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viernes, 8 de julio de 2022

ALBERTO Y CRISTINA: HOY UN JURAMENTO, MAÑANA UNA TRAICIÓN...

 

En los inicios de su mandato Alberto Fernández llamó a un periodista de La Nazión para hacerle un pedido y una promesa que marcaron la suerte de su desgracia. En exclusiva, El Martiyo tuvo acceso a esa charla, y aquí la revela. Cualquier parecido con la realidad, es la verdad.

 

AMORES DE ESTUDIANTES

 




Así como el canto del grillo resalta el silencio que lo envuelve, así las repetidas promesas de Alberto Fernández destacan la inoperancia de su gobierno. Desde la estatización de Vicentin o la Hidrovía, a la guerra contra la inflación, pasando por la investigación de la deuda externa, la reforma judicial, el fin del lawfare, y tantas otras que se repiten como un lejano crip-crip en la monotonía de su ineficacia.

En su favor hay que decir que algunas de esas promesas ya ni siquiera se oyen, como aquella de los inicios cuando afirmaba que “jamás volveré a pelearme con Cristina”.

Otra promesa que tampoco cumplió, pero que intentó hasta las últimas horas del domingo pasado, fue la que le hizo en privado al periodista de La Nazión Jorge Fernández Diaz en los inicios de su mandato, y a la cual El Martiyo tuvo acceso exclusivo a través de fuentes propias. Y que aquí pasamos a revelar públicamente. 

Una tarde de enero de 2020, cuando aún el covid era un problema de los chinos, el autor de estas líneas tuvo un amable encuentro con un viejo amigo y colega, a la sazón entonces -y todavía-, alto jerarca de la redacción de Clarín, y cuyo nombre por supuesto nos reservamos. Pero así fue como supimos que Alberto Fernández tenía una relación de casi amistad con el periodista de La Nazión y Radio Mitre Jorge Fernández Díaz, formidable gorila. El caso es que según nuestra fuente, a poco de asumir, Alberto llamó a Fernández Díaz para hacerle un pedido puntual:

-- No me peguen hasta que arregle con el Fondo, y después yo les prometo que me “la” saco de encima.

Creer o reventar, el mismo día en que se anunció el acuerdo con el FMI, Máximo Kirchner renunció como eyectado a la presidencia del bloque, poco después aparecieron aquellos afiches contra CFK, apedrearon su ventana del Congreso -sólo la de ella-, y así la distancia entre los dos se abrió en grieta y se volvió abismo.

A partir de entonces Alberto Fernández se perdió en la niebla de los grandes problemas argentinos. Aún hoy intenta esconderse bajo la excusa ya raída de la pandemia. Pero en nuestro posteo El Gran Prometedor recordábamos que la pandemia en la Argentina se inauguró con la cuarentena establecida el 20 de marzo de 2020, a los 99 días exactos de su asunción. Y que en esos primeros cien días siempre cruciales, no reformó la justicia, no investigó la deuda, ni siquiera restituyó la Ley de Medios, aprobada por ambas cámaras y refrendada por la Corte Suprema. Nada. 99 días tocando la guitarrita y posteando fotos de Dylan. Luego llegó la pandemia, y se escondió debajo. Porque semejante desgracia universal no le sirvió para enfrentar a los poderosos, negarse al Fondo, estatizar Vicentin, la Hidrovía, alguna energética (Edesur y/o Edenor), subir las retenciones, o salir a la caza de las cuentas offshore de los grandes fugadores… ni siquiera se animó al aporte solidario, que fue una iniciativa de los diputados Máximo Kirchner y Carlos Heller, no del Ejecutivo. Y entonces llegó setiembre, y se estrelló contra las urnas.

Con el apoyo de la oposición -siempre alineada con los intereses norteamericanos- cerró el acuerdo con el FMI, blanqueando así la deuda que prometía investigar, y negando un ajuste que practica diario.

Peor que solo, mal acompañado, se aferró a un entorno menguante que le trajo más problemas que soluciones. Desde su anterior vocero, Juan Pablo Biondi, creador de incontables operaciones contra CFK, y cuya novia, Guadalupe Vázquez -empleada del diario La Nazión-, filtró las mentadas fotos del cumpleaños de Fabiola Yañez; hasta su adorado Martín Guzmán, que ni siquiera le explicó que el acuerdo que llevaba con el FMI no era más que una refinanciación, y que terminó renunciando sin previo aviso y en pleno sábado, para mejor agitar los mercados y atizar la crisis. O su exmujer Vilma Ibarra, autora del libro contra CFK “Cristina vs. Cristina”, o del otro escritor antiká, Matías Kulfas, guapo del off que lo dejó out. Y sin olvidar a sus queridos Emilio Pérsico y Fernando Chino Navarro, CEOs de la pobreza del Movimiento Carolina, cuyo virulento anticristinismo se hizo público por fin apenas Cristina cuestionó la caja que el macrismo les había regalado. Todos ellos y muchos otros encolumnados tras Alberto en pos del sueño imposible de un peronismo sin Cristina. Pero como todo sueño imposible, por definición, su destino era el fracaso.

Y mientras los salarios suben por escalera, y los precios en cohete, con una excusa que reduce a ficción nuestra Guerra de la Independencia, el 17 de octubre, la guerra de Vietnam, la Revolución Francesa, la rusa, la china, la cubana, y muchas otras; el presidente invoca la “correlación de fuerzas” para justificar esa inoperancia tan parecida a la impericia, y que con frecuencia el pueblo en general percibe como una incapacidad, y sus votantes en especial como una traición.

El 10 de diciembre de 2019, frente a una Plaza de Mayo desbordada y feliz, Cristina le aconsejó creer en el pueblo, confiar en él, ignorar las tapas de los diarios y las presiones del establishment. Pero político de gabinete, profesor de aulas adentro, palaciego y leguleyo, Alberto no cree en el pueblo, en su fuerza, en su existencia. Para él es una entelequia, un abstracto, un decorado, un montón de estadísticas... La prueba es que ya van dos 17 de octubre de gobierno peronista, y en ninguno de ambos el presidente convocó a la Plaza, y ni siquiera apareció ante los que otros convocaron o se autoconvocaron.

Dialoguista dialogador dialoga con todos, con la UIA, la AEA, la Adepa, que parecen oírlo como quien oye llover. Le implora a uno de los mayores tiburones de la industria alimenticia que resigne su codicia y lo ayude a bajar los precios, y esa misma noche, el tiburón se los aumenta. Y aunque ya no llama "amigo" a Rodríguez Larreta, ni comparte misas con Macri, hasta ayer nomás insistía en dialogar con cualquiera, menos con Cristina, su base electoral. Magnetto chocho.

Única estrella con luz propia en todo el sistema, sol alrededor del cual giran opacos los demás astros, Cristina detiene el país en cada aparición pública, y arrasa con toda la actividad mediática y política por días y semanas y ecos que no se apagan hasta su siguiente aparición pública. Pero ella tampoco es inocente, y lo sabe.

Un proverbio árabe reza “si me traicionas una vez, te maldigo; si me traicionas dos, te maldigo y me maldigo; si me traicionas tres, me maldigo”. Y Alberto Fernández ya la traicionó tres veces.

La primera en 2008, cuando en plena crisis con los machos del agronegocio, abandonó el gobierno, según sus propias palabras, “porque confrontar con Clarín era ser revolucionario, y nosotros no somos un gobierno revolucionario, somos un gobierno reformista”. Y allí nomás se instaló en los estudios de TN para atacar a Cristina, preguntar por Nisman, y llorar por el “cepo”. La segunda fue en 2017, cuando infló a su muñeco Florencio Randazzo para romper el peronismo y evitar la victoria de CFK contra Esteban Bullrich. Su actual gestión es la tercera.

Pero Cristina se mira en la historia como otros en el espejo, y consciente de su responsabilidad y su estatura, un día dejó de maldecirse, y volvió al ruedo. Tal vez a eso se refirió el ministro de acción social de la Provincia de Buenos Aires, Andrés Larroque, cuando dijo “se terminó el tiempo de la moderación, y de la autoflagelación”.

En las últimas horas del último domingo, contra toda su voluntad, acosado por el fracaso -y hasta por Estela de Carlotto-, rodeado por el fuego de un país en llamas, y con el caballo completamente exhausto, Alberto rindió la promesa hecha Fernández Díaz, y por fin llamó a Cristina.

Si fue demasiado tarde, temprano lo sabremos. 

Suele ocurrir que el grillo todavía canta cuando ya nadie lo escucha.


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