De San Martín a Videla, de Belgrano a Aguad, del glorioso Ejército
del Norte a los grupos de tareas de la ESMA, del cruce de Los Andes al
bombardeo a Plaza de Mayo, de las victorias hasta el Alto Perú a la rendición
en Malvinas, los militares argentinos recorrieron un largo camino de la gloria
al oprobio.
El desfile del último 9 de julio dejó esta magnífica foto de
Pepe Mateo, y una colorida gama de reacciones que fue de la nostalgia de los
menos al desprecio de los muchos.
Sin embargo el sueño de un pueblo orgulloso de sus fuerzas
armadas, alguna vez fue realidad.
Pero entonces llegaron los milicos.
UN EJÉRCITO LLAMADO MARTA
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Foto: Pepe Mateo |
Tampoco dejaremos de ser una colonia hasta que no logremos
integrar pueblo y Fuerzas Armadas. Unas Fuerzas Armadas profesionales, bien
entrenadas y bien equipadas, concentradas en el desarrollo y la defensa nacional.
Y un pueblo orgulloso de ellas.
Las Fuerzas Armadas que forjaron San Martín y Belgrano, pero
también Savio y Mosconi. Las del Cruce
de Los Andes y Fabricaciones Militares. Las que luchaban por la independencia de
la patria en todos los planos de la Nación.
Esas Fuerzas Armadas que no existen hace mucho.
Una vez expulsado el español, ya desterrado San Martín, bajo
una flamante independencia nominal, el prócer escolar Bernardino Rivadavia
decidió que no fuéramos libres por el novedoso truco imperial del endeudamiento
externo. Mientras tanto las cúpulas patricias del ejército contaminaban su
espíritu con la puerilidad tilinga de la oligarquía terrateniente, anglófila, y
por lo tanto cipaya. Antes de un siglo estaban a su entero servicio.
Ni la espantosa guerra contra el Paraguay, ni la confusa Conquista del Desierto mejoraron las cosas, y para 1930
probaron llevarse puesta la Constitución, voltearon a Yrigoyen, creyeron que
iban bien, saludaron el pacto Roca-Ruciman, custodiaron con sus propios sables
la entrega del país a lo largo de toda la Década Infame... y acabaron lógicamente
bañados en mierda.
Distintos, acaso avergonzados –o ambas cosas-, surge en el
propio seno de las Fuerzas Armadas un grupo de oficiales (unidos, bueno) que lentamente
las rescata de sí mismas. O al menos lo intenta.
Por una breve primavera que en los hechos no dura ni diez
años, las Fuerzas Armadas vuelven a servirles a la Nación y a su pueblo. Son los
sueños de Savio, los días de Pistarini, Mosconi. De pronto en los hoteles de
Chapadmalal veraneaban juntos obreros y militares. Dirá Perón desde el exilio:
“yo sabía que eso nunca me lo iban a perdonar”.
Hartos de esos cabecitas negras que ensuciaban sus playas con
sus hijos, el 16 de junio de 1955 -siempre con el apoyo del State Department-, aquellas
cúpulas patricias, tilingas, aspiracionales, anglófilas, eligieron la sedición
y el crimen, bombardearon a su propio pueblo, y a partir de entonces lo
vigilaron, lo censuraron, lo persiguieron, lo fusilaron, lo secuestraron, lo
torturaron y lo asesinaron o lo desaparecieron. También lo saquearon y lo
endeudaron. Y así las Fuerzas Armadas dejaron de existir. Nacían
los milicos. De mierda.
La sociedad civil aprendió a temerles, pero sobre todo a
despreciarlos. Y a resistirlos.
La violencia engendra violencia, repetían los bombarderos y
los fusiladores.
Condenados al eterno fracaso, antes de dos décadas aquellos tristes
milicos fueron a buscar a Madrid al general que ellos mismos habían echado
porque ya no sabían qué hacer con el país. Pero tanta violencia hace tanto
engendrada, comenzaba a florecer.
Todos sabemos lo que pasó después.
De una vez por todas San Martín fue eclipsado por Videla, Brown
por Masera, Belgrano por Camps, Güemes por Bussi. El glorioso Ejército de Los
Andes quedó reducido a un cuerpo de policía del tipo Gestapo. Ya no se
distinguían por sus fabricaciones militares sino por sus campos de
concentración.
Soberbios, ignorantes y malevos, una noche de copas confundieron
al patrón con un amigo y se lanzaron a pelear contra la OTAN. Pero la Guerra
por las Malvinas tampoco mejoró las cosas. Al contrario.
Soy testigo presencial de hasta qué punto el pueblo de
pronto parecía perdonarles todo en apoyo a la campaña en las Islas. Pero otra
vez mintieron, otra vez fallaron, ¡otra vez torturaron!, y por fin se rindieron
y escaparon. Y al final otra vez los héroes serían del pueblo. Los soldados desconocidos
y unos cuantos oficiales reconocidos. El alto mando volvería a casa con sus
camperas de duvet intactas.
Pero fue entonces, diría Borges, cuando por fin se
encontraron con su destino sudamericano.
Los mismos grupos de poder que tanto los habían usado y
abusado, asqueados como traicionados por la aventura Malvinas, un día
descubrieron la verdadera potencia de los medios de comunicación, optaron por
la democracia, y los abandonaron a su suerte. Y su suerte fue poca. Desamparados,
descubiertos, ni siquiera hizo falta la venganza: bastó con la justicia. De
pronto eran públicos los crímenes más horrendos de aquella organización armada:
los milicos. De mierda.
Los juicios comenzaron y ya nunca pararon.
Las Fuerzas Armadas pudieron encararlos como una oportunidad
histórica para separar la paja del trigo y limpiarse como institución de un
pasado para siempre imperdonable. Pero no. Optaron por abroquelarse en una
actitud corporativa que ellos prefieren soñar “espíritu de cuerpo”, pero que en
los hechos los revuelca en el fango de los mismos crímenes hediondos. Un Balza
no hace verano.
Derrotados por la OTAN, abandonados por su pueblo al que
tanto habían maltratado, a partir de 1983 comienzan el oprobio interminable y
el deterioro sin fin.
Las dos décadas del infame Cavallo se llevaron el resto como
un viento nuclear. En el Pacto de Madrid se firmó de una vez por todas la
rendición en Malvinas. Por mandato norteamericano rápidamente se desmanteló el proyecto
Cóndor; de los catorce establecimientos que tenía Fabricaciones Militares sólo
quedaron cuatro; se privatizaron entre otras cosas los Astilleros Almirante
Storni y el complejo naval TANDANOR, que terminó por fundir en 2001. Para el
amanecer del nuevo siglo las Fuerzas Armadas Argentinas eran apenas un vestigio
de sí mismas incapaces de enfrentar de igual a igual a la hinchada de Chicago.
Recién a partir de 2003 se reactivó FM para la producción de
material ferroviario; en 2008 el Estado recuperó para sí TANDANOR; en 2009 se
reabrió la Fábrica Argentina de Aviones dispuesta a producir con Brasil la
aeronave de transporte KC390 con capacidad para 21 toneladas. Comparado en
dólares con el presupuesto de Defensa de 2015, el de 2109 registra una caída del
41,64 por ciento.
En el marco del ajuste impuesto por Washington y su FMI, de
las 88 agregadurías militares que había en las distintas embajadas por todo el
mundo hasta 2017, este año sólo quedarán 30. Pero en la Casa Rosada festejan
los ocho mil millones de pesos que esperan sacar vendiendo tierras militares en
todo el país.
Más allá de los discursos escolares, y el menudo favor que
les hace a los militares actuales la defensa oficial de los viejos genocidas,
este gobierno los desprecia acaso más que ninguno desde el regreso de la
democracia.
De los dos submarinos que poseía la Armada, acaban de perder
uno con sus 44 tripulantes sin que al gobierno le importe en absoluto. Por el
contrario, se esfuerza en ocultar las razones del desastre. No les importan los
44, pero está claro que todos los demás miembros de las tres fuerzas, tampoco.
En la extenuante historia de la desmalvinización nacional, nunca
una administración fue tan lejos como la actual Alianza, entregando alegremente
sus recursos naturales, ofreciendo el aeropuerto de Córdoba para que hagan
escala los vuelos chilenos a Puerto Argentino, reconociendo al gobierno kelper
como “autoridad legítima” de las Islas, despreciándolas como una sobra “porque
tenemos un territorio inmenso”, borrándolas de los mapas oficiales, o
llamándolas faklands sin ningún pudor.
Quizá la frutilla de tan apestoso pastel haya sido el año pasado, cuando la banda
de la Fuerza Aérea entonó God save the Queen en la embajada británica para
celebrar el cumpleaños de la reina de Inglaterra.
A cambio y como todo protagonismo, otra vez les ofrecen arrastrarlos
a la doctrina de la seguridad interna, para usarlos otra vez contra el pueblo y
después otra vez abandonarlos a su suerte.
O los hacen desfilar el 9 de julio, inflados por las fuerzas
policiales, para exhibir lo que les queda cuando pasen bajo la ventana del
embajador norteamericano.
Sin embargo en 2015 el 85 por ciento del voto militar fue
para Macri, y en 2017 fue el 83 por ciento.
Será que les gusta que los llamen Marta.
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