuesta abajo, y que más monstruosa se vuelve en su caída. Ni era un santo
Nisman, ni era real su denuncia, ni Cristina es miembro de Al Qaeda, ni hay
esas cuentas ahora, ni llueve cuando dicen que llueve…
Eso
falló.
Olvidados
del periodismo, confiados en su tamaño, hicieron de la mentira su mejor arma, y
un día una demasiado grande, les explotó en las manos.
Y chau.
Y no
quedó nada.
Quedó
eso que vemos ahora: un diario al que ya no le creen ni los que le creen.
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