Allí
está por fin, de cuerpo entero y desnuda frente al mundo, la Europa que aún hoy
algunos colonos sudamericanos evocan como un sueño de civilización, de modelo social,
y desde luego cultural. Allí está por fin, sin careta y sin bozal frente a los
pobres de cualquier parte que pretendan habitar su suelo tan exclusivo. Allí
está, alambrada, recia, indiferente, brutal. Final.
MIRAR
MORIR
Al fin
y al cabo incendiar Siria, Iraq, Libia, Afganistán, el Medio Oriente, el
Magreb, no era gratis.
Muchas personas que vivían allí, como era de esperar, acorraladas
por el fuego, el hambre, la locura y la muerte, tuvieron que abandonar sus países
y sus vidas sin nada mejor más a mano que la dorada Europa que aprendieron a
soñar a través de los siglos y las invasiones y sus guerras, la que desde los
días del Magno exporta occidente puro a cambio de riquezas que sustrae o
destruye, la potente, la poderosa Europa. La que todavía hoy algunos colonos
sudamericanos evocan con los ojos en blanco. Allí la tienen ahora, sin careta y
sin bozal, severa y cruda, frente a los pobres de todo el mundo, mirándolos
morir.
David
Cameron los consideró una “plaga”. Sarkozy los comparó con una “fuga de agua”.
El 56 por ciento de sus compatriotas dijo que no quiere un inmigrante más en su
refinado suelo. Víktor Orban, primer ministro de Hungría, teme “por la Europa
cristiana”. En Alemania en lo que va del año fueron incendiados 200 centros de
refugiados. El horno no está para bollos. Alguien diría: éramos racistas, y
llegaron los negros.
La
Europa de la recesión y el miedo al terrorismo, la Europa de la desocupación y
la xenofobia, de pronto se llena de inmigrantes asiáticos y africanos como
quien despierta en mitad de la noche durmiendo exactamente con el enemigo.
La
primera reacción fue artillarse, alambrarse, rechazarlos, repatriarlos, perseguir
sus barcos, espantarlos, acaso hundirlos.
Hasta
ahí el problema era de la Europa periférica, Hungria, Italia, Grecia, España… luego
los camiones con sus muertos aparecieron ya por Austria, Alemania. La Europa
Central.
Fue entonces
cuando vimos a la canciller Angela Merkel en el papel del payaso Krusty
acariciando a una niña palestina mientras le recomendaba tierna y sonriente volver
a su país, a su tierra, a sus llamas y su muerte.
Apenas recién, el 23 de agosto, en el diario Le Figaró, Jean Claude Juncker, presidente
de la Comisión Europea, asumía: “Lo que me espanta es constatar el
resentimiento, el rechazo, el miedo con los que se trata a esas personas.
Incendiar los campos de refugiados, alejar los barcos de los puertos, violentar
a los solicitantes de asilo o cerrar los ojos frente a la miseria y la pobreza,
eso no es Europa”.
La pregunta es: ¿No, Jean Claude?... ¿Eso no es Europa?...
¿Cuál es Europa?
¿La de las grandes guerras, la de los cien años, y las dos
mundiales, las napoleónicas y las romanas, o la Europa la de las cruzadas, la de
Indochina, la de los grandes imperios y sus noblezas llenas de esclavos; o la
Europa de la Conquista y sus espléndidos genocidios, la de la escasés y la
OTAN, la que se muere sin el petróleo, el agua y la comida de los países que
incendia, la que saqueó todos los continentes, o se desangró en sus propias
batallas desde Alejandro a Hitler?... ¿Eso no es Europa, Jean Claude?...
Con 2300
inmigrantes muertos en lo que va del año, después de ver a diario camiones de
cadáveres, y más cadáveres flotando sobre grandes extensiones de mar y bodegas repletas
de cuerpos sin vida, después de todo y tanto, por fin hubo una foto que ahora sí
“nos hace tomar conciencia”, “que paraliza al mundo”, “que nos hizo reaccionar”,
y bla, bla, blá, recitan entre dos tandas los presentadores del mundo. Como si los otros 2300 muertos no
hubieran bastado. Como si faltara éste.
Y es
que Aylan Kurdi, un niño sirio de 3 años, cuyo cuerpo apareció en una playa
de Turquía, no era lo suficientemente negrito ni tenía un turbante ni nada que
permitiera presumirlo ajeno. Parecía propio.
Entonces
Europa miró esa foto y comprendió que algo no andaba bien en algún lugar.
Los
voceros más calificados de los principales responsables de esta inmensa
tragedia –sus medios y sus políticos- esconden la propia mugre bajo la alfombra
del Estado Islámico, y más odio siembran, más confusión, y más mentiras.
Como si
el EI fuera una generación espontánea, el brote simultáneo de cientos de miles
de sicóticos con el mismo delirio religioso que simplemente no tiene explicación,
y punto. Son locos, mejor matarlos.
Ninguno
de tales explicadores parece recordar los bombardeos de la OTAN a todos esos países
del los que hoy huyen espantados sus propios pueblos; y ni palabra sobre los
fondos aportados por sus estados miembro a muchas de esas inciertas
organizaciones armadas tan funcionales en la coyuntura, pero que luego, bueno…
se desmadraron.
Y ninguno
dice nada tampoco del gas y el petróleo que fueron a buscar a punta de pistola porque
así es más redituable: por un lado consiguen energía gratis, y por otro reactivan
la industria pesada de la guerra.
Ninguno
dice tampoco que Siria, curiosamente, es el único país del Medio Oriente que no
privatizó su petróleo.
Nada de
eso, parece, viene a cuento.
Mejor
reducirlo todo para el gran público. Más
fácil.
La canción
será siempre la misma: civilización o barbarie.
De un lado el occidente blanco,
democrático, republicano y sensato, con su dios perfecto; y del otro todos
negros fanáticos poseídos por el demonio de un dios sacado, y medio degenerado para colmo.
En
agosto se cumplió un año desde que Obama armó su liga de la justicia para
acabar con el Estado Islámico, principio y fin de todos los males. Los
discursos, hoy, son entusiastas. Los hechos no tanto.
El
Estado Islámico amplió el territorio de sus dominios, consiguió tomar en Iraq la estratégica
ciudad de Ramadí, aumentó el número de sus tropas, y según fuentes de la CIA actualmente recibe aportes por tres millones de dólares diarios (buena parte de los propios países que integran la coalición para elimnarla), lo que
la convierte en la organización terrorista más rica de toda la historia; y como
detalle de apostilla para los coleccionistas: los europeos en sus filas son
cada vez más. Los 86 franceses, por ejemplo, enlistados en 2013, hoy son más de
dos mil. Por muy entusiastas que sean los discursos…
Allí
tienen por fin las flores de sangre de esa primavera árabe que tan
alegremente desataron cuando vieron la posibilidad de manotear políticamente
todos esos países siempre tan esquivos, tan musulmanes, tan distintos.... Pero
el incendio no era gratis.
En
llamas el bosque, sus habitantes tomaron la comarca. Ocurre.
Entonces
los barcos persiguiendo sus barcos, los alambrados, las fronteras erizadas de púas,
de perros y de guardias, y la playa del verano que se llenaba de cadáveres…
Pero
ahora dicen los mismos voceros de aquellos grandes responsables de esta inmensa
tragedia, que esa foto de Aylan Kurdi, esta vez sí los hizo reaccionar. Recapacitar, prefieren algunos, buscando la
palabra exacta, como esos que todavía discuten si llamarlos refugiados o
migrantes, que ya sería algo más voluntario, digamos, menos urgente, en fin…
casi turístico.
La cosa
es que ahora sí, atento el mundo, con repentina voluntad humanitaria, esos mismos
líderes europeos que ven en cada extranjero una amenaza, ahora sí se acercaron
por fin al gran incendio para arrojar cada uno su correspondiente vasito de
agua. Algo es algo, se dicen y se felicitan. Desbordados por los invasores,
ahora se rifan refugiados en bolsas de 40, 50, 60 mil, cuando más miles y millones
se les vienen encima, porque el incendio continúa, mejor, peor: se expande...
La tragedia es tan grande como la epopeya individual,
desesperada y colectiva de todas esas miles y miles de personas a las que no
les queda más que la vida.
Según la organización humanitaria Save the Children, en lo
que va del año, nada más que a Italia, llegaron 3800 niños solos.
Solos.
Niños.
Abandonados y
perdidos por el mundo y hasta la muerte. Así de inmenso es el desastre.
Pero no todo está tan mal, no. Por unos días -dos, no más-, una foto, esa foto,
mancomunó a la gran Europa indiferente, y la sacudió ¡La despertó!... Si hasta
David Cameron, que los consideró una plaga -pero que también es padre-, se
conmovió al verla.
Y dicen
que la Merkel, incluso.
Un gran
gesto, cómo no.
Mirar
morir.
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¿Querían fotos?... hay más: muertos no faltan. |
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