Por encima de lo que ayer aquí llamábamos Arlequines vencidos, el huracán Cristina se llevó puesto, sobre todo, y más que a la oposición, a su gran artífice y productor, Clarín, el Grupo y sus etcéteras. Pero los abstractos no pagan las consecuencias de ninguna derrota; son sus hombres, sus nombres y sus actos, lo que la historia, y la gente, acaban por juzgar, absolver o condenar. Por el momento, es todo dispersión, desconcierto y delación.
PERDEDORES PERDIDOS
“Ya nunca me verás como me vieras”.
Homero Manzi.
En el gran remolino de la derrota destellan y se pierden las últimas imágenes de varios naufragios...
Elisa Carrió, el lunes, extinta y aún asi declarándose "felíz" en la que acaso fuera ya la última conferencia de prensa que la prensa le conceda. “Estoy feliz”, decía vencida, sonriente, abandonada por la gente, aplastada por los números, “feliz”, su gran mentira del adiós…
Francisco de Narvaez, insistiendo con su gobernación enredado en augurios y promesas que ya ni él mismo se cree…
El hijo de Alfonsín, repitiendo trémulo los mismos versitos vacíos que al menos su padre recitaba con énfasis; y encima pidiéndole a la gente que “reflexione mejor” para los comicios octubre, sin pensar que así se arriesga a que lo voten todavía menos…
Eduardo Duhalde, el tercero en discordia, pero en discordia con el votante; el hombre que prometió devolver dólares a los que habían depositado dólares, el hombre que juró públicamente y varias veces retirarse para siemrpe de la política, y que allí está todavía, prometiendo ahora que dará un “susto en octubre”…
Jorge Lanata, a punto de implosionar después de tragarse un sapo de su tamaño...
Pino Solanas, gritando “¡no nos tragamos un sapo: ¡nos tragamos un rinoceronte!!, como si hablara de Lanata...
La voz de Mirtha Legrand cruzando el aire de las radios una vez y otra vez dudando del cuerpo en el cajón cuando la muerte de Néstor Kirchner, y la miseria hirviente de aquellas palabras que hoy la cocinan en su propia salsa…
Biolcatti y Buzzi, derrotados en sus propios pagos, ya prontos para aniquilarse mutuamente, cruzándose el desprecio que siempre se tuvieron, mientras Alfredo de Angelis, su triste pinocho desdentado, tartamudea explicaciones inservibles, lejano, difuso, desdibujado ya…
¡Beatriz Sarlo!, acogotando la lógica desde La Nación para terminar agarrada, aún hoy, a esta altura de los hechos, ante la contundencia del domingo, del efecto “viudez”, y revelándonos por lo tanto que al final sus profundas razones ideológicas no eran sino pura envidia femenina, sarasa ilustrada, y la obediencia debida a su propio kiosquito y sus patrones… ¿Y no es un flash recordar que el vicepresidente de la nación es todavía el fantasma Julio Cleto Cobos, etéreo como un gas, como un flato del pasado que hoy parece apenas un chiste sucio, no es un flash?...
Pero por encima de todos ellos, en la cúspide puntual de esta montaña de escombros, se yergue, doblado y roto, Clarín, el Grupo, sus dueños, sus socios y sus cómplices, no ya todos estos que bien llamábamos ayer: arlequines vencidos.
Hoy Clarín, en su edición de hoy, arrasados aún por semejante cataclismo electoral, nos habla de cualquier otra cosa. De las cámaras en las escuelas, de los crímenes con los que a diario se alimentan y convidan; de fútbol, por supuesto, mucho, de la victiria de River, y de Roger Waters…
Se preguntan qué hacer ahora.
Clarín, o sea: sus hombres.
No sólo el alto mando, ojo, sino, y sobre todo, sus más altos oficiales, sus mejores muchachos, los Ricardo Kirchbaum, los Van der Koy, los Julio Blank, los Nelson Castro, los Inmorales Solá, y todos los que pusieron la cara y el nombre y el prestigio por Clarín, y que ahora, desconcertados, perdidos del todo perdidos, nos hablan de pronto de cualquier otra cosa.
Aturdidos, shockeados, no acaban de endender que no sirvió de nada subestimar al lector, y vuelven a intentarlo para que nadie se de cuenta de que todo ha terminado, y que ellos lo saben tan bien como nosotros.
Ya en el 25 de mayo útlimo, en nuestro post El ventírlocuo maldito, anunciábamos en primicia mundial que allí abandonabamos la lucha contra los variados e indistintos referentes de la oposición, convencidos de que no tenía sentido ahorcar al muñeco mientras se nos escapaba el ventrílocuo. Hoy revolvemos los escombros, pero no olvidamos quien es el dueño de la fortaleza derrumbada.
Clarín, el Grupo, el monopolio y su oligopolio, sus socios, sus dueños, sus responsables, y sus altos jerarcas que prestaron algo más que el nombre, la cara y la vida al servicio de lo que ellos sabían que era lo que era.
Suceda ya lo que suceda en octubre, ahora ellos y nosotros sabemos que no les creemos, que más allá de la Capital no encuentran ecos sus mentiras, y que ya no hay para atrás. No sólo la ley de medios será cumplida. Ellos y nosotros, ahora, debemos terminar lo comenzado.
Lo que resta, de aquí en adelante, es apenas inercia de la caída.
No se extrañe el lector si después de este desastre y su desconcierto, advierte que Clarín resucita levemente oficialista, conciliador, como quien aspira a un acercamiento, por no decir: a una rendición negociada… No se extrañe.
La derrota ha llegado, y jugando con la frase de Céline que encabeza nuestro blog: en ella el que no es escombro, es arquitecto.
Clarín tiene víctimas, o culpables, no inocentes.
Porque mucho más acá de cualquier abstracto, están los hombres, sus nombres, y sus cosas.
Los ejércitos vencidos se dispersan, pero sus generales quedan allí, atrapados por la derrota, explicando lo inexplicable, cambiando de tema… rebuscándoselas como pueden.
Porque mucho más acá de todo abstracto, son ellos los verdaderos perdedores.
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