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martes, 2 de abril de 2024

JAVIER MILEI: EL ÁNGEL QUE NOS ODIA…

 

 

Fracasado serial, Javier Milei quiso y no pudo ser arquero, cantante, rockstar, superhéroe, actor, payaso, escritor incluso. Maltratado en la infancia, burlado en la adolescencia, despreciado por las mujeres, ignorado por los hombres, acabó convertido en el resentido que hoy nos gobierna. A eso se reduce la tragedia nacional en curso: elegimos un tipo que odia a su pueblo, y desprecia al país. Acaso un demente.  

 

DIARIO DE UN LOCO


 

Maltratado en la infancia, burlado en la adolescencia, ignorado por las mujeres, frustrado serial: intentó y no pudo ser arquero, cantante, rockstar, superhéroe, payaso, y hasta escritor, para terminar procesado por plagio. Nada le salió bien. Si hasta quiso entrar al Banco Central, pero no superó la pasantía. Así Javier Milei terminó convertido en un resentido de manual que sólo esperaba su chance para vengarse del mundo, y de la humanidad. Y entonces llegó a presidente.  

Cómo lo consiguió lo explica mejor que nada la película Guasón, donde un personaje de similares características y antecedentes, por efecto -defecto- de la televisión, acaba encarnando la gran esperanza de un pueblo aturdido por los medios, y enloquecido por el fracaso.

La tragedia nacional en curso, se reduce a eso: los argentinos elegimos para presidente a un tipo que odia a su pueblo, y desprecia al país. La suerte está echada.

A diez días de asumir, el 20 de diciembre, en apenas quince minutos, por cadena nacional, entre vaguedades teóricas, imprecisiones históricas, y mentiras simples, se puso el país de sombrero, y desde entonces, todo en él es naufragio.

Apenas un mes después, ya sufría su primer paro nacional, unificando las centrales obreras y desbordando la Avenida de Mayo, desde el Congreso a la Rosada. Mientras tanto, entre improvisaciones, desatinos, ignorancias y disparates, era derrotado por diputados y senadores, así que embistió contra legisladores y gobernadores entre insultos, desprecios y amenazas, uniendo en su resistencia a todas las provincias como no se veía desde los tiempos de Urquiza.  

Por completo ajeno al mundo en el que vive y gobierna, no para de gritar, con sorprendente orgullo, su alineamiento ciego con el actual Estado genocida de Israel, y el Amo Blanco de Washington. Pero ninguno de los dos le tira un mango, así que mientras guapea con China por tuiter, le pide prestado por lo bajo. Nunca hasta ahora, en toda la historia de la República Popular China, su cancillería se había permitido  el sarcasmo. Se le cagan de la risa.

En menos de tres meses de espanto, licuó salarios y jubilaciones, aumentó en 15 puntos la pobreza y en 70 la inflación, disparó, alentó -festeja, incluso- la desocupación, y paralizó al Estado para así demostrar que no sirve como quien incendia su casa para probar que es inflamable, porque sin imaginación tampoco hacen falta hospitales, escuelas, cárceles, médicos, maestros, jueces, policías, ni siquiera ministros, nada. Le bastan su hermana y sus perros para enfrentarse al mundo, a Lali Espósito, o a su propia vicepresidenta. Hablamos de un demente.   

Su inestabilidad emocional, es un hecho innegable hasta para sus más fieles seguidores, que tampoco están del todo bien. Sus contradicciones incesantes, sus extrañas papamanías -las papas fritas, el Papa, la papada-, sus perros clonados, su hermana plenipotenciaria -Secretaria General de la Presidencia sin más antecedentes políticos que la repostería y el tarot-; sus delirios mesiánicos, sus iras espasmódicas, sus obscenidades orales, sus amenazas constantes, su violencia virtual, su cobardía física -puteaba a Francisco, pero se arrodilló cuando lo tuvo enfrente-, su paranoia comunista -de la que no se salvó ni el Vaticano-, su aislamiento personal, sus madrugadas de tuiter, sus peleas con Brasil, Colombia, México, Venezuela, Chile, China, en fin, su progresiva soledad mundial. Un tipo así, nos gobierna ahora.

Lo hemos dicho aquí muchas veces: en el fondo de todas nuestras desgracias nacionales, está la banalidad con que encaramos la historia. Ahora el gran pueblo argentino pagará cara esa banalidad. Sus certezas de pizzería, su pereza informativa, sus baratijas teóricas, su ignorancia ilustrada, su endeble mitología hecha de lugares comunes sin asidero real: “Sarmiento el maestro de América”, “Bernardino Rivadavia, el hombre que se adelantó a su tiempo”, “Arturo Illía, el honestísimo”, “Alfonsín, el padre de la democracia”, “los 70 años de peronismo”,  “la casta política”, “achicar el Estado es agrandar la Nación”, etc… Patrañas de sobremesa que a fuerza de ser repetidas, se convirtieron en verdades sin haberlo sido nunca. Así quedamos, hasta aquí llegamos.

Inútil el radicalismo desde 1930, ausente sin aviso la CGT, implosionado el peronismo, irrelevante la izquierdita, empoderados los monopolios; sólo un espontáneo estallido popular podría detener la destrucción del país. El vaciamiento del Estado y sus cuentas públicas, la venta al peor postor de nuestros recursos naturales, el empobrecimiento feroz de la población, el abandono final de sus viejos y sus niños, y por fin, el parcelamiento inmobiliario del territorio nacional. En tres o cuatro generaciones, el sueño de la Argentina grande, será un recuerdo olvidado. Quizás antes.

Hablamos de un demente.  


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