////// Año XVº /// Editor Anónimo: Daniel Ares /// "Prefiero ser martillo que yunque", Julio Popper ///

sábado, 30 de junio de 2012

EL ADIÓS A MOYANO: CUANDO NO SE VA UN AMIGO...


Tal y como advertimos en nuestro post Nace un estrellado, el mismo Clarín que no hace tanto veía en Moyano la sombra siniestra de Facundo, ahora lo abraza y en su abrazo lo tritura, como hiciera en su momento con la Carrió, Duhalde, Cobos, y la sucesión de tristes trastos que ya son ayer.


EL CAMIÓN DEL OLVIDO

Amparado por el Grupo Clarín,
Moyano pasa sus últimas horas...



“Rajá, turrito, rajá”.
Roberto Arlt

Con la sutileza de un camionero, Moyano prueba su última suerte abrazado a Macri, ungido por Clarín, en contra de las grandes mayorías que hace menos de un año eligieron a este gobierno, y acompañado de golpe por los mismos sectores que ni aún ahora consiguen digerirlo por "negro", por "sindicalista", por "grasa", porque "se come las eses", y por todas esas cosas que ese público nunca digiere... Perdido por perdido, ya no tiene más nada que perder, y allí se va Moyano, entre aplausos y vivas del todo ajenos…
Sin careta y sin antifaz, fuera de su círculo pago, unos y otros, opositores y oficialistas, sabemos por fin quién era en realidad éste sindicalista que tanto peleó contra el neoliberalismo para acabar así, cobijado por Clarín, codo a codo con Macri, vivado por los caceroleros del Barrio Norte y por la Sociedad Rural en un final triste, y peor que solitario, mal acompañado.
Moyano ya es ayer como todo lo que toca el Grupo Clarín-La Nazión. Moyano no representa, ya, más que sus propios intereses, ni siquiera los de Clarín –fuera de esta coyuntura que los junta sin unirlos -, ni siquiera, ya, representa a los camioneros argentinos. Moyano está terminado. Clarín lo terminó.
Por algunos días más, acaso, soñará -como De Angelis, como Buzzi, como Biolcatti, como la Carrió o Cobitos-, que su momento ha llegado; pero apenas algo mejor que él les aparezca (y hablamos de cualquier cosa, de una imprenta con amigos en el gobierno, de una tarjeta tranviaria, de un crimen que les sirva), Clarín olvidará a Moyano y Moyano ya ni ayer será.
Antes aún entonces de que alguien de su propio entorno le recuerde que Roma no paga traidores, El Martiyo aquí le dice adiós, sin un reproche, sin un llanto.
Chau, Hugo… chau. Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío, sí… pero cuando el que se va no era un amigo, el espacio no queda vacío, sino más bien liberado.
Chau, Hugo... rajá, turrito, rajá.

Ayer nomás...

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miércoles, 20 de junio de 2012

"Banderas en los balcones": el prólogo de Federico Lorenz...




Con prólogo de Federico Lorenz, tapa de Marcelo Pais, índice activo, y revisada por su autor, Ediciones del Martiyo acaba de lanzar al mercado global la edición digital de la novela Banderas en los balcones, de Daniel Ares, publicada por primera vez en 1994, en Buenos Aires, por Ediciones de la Flor.
Más allá de sus valores literarios, sobre los cuales sólo el Tiempo -juez de jueces-, dará su veredicto final, Bamderas en los balcones es una novela, pero también una crónica, una ficción realista, y por ello un fresco del tamaño de un mural, que nos pinta exhaustivo, entre horrores y detalles, aquellos 75 días de fuego y de locura.
Mucho de esto nos advierte en su prólogo Federico Lorenz, historiador, investigador, y autor, entre otros libros, de Las guerras por Malvinas, Los zapatos de Carlito, Fantasmas de Malvinas; y que acaba de publicar bajo el sello Tusquets, su novela Montoneros o la ballena blanca.
En exclusiva para El Martiyo, reproducimos su prólogo completo, y agradecemos públicamente su colaboración.



LA GUERRA,
LA RISA
Y LA VERGÜENZA


Van a leer un texto de esos que resiste al tiempo, porque el autor ha logrado amansarlo y atarlo a las palabras hasta volverlo un instrumento de su escritura. Por eso mismo, también, padece la injusticia de no ser uno de esos libros a los que automáticamente nos remitimos cuando pensamos en la guerra de Malvinas. Adelantamos, claro, que para nosotros, honrados en prologarlo, esto debería ser así. Pero justamente por eso, por su capacidad de apropiarse de un clima de época y no solo reflejarlo, sino permitirnos volver a él, puede o no tener contextos favorables para su circulación y lectura. Y pasó que Banderas en los balcones fue publicado en 1994, en una época en la que un clima de hastío e indiferencia hacia el pasado potenció el repliegue individual y el egoísmo desaprensivo que también caracterizó a esa década. Y por eso tal vez su principal mérito haya sido la clave de su desdicha: el texto de Ares invita, más bien, a un ejercicio honesto (tal vez demasiado) de introspección, a reírnos y también a avergonzarnos de nosotros mismos. Banderas en los balcones potencia la posibilidad de introspección que surge cada vez que Malvinas está de por medio (entendiendo por “Malvinas” la sinonimia con la guerra grabada a fuego en la memoria, y no imágenes más amables de ese hermosísimo escenario austral).
La novela de Ares incomoda porque muestra la complejidad de un tema del que sobre todo los porteños se desprendieron con mucha ligereza, o simplificaron hasta volverlo irreconocible para poder (con) vivir con él: la forma en la que la guerra incidió en la Argentina militarizada de 1982, la adhesión popular, muchas veces irreflexiva e ingenua a la guerra, el súbito florecimiento de especialistas en defensa y geopolítica tan distinto de la vida cotidiana de los soldados en las islas, sí, pero también de otros miles de argentinos que “no vivieron la guerra por TV”.
Para hacerlo, la perspectiva es la de un joven corresponsal enviado al Sur argentino a cubrir un conflicto que se desarrolla al ritmo de los rumores, de las operaciones por parte de las autoridades militares, y de la audacia y la picardía profesional de un puñado de corresponsales –Ares uno de ellos- que ven pasar sus días en Tierra del Fuego, ese lugar tocado por la guerra en 1982 y que ya había estado tan cerca de ella en 1978. Es ese uno de los más importantes logros del libro: romper ese sentido común que instala la guerra como algo vivido solamente en las islas, y que una vez terminada la batalla se puede apagar como una radio o una tele. Mecanismo social que entre otras cosas sepultó en la memoria individual a los soldados y sus familias. 
Esa idea estalla en Banderas. Ares pone en carne y hueso el dicho popular de que “la guerra se vivió del Colorado para abajo”. Por el libro desfilan hoteleros, empleados de Vialidad Nacional, prostitutas, civiles que viven en una isla militarizada. Ares nos cuenta cómo fueron esas vivencias desde el asombro del joven reportero porteño que se encuentra con una realidad completamente distinta a unas pocas horas de vuelo, en un escenario donde la valoración de las fuerzas armadas es distinta a la que él experimenta, sencillamente porque “no existiría ese lugar” si no fuera por ellas. Y eso, que en la isla es una realidad palpable, arroja la incomodidad de pensar esa misma presencia, esa misma imprescindibilidad en toda la sociedad, la del Sur, y “la del Norte”, como dicen los fueguinos.
Tal vez donde más se note la sorpresa ante esa constatación es en los párrafos que el autor dedica a los pilotos de combate, a quienes pinta como militares serios, que maduran de golpe y que comen con la certeza de que acaso sea la última vez. La descripción de la forma en que la mesa de esos pilotos se reduce mientras la guerra avanza, es austera y por eso mismo emocionante. Malvinas porta también esa contradicción muy probablemente insalvable: que del descalabro producido por la Junta Militar aparecen gestos heroicos y de entrega como los que nos acompañaron hasta no hace mucho en las escuelas, en los actos y en las revistas infantiles.
En ese territorio de frontera que era Tierra del Fuego durante la guerra (y que continúa siendo hoy de otras formas), nos asomamos a un magma en el que represores hablan impunemente de sus crímenes, pilotos audaces emprenden su última misión y la vida y la muerte se trafican congeladas en fotografías como las ARA Belgrano. El carácter de frontera expone al aire libre lo que en las ciudades grandes aparece solapado: así como la guerra se revela en su brutalidad, podríamos decir, mientras más nos acercamos a ella más se diluyen las barreras del miedo, de los silencios y de la represión para ver lo que somos. Y Río Grande y Ushuaia, donde Ares pasó buena parte de aquellos meses, están muy cerca de Malvinas.
Nos dice el autor, en las últimas líneas del libro: “No sólo la victoria es de los otros. Ya ni siquiera la derrota nos pertenece”. En la desazón expresada en estas palabras, que es la del fracaso y la pérdida de las islas, pero también la de un país que se abría a conocer los años de la dictadura, están tanto la importancia de Banderas como la demanda del presente. “Recuperar” la derrota, por supuesto, no es recuperar las islas; sí, en cambio, un momento de nuestra historia particularmente contradictoria y dolorosoa, para el que la novela de Daniel Ares no ofrece respuestas, pero sí en cambio una multitud de entradas, todas desafiantes.


Federico Lorenz
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miércoles, 13 de junio de 2012

MEMORIAS DE UN MERCENARIO - HOY: "La derrota es nuestra", recuerdos de la guerra de Malvinas...


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El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en el post del 10/11/08, Una puta inmaculada, que sirve de introducción a esta sección, y donde a la vez anunciábamos estos rápidos relatos destinados a refrendar con hechos las palabras, porque una buena historia vale más que mil imágenes.
El autor se retiró de lo que ha dado en llamar "el periodismo industrial" no arrepentido, pero si exhausto, al cabo de 25 años de oficio.
De su experiencia, estos recuerdos.



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El Martiyo Producciones presenta…


"Memorias de un mercenario"
 




“Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado. Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.

Jean Lartéguy 

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Hoy: "La derrota es nuestra"



La guerra es siempre un éxito.
Nos gusta.
La gente la consume en todos sus formatos, películas, cuentos, novelas, incluso canciones, y por supuesto, y mucho más, cuando suceden en la realidad y la sangre no es jugo de tomate, no pibe.
Nos gusta la guerra.
Se trata acaso del mayor espectáculo dramático que pueda producir el hombre.
Para la prensa, suele ser un bacanal. Algo ya les conté el año pasado para estos días en el episodio no por nada titulado ¡Viva la guerra!,..
Sin embargo, muy por el contrario de lo que pueda pensar el novato, en tiempos de guerra el drama diario del editor ya no es buscar grandes noticias, sino distinguir cuáles de todas son las mejores, es decir, las que mejor venderán.
Las primicias quedan de lado, son raras y difíciles, porque en tiempos de guerra la censura militar reina así sea bajo democracia, mucho más en dictadura, como fue el caso de los medios argentinos cuando Malvinas. Por ello siempre es mejor concentrarse en la carne mortal y sus despojos, en el drama vivo del asesinato en masa, en común.
Muertos y futuros muertos son entonces lo más recomendable. Recuerdo cómo nos pedían por aquellos días, a los cronistas que cubríamos el Frente Sur –y a todos, ojo, nacionales y extranjeros-, fotos de cadáveres o heridos o confesiones o cartitas de soldados prontos para partir al combate. Muertos y futuros muertos, es pescado fresco.
Naves que se hunden, aviones en llamas, viviendas destruidas, mutilados, llantos, miedo, el cronista debe estar atento a todas las posibilidades, grandes y pequeñas, espectaculares y etéreas. De su astucia dependerá su trabajo, de su olfato para la carroña, su pan diario, y el  único enemigo, siempre, es su colega.
Claro que cualquier periodista que se precie de tal deseará tener un día su propia guerra. Es como un gran toro para un torero de verdad. Yo tuve esa suerte durante la inmensa tragedia de 1982.
Pasado el primer estupor, admitida ya como real aquella guerra a simple vista inverosímil, los medios argentinos, poco a poco –más despacio de lo debido (porque años de periodismo en dictadura adormecen los reflejos)- descartaron cualquier otro asunto, y se concentraron en el gran desastre inminente.
Las cosas no podían ser mejores. Cada edición vendía más que la anterior. El tema era un éxito. El mundial de España podía esperar, el país, la deuda externa, todo podía esperar. Malvinas era el hit.
Cuando el negocio es la carroña, la guerra es un festín, seguro. Pero no todo lo que brilla es sangre, ojo… Porque tanto muerto aviva toda clase de aves y otras bestias que diseminan el horror sin que el horror ya se distinga de otra cosa. Entonces el drama diario del editor, pero también del cronista, ya no es encontrar un árbol en pleno bosque, sino distinguir cuál de todos arderá más en los kioscos.
Por aquellos días los medios gráficos que hicieron el mayor despliegue en la cobertura fueron -en orden de importancia- Editorial Atlántida, Clarín, Abril, La Nación, y muy tarde, y muy atrás, Perfil.
La cobertura más completa fue la de Atlántida, la que tenía más gente -un cronista para cada punto, y un fotógrafo para cada cronista-, y se extendía hasta Tierra del Fuego, donde sólo estábamos Mario Markic para Gente, yo para Somos, y Roque Escobar por la revista Siete Días, de la entonces ya moribunda editorial Abril.
El hazmerreír de los corresponsales era Perfil. Para sus revistas La Semana y Semanario, Jorge Fonteveccia -en persona- y su equipo -tres o cuatro redactores y otros tantos fotógrafos- bajaban desde Buenos Aires en un par de coches de alquiler, bien apretaditos, pero no muy rápido. Los demás decíamos que “iban a la guerra en taxi”. Ja. Perdidos en su lenta road-movie, cuando alcanzaron Río Gallegos la guerra ya estaba terminada.
A mediados de mayo dejé Tierra del Fuego y subí por cinco días a Buenos Aires, pero después volver a Río Grande ya no fue tan fácil. Al sur de Trelew se habían cerrado todos los aeropuertos así que tuve bajar por tierra y allí recorrí punto por punto lo que entonces se llamaba el Frente Sur. Paré un par de días en Comodoro Rivadavia, y casi una semana en Río Gallegos.
Conforme bajaba, la prensa se deshilachaba. En Comodoro estaban todos, grandes, medianos y pequeños medios, la tele, la radio, las revistas, los diarios y las agencias. En Gallegos sólo quedaban los más grandes: Clarín y La Nación, Atlántida y Abril. En Grande ya lo dije, nosotros y Siete Días.
En Comodoro el casino del hotel, su bar y su restorán, abducían a toda la prensa presente entre romances de ocasión, mesas de ruleta y alcohólicos progresivos. Base del Ejército, allí un tal coronel Solis nos informaba cada mañana lo que ese día tampoco podríamos hacer. 
En Gallegos convivíamos en un mismo hotel los periodistas y los pilotos de combate. Allí ya los romances eran intersectoriales, digamos, entre cronistas y pilotos, pero los muertos eran sólo de ellos. Los pilotos comían en una mesa aparte, y de tanto en tanto faltaba otro comensal. Para nosotros, era información codificada.
Mientras tanto facturábamos, amos y esclavos, viáticos y ventas. Y comíamos muy bien porque no pagábamos nosotros, así que de paso bebíamos mejor. 
Las horas vacías las quemábamos en “las casitas”, como allá se les llama a los burdeles; y el resto del tiempo lo dedicábamos a esquivar la censura militar y las presiones de nuestros jefes. Todos los días nos sobraba un rato más.
Sin embargo no había descanso. Uno debía mantenerse siempre atento al enemigo: los colegas. Si nadie tenía nada, bien, ¿pero y si alguien conseguía algo? Concentrados en nuestra propia guerra, la otra, la cierta, la única, era apenas el botín por el que peleábamos nosotros.
Los días pasaban y se llenaban de muertos y de dudas. Pero por mucho que avisara en mis informes, nada de eso llegaba a los kioscos.
Fue entonces cuando obtuve, por fin, una primicia, que no era exclusiva, pero sí era enorme: la derrota.
El 7 de junio, para el día del periodista, el siempre triunfalista contraalmirante Horacio Zaratiegui, comandante entonces de la Base Naval Austral, dio un sabroso asado para la prensa presente, y de postre en su discurso, lo anunció sin más vuelas: “más allá del resultado de esta guerra…”, dijo, y no importa qué más dijo, porque ya nadie le escuchó más nada. Eso era todo.
Después del asado nos despedimos con Mario Markic, que se iba a España a cubrir el mundial para Gente. La guerra se había terminado. Las últimas mediciones porteñas advertían un marcado declive en el interés del gran público, acaso aburrido de tanta fanfarria triunfal sin noticias concretas; o acaso más atraído ya por el debut de Maradona bajo las órdenes de Menotti. La guerra había terminado. Seguían las batallas y los muertos, pero la guerra, la nuestra, no. Gente no reemplazaría a Markic. Los muchachos de Siete Días ya se habían ido. Yo partiría en breve. El enviado de La Semana, recién llegaba. Al menos vio caer el telón.
Esa misma tarde del 7 de junio de 1982, apenas volví al hotel después del asado, llamé a Buenos Aires y avisé que la derrota ya era un hecho admitido públicamente por aquel comando... Yo entonces reportaba a Tabaré Areas, y recuerdo muy bien que hasta le repetí aquella frase de Zaratiegui, siempre tan triunfalista, y de pronto tan sincero.
-- Nosotros manejamos otra información, negro -me respondió Tabaré desde su pecera en Buenos Aires.
Si la derrota nos sorprendió una semana después, fue porque no quisieron oírme, o creerme, o porque me oyeron y me creyeron pero prefirieron callar… tal vez por no contradecir a los milicos… o a la gente… o por salvar ese negocio de su propio final… O porque yo todavía era demasiado joven y no sabía que en tiempos de guerra, la derrota no es una primicia. Va de suyo.

(continuará)...


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EL MARTIYO SUPERÓ LAS 200 MIL VISITAS: LA VICTORIA NO ES EL FINAL…

 Espacio de autobombo

200.000 MARTIYAZOS





Sin platillos, redobles ni fanfarrias, en el algún instante de las últimas horas El Martiyo superó la marca de las 200.000 visitas.
El 14 de junio del año pasado, hará mañana exactamente un año, celebrábamos la marca de 50.000 entradas (ver aquí). Hoy, un año después, alcanzamos las 200.000. Entonces llevábamos un promedio diario de 350, hoy ese promedio supera las 500, con picos de 700. Ni más ni menos, ni pocas ni muchas; lo que vale, en tal caso, es la tendencia: siempre en alza.
 Igual que al pequeño gran David, nos gusta medirnos con Goliath, nuestro enemigo personal, el Grupo Clarín -lo que es, supone y oculta- cuya tendencia, en tal caso, es la contraria: baja y baja…
Hasta hace pocas semanas, y durante pocos meses, Clarín probó su suerte en el facebook, y su suerte fue poca.
Entre las fotitos de sus “amigos” en el aviso, aparecían periodistas del diario, (cuyos nombres omitimos por cariño personal). Sin embargo aún así, con todo el monopolio encima, y más empleados suyos cliqueando “me gusta” sin parar,  los “amigos” de verdad no aparecían. Sólo los pagos. Pronto desistieron. Como quien otorga con la retirada, la derrota que niega en las palabras.
Si recordamos que ellos nos clausuraron y nos expulsaron de su comunidad el 4 de noviembre de 2010, hoy, en contraste con nuestro incesante ascenso, su caída nos eleva victoriosos.  
Saludamos y agracemos y también felicitamos a todos nuestros lectores de todo el mundo, y por ellos y nosotros, sin redobles ni platillos ni fanfarrias, alzamos nuestra copa, y vamos por más.  
La victoria no es el final, es el principio de la gloria.

¡Vivan ustedes!
¡Viva nosotros!
¡Viva El Martiyo!



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DESTELLOS AJENOS. HOY: Nelson Algren...





Destellos Ajenos:


“En realidad, se pegaban por llenar el vacío de sus vidas, del mismo modo que llenaban sus vasos vacíos. Se pegaban, no porque tuvieran alcohol en la barriga, sino porque el alcohol no les llenaba lo suficiente. Porque en South State no había bastante whisky para llenar el vacío de uno solo de aquellos hombres perdidos. Cada uno de ellos tenía la garganta ardiendo del sabor extraño y amargo de la derrota, y ellos le echaban la culpa a los pretzel de Hermano B”.

Nelson Algren

lunes, 11 de junio de 2012

TIEMPOS MODERNOS: El presente que creíamos pasado...

El Martiyo Producciones Presenta...


Tiempos Modernos XXXV




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LAMENTOS A LA CACEROLA: EL ARGENTINO INFELIZ

Centenares de porteños (nacidos acaso en Seúl, pero ya devorados por el puerto), salen a las calles con sus cacerolas, y gritan su descontento, la infelicidad y el miedo con el que viven, sufren, viajan, compran dólares y cambian el auto. Misterio sociológico, psicológico o psicótico -no sólo mediático-, hay un argentino que por bien que le vaya, sabe sufrir mejor que nadie, o qué te pensás… 


COMO ABRAZADO A UN RENCOR



“Querés cruzar el mar y no podés”,
Cátulo Castillo, Qué desencuentro.




Aquellos que desprecian al actual gobierno, en vez de insultarlo, rebajarlo o sospecharlo, ¿por qué no lo superan? Tienen no sólo a favor el monopolio de los grandes medios, sino también la cúpula eclesiástica, lo más rancio de nuestra oligarquía terrateniente, la disposición absoluta de los fondos buitres y la banca extranjera, el guiño siempre amigo de la embajada norteamericana, y sin embargo… Puede que el amor no siempre gane, pero la impericia del odio es infalible.
El Grupo Clarín-La Nazión, aún al precio de inmolarse abrazado a los restos de su propia credibilidad, consagró los últimos cuatro años de sus fuerzas al descrédito sistemático de este gobierno, al augurio masivo de la hecatombe inminente, a la injuria desenfrenada sobre cada uno de los miembros del  poder ejecutivo, comenzando por la presidenta; y al cabo el último octubre todo lo que consiguieron fue un revés técnicamente calamitoso…
De lo que por entonces llamábamos la “oposición política” -que ellos mismos formatearon y lanzaron al mercado-, ya no quedan ni rastros: ellos mismos acabaron de pulverizarlos como niños consentidos defraudados por un juguete inútil.
Hoy todo lo que les queda son esos sectores de la clase media porteña (hayan nacido donde hayan nacido, el puerto se los comió); que por algún motivo que dará mucho trabajo a los sociólogos, aspiran al suicidio colectivo, a la amargura pandémica, al tango perenne de la tristeza que no tiene fin. Nostalgias de otros tiempos cuando los bancos les robaban la guita y ellos lucían sus cacerolas históricos por primera vez…
En el marco de una crisis planetaria inédita desatada sin solución harán ahora cuatro años; la Argentina creció a niveles record sin crédito externo y pese a la fuga de divisas. Pero “está todo mal”.
Podríamos referir así muchos hechos, enumerar datos, citar estadísticas de la CEPAL, de la OIT, de las Naciones Unidas; inventariar episodios, la recuperación de YPF, el presupuesto de educación, la reforma al Banco Central, la ley de medios, la ley de matrimonio igualitario, la muerte asistida, el aborto… pero por no sonar abstractos, preferimos mejor referirnos al vecino, al amigo, al argentino nuestro de cada día que también nos dice que “no da más”, y “que está todo mal”, y nos hablan de “corrupción”, de “inseguridad”, de “crisis”, y de paso nos cuentan que cambiaron el auto, que se pasaron el verano en Pinamar o Punta del Este o en el norte del Brasil; y los vemos cada fin de semana largo desbordar terminales, hoteles, caminos; y lloran, sufren, viajan y gastan, compran y ahorran, y se desgarran las vestiduras por lo mal que les va…
Ninguno de ellos sabe cómo resolver esto, más bien, “esto no tiene solución”, les gusta soñar así el dolor no se va nunca. Les gusta sufrir, bah. Llevan un tango entreverado en las entrañas, y es tal bronca, es tanto el odio por esa herida absurda, que dan ganas de balearse en un rincón…
Avisarles que si les va bien pero se sienten mal es porque los están engañando como a campesinos medievales, que los agitadores del Sanedrín les soplan “Barrabás” al oído así se equivocan para siempre; recordarles que de cada de televisor, de cada diario que anda suelto por la gran ciudad baja la misma sola negra voz deformándoles el día; ya no tiene sentido. Cuidan su dolor como un tesoro ignoto. El odio, hijo del miedo, los envuelve en su penumbra.
Por eso no traen nada a cambio, ningún plan a no ser los que ya fallaron; y evocan melancólicos los días sin justicia, y rezan por la seguridad que no extrañaron cuando el genocidio y su delivery de asesinos, cuando los amos de siempre eran tan felices, que no los asustaban desde sus diarios…
Por el momento, hoy, incapaces de superar lo que tanto desprecian; lloran, protestan, rompen sus propias cacerolas, y cada mañana se levantan ya sin ninguna fe pero con el consuelo mediático de tener a quien culpar por sus fracasos personales, por esa vida que no se atreven a vivir, por esa cobardía escondida, tan parecida a un rencor...
Tal vez al fin de cuentas no haga falta ningún sociólogo ni nada para entender a ese argentino que tanto sufre porque viaja, que no da más de cambiar el auto, que encima le sobra guita para fugarla en dólares ¡y no lo dejan!... quizás es sólo eso: una triste pasión por el fracaso, puro odio, miedo y nada más. (*)


(*) Publicado esta mañana en Agepeba, ver aquí.


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Aforismos: "Lo bueno, si breve...

Aforismos:


"Lo bueno, si breve, escaso."



jueves, 7 de junio de 2012

EL AÑO QUE VIVIMOS EN PELIGRO HA COMENZADO: CLARÍN VA POR EL GOLPE.



Ya el 4 de marzo en nuestro post El año que vivimos en peligro, advertíamos que el Grupo Clarín-La Nazión, derrotado, acorralado, desesperado, “estaba dispuesto a todo”; desde cagarse en el dolor ajeno para operar con la tragedia humana; hasta llevarse la patria puesta  por un puñado de dólares. La reciente decisión de la Corte Suprema sobre la Ley de medios, activó el relojito de la bomba que son...



DÍAS DE IRA (*)






El enemigo (hace rato que no hablamos de oposición, y que también dejamos de considerar oposición al Grupo Clarín-La Nazión, pues la oposición, en esencia, equilibra y construye, no destruye y nada más, y por definición tampoco es un conglomerado empresario con fines exclusivos de lucro)-, el enemigo, decíamos, desesperado, sin salida, condenado ya por la Corte Suprema, con el empuje propio de la agonía en su final, será hasta entonces –hasta el final- más peligroso de lo que nunca fue. (Incluyendo, acaso, su ya imborrable sociedad con el genocidio de la última dictadura). Son días de alerta.
Magnetto, Mitre y Ernestina, sus socios y sus generales, saben perfectamente que la única salida que les queda es el caos, un golpe de estado y su consecuente caos, “patear la mesa y que barajen de vuelta”, (éste cronista incluso puede oírlos).
Un nuevo baño de sangre les vendría de perlas, aunque en él caigan, como en el otro, tantos inocentes, incluyendo, por qué no –el caos es el caos- sus propios hijos, sus hermanos, sus amigos, nada les importa. Acorraladas -avisábamos en aquél post-, hasta las ratas se vuelven temerarias. Ninguna precaución será poca este año.
Lo que llamaron, inventaron y sostuvieron como “oposición” hasta el último octubre, es lo mismo que desde el último octubre desprecian hasta la humillación, por improvisados, por incapaces, por inútiles… por perder, bah, por decepcionarlos… Creados y destruidos por ellos mismos todos sus muñecos (la Carrió, Cobos, Duhalde, Shocklender), ¿qué les queda si quieren ponerle fin al primer gobierno que decidió no pactar con ellos, eh? … ¿Macri?, ya está visto que no basta…
Les queda sólo el viejo truco del golpe cívico-militar al que echaron mano ya muchas veces antes estos mismos sectores hoy enquistados en el Grupo Clarín-La Nazión.
La tragedia de Once, la tarjeta SUBE, los derechos de Repsol y de los kelpers, el dólar blue como un santo pagano, todo es lo mismo, todo sirve para los medios del miedo, nada les importa, ni el dolor de los deudos, ni la insignificancia de una tarjeta tranviaria, todo tiene según ellos el mismo nivel de gravedad y podredumbre y de vacío. Sólo el caos importa, esa es la esperanza. Por eso frecuentan la embajada norteamericana en busca de apoyo, y revuelven los rincones más sucios de las Fuerzas Armadas avivando enconos, y gritan cada mañana ahí viene el lobo igual que el pastorcito aquél que así también terminó…
Como un elefante que sueña ser salvado por ratones, el Grupo subleva los sectores más acomodados de la Capital, que de pronto “no dan más” y allí salen con sus cacerolitas mientras el país crece a niveles record en medio de una crisis planetaria inédita... Ignorantes algunos, inconcientes otros, temerosos todos, son los desposeídos del sushi, los patriotas del dólar, organizaciones escuálidas, fortuitas, subversivas aunque fugaces, arengadas por María Laura Santillán, nacidas en Punta del Este y Cariló, y que aquí vuelven por lo suyo y reivindican sus derechos: la libertad de cagarse en los demás, y que la única justicia sea la de ellos. No son muchos ni buenos, pero los inspira el odio, los alza el miedo, y resultan peligrosos porque no saben lo que hacen.
El juicio por el “traspaso” –de alguna forma por ahora hay que llamarlo- de Papel prensa, las declaraciones allí de Lidia Papaleo de Graiver apuntando directamente a Magnetto; las de su torturador, complicando aún más a los dueños del Grupo, más documentos y pruebas que no son anécdotas, recuerdos sin peso, pasado y punto, no.
Héctor Magnetto, Ernestina Herrera de Noble y Bartolomé Luis Mitre, en el marco de ese juicio, son investigados como sospechosos por crímenes de lesa humanidad. No luchan por la libertad de prensa o expresión, ja, no. Luchan por su libertad personal simple, por salvarse de la cárcel, ninguna metáfora. Y si para salvarse de la cárcel tienen que prenderle fuego al país… ya lo hicieron antes, por qué no de nuevo.
Son días de ira, y de cuidado, a los cuales la Corte Suprema les puso fecha de vencimiento como quien activa el reloj de la bomba que son.  El 7 de diciembre próximo, el Grupo Clarín-La Nazión ya no será lo que fue, habrá muerto en el intento por salvarse… o en el intento intentará matarnos. Son días delicados. Doscientos años de poder se derrumban por fin en la Argentina. Su lluvia de escombros no será una fiesta.
La cúpula eclesiástica –sin salida a partir de la denuncia de Horacio Verbitsky-  admite en la Justicia su complicidad con el asesinato y la desaparición de personas durante la última dictadura. La timba financiera de siempre, maniatada de pronto por la reforma al Banco Central. La Sociedad Rural con sus bolsillos desvirgados. Sus medios sempiternos desguazados. Videla preso, otros en rumbo, ellos también…
Siempre supimos que llegado el día, no habrían de entregarse así nomás. El día ha llegado y la ira fue desatada; ya hay periodistas golpeados como carteros masacrados por las noticias que llevan; ya la espuma de la rabia por las calles…
No son horas de eufemismos ni rebusques: van por el golpe, sueñan con el caos. No hace falta temerles, basta con desbaratarlos.
Más que nunca la imaginación marcará la diferencia. Ahí la victoria.







(*) Publicado esta mañana por Agepeba, ver aquí.

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