Cadáver
a cuerda, fantasma creado por su sola ilusión, Mauricio Macri inició el sábado
en Barrancas de Belgrano una marcha nacional destinada apenas a disimular que
ya todo ha terminado.
Una multitud lo acompañó sin embargo.
Senil o escueta, no basta para negar esa tercera parte de la Argentina capaz de obviar cualquier desastre y siempre dispuesta a cualquier fracaso en su fervor antiperonista.
Una multitud lo acompañó sin embargo.
Senil o escueta, no basta para negar esa tercera parte de la Argentina capaz de obviar cualquier desastre y siempre dispuesta a cualquier fracaso en su fervor antiperonista.
EL
PUEBLO DEL ABISMO
Terminado,
fantasmal, entre el adiós y el ridículo, en la agonía de una gestión cuyo
deslumbrante fracaso le asegura la inmortalidad, el sábado en Barrancas de
Belgrano Mauricio Macrí aparecía sobre el escenario alzando un cartelito que
decía, todavía, “sí se puede”. Todo final es triste, cuando no patético.
El Martiyo le pega a Macri desde sus inicios. Basta
recorrer en especial su sección La patria escrita. Nunca nos engañamos con el hijo de Franco ni con su famiglia, nunca ignoramos su pasado
delictivo, ni dejamos de apreciar jamás su formidable precariedad personal, su
incultura general, su dislexia galopante, esa impronta de pelotudo que tanto le
endilgaba su padre (ver Un vivo bárbaro).
Pero aquí nos detenemos.
Árbol
caído hace mucho, ya ni para leña da. Todo en él es final, escarnio, burla. Sus
candidatos se despegan de su figura, lo borran de los afiches, lo niegan mil
veces antes de que cante cualquier gallo. Sus funcionarios ya no le responden
más ocupados en prevenir sus propios porvenires judiciales. Sus periodistas más
fieles ya no se endulzan con sus dulces sobres. Amores de estudiantes, nunca
más supo nada de Christine Lagarde y su FMI. Ni noticias del amigo Donald… si
hasta Mirtha Legrand lo llamó “fracasado”.
Nos
parece suficiente.
No es
de caballero pegarle en el piso, mejor taparlo con diarios y pasar a otro tema.
Desde
el fondo de esa montaña de escombros que es hoy el gobierno de Cambiemos, surge
viva, intacta más allá del tiempo y los fracasos, esa tercera parte de la
Argentina que todavía lo apoya, que todavía lo sigue como al flaco Abel del
tango, que se les fue y aún los guía. Pero es que no siguen a Macri, sino apenas
la ilusión que encarna: el viejo sueño de abolir al peronismo. Un sueño
imposible, y sin embargo…
Y sin embargo allí estaban el sábado en
Barrancas de Belgrano, corazón gorila de la ciudad gorila, una multitud senil, cierto,
irrelevante en términos electorales, sí, pero representativa de esa tercera
parte aún briosa, llena de fe más allá de cualquier evidencia, vivando con
entusiasmo la destrucción nacional, la decadencia social que al mismo tiempo la
succiona hacia abajo como un remolino; la miseria que la rodea y la acosa; la
deuda eterna que pagarán hasta los nietos de sus nietos, y allí estaban igual… sin
necesidad de propuestas, de ideas, soluciones, argumentos, nada, ¿para qué?...
arriba del escenario tenían al hombre que había prometido pobreza cero, y se va
en emergencia alimentaria; que se burlaba de la inflación, y la duplicó; que
auguraba una lluvia de inversiones, y acabó en default, y sin embargo, ellos allí como si nada, abrazados al fantasma en el eco de sus arengas,
repitiendo como una victoria no se inunda
más, eufóricos, en trance, más allá de Macri, más allá de cualquier realidad…
En otra
clara demostración de su incapacidad para comprender lo que sucede, arriba del
escenario Macri parecía contento. Una y otra vez le agradecía a la multitud
como si fuera propia. El 28 de octubre sabrá que no. Desilusionada, defraudada,
despechada, derrotada, toda esa gente lo habrá abandonado ya la noche del 27, y
que pase el que sigue… Vidal o Videla, Onganía o De la Rua, Illía, Alfonsín,
Macri, Braden o Lagarde, no importa, nadie importa, nada importa. Sus líderes
son coyunturales y por lo tanto descartables, sus convicciones son pocas, elementales,
pero férreas. Todo lo que les importa es el peronismo. Abolirlo.
En esa
obsesión, cualquier cosa se entiende. Tanto clausurar el Congreso como
bombardear Buenos Aires en defensa de la República. Tanto violar la
Constitución, como fusilar en su nombre. Tanto invocar a Dios, como
desaparecer, torturar y asesinar porque Cristo Vence. Todo vale menos el
peronismo.
A
través de las generaciones cargan en la memoria de su sangre las tremendas
imágenes del aluvión zoológico y sus patas en la fuente. Desde entonces nunca
más durmieron tranquilos. Un pueblo horrible, oscuro, sucio de aceite
industrial, un pueblo que creían lejano y sentían ajeno, de pronto surgía de
las profundidades y había llegado.
Y eran
muchos. Más.
Y no se
iban, se quedaban.
Y ocupaban
sus mesas en sus mismos restaurantes, y ensuciaban las playas con sus hijos, y
llegaron a usar sus mismas ropas hasta que ya cualquiera parecía igual a
cualquiera. Las divisas sociales se volvieron difusas. Distinguirse era cada
día más arduo, más inútil. Llegó un momento en que cualquier cabeza se te compraba
un plasma. Algo había que hacer.
Se
unieron. Por la gracia de todos los espantos, de ningún amor. Y marcharon.
Arrancaron un día de noviembre allá por el 45, del
brazo del embajador norteamericano y de radicales y socialistas y comunistas
y lo que venga, y así, cantando La Marsellesa en francés, o no se inunda más en
castellano, así marchan desde entonces, a través de las calles y del
tiempo, hasta pasar el sábado por Belgrano ya dispuestos a seguir por todo el país, detrás
de un hombre vencido entre consignas inútiles, no importa, hasta el final de la
historia si hiciera falta, sin ideas, sin propuestas, sin más combustibles que
el odio rumbo al abismo que ni siquiera pueden advertir… porque ellos son el abismo.
* * *
Excelente. Comparto.-
ResponderEliminarExcelente! De lo mejor! Felicitaciones señores
ResponderEliminarAmigo Martiyo, googleando la frase "peronistas somos todos" descubro recién hoy tu blog. De esto hace media hora, y ya me hice fanático. Geniales los comentarios breves,desintelectualizados, pero plenos de un profundo contenido. Te sigo.
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