////// Año XVIº /// Editor Anónimo: Daniel Ares /// "Prefiero ser martillo que yunque", Julio Popper ///

martes, 8 de diciembre de 2020

MEDIOS MEDIOS: LA LENTA MUERTE DE PÁGINA 12…

 

 

La agonía de la prensa gráfica es universal, ecuménica. La virtualidad y sus redes se la comen de a poco, y la terminan. Reducidos a instrumentos de poder y de negocios, los medios pierden credibilidad, y se autodestruyen. La falta de oficio y de imaginación de sus hacedores, hacen el resto. Clarín es una prueba. Le sigue, ahora, Página 12.

 

LOS DIARIOS TAMBIÉN SE MUEREN


 


Crítica, El Mundo, La Prensa, La Razón, Última Hora, Noticias… los diarios también se mueren. Algunos de manera abrupta, súbita, otros agonizan durante años, como Clarín, La Prensa o Página 12.

La Prensa, el viejo La Prensa, murió con la vuelta de la democracia, alcanzó su mediodía con la Fusiladora, y de allí el lento declinar hacia el ocaso. Resucitó en formato tabloide allá por 1994, para agonizar desde entonces, ya casi fantasmal.

Clarín resultaba incontestable, mucho más desde que distribuía el papel para la competencia. Y pese a su expresa complicidad con la Fusiladora primero y la dictadura genocida después, y pese a ser ya desde entonces un instrumento de poder, más que un producto periodístico, mantuvo su hegemonía en la opinión pública hasta su enfrentamiento con el kirchnerismo, cuando su credibilidad fue popularmente cuestionada, y definitivamente dañada. Según el IVC (Instituto de Verificación de Circulación), fue el diario que más lectores perdió en el quinceno 2003-2018. La constante caída en las mediciones de sus productos audiovisuales, marcan el pulso de su agonía. Pero este cronista había visto ya a fines de los años 80 una pintada en la esquina de Carlos Calvo y Defensa que avisaba desde entonces: “Nos mean, y Clarín dice que llueve”. Una muerte anunciada.

Página 12 fue la última novedad en diarios en la Argentina. Atento al avance de los medios audiovisuales, decidió ser un diario de análisis, investigación y opinión, más que de información, y sus tapas, lejos de anunciar, editorializaban con buena gráfica y humor. Jorge Lanata ya estaba en venta pero todavía nadie lo había comprado, eran los días dorados de Pasquini Duran, del mejor Bonasso, Horacio Verbitsky, las contratapas de Osvaldo Soriano, Eloy Martínez, Juan Gelman, el Tano Dal Masseto… altri tempi.  

Sombra de lo que fue, hoy Página 12 es un diario mal escrito y peor corregido, cuyas notas, apuradas o desganadas -cuando no pretensiosas- no llegan a ser artículos justamente por su falta de articulación en el desarrollo, y más bien parecen una pegatina de informaciones que se deshilachan como quien se desangra.

La imprecisión en la información era hasta no hace tanto algo impensable para Página. Hoy son frecuentes las fes de erratas, las aclaraciones y las explicaciones sobre lo que se quiso decir cuando se dijo lo que no se dijo -caso reciente, Acuña-Priebke-, cuando no los errores y las falsedades que, si pasan, pasan.

Pero si algo distinguía a Página 12 era su independencia frente al poder político, más allá de su orientación jamás oculta, de su parcialidad, sin renunciar al rigor informativo, la investigación y la primicia. Eso también se terminó allá por 2016, cuando el “sindicalista y empresario” Víctor Santa María, presidente del PJ Capital, y Secretario General del sindicato de los porteros, se hizo cargo del diario, y a poco de andar, echó a Verbitsky porque este insistía con denunciar a Mauricio Macri. Allí quedó expuesta la fractura que lo rompió.

Desde entonces Página, como Clarín, dejó de ser un producto periodístico para convertirse en un instrumento de poder político, y por lo tanto, de negocios. Inspirado en Magnetto, Santa María comprendió el asunto.

Ahora, mientras se cocina por dentro entre problemas gremiales y económicos, amenazado como todos los diarios del mundo por la virtualidad y sus redes, reducida su suerte al público progre-peronista que le regalan los otros medios, Página 12 agoniza despacio, pero seguro.

Convertido ya en un suplemento de su propio suplemento Las 12, la temática feminista casi no deja espacio para el deporte o las internacionales, mientras abunda en historias autorreferentes, repetitivas, y previsibles desde sus títulos.

Sus viejos grandes columnistas sobrevivientes -Wainfeld, Bruchstein, Granovsky- parecen apurados o desganados. Wainfeld insiste con un tono enunciativo que nunca se resuelve en conclusiones ni información, sino apenas en interpretaciones que se presumen análisis, y conjeturas y proyecciones que la realidad desbarata con frecuencia. Bruchstein se limita a comentar la actualidad como en una sobremesa por escrito, sin aportar información ni sorpresa tampoco. Granosvky también parece cansado.

Eduardo Aliverti, alambicado y lento, capaz de complicar la frase más simple, se extiende durante párrafos y párrafos entre sinónimos y rebusques para decir lo que ya sabíamos que iba a decir. Mempo Giardinelli, siempre indignado, dice lo de siempre y siempre a los gritos, pero nada nuevo nunca. Y a la semana se repite.

Algunos redactores, como Fernando Cibeira, Werner Pertot, y/o  Romina Calderaro, son literalmente ilegibles, y no solo por sus problemas sintácticos y gramaticales.

Exceptuando el Cash, sostenido por los buenos trabajos de Alfredo Zaiat, Raúl Dellatorre y David Cufré, los otros suplementos son cada vez más elitistas, endogámicos, y fatuos, como el Radar. El Radar Libros, en cambio, no pasa de ser un chivo de las novedades editoriales que lo sustentan. ¿Sátira 12 sería gracioso? Las 12 no hace falta, fue dicho, para eso está el diario. Líbero, el deportivo, acaso por su propia esencia, parece escrito con los pies.

Las contratapas, las famosas contratapas de Página, hace rato que no importan más. José Pablo Feinmann divaga, se enrosca en sus propios silogismos para terminar desparramado entre conceptos confusos, neblinosos. Noé Jitrik sabe mucho de literatura, lo que no lo convierte en escritor, y confunde el artículo con el ensayo en ripios ilegibles, sobre todo por aburridos. Fresán, con sus módulos inarticulados y su “homo-ego”, sólo habla de sí mismo, y de otras minucias que tampoco importan. Enrique Medina parece escribir las suyas mientras hace otra cosa. Las contratapas, las famosas contratapas de Página 12, tampoco importan ya.

El chiste de tapa es cada día más triste, como Rudy, y ni el pirulo de tapa se salvó, cuyo espíritu destacaba en muy pocas líneas un detalle revelador y relevante, mientras hoy suele ser una especie de copete de una de las notas interiores, o una curiosidad rescatada de las redes dos o tres días tarde.

Encorsetado por las operaciones políticas y los variados negocios del propio Santa María -que por ejemplo le cedió el hotel de los porteros en la Triple Frontera a la hermana de Horacio Rodríguez Larreta, mientras al mismo tiempo impulsaba la candidatura de su pareja Gisella Marziota junto a Lamens contra aquél-, hirviendo en conflictos internos, financieros y fiscales, sin control de calidad, sin ideas o sin ganas, Página 12 también se muere.

La agonía de la prensa gráfica, es ecuménica, universal. La virtualidad y sus redes se la comen de a poco. Pero la degeneración del oficio del periodismo en propaganda, y sobre todo, la falta de imaginación de sus propios hacedores, son su tiro de gracia.


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martes, 1 de diciembre de 2020

EL MARTIYO SALUDA A DIEGO MARADONA…


 

Se puede escribir sobre la tristeza, incluso con tristeza, pero no cuando la tristeza te saca las ganas de escribir. Pasan los días y su ausencia se instala definitiva, inadmisible pero cierta. Diego Maradona ha muerto, y por lo tanto, ya nunca morirá. El Martiyo lo saluda.

 

UN MUNDO SIN MARADONA




 

“Yo ya viví”.

Diego A. Maradona

 

Sus ojos se cerraron y el mundo se detuvo. Las multitudes de toda la tierra, los desheredados y los jefes de estado, los pueblos y sus naciones suspendieron su día y se olvidaron de la pandemia y salieron a llorarlo, a despedirlo. Las rotativas de todos los diarios y todas las revistas, se pararon; se interrumpieron las transmisiones de todos los canales y todas las radios del mundo. Los estadios vacíos de todo el planeta, se llenaron de un silencio distinto, absoluto. Un duelo global, sin precedentes, como la peste, ennegreció de luto las redes sociales, las calles y las paredes de Quito a Pekín, de Londres a Damasco, de Fiorito a Montmartre. Había muerto un dios.

Nada más natural que la muerte, y sin embargo nada igual había sucedido nunca. Jamás antes una muerte había conmovido a la gran humanidad. Ni un hombre, ni mucho menos un futbolista. Había muerto una creencia, una fe, otra ilusión de eternidad. Murió lo que nunca iba a morir y que sin embargo murió. Lo inconcebible había sucedido.  

Las palabras no servían más. Nada bastaba para decir el dolor, el estupor. Periodistas y comentaristas, artistas, políticos, todos, nadie decía nada. Balbuceaban entre frases hechas y adjetivos inútiles la tremenda tristeza de perder un solo hombre que había sido tantos, todas esas multitudes que pasan los días y lo siguen llorando mientras su ausencia se establece lenta pero definitiva, inadmisible y cierta. Parafraseando a Bioy con Borges, ahora habrá que pensar, y vivir, un mundo sin Maradona.

Pero en ese mundo, Maradona ya es inmortal, ya nunca morirá. Los hombres como él no mueren nunca, un día se diluyen en su pueblo y son para siempre. Y su pueblo fue el mundo, la buena gente de todo el mundo, la que supo perdonarle sus miserias porque nunca les mintió, porque los hizo felices, la que sufrió sin resentimientos la fortuna del anonimato, la que comprendió su vida sin paz entre la pobreza y la gloria, la que se  alegró con él, por él, la que sintió propias sus victorias, y sus derrotas, la que nunca lo vio del lado de los poderosos, de los opresores, de los traidores… esa gente le dará vida toda la vida.

Diego, el hombre, Diego el tangible, se murió. Capaz de cualquier hazaña, por qué no pensar que se murió simplemente porque se le dio la gana, porque no quería más, cansado de una vida que ya no le gustaba, que nunca más iba a darle lo que tanto le había dado, solo o mal acompañado, inválido, enfermo, harto, “yo ya viví”, dijo y se fue, como se fue siempre, de cualquier lado, cuando se le dio la gana… ¿Por qué no?.

Pasan los días y el mundo vuelve a andar. Despacio, dolorido como aturdido, sin olvido, con pena. Los medios, entusiasmados con las ventas y las mediciones, no sueltan el hueso y revuelven su tumba. Un ejército de abogados se dispone a la batalla de sus sucesores y sus bienes. El circo no se va. Habladores a sueldo, médicos de pronto, jueces de siempre, buscan culpables y los encuentran de a montón. Pero todo eso también pasará, se acallarán sus gritos, se perderán sus nombres, serán olvido. Todo pasará. Diego, en cambio, no. 

Nunca. 

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