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miércoles, 25 de agosto de 2021

ANÉKDOTAS, hoy: 70 Stones… con Diego Maradona y Daniel Grinbank…


 Anékdotas 


Hoy: 

70 Stones 


(Con Diego Maradona y Daniel Grinbank)







La muerte de Charlie Watts me trajo entre otros recuerdos la gira del Voodoo Lounge de 1994/95, cuando vi a los Stones en vivo por primera vez. Por primera vez ellos se presentarían en la Argentina, pero por entonces yo era editor de espectáculos del diario La Prensa, así que me auto-envié a Río de Janeiro para cubrir como anticipo la última de sus presentaciones en el Maracaná. 
 De regreso a Buenos Aires, el vuelo hacía una escala técnica en Misiones, cambiábamos de avión, así que hubo que esperar un rato en el preembarque. En el mismo vuelo viajaba Daniel Grinbank, el productor que traía a los Stones a la Argentina. Me acerqué para charlar, y alimentar mi nota. Y no recuerdo cómo ni por qué, en un momento surgió el nombre de Maradona, y entonces le pregunté si lo había invitado al concierto. 
-- Le mandé cuatro entradas, para él, la mujer y las nenas, ¿pero sabés qué me dijo?... ¿¡Cómo me mandás cuatro entradas si nosotros somos setenta!?




* * *

martes, 24 de agosto de 2021

El Martiyo saluda a Charlie Watts...

 

FOR EVER CHARLIE


 

Era una hermosa mañana del febrero de 1995, y yo cruzaba San Telmo caminando, como todo los días, de casa al trabajo, en el diario La Prensa, en Chile y Azopardo. Como parte del recorrido, elegía cruzar la plaza Dorrego, me gustaban sus mesitas al sol y las fachadas de sus casas del primer Buenos Aires.

Los bares ya habían desplegado sus mesas sobre la plaza, pero todavía no había nadie, o casi nadie… tal vez por eso esplendía como una rareza un tipo sentado ahí, tomando un café, con su evidente esposa y todo el aspecto de un caballero británico: su flemática postura, cruzado de piernas, el torso recto, el cuello erguido, la mirada calma, el pelo corto, blanco y bien peinado, y sobre todo, su traje, un impecable traje beige, con chaleco, la camisa celeste y la corbata turquesa. Llamaba tanto la atención, que tardé unos segundos en descubrir que era él, y otros tantos segundos para poder creerlo. Fulminado por la visión, allí me detuve para mirarlo bien, para terminar de creerlo.

Por entonces yo era editor de espectáculos de La Prensa, y una semana antes, como tal, había cubierto en el Maracaná la última presentación de los Stones en Brasil antes de su primera vez en la Argentina. Hasta Menem los esperaba para el autógrafo. El hotel Hyatt tuvo que ser vallado para contener las multitudes, y cualquier intento de entrevista con alguno de ellos, daba directo en el fracaso.

Y de pronto allí tenía yo a uno de ellos, sentado, tranquilo, haciendo nada, servido…  Pero yo seguía parado ahí, fulminado por la visión.

No sé si volví a ver entonces la vidriera de la disquería de mi adolescencia en la calle Acoyte cuando por fin apareció la tapa de Sticky Fingers con aquél cierre relámpago real; seguro no pude recuperar la lejanísima vez que un amigo me los descubrió con un simple que de un lado tenía Brown Sugar, y del otro Damas de Honky Town; ni cuando empezamos a delinearnos los ojos como Jagger para ir a bailar a Ramos Mejía; ni de dónde recordaba tan claramente la imagen de Brian Jones flotando en su piscina; ni los largos e infructuosos esfuerzos por aprender con una guitarra criolla los acordes de Wild Horses, ni el entusiasmo que nos agarraba con cada álbum nuevo, Sus Majestades Satánicas, Banquete de pordioseros, Es sólo rocanrol, Algunas chicas, Tatuados… a lo mejor yo pensé todas esas cosas o ninguna, pero seguía parado ahí, a unos diez, quince metros de él, encandilado… fulminado.

Entonces me miró.

Él a mí.

Charlie Watts me miraba.

No pensé más nada, levanté el puño derecho, casi amenazante, manoteé un par de palabras en inglés, y de pronto me escucho gritar.

-- ¡Great, Charlie!... ¡For ever!...

Como un lord inglés, Charlie sonrió y apenas inclinó la cabeza, pero levantó su pocillo de café. Como brindando a mi salud.

Tuve el impulso de acercarme, decirle quién era y pedirle una nota. Pero me contuve, hubiera ensuciado comercialmente aquel instante de pura amistad, fugaz pero sentida, del todo desinteresada.

Me incliné como un japonés, y seguí para el diario.  

Charlie se quedó tranquilo, con su señora y su café, y yo todavía lo recuerdo brindando a mi salud.

For ever.


* * *