Como
una bomba atómica que al caer no hace ni pif, así el discurso presidencial más
esperado de la era Macri, acabó una vez más en el repetido vacío de las
promesas de campaña, las culpas del pasado, y los brillos del porvenir. Lamentó
no poder hacer más, pero aquí manda el FMI.
No maten al mensajero
Más
maquillado que De Niro en Frankestein, ya sin ninguna esperanza de presentarlo
en vivo por más auriculares que le metan, ya grabado y editado, con tono evangélico
y gestualidad espástica, Macri otra vez repitió como pudo lo que dice siempre: nada.
Más
promesas de campaña, más arengas de vestuario, más reparto de culpas, más metáforas
malogradas, más lugares comunes, más mentiras simples, más autoelogios
inauditos, y como toda novedad, un suspiro inesperado, raro, del todo inverosímil.
Como
mucho lo habían criticado por la desastrosa brevedad de su discurso anterior,
esta vez estiró el desastre a 25 minutos.
Para
que el pueblo vea que no es el único que sufre, nos contó lo mal que la está
pasando, como en los días del secuestro, imaginate…
Perdido
por perdido, probó dar lástima. Con una tristeza técnicamente increíble, lloró
su suerte maula de muchacho bueno: China, Brasil, ¡la lira turca!, todas las
tormentas ¡y sin embargo la sequía! ¿no es para balearse en un rincón?...
Por unas
retenciones que no son tales, casi de rodillas les pidió perdón a los cuatro
machos del agronegocio como jamás lo hizo con los millones de laburantes, maestros, jubilados, discapacitados y
desocupados que lo votaron.
Ajeno a
la calle y a las encuestas como a la realidad, se justificó en los votos que aún
sueña propios, vivos y muchos. Culpó al pasado, auguró el futuro, obvió el
presente.
Prometió
algunas limosnas para los hambrientos, para los comedores y para los pobres que
se vienen, así no joden.
Pero dejó
en claro, eso sí, que lo único que importa es el FMI y sus exigencias. A él nos
debemos. Todos. Juntos. Unidos. Con esperanza.
Lamentó
mucho la situación.
Sólo le
faltó decir: “no maten al mensajero”.
* * *
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