Jamás
se habló tanto de corrupción pero los mismos que se indignan con la ruta nunca
probada del dinero k, desestiman las incontestables filtraciones de Panamá y la
lista de enriquecidos por la compra de dólar futuro o los muertos de Costa
Salguero. Todo se reducía -ya no- a Lázaro Báez.
La corrupción no
importa, importa el corrupto.
MENTIRA
ESE LAMENTO
“Pedían justicia pero querían venganza. El
pueblo es así: pudoroso”.
Daniel
Ares, El asesino entre el centeno.
En
pocas semanas Lázaro Báez alcanzó más repercusión en los medios que Susana
Giménez a lo largo de toda su extensa y ya extenuante trayectoria.
Sin
embargo, según todas las encuestas, la inflación y los despidos, la economía,
siguen en la cima de las preocupaciones populares. Por mucho encomio que pongan
el gobierno y sus medios infinitos, hay modas que no prenden en el gran
público. La corrupción, por ejemplo. Que
a qué engañarse, no le importa a nadie.
Dicho
así parece más una bravata de sobremesa que siquiera una afirmación temeraria.
Pero se trata de una verdad simple.
Oímos y
vemos a diario en los medios y en las calles, a nuestro paso, indignados
ciudadanos que no trepidan en pedir el paredón para una larga lista de gente
que a diario les proveen, solícitos, los grandes medios.
Sin
embargo, a juzgar por las últimas elecciones, la mayoría de esos indignados ciudadanos
votó a Mauricio Macri aún sabiéndolo procesado por escuchas ilegales y
asociación ilícita; condenado alguna vez por contrabando agravado; heredero de
una fortuna que nació con la estatización de la deuda de su padre en los días
finales del dictador Reynaldo Bignone; incluso lo votaron en pleno escándalo por
el affaire Fernando Niembro y el reparto de las “mal cargadas” pautas
publicitarias, y, repetimos, aún procesado. Si la corrupción nos importara de
verdad, Macri no sería presidente. Punto aparte.
Es tan
poco lo que importa la corrupción, que ya casi ni los medios opositores que
sobreviven hablan de las filtraciones de Panamá. Sólo el mundo habla de eso,
nadie más.
Se
marcha por los salarios, por los despidos, por la ilusión que despierta el
regreso de Cristina, por los 40 años del golpe militar; pero descubrir de
manera inobjetable que el presidente de la Nación es parte y proa de un pool de
empresas off-shores allá donde saben esconderse las fortunas más sucias y los
mayores delincuentes del planeta… confirmar, no por investigaciones
periodísticas, sino por la filtración de documentos incontestables que la
familia presidencial encabeza una organización paralela dedicada, en el mejor
de los casos, a evadir impuestos y lavar activos… despertar cada mañana con un
nuevo integrante del gobierno involucrado en dicha organización… son cosas que
no movilizan porque no importan, así como no importa la corrupción que todas esas
cosas confirman.
Que
siete de ocho licitaciones para la importación de gas las haya ganado la misma
compañía de la cual es accionista el ministro de Energía, quizá no sea
corrupción, pero por las dudas tampoco importa.
Ni
hablar entonces de los muertos de Costa Salguero, o de ese tiro por la culata
que resultó la causa por dólar futuro, maniobra a través de la cual se enriqueció
buena parte de los responsables del mismo gobierno que a partir de una
devaluación ejecutó dicho negociado… ahí tampoco importa la corrupción.
Y tal
vez no importe porque es una condición humana, porque naturalmente todos, en
algún momento, en algún plano, de alguna forma, nos corrompemos. Evadimos un
impuesto, coimeamos un policía, un profesor, un jefe, un acomodador, un patovica,
o pagamos un retorno o estacionamos donde está prohibido, o sacamos la basura a
cualquier hora -y por las dudas se la dejamos al vecino-, o nos colamos donde
podemos, o cualquier otra cosa que sabemos que no se hace, pero la hacemos
igual.
Corromperse
es propio del ser humano, lo lleva en su alma, nos lo recuerda la carne.
Los
gobiernos, los estados, nunca se corrompen. Son sus hombres, sus mujeres. Nosotros.
Lo que hace falta es una oportunidad. Y aquél que esté libre de pecados…
Como el
ladrón que huye al grito de “agarrenló, agarrenló”, los mismos medios que
denuncian la corrupción están más sucios que el Riachuelo. Los dueños de esos
medios, en procura exclusivamente de más y mejores negocios, se escudan desde
siempre en la libertad de prensa para incidir en las decisiones oficiales. Eso
es mucha corrupción pero nunca importó. Los empleados de esos medios quizá no
se corrompen cuando obedecen órdenes de mentir u ocultar alguna información,
como demostraron -y aún no terminaron de demostrar- los papeles de Panamá,
cuyas revelaciones escatiman en provecho de sólo ellos saben quiénes (hasta hoy). Quizá eso no sea corrupción, tal vez, pero al hacerlo dejan claro junto
a sus patrones, que la corrupción no les importa nada. Y sin embargo son ellos
quienes arrojan la primera piedra animando a su público.
Si de
verdad nos importara la corrupción, no nos preocuparíamos tanto por la
corrupción como por su impunidad. La corrupción es propia del individuo, la
impunidad, en cambio, nos revela una degeneración social, un déficit
institucional, una complicidad sistemática.
Si de
verdad nos importara la corrupción, no confundiríamos desde hace tanto la
ventanilla del reclamo. La responsabilidad por la corrupción, o su impunidad,
no es asunto del Poder Ejecutivo, sino, y
siempre, del Poder Judicial. Es tan luego la Justicia quien está ahí para
fiscalizar, controlar, investigar e intervenir. De eso trata también la
independencia de poderes.
Pero ya
no creemos en nosotros. La Justicia, el Parlamento, los ministerios, están
llenos de humanos, y como tales, como nosotros, también se corrompen. Y algo
más y peor: la gente –agitada o no por los medios-, pide justicia, sí, pero
quiere venganza.
Si mañana
el juez Casanello tuviera que absolver o cuando menos liberar –por razones
estrictamente jurídicas- a Lázaro Báez, la prensa grande, su ejército de
habladores, y su público voraz, lo descuartizarían en una plaza de barrio. Y el
juez lo sabe.
Si
mañana el hoy heroico fiscal Marijuán decidiera con el mismo ahínco con que
perfora la Patagonia activar la causa Papel prensa y pedir por fin la
indagatoria de Héctor Magnetto, Ernestina Herrera de Noble y Bartolomé Mitre,
imputados por crímenes de lesa humanidad… bueno, bueno… el popular Marijuán sería
enterrado en uno de esos pozos que dejó por todo el sur.
O quizá
no.
O quizá
Marijuán no excave más nada y el juez Casanello libere a Lázaro Báez en estos días,
y los grandes medios, sin embargo, no digan nada. Ni mu.
El
jueves el famoso empresario presentó un escrito ante el juez mencionando a su
mayor socio, casi un patrón: el ya no menos famoso Ángelo Calcaterra, hijo de
María Pía Macri, hermana de Tonino y Franco, y por lo tanto, primo de Mauricio.
¿Otro tiro por la culata?...
Lo
cierto, lo evidente, es que el caso Lázaro Báez comenzó así su agonía, hoy ya
no está en las tapas de los grandes diarios, pierde espacio en las radios y los
canales y los portales oficialistas... ¿Llegó el cuarto de hora de Julio De
Vido y/o la causa Hotesur?... Probarán suerte, total: la corrupción no importa,
importa el corrupto.
Y eso
también es corrupción y tampoco importa.
* * *