Los chistes de Perón
Si alguna vez los argentinos consiguiésemos el nirvana tangible del acuerdo absoluto, una nueva moneda nacional debería llevar impresa, en sus dos caras sin ceca, las imágenes yuxtapuestas de Borges y Perón, como el yin y el yang de una Argentina sola, que en su doble anverso grabara así la riqueza de nuestras más hondas contradicciones, unidas entonces por las solas banderas de la gracia de la inteligencia, la agudeza de la sensibilidad, y la sabiduría que siempre revela el humor. Por ello aquí El Martiyo, en un gesto estético histórico -pero histórico por estético-, reúne, funde, en un mismo marco, en idéntico formato, a este dueto imposible, y sin embargo… Esperamos que así como los peronistas disfrutan de Los chistes de Borges, así la otra Argentina disfrute de Los chistes de Perón, quien supo tener, indiscutido, el sentido de la risa que es propio de los grandes. Y que nos hace mejores.
El 7 de julio de 1972, en la cena de camaradería de las
Fuerzas Armadas el general Alejandro Lanusse –presidente de facto- anunciaba que para ser
candidato a presidente se debería renunciar a cualquier cargo en el gobierno, y
que se debía fijar residencia en el país antes del 25 de agosto. En un solo pícaro
disparo, así él se autoexcluía, y emplazaba a Perón, que seguía en su exilio en
España.
Al saber esto, desde Madrid, Perón rechazó las condiciones
considerándolas proscriptivas. Entonces dijo:
-- Lanusse parece que se autoproscribió y me invita a hacer
lo mismo, pero su situación no es la misma que la mía. Él tiene tantas
posibilidades de ser presidente constitucional de la República Argentina ,
como tengo yo de ser rey de Inglaterra.
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