Una
generación brillante como un espejismo, terminó por esfumarse en Rusia de una
vez por todas. Después de masticarse ocho-técnicos-ocho, se lleva en su caída a
toda la dirigencia, y en un efecto involuntario -aunque deseado-, a todo el
periodismo deportivo.
Pasajeros, tripulantes y parásitos de un Titanic cuyo
capitán no es inocente, y cuyo espantoso naufragio, también es un clima de época.
Ilusiones Messiánicas
“Antes de la caída,
es la soberbia”.
Proverbios, 16:18
Un lema
de hierro de los navegantes reza: “dos capitanes, hunden la nave”.
La
Selección Argentina tenía tres o cuatro. Así salieron las
cosas.
Una
generación brillante como un espejismo, se evaporó el sábado en Kazan, de
una vez por todas.
No se
fue sola. Se llevó a toda la dirigencia, se fagocitó ocho técnicos, y en un
efecto involuntario aunque deseado, arrastró en su caída a todo el periodismo
deportivo nacional, que de un lado y del otro del negocio, mostró en su propio
deterioro el deterioro absoluto de ese inmenso negocio que es -¿era?- el fútbol
argentino. Adormecidos por los facilismos de la tecnología, cualquier whatsapp resulta
una “buena fuente”, y así el conventillo se consagró como la primavera. Todo
salió mal.
La
Selección desplegó en sus presentaciones apenas la suficiencia de unos cuantos “millonarios
prematuros” –al decir de Bielza- que se creyeron de verdad lo que los diarios
decían de ellos, y no reconocieron más autoridad que la propia. Está en La
Biblia: “antes de la caída, es la soberbia”.
Sin
importarle la realidad, un grupo de exjugadores –Mascherano, Di María, Higuaín,
Biglia, Banegas-, creyó a su vez lo que los medios decían de Messi. Que él solo podía
ganar un torneo –cosa que jamás hizo en el Barcelona, y mucho menos en la propia Selección-,
y así decidieron que bastaban ellos y el resto del campo podían rellenarlo con
unos cuantos buenos pibes obedientes. Meza, Pavón, Enzo Pérez, figuras
intrascendentes. Ningún Iccardi.
Quizás algún
día el resultado contra Francia engañe desde las estadísticas. Pero mientras
quede un testigo vivo recordará la velocidad y facilidad con que los franceses
cruzaban el mediocampo, la soltura con que le ganaban las espaldas a los
defensores argentinos, las dificultades argentinas para alcanzar el arco francés
y abrirse espacios, y los tres goles que acaso engañen al futuro: uno inútil,
otro de carambola, y otro de media distancia porque no podían entrar el área ni
con un camión.
Se
terminó mal, porque se venía mal. Hasta Rusia llegamos venciendo a un Ecuador
ya eliminado, y de resaca. No se le pudo ganar a Islandia, nos desnudó Croacia, y se le ganó con lo
justo a Nigeria, un equipo desordenado, sin ideas y sin fe.
Estalla
por simpatía toda la dirigencia de la AFA, que abocada a esta Selección,
abandona las inferiores, destrata a la Selección Femenina, de remate mete al país
en el conflicto de Medio Oriente, y todo lo que consigue a cambio es uno de los
mayores fracasos mundiales de nuestro fútbol.
Agarrados
a este Titanic como parásitos de mar, los periodistas deportivos vernáculos –a un
lado y al otro del negocio- estaban esperando la caída de estos muchachos que
tanto los putearon y que supieron cerrarles los micrófonos. Dispuesta inmolarse
en pos de la venganza, la prensa se adhirió al casco esperando el iceberg.
Sin
rigor profesional, sin formación técnica, sin vocabulario, detrás de la ilusión
de que alguna vez “el ídolo” les de una nota; un ejército de habladores trataron y tratan de engañar y de engañarse sin coraje para enfrentar al verdadero responsable de
todo este derrumbe: Lionel Messi.
Seis
goles en cuatro mundiales, todos es primera ronda; cuatro finales jugadas,
cuatro perdidas; y su mentado fútbol formidable, que nunca apareció.
Decíamos
aquí después de la última Copa América perdida: “Es justo que Messi se haya ganado su lugar en la Selección por su fútbol
en el Barcelona. Pero sería justo que lo mantenga por su fútbol en la Selección.
Cualquiera quiere a Messi en su equipo. Pero si juega.”
Messi nunca
llegó a jugar. Al menos no cuando hizo falta. Su “épico” partido contra
Ecuador, no sólo nos recuerda qué clase de Ecuador era, sino que hasta
allí, hasta esa instancia desesperada, llegamos también de su mano. El Súper Messi
del Barcelona, se quedó atrapado en las pantallas de la play station.
Sin embargo
y pese a las sucesivas frustraciones y desconciertos, renuncias y retornos,
idas y vueltas, a sus caprichos se entregaron todos: dirigentes, perdiodistas, y demás deudos. Ungido Messías, eligió técnicos, jugadores, y
sistemas de juego. Todo fue suyo. El fracaso también.
Los
habladores que todavía sueñan con que algún día “el héroe” les de una nota, ahora apuntan a Sampaoli, a Tapia, a Angelici… que si son responsables lo son antes
que nada por armar exclusivamente “el equipo de Lío”. El resto es todo de Lío.
Su
pobre actuación en la final contra Alemania, el penal rifado en la final contra
Chile, el penal contra Islandia, su ausencia inexplicable contra Croacia, sus intermitentes
apariciones de buen jugador y nada más contra Francia, sus depresiones, sus vómitos,
su cara de culo, su padre, y sobre todo, sus amigos… suyo es el fracaso, como suya hubiese sido esta Copa.
Hoy hay
quienes tratan de conformarse… hubiese sido peor no clasificar, hubiese sido
peor no pasar la primera ronda, hubiese sido peor comerse un 7 a 1 si seguíamos…
Quizás
el mayor logro del gobierno de Macri haya sido ese: rebajarnos las expectativas,
arrebatarnos los sueños. Enseñarnos a vivir sin plasmas, sin celulares, sin
luz, sin gas, sin comida, sin vacaciones y sin ambiciones.
Conformarse
con tener el mejor equipo de los últimos 50 años, el mejor jugador del mundo, y mentiras así.
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