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miércoles, 2 de noviembre de 2011

EL DÓLAR: UNA PASIÓN ARGENTINA



Desde el Brasil El Martiyo contempla la fiebre del dólar que una vez más consume a los argentinos. Poco importa que los Estados Unidos naufraguen en su propia crisis, que Europa se termine otra vez o la Argentina no pare de crecer. Para los argentinos, la moneda nacional es siempre extranjera.  


EL PESO DE UNA ILUSIÓN



Acaso pocas veces el cinismo de Carlos Menen alcanzó un instante tan luminoso como cuando dijo, no sin razón: “la gente protesta porque no viaja”. La distancia da perspectiva, y la perspectiva aclara, claro.
Apenas ya desde el Brasil, por ejemplo, asombra la relación que tienen los argentinos con el dólar. Si se parte de la inteligencia de que todo sistema monetario no es sino un gran acuerdo político, el hecho pareciera contener pasiones numismáticas, como si fuera la moneda, más bien el billete dólar -y más allá de su valor intrínseco-, lo que adoramos.
Sería difícil pararse en el microcentro porteño un mediodía y encontrar más de una o dos personas que ignorasen la cotización del billete norteamericano, como nos gusta llamarlo. Pero mucho más difícil sería encontrar una o dos que sí lo supieran en el microcentro paulista, y más aún en el carioca. Habría que tener la suerte de encontrar un turista, y de ser posible, argentino.
De allí hacia fuera en expansión circular, sería cada vez más difícil, incluso, encontrar quien quisiera un dólar. El brasilero medio, con cierta lógica, desconfía de un billete extranjero, así como los argentinos desconfiamos del propio.
Y a medida que nos adentramos en el Brasil cotidiano, el dólar se reduce cada vez más a una moneda de uso corriente en las películas de Hollywood, y chau.
Para los argentinos, por el contrario, el dólar es algo más que una moneda, más aun que un patrón monetario, es algo sobrenatural, eterno, algo así como un dios pagano que se ocupa de nuestra prosperidad terrenal y, quizás, de la eterna juventud también, andá a saber…
Poco importan las arenas movedizas de la crisis que día a día se lo va a chupando a Obama hacia abajo; poco importa incluso que Europa se termine otra vez; para los argentinos el dólar y el euro sobrevivirán incluso a sus propios impresores.
Los argentinos las salvaremos.
A las dos monedas.
Aún al precio de la vida de la nuestra. Cuando Estados Unidos se termine de hundir, cuando Europa se termine otra vez, los argentinos tendremos enterradas nuestros fortunas en euros y dólares, así como quienes previsores supieron enterrar en su momento pesetas o dracmas o los hoy invalorables dólares confederados, pasión de los coleccionsitas.
Desde Brasil causa acaso gracia, pero sobre todo curiosidad contemplar al argentino cuando por fin ve un dólar, el entusiasmo, la ansiedad, el brillo en los ojos… la adoración.
Causa gracia y sobre todo curiosidad, si uno es brasilero, porque cuando uno es argentino, causa más bien un poco de tristeza, y bastante vergüenza propia, en absoluto ajena. Ajena es la moneda.

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