Contorsionistas
morales, al grito de que se doble pero no se rompa, el votante de Macri y sus
habladores a sueldo, realizan verdaderas proezas de flexibilidad ideológica. La
Constitución, la libertad de expresión, la República y sus instituciones, y
todo aquello que hace tan poco les importaba tanto, de pronto no importa nada,
y como toda lógica del gran cambio anunciado, ahora justifican cualquier
atropello con atropellos anteriores, verdaderos o falsos, eso tampoco importa.
LA
FIESTA DEL ODIO
“La
verdad ya no cuenta.
La fuerza y el descaro son lo que cuentan”.
L. F.
Céline, Cartas de la cárcel
Botón
de muestra, Paulo Vilouta, hablador de fútbol devenido por la magia de la
televisión en analista político, justificaba la inexplicada expulsión de Víctor
Hugo Morales de radio Continental, recordando la salida de Juan Micheli de la
tevé pública. Así también otros botones de la botonera de Magnetto, dueños de
alguna superioridad nunca demostrada, invocan sin falta la “autoridad moral” de
cualquier crítico a los atropellos diarios con que el nuevo gobierno embiste a
la Constitución Nacional, la libertad de expresión, la República y sus
instituciones, y todas esas cosas por las cuales hace tan poco quedaban al
borde del soponcio, y que hoy, de golpe, ya no importan nada, al contrario:
sirven para justificar cualquier atropello nuevo. Tal el cambio de los
cambiadores de Cambiemos.
Apenas
asumieron comenzaron los despidos, las censuras, los decretos contra natura, la
intromisión en otros poderes del Estado, anularon leyes, se cosieron de apuro
una Corte Suprema a medida; abjuraron del Congreso porque total qué importa, repartieron
el Estado entre compañías extranjeras, y así a pura fuerza y con total descaro.
Rápido mostraron la verdad de lo que son.
Ya nada
hay que esperar, no hubo campaña sucia, todo era verdad: Magnetto conduce, y ya
vemos hacia dónde. Hacia el saqueo nacional, el endeudamiento externo, la
desocupación, el caos social, la represión, y el caos total. Todo esto ya fue
visto, empezó igual, y terminará ídem.
Porque
Dios perdona siempre, el hombre perdona a veces, y la realidad no perdona
nunca.
Los remanidos 100 días de luna de miel que todo gobierno sueña para sí, se esfumaron
en una sola noche cual carroza convertida en calabaza.
La princesita
sonriente María Eugenia Vidal, ya no sonríe como antaño, ¿qué tendrá la princesita?
Apenas asumió se le escaparon los únicos tres presos que no debían escapársele.
No los atrapó nunca. Dejaron el penal y también su provincia pero sólo después
de pasearse por allí durante 15 días como quien sale de vacaciones. Por fin y
exhaustos, cayeron en un pozo en Santa Fé, y se entregaron sin resistir. En el
medio se sucedieron los papelones oficiales, desde Ritondo que los tenía
“cercados” apenas fugados, hasta el propio Macri “resolvido” en hazmerreír de
la prensa internacional, en línea con su “festibalera” Michetti, y con la no
menos festiva Patricia Bullrich, mezcla rara de Mujer Maravilla y Niní
Marchall.
Pero no
hay mal que por bien no venga, diría Durán Barba, y encubiertos por la cobertura de los
medios del miedo que hoy reparten coraje, decidieron hacer del extraordinario
fracaso un negocio más. Presentado el episodio del pozo que desbarató la fuga
como un duro golpe al narcotráfico, así se disponen a justificar cualquier
atropello próximo, como en los tiempos cuando la excusa era la lucha
antisubversiva. Ahora será el narco. Ya lo dijo Michetti: “no tenemos
herramientas para pelear con esto”… ¿Se las pedirán a la DEA, en una suerte de
Plan Cóndor narco?... ¿O recurrirán a las Fuerzas Armadas para la seguridad
interna, como en el tiempo de los asesinos?... ¿O amasan un estado de sitio y
sacarse de paso el Congreso de encima de una vez por todas?... No hay mal que
por bien no venga, cómo no.
El
INDEC que durante años supuso el Santo Grial de esa furiosa mitad que lo votó,
de pronto no hace falta. Simplemente. Sobra. Podemos vivir sin ninguna
estadística de ninguna inflación. Para eso está el administrador de la fortuna
Fortabat, que ajusta, devalúa, y nos cuenta cómo nos va.
Mirtha
Legrand, que vivió una dictadura bajo Cristina, y ninguna bajo la dictadura, ahora “ya
no hablo de esos temas”, responde cuando le preguntan por la expulsión de
Víctor Hugo Morales.
Los
precios no paran de subir y la temporada en los centros del verano anuncia un
invierno muy frío y muy largo. Pero Su está chocha con el presi Mau porque
ahora se puede comprar todos los dólares que quiera. Si esa no es la revolución
de la alegría…
Del
otro lado de la pantalla, el ciudadano de a pie que lo votó, con la
flexibilidad ideológica propia de un contorsionista moral, se resiste a la sola
verdad de la estupidez del odio que lo llevó al error que tampoco todavía
admite. Pero sólo pasaron poco más de treinta días de gobierno. Hay que darle
tiempo.
Como el
ciego que cree volar mientras cae al vacío, todavía disfruta de la victoria en
la que se hunde; todavía se divierte con la aniquilación de Víctor Hugo, 678,
TVR, y que sigan las bajas; todavía goza con los atropellos al AFSCA y en
brochet a la justicia; con el triunfo de Clarín, los ñoquis de la Cámpora, la
grasa militante, los carísimos chistes de Alfonso Prat Gay y las patéticas incoherencias de Alfredo
Caseros, y sobre todo, con el oprobio a Cristina como en los días de la
Fusiladora con Perón y Evita. El odio es un gran combustible, y Magnetto una
fuente inagotable.
Pero Dios
perdona siempre, el hombre perdona a veces, y la realidad no perdona nunca.
Porque ningún
odio pagará las tarifas por venir, ni parará la inflación que se anuncia
encubierta en el nuevo plan monetario; ningún odio impedirá la progresión de
los despidos que siguen y suman, y por lo tanto la caída del salario real, y
por lo tanto la del consumo, y por lo tanto más despidos, y por lo tanto... Porque el odio es una fiesta muy cara, un lujo de los
ricos, de los hartos. El hambreado, el humillado, el desocupado, tienen otras urgencias.
Otros sentimientos.
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