Baja el agua y aparecen los vestigios materiales,
sentimentales y morales de un desastre que también desnudó comportamientos,
actitudes, seres. Estadistas, periodistas, empresarios y pueblo. Todos nos
vimos las caras. Cristina en Tolosa, y Macri en Trancoso; Larroque versus Miceli, y Clarín contra las Abuelas. Nadie volverá de estos días.
LAS MARCAS DEL AGUA
El peronismo nació así, cuando hizo falta, cuando fue
urgente, de la tragedia, del dolor, de la necesidad; fue la respuesta a la
desesperación, al abandono, a la angustia; y tomó toda su fuerza de ese pueblo entero,
de los muchos que precisaban ayuda, y de los muchísimos más que precisaban darla.
Fue en San Juan, el 15 de enero de 1944. Su parto un terremoto.
CFK lo sabe, y lo recuerda. Por eso no demoró en hundir los
pies en el barro de su Tolosa natal, en disponer la ayuda, y organizarla. Armonizar
pueblo y estado con un solo objetivo: los necesitados. Estuvo a la altura de las
circunstancias, otra vez.
Y esto no es una opinión, es un hecho. Lo prueban las inmediatas
medidas dispuestas, la acción de la gente, de las organizaciones políticas,
sociales y religiosas; y sobre todo, el silencio del enemigo: Clarín, y La Nazión.
En un primer momento soñaron con un alzamiento popular
fogoneando por todos sus medios la “ausencia
del estado” –cuya presencia combaten hace años-, sin mencionar siquiera a
qué estado se referían. La idea era un nuevo 2001, y que se vayan todos… si la furia se lo llevaba puesto a Macri, tanto
daba. Fabricarían otro. Desde que abandonaron el periodismo, la manufacturación
de monigotes presidenciables es la especialidad de la casa.
Pero la ilusión no duró nada.
La presidenta marcó presencia, organizó la ayuda, dispuso a
los suyos, inspiró a los otros, duplicó asignaciones, pensiones y jubilaciones,
habilitó nuevas líneas de crédito... No
estaba tomando sol en Brasil, estaba allí, donde había que estar. Daba
soluciones, consuelo y ejemplo. Macri a esa hora daba explicaciones, y repartía culpas.
Mientras tanto los medios del miedo, en pleno desastre, entre
miles de afectados, ya con muertos, y aún con desaparecidos, se demoraban en un
grupo de infaltables que putearon a Scioli y a Alicia Kirchner, porque también
estaban allí.
En su hora más cruda, Clarín
incluso acabó relamiéndose con la “desaparición
bajo el agua” de una abuela de plaza de Mayo. De terror.
Por momentos Clarín
se hunde con tanta decisión, que a veces pareciera que lo maneja Guillermo
Moreno.
La cosa es que la presidenta allí, el estado presente y
resolviendo, y la gente con más ganas de ayudar a los inundados que a Magnetto;
desbarataron enseguida sus horribles planes.
Perdidos, vaciós, en un patético intento final por ensuciarlo todo
sin aportar nunca nada, inflaron hasta el escándalo un episodio insignificante
en términos históricos, e incluso políticos: el cruce entre el diputado Andrés Larroque
con el periodista de la TV Pública Juan Miceli,
que a la hora de dar, preguntaba por la camiseta del que daba. Allí nomás
Larroque lo invitó a dar, pero Miceli prefirió irse a charlar con su amigo
Nelson Castro, que tampoco repartía nada. En fin.
Al cabo de días interminables de conmoción nacional –que siguen
sin terminar-; ante el magnífico espectáculo de un pueblo solidario que se
organiza y da; frente a un estado que respondió inmediatamente, y una
presidenta con reflejos de madre; el enemigo todo lo que tiene, como vemos, es
nada.
Una polémica menor, insustancial, intrascendente.
Chismes que se susurran en un velorio ajeno.
Miserias del que no siente.
Muy por encima de ellos –tal y como demostraron las últimas
presidenciales y estas inundaciones- un pueblo entero se eleva y los olvida.
Hay mucho por hacer.
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