En un
hecho sin precedentes, ayer la CGT convocó a un acto y en el mismo acto fue
decapitada por sus trabajadores. Un desenlace inesperado que desconcertó a propios
y ajenos. Unos intentaron minimizar lo sucedido, mientras otros prefirieron
negarlo. Pero lo que pasó pasó: el pueblo empoderado copó el escenario, y
desplazó a quienes ya no lo representan.
Y ahora Macri no tiene con quién
charlar.
EL
TRUENO DEL ESCARMIENTO
El
inesperado final del acto convocado por la CGT desconcertó a los analistas, propios
y ajenos, que ya fuera por pobreza intelectual, por falta de lucidez o de reflejos
–o las tres deficiencias combinadas- tardaron en comprender lo que había pasado,
o se negaban a verlo.
Todavía
se agitaban los disturbios en las calles cuando en América 24 el inefable
Rolando Graña divisó una remera de Milagro Sala entre los que coparon el
escenario, y ya vociferaba sin más que “la izquierda radicalizada” les había
copado el acto. A la misma hora, ya Página 12 saludaba la masiva convocatoria,
y apenas de salida mencionaba “algunos incidentes” hacia el final.
A las
nueve de la noche todavía, en C5N Víctor Hugo Morales se preguntaba por la
disconformidad de los trabajadores con sus representantes, pero apretado entre
Silvestre y Navarro, no se animó profundizar. Los “tanques periodísticos de
C5N” –VHM dixit- minimizaban los “disturbios” apurados por el mero temor
deportivo a lo que pudieran decir ahora el gobierno y sus medios. Ivan
Yabrovsky, el “superpibe” –según otra vez el propio VHM-, le adjudicaba los
desmanes a grupos minoritarios, “ojo que nosotros nada más vimos una
partecita de lo que pasaba”, clamaba. Casi con las mismas palabras con que Héctor
Daer a la misma hora reducía a un grupúsculo ka su reciente decapitación
pública.
Pero para
las diez de la noche, Navarro y Silvestre –con Yabrovsky incluido- ya habían
cambiado su percepción de los hechos.
En el
medio había pasado por el programa de Silvestre el sindicalista Leonardo Fabre.
Hasta entonces el conductor, a dúo ahora con Verónica Magario -intendente de la
Matanza, referente del PJ-, aún insistía en subestimar los “disturbios”. Hombre
de Moyano, Fabre, en cuanto pudo hablar, allí nomás anunció que pediría la
renuncia del triunvirato, y reveló el incendio que en ese mismo momento
arrasaba la cúpula de la CGT.
Avisado,
a las diez Navarro ya salía con los tapones de punta contra la cabeza de esos
dirigentes que apenas en diciembre brindaban felices con el gobierno que más
pobres creó en menos tiempo en toda la historia del país.
Ya no
importaba lo que dijeran mañana el gobierno y sus medios, que previsiblemente se
valieron del final del acto para invocar por millonésima vez la barbarie
peronista y negar lo sucedido.
Sin más
argumentos que el odio gorila que lo mantiene vivo, hoy en La Nazión Inmorales Solá
–tamborcito de Tacuarí del Operativo Independencia en Tucumán- insistía
engolado con que el kirchnerismo ya no existe, mientras en el mismo divague le
adjudicaba el manejo de los trabajadores y las organizaciones sociales.
Sin
embargo en su ripio de hoy en Clarín, Eduardo Van der Koy –ese auténtico duro
de leer-, sin dejar de culpar él también a los inadaptados de siempre (el
kirchnerismo, claro); alcanza a advertir lo que de verdad pasó: el gobierno se
quedó sin interlocutores en la CGT, es decir: sin ese colchón de paciencia que
absorbía hasta ayer la presión popular que ahora nadie contiene. El desastre había
sido tan grande, que alcanzaba para todos.
Y no es
para menos. Se trata de un hecho histórico: la CGT convocó a un acto, y en el mismo
acto fue decapitada por su propio pueblo.
En
estos momentos, hoy, 8 de marzo, la central obrera está conducida por tres
fantasmas, y por lo tanto sin rumbo, amotinada. Eso fue lo que pasó ayer.
Los
empoderados ocuparon el escenario desplazando a quienes ya no los representan.
Eso
pasó.
Y
Mauricio Macri ya no tiene con quien charlar. Eso también.
Dos de
las más célebres sentencias de Perón se combinaron fatales: a partir de ahora será
nomás con la cabeza de los dirigentes, porque agotada su paciencia, el pueblo
hizo tronar el escarmiento.
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