////// Año XVº /// Editor Anónimo: Daniel Ares /// "Prefiero ser martillo que yunque", Julio Popper ///
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jueves, 21 de julio de 2022

EUROPA EN GUERRA: EL INVIERNO TAN TEMIDO...

Mientras las tropas rusas ocupan el sur de Ucrania y siguen su avance por el este, Putin cerró por diez días la llave del gasoducto que alimenta Alemania y parte de Europa, cuyos países, despiertos por el miedo, ahora disponen planes de emergencia mientras descubren que el "eje del mal" al final no era tan malo, y mientras miran subir el rublo, caer el euro y dispararse la inflación. En la desesperación de su propio derrumbe, los Estados Unidos empujan a la viejísima Europa contra ese enemigo que ya supo acabar con Napoleón  y Hitler: el invierno ruso.

 

EL INVIERNO TAN TEMIDO



 

Al grito de animémonos y vayan, los Estados Unidos empujan a la viejísima Europa contra ese terrible enemigo que terminó primero con Napoleón, y después con Hitler: el invierno ruso.

El 75% del petróleo y el 50% del gas consumidos por Europa, son importados. Del 50% del gas, el 40 proviene de Rusia. En Alemania, potencia industrial, el suministro de gas ruso es del 49%. Era. Porque el 11 de julio, Vladimir Putin cerró la llave de paso del Nordstream 1 que alimenta a Alemania y parte de Europa. Prometió abrirlo en diez días, y cumplió. Esta madrugada el gasoducto volvió a funcionar, pero sólo a un tercio de su capacidad. Diez días que conmovieron a Europa, y la dejaron temblando.

Tal es el miedo que el gobierno alemán ya declaró el gas “un bien escaso”, en el marco de un plan de emergencia que contempla -si todo sigue como va-, la intervención de las empresas distribuidoras, y el racionamiento casero con cortes programados.

La página del Ministerio de Economía incluye desde hace días un instructivo que, entre otras sugerencias, recomienda "duchas más cortas", "agua fría de vez en cuando", "sombra en lugar de aire acondicionado" y "el horno apagado antes de terminar la cocción para aprovechar el calor residual". El documento lleva la firma del vicecanciller y ministro de economía, Robert Haceck, que allí advierte: “el escenario es grave, y el invierno llegará. Nunca estuvimos en una situación así. Algunas fábricas tendrán que cerrar, y para algunos sectores será una catástrofe”. Tal vez por eso en abril el gobierno nacionalizó la filial alemana de la energética rusa Gazprom, pero ningún alemán salió a la calle con un cartelito que diga “yo soy Gazprom”.

Porque entre las primeras cosas que se lleva puesta la crisis energética en ciernes, están los principios ideológicos de los líderes occidentales. En Francia, por ejemplo, el neoliberal Emanuel Macrón decretó la estatización de la empresa EDF, Electricité de France. El gobierno español, por su parte, anunció impuestos extraordinarios a las ganancias extraordinarias de las enérgicas locales; y en Hungría, el derechoso Víktor Orban, se resistió a las sanciones contra el petróleo ruso.

Tampoco el “eje del mal” resulta de pronto tan malo. La semana pasada el ministro de Relaciones Exteriores de Italia recibió en Roma a su par iraní entre pompas y abrazos, mientras Macron reclama a viva voz la vuelta al mercado del crudo iraní, y ya que está, del venezolano también. Pedro Sánchez -que muy cocorito había reconocido la presidencia de Juan Guaidó-, ahora dejó trascender sus intenciones de reanudar las importaciones de crudo venezolano, mientras promueve el acercamiento con Caracas. Igual que los Estados Unidos, que de golpe descuben que Nicolás Maduro no es tan mal muchacho, como así tampoco el príncipe saudí Mohamed Bin Salman, a quien Biden, en campaña -cuando hablar es gratis- había prometido tratar como un “paria” por el asesinato, descuartizamiento y cocción del periodista Jamal Khashoggi… pero que hace unos días terminó viajando a Yeda para implorarle al mismo “paria” el incremento de su producción de petróleo. Marxistas de Groucho, los líderes de Occidente tienen principios muy sólidos, pero si no gustan…

Tampoco sobrevivieron las ilusiones ambientalistas de ninguno de ellos. De regreso al pasado más sucio, Europa vuelve al carbón. El gobierno de Macrón redactó una nueva ley que entre otras cosas autoriza la reapertura de la central carbonífera de Saint-Avold, que había clausurado apenas en marzo y “definitivamente”. La misma decisión tomaron los gobiernos de Alemania y Austria, reabriendo o prolongando la actividad de sus centrales de carbón; Italia incrementará su compra de suministros; y en lo que va del año España ya duplicó la quema de carbón, mientras según la agencia Bloomberg, Europa la aumentó en un 51%. Se trata del recurso más contaminante de la historia, pero...

Así las cosas, la prensa occidental abandona de a poco su triunfalismo inicial hecho de imágenes de tristes refugiados, de víctimas civiles y de valientes soldados ucranianos; porque ya el todo sur y casi todo el este del país están en manos de las tropas rusas, mientras las reservas armamentistas de Europa se agotan. Algunos de estos medios todavía sueñan con la resistencia, recostados en una presunta “lentitud” del avance ruso. Pero olvidan que en esa lentitud se recuesta también el progresivo deterioro de toda la economía europea.

El euro ya alcanzó su cotización más baja desde 2002, y sigue en caída espantando capitales y recalentando la inflación, que en junio del año pasado era del 1,9%, y que ahora promedia el 9%, con países que alcanzaron el 19, el 20, y hasta el 22% (Letonia, Lituania y Estonia). Poco, visto desde la Argentina, pero demasiado para una Europa que desconocía el fenómeno. Porque más que el número, la tendencia es lo que aterra. Un horizonte de conflictos políticos y sociales que los triunfalistas de ayer hoy ni siquiera se animan a imaginar. Tal vez por eso el presidente de la Reserva Federal norteamericana, Jerome Powel, dijo a principios de julio, en el foro anual del Banco Central Europeo: “Creo que ahora entendemos mejor lo poco que entendemos sobre la inflación”. Seguro.  

Sin embargo, según observadores, analistas y expertos -algunos del tamaño del interminable Henry Kissinger-, parece que Joe Biden no deja de hacer puntería contra sus propios pies. Las sanciones a Rusia no sólo desataron las referidas crisis energéticas y económicas por toda Europa y sus Estados Unidos, sino también una fuerte mejora en la balanza comercial rusa, el alza del rublo, la creación de nuevas formas de pago por fuera el dólar, y de remate, un mayor acercamiento de Rusia con China -el gran enemigo americano-, reforzando así el grupo Shangai, que ambas potencias integran junto a la India, que ahora compra el petróleo ruso, lo refina, y se lo vende al mundo, por supuesto más caro. Maniobra a la que rápido se sumaron China y Arabia Saudita. Todo salió mal.

No por nada esta semana en Londres, Tony Blair -ex premier británico y ex socio de W. Bush en la invasión a Irak-, advirtió que la guerra en Ucrania marcaba el ocaso de una era: “estamos llegando al final del dominio político y económico de Occidente”.

Pero los imperios no caen mansamente, se derrumban, y en su derrumbe, desesperan, y en su desesperación, se vuelven torpes, erráticos, inconsistentes, y finalmente, insustentables. 

Hora de estar alertas. Porque en la dinámica de su destrucción, destruyen primero sus periferias.




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lunes, 15 de noviembre de 2021

EL IMPERIO ANGLOSAJÓN: ESA LUZ A LO LEJOS…

 

La dominación anglosajona que desde 1827 somete a la Argentina, entra sin embargo en una fase incierta. En los Estados Unidos el Congreso acaba de aprobar una suba en el techo de su deuda a solo cuatro días del default, mientras el Gobierno admite haber repartido, en lo que va del año, seis mil millones de platos de comida para mitigar el hambre de un pueblo que ya no sueña el sueño americano. En tanto en la Gran Bretaña -cada vez más Bretaña y menos Gran- sobre la pandemia llovida, el Brexit se revela como un formidable cañonazo en el pie de los súbditos. En dicho contexto, cómo no preguntarse qué será ahora de nuestros compatriotas los kelpers.

 

DE IMPERIOS Y LUCIERNAGAS



 

Con la soberanía económica en manos de Washington, parte del territorio nacional ocupado por Gran Bretaña, y el aparato mediático-cultural (Clarín, etc) alineado con la Embajada norteamericana, negar nuestro estatus de semicolonia, es sólo eso: una negación.

Pero mientras el mundo sigue sin resolver la silenciosa hecatombe de la peste, y la Argentina se dobla a punto de romperse, vale considerar, no ya como consuelo, sino más bien como oportunidad -y alerta-, el derrumbe del imperio que hace tanto la somete.

La aventura Trump, que concluyó con la toma del Capitolio en manos de hordas brutales, sí, pero norteamericanas; los cientos y cientos de miles de muertos de la pandemia que suman y siguen, detonando al gobierno anterior y acechando al actual; la desocupación, creciendo en paralelo con la pobreza, la guerra comercial con China -que tampoco están ganando-, más el viejo enfrentamiento con Rusia, que sigue y crece; y como broche del espanto, la reciente retirada de Afganistán -flashback terrible de la derrota sufrida en Vietman-, y al cabo de un rosario de fracasos en Irak, Libia y Siria. Todos síntomas de cualquier cosa. pero no de una primavera. 

Basta recordar que una de las primeras medidas de Joe Biden al asumir, fue implementar un plan para combatir la pobreza extrema; y que según cifras del propio Gobierno -difundidas no se entiende si por honestidad, error o jactancia- ya repartieron en lo que va del año seis mil (6.000) millones (millones) de platos de comida. Ninguna primavera.

Ahora, sobre el minuto final, el último 14 de octubre, a cuatro días del default, el congreso norteamericano aprobó elevar el techo de la deuda del país en 480 mil millones de dólares. Pocos días antes, el 4 de octubre, el Presidente Biden había advertido que, de no aprobarse, “un meteorito se estrellaría contra la economía norteamericana”. Y vale recordar que luego del propio pueblo y su Tesoro, el mayor acreedor de los Estados Unidos es China, su nuevo gran enemigo. O sea…

Por su parte Gran Bretaña, la madre patria que los parió, tampoco es lo que era. Mientras crece la inflación y decrece el PBI (2% el año pasado, 4 este año), aumenta la asistencia social porque siguen sin controlar la pandemia, y cada día reparten más cajas de comida entre sus cada vez más numerosos choriplaneros. Y en tanto asesinan diputados por sus calles, la vieja reina no da más y la familia real se descompone entre un hijo que los súbditos siempre miraron de reojo, otro complicado en un caso internacional de trata de personas y pedofilia, y un nieto que los mandó a cagar y los verduguea públicamente para que lo miren por tevé. De remate, como una torta en la cara, descubren que se tiraron de cabeza en la piscina sin agua del Brexit. Sin fuerza laboral de tanto hacerse los culorrotos, ahora no se consiguen gasolina ni pavos ni jeringas ni muchas otras cosas, porque no hay camiones -que sin choferes resulta que no caminan-, ni enfermeros, ni deliverys, ¡ni camareros!, así que la sangre llegó hasta el río sagrado de los pubs, que ya no tienen quién los atienda. No, tampoco la Gran Bretaña es lo que era.

También por eso causa risa sino pena ver a tantos habladores -de políticos a periodistas, panelistas y analistas, operadores y otros mercenarios- aferrarse todavía a la teta de la ilusión del Imperio, la Embajada, y sus designios… Parecen esos desesperados que se colgaban de los helicópteros en Saigón, o de los aviones en Kabul, y que luego sin más, claro, caían al vacío.

Pero también los kelpers deberían considerar tantas alertas.

Apenas abandonada la Unión Europea el gobierno británico les avisó por carta que, lamentablemente, no habían podido rescatarlos en los acuerdos de transición, así que todos esos barcos de pesca que saqueaban nuestros mares porque total en Europa no pagaban impuestos, quizá no vuelvan más. Dese luego en la misma carta les recordaron que los llevarán siempre en el corazón, but… God save the kelpers.

Y lejos de nosotros regodearnos en la desgracia de nuestros provincianos angloparlantes. Por el contrario, cuando la fiesta iniciada en junio del 82 se acabe; cuando todo ese dinero que llovía desde Londres se termine como toda lluvia; cuando ya la reina madre no les mande ni un pancho, cuando la noche polar se les venga encima, allí estaremos nosotros para echarles una mano. Después de todo, son compatriotas.

A propósito, pocas semanas atrás la Argentina logró un nuevo y mayor apoyo en las Naciones Unidas en su reclamo por la soberanía sobre las Islas Malvinas. No es mucho ni poco. Es una lucha que no cesa, mientras Gran Bretaña y los Estados Unidos, allá en el horizonte... toda una oportunidad.  

Borges se preguntaba: “esa luz a lo lejos… ¿es una luciérnaga, o un imperio que se apaga?”.




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domingo, 15 de marzo de 2020

CORONAVIRUS: LA LECCIÓN DE LA PESTE…




Amenazada por un microbio a simple vista invisible, amalgamada por la pandemia, la humanidad entera encuentra por fin su enemigo común, histórica oportunidad. 
No hay vacuna, no hay antídoto, no hay sistema de salud que aguante o llegue a tiempo. 
La sola esperanza que nos queda es que todos y cada uno de nosotros, entienda la importancia colectiva del individuo que somos. 
La derrota está casi asegurada. 
Pero el juego es así.

Todos o Nada




“Era un ser sin importancia colectiva, 
apenas un individuo”.
L. F. Céline

Consumidas dos décadas ya del siglo XXI, en plena revolución tecnológica, mientras exploramos la superficie de Marte y de taquito resolvemos el genoma humano, la idea de un microbio invisible que devasta al mundo es tan inconcebible por humillante, que hasta las grandes potencias se animan a teorías conspirativas según las cuales sólo el hombre es capaz de destruir lo que es incapaz de crear. Desesperada ilusión.
El virus avanza y mata. Deja el Oriente y arrasa Europa, desembarca en América, viaja y sigue. Pero Washington acusa a Beijing, y viceversa. Como chicos perdidos en un castillo vacío, le gritan a nadie. No se resignan a sus mínimas relevancias, a sus reales importancias nulas. Como en la parábola de la paja y la viga, alucinan enemigos extraños porque no quieren ver la propia impericia.
La realidad nos superó hace rato. Las cosas están fuera de control. El palpable desastre ambiental en el que nos hundimos; la desigualdad, jamás tan obscena; las guerras, que no cesan y se refinan; los movimientos migratorios y la tragedia de sus refugiados que cada día importa menos (digámoslo todo); la injusticia social, el hambre y la miseria que seguimos sin resolver; el descrédito inédito de las instituciones pilares de la democracia -la política, la justicia, los medios-; la usura -ni el Ser ni Dios ni siquiera el Trabajo-, la usura en el altar de las naciones; la violencia, que es flagelo y espectáculo; la globalización y su hiperconectividad, cuyos beneficios seguimos sin advertir… al cabo de tantos siglos, milenios de civilización, esto es lo que tenemos. Menos que nada. Una bacteria nos demuele.
Monotemáticos y repetitivos, vagos y vanos, los medios masivos aprovechan la ocasión para exhibirse en toda la extensión de su mediocridad, su falta de imaginación, su futilidad y su agonía. El tema les resulta suficiente, casi no hace falta más nada. Habladores de incierta idoneidad y cualquier procedencia, auguran, aseguran, aconsejan, se contradicen, dicen y se desdicen mientras espantan a la audiencia, aterrada, sí, pero sobre todo aburrida. Ellos también son parte de este mundo y del fracaso que se lo lleva.
A diez mil metros sobre el nivel de la realidad, los mandatarios, sorprendidos, desconcertados, impotentes, reaccionan como pueden, como quien no sabe bien qué hacer. Cuatro a cero abajo, revientan pelotas en el fondo de la cancha y pasan de la nada al todo, de subestimar el virus a cerrar las fronteras, de recomendar calma, a sembrar el pánico. Bien no saben qué hacer.
En Europa los ajustes pregonados por el FMI, de pronto suenan a emboscada. Emmanuel Macron, primer ministro de Francia, redescubre, liberal él, los beneficios del Estado y la salud pública. Italia a su vez lamenta los recortes en el sector hartos de curar extranjeros, negros y pobres. En España colapsan los hospitales públicos que supieron despreciar. Angela Merkel avisa que pronto más de la mitad de los alemanes caerá enferma. Pomposo y suficiente, Donald Trump se ríe del virus, pero el virus lo acorrala: su sistema de salud no aguanta un estornudo. Mientras tanto en la Argentina, la oposición -vestigios de la derrota que supieron conseguir- reclama acciones y explicaciones después de haber eliminado el Ministerio de Salud. Todos parecen aturdidos.
Sin embargo ingenuo, infantil, ante la catástrofe colectiva, el individuo que somos insiste con salvarse solo. Las masas desbordan las góndolas, arrasan con el alcohol en gel, el jabón, el papel higiénico, los barbijos… si no dejan nada para el vecino, les da lo mismo. Al virus también. Sin importancia colectiva, el individuo insiste. Ingenuo, infantil. Inútilmente.
Pero amalgamados por la pandemia, de pronto ha sonado la hora del Todos. No hay vacuna, no hay antídoto, no hay sistema de salud que aguante o llegue a tiempo, no hay más que un todos por todos en cada uno de nosotros, lavarse las manos, mantener la higiene, evitar contactos, aislarse en caso de dudas… en plena revolución tecnológica, nada más podemos hacer.
Y acaso esa es la lección.
De pronto comprendemos que todos dependemos de todos y que todos somos cada uno de nosotros.
Por primera vez en la historia el planeta entero, la humanidad completa, tiene su enemigo común. Un bichito mínimo, a simple vista invisible, impalpable, incoloro, inodoro y seguramente insípido. Desde luego esperábamos algo mejor, más espectacular, más cinematográfico… alguna vez incluso soñamos con un apocalipsis de jinetes y trompetas, y… La Gran Humanidad, que se jacta a diario de haber alcanzado el futuro en pleno presente, de pronto devastada por algo menos que un insecto. Sorpresa y espanto. Sorpresa espantosa.
Si el virus fue implantado a propósito como parte de los enfrentamientos entre China y Estados Unidos, hoy poco importa, quizá mañana de haber mañana. Y tampoco importa si fue un error humano, un frasquito mal cerrado, un boludo inoperante… El enemigo ya está entre nosotros, avanza y hay que enfrentarlo, y ahora lo que importa es aprender, por fin y cuanto antes, que no somos nada si no somos todos.

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miércoles, 27 de noviembre de 2019

AMÉRICA LATINA: CINCO SIGLOS Y YA…

Ecuador, Perú, Chile, Colombia, Argentina, Bolivia, manifiestan su hartazgo frente a los planes de Washington, que acorralado por el incesante fracaso de su política exterior, retoma entrados al siglo XXI los métodos del XX, y ya prueba otra vez con golpes cívico militares sin distinguir entre las multitudes esporádicas que agitan las calles, y los pueblos que por fin se levantan.

CINCO SIGLOS Y YA





Uno de los más graves errores que puede cometer un gobernante, de cualquier procedencia que fuera -democrática o no-, es confundir al pueblo con las multitudes. No son lo mismo. Las multitudes son frecuentes, variados motivos las convocan, pero solas se disuelven al cabo de unas horas, o se reprimen y se disipan. Los pueblos no. Sólo el hartazgo los convoca, y por nada se disuelven.
Desde 1789 la historia enseña que una vez que los pueblos se sublevan no vuelven a casa hasta que concluyen su jornada. La Revolución Francesa, la Rusa, la China, el 2 de mayo de Madrid, el 17 de octubre argentino, son sólo unos pocos ejemplos del tronar del escarmiento cuando los pueblos agotan su paciencia.
Los Zares de Rusia, Luis XVI y María Antonieta, son algunos de quienes ayer confundieron al pueblo con una multitud. Hoy tenemos a Piñera, Añéz, Lenin Moreno, Duque...  Ellos también creen que enfrentan multitudes, que bastará con reprimirlas o esperar, y chau. Y no.
En Ecuador una rebelión indígena hizo recular sobre sus ruedas al presidente Lenin Moreno con el FMI a cuestas. El histórico traidor todavía trata de dibujar los nuevos números mientras alrededor los tambores de guerra no paran de batir. Y ya sabe que no callarán hasta que esos nuevos números les gusten.
El pueblo chileno lleva más un mes en las calles y más de 25 muertos oficiales, y allí está. Sebastián Piñera sueña con alienígenas como con serpientes, redobla la represión, y la rebelión se redobla. Cree que enfrenta multitudes, una allá, otra más allá, otra por acá… Pero es el pueblo, que sigue y se multiplica y no vuelve a casa.
En Bolivia, al contrario, las mayorías estaban conformes con la marcha de las cosas que por primera vez en toda la historia del país beneficiaban al país por sobre los intereses extranjeros… y eso bastó para desatar la masacre encabezada por las minorías ricas y bendecida por la milicia, la policía, la curia, y desde luego el gobierno norteamericano. Más de 35 muertos oficiales en apenas dos semanas. Pero desde el Alto, desde Potosí, desde Cochabamba y todo Bolivia no paran de bajar hacia La Paz columnas y más columnas indígenas que se pierden hacia el horizonte.  Marchan a 3.600 metros sobre el nivel del mar, pero vienen corriendo, al trote, no precisan del oxígeno, pueden respirar entre los gases. Los matan y siguen. No van a volver. No hasta que todo esté resuelto.

Inesperadamente para los grandes medios que todo lo encubren, de pronto estalló Colombia, uno de los países más injustos y más obedientes a Washington. Represión, muertos y toque de queda. La paz que nunca tuvieron otra vez se rompió como un vaso.
¿Cómo no la vieron venir? Se preguntan aquí y allá los habladores mediáticos que tampoco la vieron venir. Aturdidos y aturdiendo entre el “modelo chileno” y la “dictadura venezolana”, no vieron nada. No vieron Chile, Ecuador, Perú, Colombia, ni siquiera Bolivia, cuyo golpe alentaron desde siempre.
Los más vivos de los bobos todavía intentan extrañas teorías con el diario del lunes, desde las culpas del propio Evo, al autogolpe. Mientras tanto así callan como pueden los fracasos del patrón en Ecuador, Perú, Colombia, Argentina, y el “modelo chileno”. Por suerte se casó Pampita.
“Latinoamérica en llamas”, titulan algunos sin mencionar sin embargo que en esas mismas llamas arden la ONU -más inútil que nunca-, la OEA -gestora del golpe en Bolivia pero inoperante en Chile-, la CIDH -reducida a un papel testimonial menos que periodístico- la Cruz Roja Internacional -ausente sin aviso-, la Bachelet -que tanto se agarraba la cabeza con Venezuela -, y una extensa lista de ONGs y fundaciones que así dejaron en claro su claro alineamiento con el State Department.
Pero tan grande sigue siendo el fracaso de la política exterior norteamericana, y tan poca su imaginación, que entrados ya en el siglo XXI vuelven a los procederes del XX orquestando golpes cívico militares sin siquiera la novedad del revestido mediático que los presenta. (Basta recordar la tapa de Clarín del 25 de marzo de 1976: “Total Normalidad”).   
¿Por qué extrañarse si entonces uno de los blancos de las protestas en Chile es el diario El Mercurio, y le prenden fuego?... Algo se rompió entre ellos y su público. Los periodistas de la televisión chilena ya no pueden asomar a las calles porque ahora las calles son de su público, que también se hartó de ellos. 
Los bolivianos saben perfectamente que la prensa de su país es socia activa del genocidio en marcha. Lo gritan por las redes en videos incesantes, incontestables. Los muertos siguen cayendo, sí, pero cada uno levanta miles de vivos que suman y se vienen.
Clarín, el diario y sus canales, niegan el golpe en Bolivia. Recurren al viejo eufemismo de “la crisis”, el mismo que usaron para encubrir los asesinatos policiales de Kosteki y Santillán. Siguen cayendo, diario y canales, en ventas y mediciones. El 11 agosto el 70 por ciento del electorado les dijo que no les creía más nada. Sin embargo insisten con los mismos métodos que los llevaron a este desastre. En cuanto asuma el nuevo gobierno, apostarán al caos que llamarán “primavera”. No calculan la destrucción, y se autodestruyen.
Porque el 11 de agosto y el 27 de octubre no fueron unas cuantas multitudes las que les dijeron basta. Fue el pueblo. Y en Bolivia no son un montón de indios que se resisten a que el 3 por ciento del electorado lo gobierne a punta de pistola. También allí es el pueblo. Y en Chile, donde no son alienígenas, Sebastián… y en Ecuador, donde la tensión lleva ya más de tres meses; y en Perú donde ese cielo negro, dijera Shakespeare, difícilmente se aclare sin una tempestad; y en Colombia, que al final estalló como estallan los colombianos; y en Argentina, que avisa por las buenas que este jolgorio del saqueo se ha terminado…
El imperio de los Estados Unidos se agota. El 80 por ciento de su deuda pública en manos de bancos chinos. Otra que Vietnam, de a poco los veremos evacuar por el recto de Hollywood la cagadera que hoy viven en Afganistán, la retirada de Siria, el desastre que dejaron en Irak, todos sus muertos, todos sus crímenes, toda su ruina, toda la mentira… Donald Trump, en sí mismo, es un síntoma de ese final. La ferocidad de su rugido marca la hondura de su herida. 
China, Rusia, Iran, por mucho que muchos argentinos no lo crean, hay países que no les tienen ningún miedo. El imperio norteamericano se agota, y desespera. Ahí el peligro. 
Podría cometer en Latinoamérica el más trágico de los errores: confundir con unas cuantas multitudes a todos estos pueblos que por fin se lenvantan.




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viernes, 12 de abril de 2019

JULIAN ASSANGE DETENIDO: EL PRÓXIMO SOS VOS…



Con la debida obediencia de un buen administrador colonial, Lenin Moreno entregó en Londres a Julian Assange, el periodista más importante del mundo a juzgar por el tamaño de sus enemigos.
Descubridor de la putrefacción política internacional y los mayores crímenes de guerra de nuestro tiempo, tiro de gracia del viejo periodismo; mientras Daniel Santoro es premiado, Assange va en cana. Pero vienen por todos.


DOBLAN LAS CAMPANAS




“Nunca preguntes por quién doblan las campanas,
doblan por ti”.
John Donne.


La importancia histórica de una figura la marca mejor que nada la estatura de sus enemigos. El Cristo tuvo al mayor imperio de su tiempo y a la jerarquía eclesiástica de su nación. Napoleón y Hitler a toda la Europa más Rusia. Perón las dos potencias de su hora. Julian Assange a todas, más sus colonias.
El gobernante del flamante estado norteamericano de Ecuador Lenin Moreno –otro que ganó mintiendo-, entregó al periodista más importante de nuestro tiempo en un gesto virreinal ya imborrable.
El hombre que probó, entre muchísimas otras cosas, la putrefacción política mundial, los negocios más sucios del momento, los mayores crímenes de guerra de nuestros días, y la absurda fragilidad de la máquina militar más poderosa del planeta.
No pudieron callarlo, no pudieron comprarlo, no pudieron pararlo. Ahora los Estados Unidos, la CEE, lo que resta del Reino Unido, se empujan para descuartizarlo sin que Rusia ni nadie lo defienda. No merece otra cosa, digámoslo. No en este mundo.
Aquiles y talón de la nueva era, frente a la agonía prostibularia de los grandes medios, Internet fue la patria posible de los nuevos héroes. Ahora todos estamos conectados y todos expuestos. Los poderosos también.
Julian Assange es un ejemplo fulimante de lo que el verdadero periodismo puede hacer ya sin necesitad de la inmensa maquinaria vetusta de los grandes medios.  
Ya no hay imprentas, distribuidores, ni más intermediarios mercantiles entre el periodista que quiere hacer periodismo, y el público mundial.
Hoy todos cargamos en nuestras manos un estudio de producción, edición y difusión capaz de filmar, grabar, fotografiar, escribir y publicar, inmediata y simultáneamente, en todo el mundo. Algo hay que hacer, dicen los poderosos.
Se acuña entonces la expresión fake news, como si la difusión de mentiras se hubiera inventado con las redes sociales, cuando nació con  la imprenta.
Entonces dicen que las redes pueden manipular al usuario, como si alguna vez los grandes medios hubiesen hecho alguna otra cosa.
Que a través de las redes puede influirse en las campañas electorales, como si los grandes medios jamás…
Todas las críticas y cuestionamientos que se les puedan hacer a las redes, les cabe perfectamente, y desde siempre, a los medios masivos.
Pero ocurre que según una encuesta del Pew Research, el 67% de los adultos norteamericanos hoy se informa a través de las redes. O sea, el universo de los medios masivos pelea apenas, ya, por el 33 restante. Ahí el ataque.
El 24 de febrero de 2018 decíamos en nuestro post Enredados: “Las redes no son ni buenas ni malas: son nosotros. Y eso es lo que les molesta. No Facebook, ni Twitter ni Youtube, no les molestan las noticias falsas, ni la burbuja ni la manipulación del lector: nosotros les molestamos. Nosotros los aterramos, y a por nosotros vienen. Haríamos bien en preocuparnos”.
Julian Assange fue detenido en Londres entregado a la policía por un empleado de Trump a cargo del gobierno ecuatoriano.
No preguntes por quién doblan las campanas.



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sábado, 14 de noviembre de 2015

ARDE PARÍS: CUANDO MATAR ES LO DE MENOS…



Un caño roto de lugares comunes inunda desde el viernes las redes sociales. Con fervor colonial, políticos, artistas, deportistas, vedetongas, nadie quiere quedar afuera de la supuesta conmoción que deberían provocar los atentados de París. Pero jamás ni un tuiter apurado por los muertos que mata Francia todos los días de la vida en Siria, en Libia, en Iraq, en Mali, en la República Centroafricana…


MENTIRA ESE LAMENTO




“Yo mataría porque no tiene importancia”.
Charles Bukowski




Muy compadrito y bien campante, Francois Hollande, presidente de Francia, se pavoneaba públicamente pocas semanas atrás, el 27 de setiembre -tan luego desde la sede de las Naciones Unidas, en Nueva York-, confirmando el éxito de las incursiones de su Fuerza Aérea en territorio sirio. "Nuestras fuerzas consiguieron sus objetivos: el campo fue destruido en su totalidad", guapeaba el hombre.
Pocos días después el ministro de defensa francés repetía el número anunciando una segunda incursión, no menos exitosa que la primera. “Los objetivos fueron destruídos”, decía Jean-Yves Le Drian, el ministro.
Los objetivos a los que en uno y otro caso hacían referencia uno y otro –el presidente y su ministro-, eran en los hechos lugares llenos de gente que, según los informes de la inteligencia francesa –la misma inteligencia que ayer se comió lo que se comió en pleno París- decía, porfiaba, esa inteligencia, que dichos lugares llenos de gente, eran campos de entrenamiento de terroristas destinados a atacar Francia. Basado en tal información, el gobierno francés consiguió blandir la bandera de la “legítima defensa”, y se mandó al ataque.
Los objetivos destruídos del presidente y su ministro son, en los hechos, seres humanos. Quizá entre todos ellos haya uno o varios terroristas inmersos en esta guerra. Pero también hay niños y otros inocentes. Los populares daños colaterales que a nadie nunca le importan.
Sólo que las blancas no juegan solas, las negras también mueven.
Ayer, viernes 13, Francia consiguió más razones para explicar mejor su legítima defensa, y una cadena de atentados sembró de muertos París en menos de dos horas. 
Y entonces  de vuelta, las masas ilustradas –ilustradas por los grandes medios (Hollywood incluído)- cayeron en la trampa de los grandes asesinos, coincidiendo una vez más en que matar no está mal. Depende, como siempre, de dónde se mate, a quién se mate, porqué se mate...
Con fervor colonial, desde ayer una melaza de lugares comunes se derrama por las redes sociales monocorde, previsible, insustancial. Políticos, artistas, deportistas, vedetongas, lo que venga, todo el mundo se lamenta por los muertos de París.
Buscamos en los diarios de la época, en Google, por todos lados reacciones similares cuando los incontables por constantes bombardeos franceses sobre Libia, Siria, Iraq, la República Centroafricana, Mali, sus incursiones armadas, sus desmanes… nada. No encontramos nada. Ni un tuiter de la Xipolitakis.
Las conclusiones aterran. O los africanos no son seres humanos, o sí pero matarlos no siempre importa. O importa pero según dónde y por qué los mates. Bajo la noche llena de estrellas del Congo, o en los desiertos de Libia, por ejemplo, son gratis. Matar por uranio, petróleo o diamantes, sólo precisa de una coartada política, tipo la democracia, la libertad, etc, y listo, matás tranquilo. Matar en cambio por razones religiosas, y encima en un teatro del boulevard Voltaire, ya resulta un crimen imperdonable, una tragedia mundial sin precedentes.
Así nos va. 


domingo, 13 de septiembre de 2015

EL MUNDO EN GUERRA O LA GUERRA DEL MUNDO...


No hay un número exacto de la cantidad de conflictos bélicos que soporta el mundo en la actualidad. Las estimaciones van de 22 a más de 80, según la ferocidad, o sea, la cantidad de víctimas. Algunas son guerras con varias décadas en marcha, otras recién comienzan pero prometen. Todas tienen su coartada romántica y su móvil económico. Detalles, analogías y coincidencias, hacen de este presente un pasado difícil de creer en el futuro.


LA GUERRA DE TODAS LAS GUERRAS



A nosotros no porque no nos importa, pero a los historiadores de un futuro más o menos cercano les costará explicar este presente, y acaso recuerden nuestros días como los tiempos de la Gran Guerra Mundial o la Guerra de todas las guerras o la Guerra Global o algo por el estilo, y entonces las dos famosas contiendas del siglo pasado cobrarán su verdadera dimensión de guerras internacionales, multinacionales, pero no mundiales, porque guerra mundial es esto: cuando todo el mundo está en guerra, y el que no también se jode.
Buscamos el número exacto, pero hay demasiados números y ninguno actualizado. Las cifras que intentan precisar los conflictos bélicos en marcha van de 22 a 83. Los muertos se cuentan por millones, pero la cantidad exacta es inasible como el viento, porque corre y no para de correr. Los desplazados, los refugiados, también son lógicamente cada día más.
A la hora de estudiarnos para comprenderse, las generaciones por venir advertirán que todos estos conflictos actuales tuvieron su correspondiente coartada romántica, moral, patriótica, justiciera y/o religiosa, o todas o varias a la vez. Pero que los móviles reales fueron siempre económicos. En todos los casos.
Otra característica que aúna y distingue las muchas guerras en trámite, es que en todas, franca o soterradamente, participan las grandes potencias de la hora, y sin embargo todas a su vez mantienen sus propios territorios en paz. O en la relativa paz que les corresponde a los promotores de las guerras.
A nosotros, hoy, no nos importa, pero los profesores de historias de nuestros nietos o sus hijos, tendrán serias dificultades para convencer a sus alumnos de la verosimilitud de estos días. Así como nosotros, hoy, nos resistimos a creer, por ejemplo, en los tiempos de los dioses griegos, y quién te dice…
Porque hay detalles fantásticos. Sobre todo si se recuerda las predicciones de los grandes habladores del pasado reciente, que en los albores de la era atómica y otras posibilidades de la destrucción masiva, se animaron a predecir muy compadritos que las guerras del futuro serían breves, certeras y fulminantes como rayos hechos a mano. Pero el futuro llegó y se les cagó de risa en la cara.
De estos conflictos “modernos”, algunos llevan sangrando ya más de medio siglo y miles y cientos de miles y millones de muertos inocentes, o daños colaterales, como también gustan decir aquellos decidores.
Colombia está en guerra desde 1964, por ejemplo. Filipinas desde 1969, y a falta de un conflicto tiene dos. Pero le supera la India, que tiene cuatro, aunque empezó dos años antes, en 1967. Cifras de muertos, militares y civiles, hay muchas. Pero los muertos son incontables porque todos estos conflictos están en marcha, y así el minuto a minuto se hace imposible.
También están en pleno desarrollo y evolución las guerras de Irak, Afganistán, Pakistán, Siria, Chechenia, Libia, Yemen, Ucrania, Sudán, Birmania, Tailandia, Israel y Palestina, República Centro Africana, República Democrática del Congo, Nigeria, Eritrea, Sri Lanka, Uganda, Ruanda, Chad, Mali, Etiopía, Sudán, entre otras… si esto no es la guerra mundial, global o algo así…
Una de las más difíciles de contar –de creer- mañana, será, quizá, la guerra del Congo, o de Zaire, o la Guerra Mundial Africana, como también le llamaron porque llegaron a participar en ella once países de la región. Tuvo muchos nombres: Gran Guerra Africana, Segunda Guerra del Congo (porque ya habían armado otra, cuando al Congo le decíamos Zaire), pero por muchos nombres que le pusieron, nadie la creyó nunca el todo. De hecho, dirán los libros, sus propios contemporáneos dejaron de creer en ella y la dieron por terminada en 2002. Pero en 2015, trece años después, los muertos seguían lloviendo y la ONG Médicos Sin Fronteras denunciaba más de 60 grupos armados en operaciones, muchos de ellos financiados por países vecinos que a su vez reciben apoyo de otros países ya no tan vecinos, pero igualmente amables.
En esta guerra de escasa prensa también hay muchos números de muertos, y aún más muertos que números. Las cifras van de los 4 a los 6 millones de personas, pero lo curioso es que sólo 500 mil cayeron en combate. Las otras, los otros millones, murieron de hambre o de sed, por enfermedades, falta de atención médica y saneamiento básico, y otras consecuencias típicas de casi dos décadas de muerte y destrucción.
Los razones étnicas y políticas para semejante carnicería, son varias.
Los motivos también son varios, entre otros: cobalto, cobre, oro, diamantes y coltán, un mineral del cual el Congo posee el 80 por ciento de las reservas mundiales, y sin cuya participación este blog y su pantallita y nuestros celulares y todo esto sería imposible. Tecnología de punta y barbarie medieval. En el futuro nadie podrá creerlo.
Hablando de refugiados, el Congo, con su guerra tan calladita, ya produjo más de 3 millones. Parece mucho, pero no tanto si se considera que el conflicto lleva casi dos décadas, y que Siria con menos de un lustro ya le gana por un millón. Tiempo al tiempo.
Otro detalle que por suerte no podrán creer nuestros nietos o biznietos, es que de los hoy técnicamente incontables países en guerra, 22 de ellos utilizan niños en sus ejércitos. A ellos sí UNICEF pudo contarlos, acaso porque se trate de los únicos privilegiados.
En todo –y sólo- el África, hoy, la ONU estima en cien mil el número redondito de los niños-soldado. (Niños o niñas, en todo sentido para el caso es lo mismo).
La guerra invisible del Congo es acaso donde más se lucen. Durante la breve tregua de 2003 30 mil menores de quince años fueron desmovilizados, y actualmente se estima que unos siete mil chicos siguen en combate. Es una suerte que sea invisible.
Pero más allá del número preciso, 22, 83, 50 o 100, producto de esta guerra hecha de muchas guerras, según el ACNUR –la agencia para refugiados de las Naciones Unidos-, la cantidad actual de personas desplazadas en el mundo es ya de 62 millones.
Sesenta y dos millones.
Toda Francia, una Argentina y media, diez veces Grecia.
Y cada día que pasa 45 mil personas más deben dejar sus casas espantadas por alguna de estas guerras.  
No son estadísticas ni porcentajes, índices o proporciones. Son personas y sucesos que hoy ni siquiera nos importan pero que nuestros nietos o los de ellos no podrán creer, comprender, ni perdonarnos.



viernes, 4 de septiembre de 2015

EUROPA Y LOS REFUGIADOS: EL INCENDIO NO ERA GRATIS...




Allí está por fin, de cuerpo entero y desnuda frente al mundo, la Europa que aún hoy algunos colonos sudamericanos evocan como un sueño de civilización, de modelo social, y desde luego cultural. Allí está por fin, sin careta y sin bozal frente a los pobres de cualquier parte que pretendan habitar su suelo tan exclusivo. Allí está, alambrada, recia, indiferente, brutal. Final.

MIRAR MORIR




Al fin y al cabo incendiar Siria, Iraq, Libia, Afganistán, el Medio Oriente, el Magreb, no era gratis. 
Muchas personas que vivían allí, como era de esperar, acorraladas por el fuego, el hambre, la locura y la muerte, tuvieron que abandonar sus países y sus vidas sin nada mejor más a mano que la dorada Europa que aprendieron a soñar a través de los siglos y las invasiones y sus guerras, la que desde los días del Magno exporta occidente puro a cambio de riquezas que sustrae o destruye, la potente, la poderosa Europa. La que todavía hoy algunos colonos sudamericanos evocan con los ojos en blanco. Allí la tienen ahora, sin careta y sin bozal, severa y cruda, frente a los pobres de todo el mundo, mirándolos morir.
David Cameron los consideró una “plaga”. Sarkozy los comparó con una “fuga de agua”. El 56 por ciento de sus compatriotas dijo que no quiere un inmigrante más en su refinado suelo. Víktor Orban, primer ministro de Hungría, teme “por la Europa cristiana”. En Alemania en lo que va del año fueron incendiados 200 centros de refugiados. El horno no está para bollos. Alguien diría: éramos racistas, y llegaron los negros.  
La Europa de la recesión y el miedo al terrorismo, la Europa de la desocupación y la xenofobia, de pronto se llena de inmigrantes asiáticos y africanos como quien despierta en mitad de la noche durmiendo exactamente con el enemigo.
La primera reacción fue artillarse, alambrarse, rechazarlos, repatriarlos, perseguir sus barcos, espantarlos, acaso hundirlos.
Hasta ahí el problema era de la Europa periférica, Hungria, Italia, Grecia, España… luego los camiones con sus muertos aparecieron ya por Austria, Alemania. La Europa Central.
Fue entonces cuando vimos a la canciller Angela Merkel en el papel del payaso Krusty acariciando a una niña palestina mientras le recomendaba tierna y sonriente volver a su país, a su tierra, a sus llamas y su muerte.
Apenas recién, el 23 de agosto, en el diario Le Figaró, Jean Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, asumía: “Lo que me espanta es constatar el resentimiento, el rechazo, el miedo con los que se trata a esas personas. Incendiar los campos de refugiados, alejar los barcos de los puertos, violentar a los solicitantes de asilo o cerrar los ojos frente a la miseria y la pobreza, eso no es Europa”.
La pregunta es: ¿No, Jean Claude?... ¿Eso no es Europa?... ¿Cuál es Europa?
¿La de las grandes guerras, la de los cien años, y las dos mundiales, las napoleónicas y las romanas, o la Europa la de las cruzadas, la de Indochina, la de los grandes imperios y sus noblezas llenas de esclavos; o la Europa de la Conquista y sus espléndidos genocidios, la de la escasés y la OTAN, la que se muere sin el petróleo, el agua y la comida de los países que incendia, la que saqueó todos los continentes, o se desangró en sus propias batallas desde Alejandro a Hitler?... ¿Eso no es Europa, Jean Claude?...
Con 2300 inmigrantes muertos en lo que va del año, después de ver a diario camiones de cadáveres, y más cadáveres flotando sobre grandes extensiones de mar y bodegas repletas de cuerpos sin vida, después de todo y tanto, por fin hubo una foto que ahora sí “nos hace tomar conciencia”, “que paraliza al mundo”, “que nos hizo reaccionar”, y bla, bla, blá, recitan entre dos tandas los presentadores del mundo. Como si los otros 2300 muertos no hubieran bastado. Como si faltara éste.
Y es que Aylan Kurdi, un niño sirio de 3 años, cuyo cuerpo apareció en una playa de Turquía, no era lo suficientemente negrito ni tenía un turbante ni nada que permitiera presumirlo ajeno. Parecía propio. 
Entonces Europa miró esa foto y comprendió que algo no andaba bien en algún lugar.
Los voceros más calificados de los principales responsables de esta inmensa tragedia –sus medios y sus políticos- esconden la propia mugre bajo la alfombra del Estado Islámico, y más odio siembran, más confusión, y más mentiras.
Como si el EI fuera una generación espontánea, el brote simultáneo de cientos de miles de sicóticos con el mismo delirio religioso que simplemente no tiene explicación, y punto. Son locos, mejor matarlos.
Ninguno de tales explicadores parece recordar los bombardeos de la OTAN a todos esos países del los que hoy huyen espantados sus propios pueblos; y ni palabra sobre los fondos aportados por sus estados miembro a muchas de esas inciertas organizaciones armadas tan funcionales en la coyuntura, pero que luego, bueno… se desmadraron.
Y ninguno dice nada tampoco del gas y el petróleo que fueron a buscar a punta de pistola porque así es más redituable: por un lado consiguen energía gratis, y por otro reactivan la industria pesada de la guerra.
Ninguno dice tampoco que Siria, curiosamente, es el único país del Medio Oriente que no privatizó su petróleo.
Nada de eso, parece, viene a cuento.
Mejor reducirlo todo para el gran público. Más fácil. 
La canción será siempre la misma: civilización o barbarie. 
De un lado el occidente blanco, democrático, republicano y sensato, con su dios perfecto; y del otro todos negros fanáticos poseídos por el demonio de un dios sacado, y medio degenerado para colmo.
En agosto se cumplió un año desde que Obama armó su liga de la justicia para acabar con el Estado Islámico, principio y fin de todos los males. Los discursos, hoy, son entusiastas. Los hechos no tanto.
El Estado Islámico amplió el territorio de sus dominios, consiguió tomar en Iraq la estratégica ciudad de Ramadí, aumentó el número de sus tropas, y según fuentes de la CIA actualmente recibe aportes por tres millones de dólares diarios (buena parte de los propios países que integran la coalición para elimnarla), lo que la convierte en la organización terrorista más rica de toda la historia; y como detalle de apostilla para los coleccionistas: los europeos en sus filas son cada vez más. Los 86 franceses, por ejemplo, enlistados en 2013, hoy son más de dos mil. Por muy entusiastas que sean los discursos…
Allí tienen por fin las flores de sangre de esa primavera árabe que tan alegremente desataron cuando vieron la posibilidad de manotear políticamente todos esos países siempre tan esquivos, tan musulmanes, tan distintos.... Pero el incendio no era gratis.
En llamas el bosque, sus habitantes tomaron la comarca. Ocurre.
Entonces los barcos persiguiendo sus barcos, los alambrados, las fronteras erizadas de púas, de perros y de guardias, y la playa del verano que se llenaba de cadáveres…
Pero ahora dicen los mismos voceros de aquellos grandes responsables de esta inmensa tragedia, que esa foto de Aylan Kurdi, esta vez sí los hizo reaccionar.  Recapacitar, prefieren algunos, buscando la palabra exacta, como esos que todavía discuten si llamarlos refugiados o migrantes, que ya sería algo más voluntario, digamos, menos urgente, en fin… casi turístico.
La cosa es que ahora sí, atento el mundo, con repentina voluntad humanitaria, esos mismos líderes europeos que ven en cada extranjero una amenaza, ahora sí se acercaron por fin al gran incendio para arrojar cada uno su correspondiente vasito de agua. Algo es algo, se dicen y se felicitan. Desbordados por los invasores, ahora se rifan refugiados en bolsas de 40, 50, 60 mil, cuando más miles y millones se les vienen encima, porque el incendio continúa, mejor, peor: se expande...
La tragedia es tan grande como la epopeya individual, desesperada y colectiva de todas esas miles y miles de personas a las que no les queda más que la vida.
Según la organización humanitaria Save the Children, en lo que va del año, nada más que a Italia, llegaron 3800 niños solos. 
Solos. 
Niños. 
Abandonados y perdidos por el mundo y hasta la muerte. Así de inmenso es el desastre.
Pero no todo está tan mal, no. Por unos días -dos, no más-, una foto, esa foto, mancomunó a la gran Europa indiferente, y la sacudió ¡La despertó!... Si hasta David Cameron, que los consideró una plaga -pero que también es padre-, se conmovió al verla.
Y dicen que la Merkel, incluso.
Un gran gesto, cómo no. 
Mirar morir.   


¿Querían fotos?... hay más: muertos no faltan.

* * *

sábado, 15 de agosto de 2015

INUNDACIONES: A VOS TAMPOCO TE IMPORTAN…


Indignados pero infantiles, correctos ciudadanos, políticos en campaña, y especialistas de ocasión, reclaman entre alucinaciones obras de ingeniería que resuelvan en Luján una hecatombe planetaria.
Mientras tanto todos, cada uno de nosotros, continúa con su vida contaminante, destructiva, suicida. El calentamiento global, el deterioro ambiental, las causas profundas del desastre, y por lo tanto las inundaciones, sus consecuencias, en el fondo, nos chupan un huevo.

NO HAGAN OLAS





Los inundados duelen, pero no importan. Incluso, con los días, molestan. Nos recuerdan que las aguas suben, y lo que hacen con todo. Pero ellos, en sí, no importan. Ahora un poco, quizá, un rato, pero nada. Indignan, sí, acaso asustan, pero no importan. De verdad, no
Se advierte en los medios, donde nos vemos todos. El debate público se enreda en sí mismo buscando un culpable, pero conforme se suman las voces, el asesino se les vuelve inasible. El diluvio fue tal que en sus aguas se llevó también las teorías. Entonces todo se reduce a empujar el cadáver de aquí para allá porque nos acusa. Pero no porque importe.
Los inundados duelen, sí, pero el debate es cómico. Se exigen obras, la participación del estado –casualmente las mismas voces que tanto la critican siempre -, se reclama la presencia física de tal o cual funcionario como si se tratase de Acuamán en persona; florecen de repente especialistas hídricos en cada ciudadano, en cualquier panelista pedorro, mientras políticos en plena campaña se patean las responsabilidades con tanta fuerza que algunas revientan en la patada y salpican a todo el mundo, propios y ajenos, empresarios, vecinos, usted, yo, todos… el desastre ambiental es planetario, imparable, ecuménico, irreversible, y ahí lo cómico: parecemos una manga de locos que quieren cruzar el mar a bordo de un convertible.
Ya nos gustaría que Scioli, Macri o San Martín pudieran resolver esto, cómo no. El papa, cuando menos, que sabe muy bien que se nos viene la noche y llora y clama desesperado mientras todos comentamos qué simpático es este cura.
Nada nos gustaría más que levantar a fuerza de pura “voluntad política” esas grandes obras que alucinamos entre cacareos, mágicas ingenierías capaces de revertir entre milagros mecánicos cien años de impericia colectiva, desidia total y desatinos cotidianos. Claro que nos gustaría.
Pero mientras tanto en el mundo, ahora mismo, mueren tres niños por minuto por falta de agua potable o saneamiento básico cuando el 70 por ciento del agua potable ya es propiedad privada (1); y el fuego perenne de los incendios forestales se devora los bosques a razón de 700 hectáreas por minuto (2); y conforme avanza la tecnología los vertederos de residuos electrónicos sólo crecen, se expanden, enferman y matan (3); y encima los residuos radioactivos, que ya nunca tendrán solución porque simplemente armamos una bomba que no sabemos desarmar (4); y la basura nuestra de cada día que no para de llover sobre la tierra desde hace tanto y que hoy a tal punto nos desborda que en el norte del Pacífico ya tenemos una isla de plástico y porquerías del tamaño de la India, y otra similar en el Atlántico sur, y otra en el norte, y también por eso los restos del MH 370 de Malasya Airlines no pudieron encontrarse en el mar, porque la basura sobre la superficie del Índico es tanta que era buscar un árbol en un bosque, “vimos islas de basura flotando a la deriva del tamaño de Brasil”, declaró uno de los pilotos que participó de la búsqueda (5).
Sin embargo por nada de esto ninguno de nosotros dejará hoy de acumular y tirar su bolsita plástica indestructible llena de relojes, celulares, televisores, lavarropas y más plástico; ni jubilaremos nuestro amado automóvil por más veces que nos digan que la causa principal del calentamiento global que nos cocina a fuego lento y condena al infierno a nuestros nietos es justamente la emanación de gases carbónicos producida por el transporte automotor... Y mucho menos abjuraremos -jamás de los jamases-, de la electricidad. Al contrario: ante cualquier corte incendiaremos las ciudades, más bien… 
Se estima que tal y como vamos antes de fines de este siglo Manhattan será como Venecia, Venecia no será más, y casi todas las playas del mundo habrán desaparecido. Y como las playas son la única valla entre nosotros y los mares, los mares entonces vendrán por nosotros. Nos chupa un huevo, más bien.

El segundo elemento más consumido por el hombre después del agua –el tercero después del aire- es la arena (6). Todo tiene arena. Todo se hace con arena. La ropa, tu casa, los aviones, el vidrio, la pintura, todo. Fuente de silicio, sin arena no serían posibles los celulares, las computadoras, las pantallas líquidas, el presente. Por eso la consumimos tanto, ya sin control, sin conciencia, con alegría, hasta acabarla, hasta que no haya más. Falta poco. Borges diría: es infantil impacientarse.
¿Qué hacer entonces?... ¿Cómo salir de este laberinto techado?...  ¿Detener el consumo y por lo tanto las fábricas, la construcción, dejar de producir, frenar el mundo y hundirse en su debacle?... ¿O seguir como vamos, de cabeza al gran abismo?...
Siempre es triste la verdad, justamente porque no tiene remedio.
Hace mucho que el dilema del hombre es brutal por insoluble: progresar, o sobrevivir.
Por el momento elegimos progresar, y mientras tanto, cada uno de nosotros, cada mañana, encenderá su televisor, la computadora, el celular, su auto, y cada noche, sin falta, arrojará su basura infalible, su mierda sin remedio, imperecedera...  
La verdad es que llegamos demasiado lejos y olvidamos tirar papelitos en el camino. Ya no sabemos bien dónde estamos. Nos perdimos en una jornada de progreso sin retorno. Un viaje de ida. Ja. Quién iba a decirlo, tan orgullosos que estábamos. Ahora es tarde. La gran lucha de los organismos internacionales, de sus mejores científicos y especialistas, se reduce a llorar por detener el deterioro, ni siquiera lo exigen, ni sueñan con revertirlo.
Y el gran enemigo, numeroso, a simple vista invencible, somos nosotros, cada uno de nosotros, cada día, a cada rato… no somos malos, qué va: simplemente no nos importa.
Más que rasgarse las vestiduras, sería mejor donarlas.




Esto también lo hicimos nosotros. 



Fuentes citadas:

(1) Escrito en el agua, Daniel Ares para Miradas al sur, 29-5-14: http://www.miradasalsur.com.ar/archivo/edicion/306/politica